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JAMES D.

1IENDERSON

CUANDO COLOMBIA
SE DESANGRÓ
Una historia de la Violencia
en metrópoli y provincia

H
EL ÁNCORA EDITORES
Título original: Tolima, An Evocative History of
Politics and Violence in Colombia

Traducción: Luis Hernández

Primera edición: El Ancora Editores


Bogotá, 1984
(2.000 ejemplares)

ISBN 84-89209-31-6

Portada: diseño de Diego Tenorio

41 Derechos reservados: 1984. James D. Henderson


El Ancora Editores
Apartado 035832
Bogotá, Colombia

Pirp.iiaiióii litográfica: Servigraphic Ltda. Bogotá

Impreso en los talleres de Impresora Gráfica Ltda.


Bogotá, Colombia

PiiuIí íl in Colombia
CONTENIDO

INTRODUCCION 11
CAPITULO I .
El Gran Tolima 41
CAPITULO II
En el umbral de una nueva era 67
CAPITULO III
El Estado invisible 96
CAPITULO IV
Prefacio a la Violencia 123
CAPITULO V
La Violencia 158
CAPITULO VI
Líbano 191
CAPITULO VII
Se ahonda la tragedia tolimense 226
CAPITULO VIII
Más que una solución política 253
CAPITULO IX
Repercusiones 287

5
CAPITULO X
El Tolima y la Violencia: Una evaluación 301
APENDICES 314
Bibliografía 323

6
A Alberto Gómez Botero, un liberal confirmado,
y a Carlo tica González de Gómez;, una conservadora
convencida, quienes durante muchos años han
convivido en armonía.
agradecimientos

■ por su apoyo durante la preparación de este estudfa quero agradecera


fas siguientes fundaciones: Woodrow WiLsonNaüonalFeUowsh^Founíd-
ulion. Grambling State University Foundation, National Endowment
o the Humanities. El personal de la Biblioteca Nacional de Colombia y
la Biblioteca Luis Angel Arango me cofaboró Incansablemente en
blindarme fas recursos únicos ele sus instituciones durante tfas
numerosos viajes de investigación a Bogotá. Gracias especiales se las
debo al doctor Eduardo Santa por sus consejos a través de Eos años,
imito como a los tolimenses Rafael Parga Cortés, Luis Eduardo Gómez
i >ose dii Carmen parra por las horas que dedfaaron a contarme sus
imiunrscenefas pob'ti'cas que abarcaron medfa sjgfa de la sida ¡ooddca
mEiiilniinii. Un conc|usión, agradezco a nd esposa linda su asistencia
<omo critica y redactara por todo el período durante el cual se preparaba
es la historia.
INTRODUCCION

L.IA VIOLENCIA* Y SU LITERATURA

11 4 de junio de 1949 el registrador municipal del Estado Civil en


uanui Isabel, Tolima, tomó una pistola y se disparó un tiro en la
vabe/n. El hecho causó un cierto interés en el pueblo y por algunos
días Ih gente meditó sobre lo intempestivo de la ocurrencia. Un diario
d- hi vecina población del Líbano publicó dos artículos sobre la
mu-rit del funcionario, explicando que las presiones que se ejercían
sobr- su trabajo lo habían llevado a oprimir el gatillo de su arma!
* iirg< >, pasada una semana, el interés se desvaneció y hasta el nombre
del icgislrador se olvidó. Después de todo, no era una persona muy
imi'orlante y, desde luego, nunca hubiera sido resucitado en estas
i'AgínuN si no fuera porque hace parte de una historia más extensa,
■uyo recuerdo arroja nuevas luces sobre la Violencia en Colombia.
Después de la revolución mexicana de 1910, la Violencia en
‘oiombia fue la más larga y destructiva guerra civil que haya
sol.rtvciildo a nación alguna del Hemisferio Occidental durante el
■siglo XX. Cerca de 200.000 personas murieron antes de que se lc
pusiera fin, la mayoría dc tilas gentes sencillas dcl campo cuya mala
* I a Violencia, siempre y cuando sc escriba con mayúscula, sc refiere a la
gu- rra civil no declarada, única en su género, que tuvo lugar entre los años
iy-l6 y 1965 cn Coiomb|a.
I . / ií I 'oz del Líbano, junio 11, julio 9, 1949.

11
fortuna las llevó a vivir en una de las muchas regiones envueltas en el
conflicto23. Una de estas zonas fue el municipio de Santa Isabel, en el
departamento del Tolima, donde llegó la Violencia a mediados de la
década de 1940, manteniéndose porfiadamente hasta la mitad de la
década de 1960. Millares de personas fueron sacadas desús hogares
durante los años de disturbios y cientos de ellas fueron asesinadas,
muchas exterminadas a machete. Fueron las víctimas anónimas de un
derramamiento de sangre que no pudieron detener ni, inicialmente,
entender a cabalidad.
Pero el registrador de Santa Isabel no fue uno de los cientos
considerados como víctimas de la Violencia, porque él se eliminó por
su propia mano. No obstante, como detentador de un puesto
burocrático políticamente sensible fue arrojado al centro de un
remolino que era, por naturaleza, político5. Y la Violencia en
Colombia era eminentemente política, el fruto de cien años de lucha
entre los partidos liberal y conservador por el dominio del gobierno
nacional. A través de un proceso cuya dinámica no ha sido aún
entendida plenamente, estos dos partidos llegaron a enrolar a todos
los colombianos, grandes y humildes, en sus filas4. Fue tan intensa la
polarización de los ciudadanos, y tan agudo su enfrentamiento, que
algunos se han referido a tales agrupaciones políticas como sistemas
de “odios heredados”. Estos odios, puestos al rojo vivo por los

2. Durante muchos años ha sido tema de debate el número de colombianos


asesinados durante la Violencia. La cifra de aproximadamente 200.000 muer­
tos ha sido empleada en los cálculos “científicos” tempranos y recientes, de la
mortalidad causada por la Violencia. Ver: Germán Guzmán Campos, Orlan­
do Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, la Violencia en Colombia, Vol. 1,2a.
Ed.; Bogotá; Tercer Mundo, 1962, pág. 292; y Paúl Herbert Oquist, Jr.
Violencia conflictiva y política en Colombia Bogotá, Banco Popular, 1978,
pág. 59. Russell W. Ramsey, Guerrilleros y soldados, Bogotá, Tercer Mundo,
1981, pág. 20-21, empleó el análisis estadístico para llegar al total de 159.200
personas asesinadas durante la Violencia. Dado el carácter rural y esporádi­
co de la Violencia, junto con los caprichos y contradicciones de las estadísti­
cas, con toda probabilidad, el número exacto de muertos nunca llegará a
saberse.
3. Los registradores eran empleados de la Registraduría Nacional del Estado
Civil en Bogotá, y no podían participar en política.
4. Desde su formación, a mediados del siglo XIX, estos partidos han sido
estudiados y discutidos sin cesar en Colombia y en otras partes. Aunque no se
puede calificarlo de definitivo, un análisis reciente de su “razón de ser” se
encuentra en Frank Safford, “Bases of Political Alignment in Early Republi­
can Spanish América”, en Richard Graham y Petcr H. Smith, Eds., Mer
Approaches to Latin American History, Austin; University of Texas Press,
1974, págs. 571-111.

12
•¡menos de los años 40, desencadenaron la Violencia y llevaron al
irj-l■.llador■ en Santa Isabel a buscar una manera última de alivio
cónica la intolerable presión a la que estaba sometido.
I<>s colombianos fueron duramente golpeados y descorazonados
por el derramamiento de sangre ocurrido en el interior de su país a
mediados del siglo XX, aunque muchos no pudieron apreciar las
voladeras dimensiones de la Violencia hasta cuando concluyó. Esto
ble cierto, en parte, porque muchos crímenes se cometieron en tan
remotas áreas rurales que era poco menos que imposible alcanzar una
imagen clara de lo qué allí pasaba. Así, el colapso del sistema político
democrático dominó los comentarios de prensa sobre la situación
colombiana durante la década de los 50. Con anterioridad, los
colombianos habían escuchado complacidos que su país era una
unción “enfáticamente democrática”, en donde los congresistas se
“leían unos a otros sus poemas, y hablaban de la teoría del quantum,
In filosofía de Bcrtrand Russell, la influencia de Rimbaudsobre Gide
y las obras de Waldo Frank”5. Que hubieran podido deslizarse al
caos y a la dictadura con aparente facilidad puso a los investigadores
h buscar alguna clave que explicara el amargo estado de las cosas. El
profesor Luis López de Mesa escribió en 1955 que Colombia había
sufrido en 1949 “un ataque cardíaco” que lanzó la historia nacional a
un viraje de noventa grados6. Se difundió el sentimiento de que el
curso de la historia nacional había sido trastornado. Ello engendró la
búsqueda de alguna víctima propiciatoria, y produjo una literatura
polémica que oscureció aún más las dimensiones reales de la
Violencia. Los liberales acusaron a los presidentes Mariano Ospina
Pérez y Laureano Gómez de empleo sectario de las fuerzas de policía;
y los conservadores, a su turno, culparon a los liberales de
subversivos intentos de derrumbar el gobierno constitucional
mediante el fomento de la revolución en las áreas rurales.
Representativo de los escritos liberales sobre la Violencia es el ensayo
de Germán Arciniegas titulado: “Colombia, or How to Destroy a
Democracy”, incluido en su libro The state of Latín América.
Publicado en Nueva York en 1952, éste influyó mucho en la
formación de la opinión pública extranjera sobre la situación en
Colombia. Arciniegas sostuvo vigorosamente que un grupo reac­
cionario y “neo-fascista”, encabezado por Laureano Gómez, empicó
tanto al ejército como a la policía para “cometer el crimen de

5. John Gunther, Inside Latín América, New York, Harpcr, 1911, págs. 164,
160.
6. Luis López de Mesa, Escrutinio sociológico de la histona colombiana,
Bogotá, Editorial ABC, 195, pág. 209.

13
genocidio” en el campo7. Su ensayo fue extensamente citado, sin
crítica alguna, en trabajos subsiguientes, aparecidos no sólo en los
Estados Unidos sino en otras partes del mundo89 . Otras exposiciones
11
10
populares de la posición anti-conservadora son Gaitán y el problema
de la revolución colombiana, de Antonio García, y De la República a la
dictadura, de Carlos Lleras Restrepo, ambas publicadas en 1955?.
Los conservadores pusieron en circulación su propia versión de los
hechos en documentos oficiales y en estudios publicados indepen­
dientemente. Una obra muy influyente fue la de Rafael Azula
Barrera, De la revolución al orden nuevo, que recorrió la historia
política colombiana del siglo XX hasta el bogotazo, la sangrienta
revuelta que sacudió a Bogotá a raíz del asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán1°. Como muchos conservadores, Azula Barrera vio en el
tumulto una revolución social frustrada, la culminación de medio
siglo de virajes izquierdistas del partido liberal. José María Nieto
Rojas, en La batalla contra el comunismo en Colombia, y Roberto
Urdaneta Arbeláez, en El materialismo contra la dignidad del hombre,
complementaron la obra de Azula Barrera por proponer que la
Violencia fue un complot comunista para destruir la civilización
colombiana, y que los liberales fueron cómplices del comunismo o, en
el mejor de los casos, simples engañadosH. La etiología conservadora
de la Violencia no alcanzó amplia aceptación más allá de las fronteras
nacionales, pues tenía toques de paranoia, de guerra fría y al fin y al
cabo contradecía las evidencias, que mostraban poca influencia
comunista en la vida nacional.
Las novelas sobre la Violencia, a pesar de su carácter polémico y su
general fidelidad a la posición liberal, pudieron enfocar la tragedia en

7. Germán Arciniegas, The State Latin América, New York, Alfred A.


Knopf, 1952, pág. 155.
8. Ver, por ejemplo, las referencias numerosas a Arciniegas en Vernon Lee
Fluharty, La Danza de °s Múlones, Bogotá,El Áncora E^toresJ’81 y John
D. Martz, Colombia, A contemporary politicalsurvey, Chapel Hill, University
of North Carolina Press, 1962.
9. Antonio García, Gaitán y el problema de la revolución colombiana, Bogotá;
Cooperativa de Artes Gráficas, 1955; Carlos Lleras Restrepo, De la República
a la dictadura, Bogotá, Editorial ARGRA, 1955.
10. Rafael Azula Barrera, De la revolución al orden nuevo, Bogotá, Editorial
Kelly, 1956. Azula actuó como secretario personal del presidente Ospina
Pérez.
11. José María Nieto Rojas, La batalla contra el comunismo en Colombia,
Bogotá, Empresa Nacional de Publicaciones, 1956; Roberto Urdaneta Arbe-
láez, El materialismo contra la dignidad del hombre, Bogotá, Editorial Lucrós,
1960.

14
téimliuis humanos. Muchas de ellas fueron escritas con base en las
ias de mis autores y, por consiguiente, poseen la calidad de
tf—shunmhN verídicos. Algunas mezclan hechos y ficción y logran
éIoíhs dtrtiiuUicos al incluir fotograbas de los incidentes de violencia
Um» ■ libia en el (exto. Notorias en este aspecto son Lo que el cielo no
ptiihnitli de 1 'idel Blandón y La sombra del sayón de Augusto Angel.
w ■■ la pili11t^a figura un violento que exhibe las cabezas de dos
imiüdctow antioqueños y en la segunda se reproducen tres
fningiídliN de la decapitación de un joven campesino en el
depailamento del Huila12. Dentro de las más importantes obras de
fesit género figuran Viento seco, de Daniel Caicedo; Sin tierra para
i^^-ii, de Eduardo Santa; Uisheda, de Alvaro Valencia Tovar, y El
i r.-r/o de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón. Los escenarios
iyspHt (Ivon son el Valle del Cauca, Tolima, los Llanos Orientales y
{Boyar áu.
I hi hilo decisivo en el pensamiento y la literatura sobre la Violencia
m .ii iió en p)62 con la publicación de La Violencia en Colombia, el
p ii. -o en dos tomos que analiza ampliamente el tema. El principal
:-:fi del lomo de 430 páginas es Germán Guzmán Campos,
§fí«tojotc que estudió extensivamente el convulsionado departamento
■. i lolima durante los años 50. Por sus labores a favor de las
víclimas de la Violencia y su experiencia en la rehabilitación de
HUiulos violentos, Guzmán fue nombrado en 1958 miembro de la
- omisión Nacional para investigar las causas de la Violencia,
cumada por siete personas, durante el primer año del Frente
Na» iomil. Con base en fuentes primarlas y secundarias recogidas en el

13 1 ■ idcl Blandón Berrío, Lo que el cielo no perdona, 2a. Ed., Bogotá,


gdíturial ARGRA, 1954; Augusto Angel, La sombra del sayón, Bogotá,
ít|1luiht1 Kc|1y, ^^64.
'3 * •aniel ('alcedo, Viento seco, Bogotá, Artes Gráficas, 1954; Eduardo
tanta. ,S/m tierra para morir, Bogotá, Editorial Iquelma, 1954; Alvaro Valen­
tía 1 uva. Uisheda, Bogotá; Imprenta Canal Ramírez, 1969; Eduardo Caba-
ihtoi ( uldcrón, El Cristo de espaldas, Vol. III, Obras, Medellín, Editorial
Hedutil, 1964. l.n última obra citada, escrita por uno de los mejores prosistas
tk < olí nubla, es considerada desde el punto de vista literario como la mejor,
í i- íut-ir s especial, pues también tratan sobre la Violencia en el Tolima, son
Vh-bu Ai ■ agón, Los ojos del búho, Bogotá, Editorial Revista Colombiana,
lUfift, y Alirio Vélez Machado, Sargento Matacho, Líbano, To1ima,Tlpogra-
lía Véle/, 1962. Otras novelas, como Cien años de soledad, de Gabriel García
Márquez. tratan extensamente sobre la Violencia y sus antecedentes. Los
i•^tütt que buscan información sobre otras referencias a obras de ficción
subte la Violencia deberían consultar “Crltlcal Bibllography on La Violencia
íu t iilmuhlMi
,
** Latín American Research Review, 8:1 (primavera 1973), 3-44,
ssiitio poi RiinncII W. Ramsey.

15
curso de su trabajo en aquella comisión, Guzmán y dos colaboradores,
el sociólogo Orlando Fals Borda y el abogado Eduardo Umaña
Luna, imponen efectivamente los parámetros de todo estudio
subsiguiente de la Violencia. En este sentido, el estudio de Guzmán
marca una línea divisoria en la investigación académica de la
Violencia. Todo lo que antecedió es de carácter tentativo, o tan
estrechamente parroquial que más bien limita antes que amplifica la
percepción del lector. Guzmán, único hasta entonces, presenta ma­
terial concreto, que comprende tanto geográfica como cronológica­
mente el combate, que usa evidencia primaria, empírica, que profesa
un cierto grado de objetividad y demuestra que la Violencia fue un
suceso de gran importancia en la historia hemisférica, digno de
estudio serio. La Violencia descrita por Guzmán y sus colegas fue un
fenómeno generalizado que arrasó con buena parte del país a partir
de 1946, dejando atrás 200.000 muertes e inapreciable destrucción
física. Se reconoció como fenómeno único en Colombia, con
ramificaciones políticas, económicas y culturales, cuya naturaleza se
modificó a través del tiempo de acuerdo con las condiciones locales y
que se caracterizó por la extrema crueldad con que los violentos
eliminaron a sus víctimas, muchas de las cuales eran, como ellos
mismos, humildes e iletrados campesinos. En la opinión de Guzmán,
a todos los colombianos les cabía responsabilidad por la Violencia,
una grieta “en el alma de la nación”, y todos estaban moralmente
obligados a promover “la recuperación nacional”!*.
Cuando fue publicada en julio de 1962, La Violencia en Colombia
causó una enorme sensación. Quienes primero tuvieron la fortuna de
recibirla, en su edición limitada, la guardaron tan celosamente que se
llegó a pensar que el libro había sido censurado por orden del
gobierno. Dos meses más tarde se publicó una segunda edición, que
se agotó totalmente. Los libreros que lograron adquirir copias de
segunda mano pudieron venderlas rápidamente a precios cuatro
veces por encima del de su publicación14 15. Los liberales acogieron el
libro como una prueba de que su interpretación de la Violencia había
sido correcta en su totalidad, y citaron numerosas referencias a la
persecución de sus compatriotas por miembros de la Policía Nacional
durante los años del gobierno conservador. Los conservadores lo
tildaron de sectario, denunciándolo como “sólo una mentira más

14. Germán Guzmán, La Violencia, I, págs. 423, 424.


15. Un resumen accesible de las reacciones al libro se encuentra en la
introducción escrita por Orlando Fals Borda y Germán Guzmán, La Violen­
cia, II, pág. 15-52.

16
escrita sobre el partido conservador” 16. Algunos comentaristas de la
prensa conservadora comenzaron a referirse a su autor como “el
monstruo Guzmán” y “el cura renegado”, en tanto que un miembro
destacado del partido declaró públicamente que los autores del libro
“se ganan la vida en forma poco menos digna que las prostitutas”7.
El tormentoso debate llegó aun a los pasillos del Congreso. El 6 de
septiembre de 1962 el ministro de' Defensa, general Alberto Ruiz
Novoa, defendió al ejército nacional contra los cargos elevados por
varios representantes conservadores. “Todos sabemos que no fueron
las fuerzas armadas las que dijeron a los campesinos que se fueran a
matar unos contra otros para ganar las elecciones”, gritó. “Sí
sabemos que no fueron las fuerzas armadas las que dijeron a los
campesinos que asesinaran a los hombres, a las mujeres y a los niños
para acabar hasta con la semilla de sus adversarios políticos, sino los
representantes y los senadores, los políticos colombianos”8. Un
poco más tarde ese mismo año, el ministro Ruiz Novoa sostuvo un
debate sobre la Violencia con el senador conservador Darío Marín
Vanegas, debate que terminó con los dos retándose a duelo en el
Senado. Afortunadamente para todos, amigos mutuos intercedieron
y el duelo, que dentro de las leyes colombianas es ilegal, no se
realizó1y. El año 1962 llegó a su fin y, con él, el furor incitado por el
libro de Guzmán.
El padre Guzmán no ofreció nunca su obra como un estudio
definitivo de la Violencia y, desde luego, dista mucho de serlo. Como
fruto de una colaboración entre hombres de trayectoria y
preparación diferentes, exhibe una desigualdad que es precisamente
una de sus varias imperfecciones. El autor principal cita extensamen­
te fuentes secundarias y declaraciones tomadas durante las
entrevistas e intercala tales materiales entre su propia prosa
fragmentada y apasionada. Su “Historia y geografía de la Violencia"
de 116 páginas, la primera de las tres secciones del libro, es un
resumen del conflicto presentado en un formato regional/cronológi-
co. Esto le permite utilizar pocas páginas para trazar la Violencia en
cada uno de sus principales escenarios, método que vuelve
superficial toda discusión. Guzmán es también el autor de la segunda

16. Germán Guzmán, II, pág. 21.


17. El representante conservador Gustavo Salazar García hizo el comenta­
rio durante el debate que se llevaba a cabo en la Cámara de Representantes el
26 de julio de 1962.
18. Germán Guzmán, La Violencia, II, pág. 23.
19. Germán Guzmán, La Violencia, II, pág. 31.

17
sección del estudio, “Elementos estructurales del conflicto”, una
miscelánea en la cual se mezclan cantos de los violentos con una
descripción de' los cortes a machete ejecutados en las víctimas,
ejemplos de la jerga de la guerrilla y bocetos biográficos de famosos
violentos. Mucho del material original de estas secciones proviene de
documentos secretos del archivo personal del padre Guzmán. La
tercera y última parte combina interpretaciones sociológicas y
jurídicas de la Violencia escritas por Fals Borda y Umaña Luna.
Una de las críticas más perspicaces al libro apareció poco después
de su publicación. En un panfleto titulado La Violencia en Colombia,
análisis de un libro, el jesuíta Miguel Angel González reprende a
Guzmán, Fals Borda y Umaña Luna por su falta de objetividad. Pone
en duda su representación de las autoridades conservadoras como
promovedoras de Violencia con inclinaciones criminales, y de los
violentos como hombres buenos arrastrados al monte por un
demoníaco sistema socio-político. Este perjuicio, sostiene González,
junto con el respaldo en material original privado y la tendencia a
sacar conclusiones no confirmadas por datos fragmentarios, indican
que hay que darle a la Violencia un tratamiento más detenido e
imparcial que el de Guzmán y sus co1egas2°.
La aparición en 1964 del segundo tomo de La Violencia en Colombia,
defraudó a quienes esperaban que fuera mejor que su predecesor. Es
en realidad muy inferior: contiene documentos legalistas generados
por el movimiento guerrillero de los Llanos Orientales y el Tolima, un
capítulo respecto a los niños huérfanos por la Violencia y una tercera
sección que consiste en una lista de más de cien llamadas “causas de la
Violencia’^. La lista es tan prolija y tan repleta de términos
sociológicos que en vez de iluminar, oscurece el tema. En conclusión,
el estudio de Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna
es un esfuerzo loable aunque imperfecto que suscita más preguntas de
las que contesta, y que demuestra la necesidad de analizar más a
fondo el fenómeno.
Después de la investigación del padre Guzmán se produjo una
explosión de estudios eruditos sobre la Violencia, estimulada en parte
por la creencia que el combate rural en Colombia podría ser el
precursor de una revolución al estilo cubano. Entre las obras más
influyentes de esta “nueva generación” está un ensayo de Camilo
Torres Restrepo, titulado “La Violencia y el cambio socio-cultural en
la Colombia rural”. Este estudio presenta la lucha como conse-

20. Miguel Angel González, La Violencia en Colombia, análisis de un libro,


Bogotá, Centro de Estudios Colombianos, 1962.
21. Germán Guzmán, La Violencia, II, págs. 410-417.

IK
cucncia del sectarismo partidista que las élites gobernantes
manipulaban para mantener a las clases bajas divididas e impotentes.
Alimentada por la agresividad social que surgió de las frustraciones
de las ciases populares explotadas, la Violencia fue implícitamente un
movimiento revolucionario. Y porque rompió las viejas estructuras
clientelistas y paternalistas del control social en el campo, fue
también una fuerza importante para el cambio social de la Colombia
. Cuando los campesinos formaron grupos de guerrilla para su
rural2223
24
autodefensa, comenzaron a adquirir un sentido de “solidaridad de
grupo” que los llevó a una verdadera conciencia de clase. El
sectarismo, tan exitosamente empleado por las clases dominantes, les
sirvió a los campesinos para convertirse en un grupo de presión “de
importancia definitiva en el cambio de la sociedad colombiana’^;
Camilo Torres llamó al suyo “un análisis positivo de la violencia”.
El análisis marxista de Camilo Torres encontró eco en los trabajos
posteriores de numerosos estudiosos. El sociólogo brasileño L. A.
Costa Pinto desarrolla la idea de que las élites del partido liberal y del
partido conservador eran de hecho “un super-partido” que a través
de la historia se ha coligado para defender sus intereses cuando se ha
visto amenazado por alguna fuerza exterior. Costa Pinto hace énfasis
en que los líderes de las dos colectividades pronto olvidaron sus
diferencias cuando se vieron desposeídos del poder por el general
Rojas Pinilla. Fácilmente pusieron fin a la Violencia después de 1957,
el año de la caída de Rojas y de la formación del Frente ■ Nacional,
porque el hacerlo en ese momento era de manifiesto interés para ellos.
“Negar a la Violencia su carácter de lucha de clases”, escribe en Voto y
cambio social, “es aceptar un concepto falso y simplista de la lucha de
clases en la historia’^4.
El historiador E. J. Hobsbawm, destacado investigador de las
rebeliones rurales, encuentra especial significado en las “frustraciones
y tensiones largamente reprimidas” de los campesinos colombianos.
Explica que “la Violencia de 1948 y la posterior se considera mejor
como una revolución social de masas que, por carencia de

22. Camilo Torres Restrepo, “Social Change and Rural Violencia in Colom­
bia”, en Irving Louis Horowitz, Ed., Masses in Latín América, New York,
Oxford University Press, 1970, págs. 503-546. El ensayo se publicó original­
mente bajo el título “La violencia y los cambios socio-culturales en las áreas
rurales colombianas”, en Asociación Colombiana de Sociología. Memoria del
Primer Congreso Nacional de Sociología, Bogotá, Editorial Iqueiinn, 1963).
23. Camilo Torres, Memoria del Primer Congreso, pág. 142.
24. L. A. Costa Pinto, Voto y cambio social: el caso colombiano en el contexto
latinoamericano, Bogotá, Tercer Mundo, 1971, págs. 34-35.

19
organización y liderazgo efectivos, abortó en una desorientada
guerra civil y en anarquía”25.
El sociólogo francés Pierre Gilhodes respalda la teoría de Torres y
de Hobsbawm sobre “la revolución frustrada”, citando comentarios
de violentos como Chispas, Sangrenegra y Desquite para establecer
que a ellos los había animado la esperanza de producir una revolu­
ción social2627
.
Las interpretaciones marxistas de la Violencia se volvieron menos
frecuentes después de 1965, porque los investigadores descubrieron
que no podían probar las suposiciones sobre las cuales se habían
basado. Estos trataron en vano de establecer correlaciones positivas
entre la Violencia y las privaciones económicas; y no pudieron probar
su tesis básica que los niveles de frustración y alienación fueron
significativamente más altos en las áreas de Violencia27. Al fin, los
hechos parecían contradecir la hipótesis principal de Camilo Torres:
que la Violencia rompió los moldes del control social tradicional en
las áreas rurales, permitiendo que los campesinos desarrollaran un
sentido de solidaridad de clase y los mecanismos para promover sus
propios intereses. Por el contrario, la evidencia indicaba que las viejas

25. E.J. Hobsbawm, “Peasants and Rural Migrants in Politics”, en Claudio


Veliz, Ed., The Politics of Conformity in Latin América, New York, Oxford
University Press, 1967, pág. 52.
26. Pierre Gilhodes, La question agraire en Colombie, 1958-1971, Paris,
Armand Colin, Fondation Nationalc de Sciences Politiques, 1947, págs.
284-385.
27. En su tesis doctoral no publicada, “Political Modernization in Colom­
bia”, University, 1967, pág. 53, Richard S. Weinert dio como ejemplo el caso
de otro estudiante quien “trató en vano de encontrar correlaciones entre la
fuerza del partido y variables sociológicas como ingresos per cápita, nivel de
alfabetización y tenencia de la tierra en regiones de Violencia”. Weinert
empleó otros datos a fin de afirmar que “hay poca correlación necesaria entre
la deprivación económica y la violencia en regiones caficultores azotadas por
ella...”. Ver su “Violencia in Pre-Modern Societies: Rural Colombia”, The
American Political Science Review, 60:2, 1966, 343. Datos sobre los “bajos
niveles de alienación” en gentes que* sufrían la Violencia se encuentran en
Joseph William Monahan, “Social Slructure and Anomie in Colombia”,
tesis doctoral no publicada, University of Wisconsin-Madison, 1969, pág.
125 et. seq. Ya entrada la década de 1970, la mayoría de los estudios de la
Violencia está de acuerdo con que la Violencia colombiana no tuvo caracte­
rísticas revolucionarias. Ver el comentario que sostiene esta tesis en Ronald
Lee Hart, “The Colombian Acción Comunal Program: A Political Evalua-
tion”, tesis doctoral no publicada, University of California at Los Angeles,
1974, pág. 124.

20
e.iinduras sociales resurgieron rápidamente, aun en áreas de
tremendos disturbios. Aquellas comunidades organizadas en tiempos
de la Violencia sobre una base socialista o comunal regresaron
paulatinamente al sistema general de propiedad privada/* los
modelos tradicionales de votación perduraron9 y los ligamentos
clientelistas volvieron a mostrar mucho de su vigor tradicional.
Un contrapunto metafórico de estas revelaciones fue la muerte de
Camilo Torres en 1967. El sacerdote, convertido en guerrillero,
murió en una emboscada del ejército mientras intentaba apresurar el
proceso del cambio social que antes había descrito en términos
académlcos301
Una vez entendido que la Violencia era otra cosa que el primer acto
estrafalario en algún drama revolucionario, la búsqueda de causas
continuó, pero en otras direcciones. Un intento notable de relacionar
la Violencia con la modernización social es el de Richard Weinert. En
un artículo muy leído que se publicó en 1966 en The American
Political Science Review, Weinert explica que los mismos éxitos del
partido liberal en manipular las fuerzas de la modernización para
beneficio propio hicieron que el partido conservador debilitado
reaccionara fuertemente no sólo contra los liberales sino también
contra la idea misma del cambio. Los conservadores, dirigidos por
Laureano Gómez, respondían al “legitimismo populista” que, a su
turno, “estimulaba las identificaciones tradicionales, las cuales
intensificaron resentimientos dentro de la población ‘pre-moderna’
” ". La Violencia resultante se basó en aquella respuesta de un partido
conservador “pre-moderno” ante la modernización, y no en la
frustración social y a1ienación32. Otros hubo que ofrecieron distintas28
32
*31
29

28. Se establece esta proposición en Orlando Fals Borda, “Violencia and the
Break-Up of Tradition in Colombia”, en Claudio Veliz, Ed., Obstacles to
Change ifLatinAmerica, New York, Oxford University Press, 1969, pág. 198.
29. Ver capítulo IX.
10. Tres obras que contienen la historia de los últimos años del padre Camilo
Torres son: Camilo, presencia y destino, Germán Guzmán Campos, Bogotá,
Servicios Especiales de Prensa, 1967; Camilo Torres: el cura guerrillero,
Walter J. Broderick, Barcelona, Editores Grijalbo, \97T, Elfinalde Camilo,
Alvaro Valencia Tovar, Bogotá, Tercer Mundo, 1976.
31. Richard Weinert, “Political Modernitation”, pág. 56.
32. Weinert escribió su ensayo para responder a unas contradcc-mnrs que
creyó encontrar en Robert C. Williamson, “Toward a Thcory <»l Political
Violence: The Case of Rural Colombia”, Western PoliticalQuarterlv, marzo,
1965, págs. 35-44. Weinert no se dejó convencer por la tesis de Williamson,
quien atribuyó a la alienación y a frustraciones sociales, políticas, y cconómi-

21
explicaciones de la Violencia. El siquiatra José Francisco Socarrás
propuso que indios caníbales, como los pijaos del Gran Tolima,
dejaron una huella de innata agresividad en sus descendientes,
inclinándolos “naturalmente” a la Violencia33. El sociólogo Everett
Hagen, en La necesidad de la agresión en Colombia, exploró la misma
tendencia hacia la Violencia, pero en ella vio una respuesta aprendida
durante siglos de violencia doméstica34. Jaime Jaramillo Uribe
encontró significado en el hecho de que las áreas de alta Violencia
fueran aquellas donde el gobierno colonial español se había
asentado con menor autoridad3536 . Otro aspecto del mismo argumento
37
fue presentado por Luis Duque Gómez, quien encontró que los
escenarios de la Violencia coincidieron con zonas de colonización
moderna36. La presión demográfica la destacaron como un factor de
causa Bernardo Gaitán Mahecha, Germán Guzmán, y Luis López de
Mesa se preguntaba si la falta de proteínas en la dieta de la gente de la
cordillera no era una causa importante de la Violencia37.
A través de los años hubo quienes sostuvieron que la política fue la
causa primordial de la Violencia, y que ésta surgió de la mortal unión

cas la causa de la Violencia. Weinert rechazó esta tesis porque de ella no salía
en forma lógica una explicación del carácter netamente rural de la Violencia.
Aquellas contradicciones aparecen en el capítulo 13 de Robert H._ Dix,
Colombia: The Political Dimensions of Chango, New Haven Yale University
Press, 1967, págs. 360-386. Dicho capítulo, titulado La Violencia, empieza
con la afirmación de que la Violencia “surgió de la superimposición de la
crisis de modernización en Colombia sobre la estructura de odios heredita­
rios en el país”. Dix, quien había leído la explicación propuesta por William-
son, al parecer no pudo consultar la revisión convincente de éste, escrita por
Weinert antes de terminar sus investigaciones. Sin embargo, parece que
reconocía la debilidad inherente a la teoría de “la crisis de modernización”,
pues no la aplica con todo rigor.
33. Francisco Posada, “La violencia y la vida colombiana”, Documentos
Políticos, No. 67, mayo-junio de 1967, pág. 14.
34. Everett E. Hagen, El cambio social en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo,
1957, págs. 97-101.
35. Entrevista personal con Jaime Jaramillo Uribe, Bogotá, 15 de julio de
1968.
36. Citado en Robert Dix, Colombia, pág. 366.
37. Bernardo Gaitán Mahecha, Misión histórica del Frente Nacional: De la
Violencia a la democracia, Bogotá, Editorial Revista Colombiana, 1966, pág.
36; Germán Guzmán, La Violencia, II, pág. 395; Luis López de Mesa, “Un
Historial de la Violencia”, El Tiempo, 30 de septiembre de 1962.

22
«le intensas lealtades partidistas con imperfectos mecanismos de
gobierno nacional. Esta fue la teoría del “ataque cardíaco”
institucional ofrecida por López de Mesa en 1955, y por otra
K<uleración de estudiosos más de veinte años después. Paúl Oquist, al
final de su extensa tesis doctoral, Violence, conflict, andpolitics in
Colombia, escribió que “el Estado colombiano había perdido su
eficacia durante la Violencia hasta el punto de que se pudo hablar de
colapso parcial del Estado... ocasionado por intensas rivalidades
sectarias entre los partidos liberal y conservador...”38. Alexander W.
Wildc escribió dos años más tarde, en 1978, que la Violencia en
ascenso se convirtió en “un problema insoluble” para la “democracia
oligárquica” de Colombia, ocasionando la desintegración de todas
las normas institucionales3940 . Según Wilde las élites políticas no
41
poseían pericia suficiente para evitar la destrucción del sistema. Otros
dos científicos políticos responsabilizaron a las élites políticas como
las principales culpables de la Violencia. “Las élites políticas
pudieron haber controlado la Violencia rural a su comienzo”,
escribió John Pollock en su ensayo sobre el tema. “Pudieron haber
destinado fondos para el ejército y unido el poder de sus periódicos
para condenar toda violencia desatada contra miembros de
. cualesquiera de los dos partidos, si lo hubieran deseado. No obstante
escogieron más partidismo que transformó la movilización social y la
rivalidad entre los partidos en un violento partidismo de masas, en un
conflicto de masas”40. James Payne presenta la hipótesis de que en su
lucha venal por status y beneficios en los cargos públicos, “los
incentivos mayores de los políticos colombianos”, las élites
desataron “una contienda defensiva” que sus métodos de gobierno
no pudieron contener4!
Otros se desviaron del examen de las élites políticas y se enfocaron
en el campo, como la verdadera esfera de la Violencia. Steffen

38. Paúl Oquist, Violencia,, conflicto, p. 324.


19. Alexander Wiley Wilde, “Conversations among gentlemen: Oligarchical
dcinocracy in Colombia”, Juan J. Linz andAfred Stepan, The Breakdown
democratic regimes, Baltimore, John Hopkins University Press, 1978, pág.
39.
40. John Pollock, “Evaluating regime performance in a crisis: Violence,
political demands, and elite accountability in Colombia”, Stanford Univer­
sity, 1969 (mimeografiado), pág. 98.
41. James L. Payne, Patterns of conflict in Colombia, New Haven, Vale
University Press, 1968, passim.

23
Schmidt, proponente de la escuela estructural de la etiología de la
Violencia, vio en la omnipresente red de relaciones patrón-cliente
dentro de la Colombia rural una clave para entender el conflicto.
Según Schmidt, la debilidad del gobierno centralista en el primer
período de la República obligó a las élites rurales a construir redes de
“súbditos” leales para la defensa de sus intereses. Con la formación
de los partidos conservador y liberal a mediados del siglo XIX,
innumerables relaciones patrono-cliente se coligaron en dos grupos
representados por los dos partidos. Considerando que el control del
gobierno nacional, su patronaje y protección, beneficiaba a los
miembros del partido en el poder, el interés primordial de los
patronos y de sus clientes era el de ver triunfar su partido, ya fuera en
las elecciones o en la guerra civil. Y la guerra civil arrasó
constantemente a la nación en la última parte del siglo XIX. Ya para
el siglo XX los colombianos estaban intensamente politizados dentro
de sus propias redes clientelistas. Cuando la autoridad del gobierno
central se desmoronó a finales de 1949, los conservadores y los
liberales no sólo estaban listos a acometer los unos contra los otros
sino que era fácil hacerlo gracias a las agrupaciones clientelistas que
facilitaban la identificación del amigo y del enemigo. En palabras de
Schmidt:

“Los notables de cada localidad, y los líderes campesinos de


vereda, continuaron movilizándose, bien en la ofensiva o en la
defensiva. Los líderes de la guerrilla eran los patronos (a menudo
en sentido literal, en el caso de que eran los terratenientes locales,
o sus hijos). Ofrecían liderazgo, protección, armas y alimentosa
cambio de la lealtad de sus seguidores campesinos’^2.

El autor utilizó la frase “patronalismo defensivo” al describir la


movilización de patronos y clientes para fines de defensa mutua.
Hacia finales de la década 1970-79, investigadores de todas las
disciplinas humanísticas, de todas las ideologías y metodologías se
habían entregado a la labor de explorar la Violencia en Colombia,
creando en el proceso un cuerpo respetable de obras académicas. No
obstante, el resultado final es decepcionante. Entre quienes estudian
ese cuerpo hay un sentimiento persistente de que algo falta, de que en
alguna forma la Violencia no puede ser aprehendida dentro de
ningún paradigma sencillo o capturada entre los empastes de un solo
tomo. Las mismas características de la Violencia ayudan a explicar

42. Steffen W. Schmidt. “La Violencia revtsitcd : The clienteiist bases of


political Violence in Colombia”, Journal of Latin American Studies, 6 de
mayo de 1974, pág. 102.

24
la difi. uliail de su análisis académico. Primero, se prolongó durante
get'tH de veinte años, período durante el cual las presiones de la
miultrinización fueron transformando la vida nacional. El rápido
•mmuito de la población, la urbanización, los avances en las
mmiiiic-aciones y muchos factores relacionados hicieron de la
Colombia del bogotazo una nación muy diferente a la del Frente
Na urnal, Segundo, de la misma manera en que Colombia cambió a
lo largo de dos décadas, así también lo hizo la Violencia.
Esta pasó por cuatro distintas fases determinadas, hasta cierto
punto, por acontecimientos de la vida política de la nación. La primera
fase, 1946-1949, se caracteriza por la desintegración política
pi i igiesiva a nivel nacional y de violencia sectaria en muchas regiones
d< provincia. Son los años de Violencia incipiente. El asesinato de
' olián el 9 de abril de 1948 fue el suceso más importante del período,
que terminó en noviembre de 1949 con el fracaso del sistema
bipartidista43. La segunda fase, desde noviembre de 1949 a junio de
l'Gt. se identifica por la Violencia en su aspecto más sectario, o sea
más "tradicional”. Esto quiere decir que muchos actos de Violencia
surgieron de la hostilidad entre los partidarios de la hegemonía
• oiiservadora y los miembros del partido liberal, ya fueran civiles o
prn-rrilleros. La tercera fase se inicia con el golpe militar del general
' .it-.iavo Rojas Pinilla el 13 de junio de 1953. La Violencia declinó
i h lunáticamente durante el primer año del gobierno de Rojas, pero en
seguida volvió a encrudecerse y así se mantuvo hasta su derroca­
miento, el 10 de mayo de 1957. Aunque no tan extendida como
durante la segunda fase, la Violencia llegó a su mayor grado de
complejidad bajo el régimen del Rojas. Había, además de la lucha
sectaria tradicional operaciones militares contra las guerrillas
liberales, a las que el gobierno calificaba de comunistas, una violencia
dilusa de carácter económico; numerosos asesinatos por contrato,
horrendos genocidios perpetrados por pandillas de sicópatas y
autentica lucha revolucionaria en algunas regiones. La cuarta y
tíllima fase de la Violencia comenzó con la caída de Rojas Pinilla y la
aproximación entre los partidos conservador y liberal, que llevó al

4 I I 'n ra los conservadores, la iniciación de la Violencia se fija en el año 1948,


«u.mdo murió asesinado Gaitán y ocurrió el Bogotazo, o en 1930, cuando
c.mrnzó la hegemonía liberal, que duró dieciséis años. Por otra parte, los
liberales dan como principio de la Violencia el año 1946, cuando volvieron al
peder los conservadores. El autor prefiere el concepto más amplio de “fase
iiaipii-ntc", puesto que la Violencia se inició en distintos momentos en
ditereutes parles después de 1946, generalizándose por toda la nación des­
pués de 1950. ’ .

25
establecimiento del Frente Nacional. La mayor parte de la Violencia
sectaria se acabó en ese momento, permitiendo a las fuerzas del
orden, en un período de ocho años, atacar sistemáticamente a los
componentes criminales, sicópatas y no tradicionales (comunistas)
de la Violencia. Para 1965 ésta estaba efectivamente terminada44.
La tercera y más controvertida característica de la Violencia es su
carácter regional. Al igual que los colombianos desarrollaron
distintos dejos y dichos al hablar, distintos trajes populares y aun
rasgos de personalidad de acuerdo con su provincia de origen, la
Violencia también exhibió muchas variaciones regionales4546 . Este fue
el más importante impedimento para alcanzar un tratamiento fluido
e integrado de ella. A causa de estas diferencias regionales, la lucha en
una determinada zona no obedecía necesariamente a la periodicidad
citada arriba. Por ejemplo, en Norte de Santander la Violencia se
generalizó ya que 1946 y 1947, cuatro años antes de que comenzara a
azotar el departamento del Tolima. En forma parecida, terminó en
los Llanos Orientales en 1953, pero en el Tolima se desarrolló sin
control entre ese año y 19584*. A pesar de que en su contorno más
amplio fue un fenómeno coherente y unificado, en su aspecto
regional la Violencia mostró facetas tan matizadas como el mismo
campo colombiano.
Siguiendo el notable intento de Germán Guzmán de contar la
historia de la Violencia en un solo volumen, otros escritores optaron
por el mismo empeño quijotesco, llegando a similares conclusiones:
antes de que la Violencia pueda ser entendida adecuadamente, debe
ser examinada en sus contextos regionales y aun locales. El estudio
regional, a su turno, debe mostrar una sensibilidad hacia los sucesos a
nivel nacional e iluminar los vínculos a escala nacional, regional y

44. Otros que han clasificado a la Violencia por períodos son Germán
Guzmán, La Violencia, I, págs. 23-140; Eduardo Santa, Sociología política de
Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, 1064, págs. 64-70; Russell W. Ramsey,
Guerrilleros y soldados, Bogotá, Tercer Mundo, págs. 20-21.
45. Germán Guzmán reconoció esto cuando dividió la Violencia, cronológi­
camente, en “la primera ola” y la “segunda ola”, y también regionalmente.
Las cinco regiones que recibieron estudio minucioso son Tolima, los Llanos
Orientales, Boyacá, Cundinamarca ' y Antioquia. También recibieron aten­
ción especial Valle, Chocó, Cauca, Santander, Santander del Norte, Huila y
Bolívar. Ver: Germán Guzmán, La Violencia, I, págs. 39-140.
46. Una idea de esas variaciones se encuentra en el Apéndice II y en otras
partes del presente estudio.

26
Inyit1 a través de tos cuates se transmito te Vtotenda47. RusseH
Raínsiy presentó en forma concisa el argumento a favor de un
análisis regional:

“EnHudios regionales y tópicos parecen ofrecerla mejor promesa


por construir una historia bien fundada de la Violencia. El
inve.iigador que recorriera las tierras del Tolima, o de
Htlii1lllder, o de Boyacá, entrevistara a testigos presenciales, y
• saminara exhaustivamente las colecciones locales de cartas y
díai ios, podría escribir sobre la Violencia con un nuevo grado
de sofisticación. Una docena de estudios, por el estilo, trabaja­
dos también sobre documentos y recuerdos a nivel nacional, po­
dría sostener una historia bien fundamentada48.

Iw estudio es un intento de situar la Violencia colombiana en un


ia‘imr1o regional. Es una historia del hermoso departamento del
I oliina y del largo conflicto que se instaló allí a mediados del siglo XX.
* orno tul, representa el primer esfuerzo sostenido por “recorrer las
Itetrns” de un lugar oscurecido por la sombra de la Violencia.

1 EL TOLIMA Y EL ESTUDIO REGIONAL DE LA VIOLENCIA

Poi varias razones el Tolima es un marco apropiado para la primera


hhioiiu regional de la Violencia. De todos los departamentos fue el
que lu sufrió más intensamente, experimentando en el proceso todo
a^p.. to tic la compleja lucha. A pesar de ser predominantemente rural,
•■i I olimii estaba bastante cerca del centro político de la nación. Esto
qu>i1a decir que se encontraba bien ubicado para facilitar un análisis
de ese nexo entre e1 centro y te perlfer1a, tan Aportante en te creacton
y en el sostenimiento de la Violencia. El Tolima era pequeño tanto en
•!l••u como en población humana, pero poseía una diversidad de

47 Tres de ellos eran Russell W. Ramsey, Guerrilleros y soldados, James


* ia- id I Icndcrson, “Origins of the Violencia in Colombia” (tesis doctoral no
publicada, Tcxas Christian University, 1972); Paúl Oquist, Violencia, con­
fín M
46 Russell Ramsey, “Critical bibliography”, pág. 44. Se han referido los
íiaiiim.1g(>'-, a la falta de estudios regionales que pudieran iluminar los proce­
sos políticos colombianos. En la introducción a su valioso estudio a nivel
pu.hu ipai, Paúl Oquist advirtió que “es necesario llevar a cabo estudios
d¡|.arlalll<•llta1cs exhaustivos' que incluyan datos básicos socio-económicos
énmarcados por un análisis estructural global”.

27
DIVISION POLITICA DEL TOLIMA
MEDIADOS DEL SIGLO XX

28
MANIZALES

V.'
\ CALDAS Isabel»^

Anzoatcgui J
CUNDINAMARCA

Gmcedon

META

ConwnclonM

Carretera pavimentada
Carretera destapada —
Carrilera • •
Capital del Departamento Q]
HUILA Ciudad “
t-AUtA
Cabecera
Vereda

mllMA: MAPA FISICO

29
tierras y de gentes que lo hacían representativo de aquellas partes de
la nación afligida por la Violencia. En resumen, a través de la
exploración de la historia tolimense se puede obtener una visión
agudamente delineada de la Violencia y del sistema socio-político
*
colombiano. Este método de acercamiento trae al estudio una
intimidad e inmediación que están fuera del alcance de investigaciones
académicas previas.
El departamento del Tolima forma un óvalo desigual balanceado
en uno de sus extremos e inclinado ligeramente hacia el nororiente.
Parece apoyarse sobre el vecino Cundinamarca, una observación no
tan imaginativa como parece, ya que el pequeño Tolima tradicional­
mente fue algo así como una barca meneándose detrás del
departamento hermano, más grande y políticamente más significa­
tivo. Corriendo a lo largo del Tolima, de sur a norte, se encuentra el
río más importante de Colombia, el Magdalena. Esto, además de la
ubicación central del Tolima, sirvió para hacer del departamento un
cruce de caminos desde los primeros tiempos. Antes del transporte
aéreo, todo el que visitara a Bogotá atravesaba el Tolima por una o
dos rutas. La primera venía río Magdalena arriba hasta Honda, el
más norteño de los pueblos del departamento y puerta de entrada al
tortuoso camino hacia los altos de la Cordillera Oriental y hacia
Bogotá. Los viajeros provenientes de la Costa del Pacífico cruzaban
hacia el Tolima a través del paso del Quindío, sobre la Cordillera
Central. Bajaban las montañas hacia Ibagué, capital del Tolima, y
luego seguían hacia Girardot a través de una carretera que divide al
departamento por su mitad49. Geográficamente, entonces, el Tolima
es un extenso valle delimitado por dos cordilleras, la Cordillera
Central y la Cordillera Oriental. Las montañas y sus estribaciones
ocupan cerca del sesenta por ciento del área departamental, y más de
la mitad de sus habitantes está ubicada allí50.
La mayoría de la población del Tolima es mestiza, de ancestro
indio-europeo, y se diferencia principalmente por su lugar de
residencia. Los que viven en el cálido valle o llano del Magdalena son
descendientes de los españoles que* se establecieron allí en el siglo
XVI. A los tolimenses que viven en las áreas altas templadas se les
considera como recién llegados. Sus antecesores fueron parte del gran
movimiento migratorio que desde Antioquia se volcó hacia el sur en49 50

49. Girardot está ubicado al otro lado del río Magdalena en el departamento
de Cundinamarca.
50. Colombia, Instituto Colombiano Agropecuario, Información básica del
departamento del Tolima para programas de desarrollo agropecuario, Bogotá,
ICA, 1972, pág. 4.

30
el Njglo XIX, llenando los valles de las tierras altas de la Cordillera
Central. Un quince por ciento de los tolimenses son indios, la
mayoría de los cuales viven en la parte sur-central del departamento.
I ,r. gentes del Tolima son agricultores en su mayoría y sus cultivos
islán determinados por la dicotomía entre las tierras altas y bajas.
I un principales cosechas productoras de dinero en el llano son arroz,
«n ña de azúcar, algodón, sorgo, ajonjolí y tabaco, mientras en las
lienas templadas domina el café. En todo el departamento hay
regiones ganaderas, las cuales se encuentran más concentradas en el
llano y en las estribaciones andinas. La población del Tolima,
predominantemente rural, se calculó en 1973 en aproximadamente
M(10.()()() personas, lo que representa un aumento de más del 25%
desde 19:51-51 y arrojaba una densidad de población de 39 personas
por kilómetro cuadrado, distribuidas más bien equitativamente
sobre los 23.325 kilómetros cuadrados del departamento.
Esta breve descripción del Tolima y de los tolimenses decepciona
■ ti el sentido de que no implica un sentido del aislamiento físico que la
tierra impone sobre sus habitantes. Aún hoy en día, cada valle
montañoso, cada polvorienta esquina del llano es en sí mismo un
pequeño mundo, con sus propias y únicas historias y personalidad.
J'No se explica en parte por el hecho prosaico de que únicamente en
los últimos tiempos haya sido posible ir de una parte a otra dentro del
departamento sin gran desgaste de energía y tiempo. En la década de
FUI) aún no existían vías pavimentadas a los principales pueblos de la
• •udillera, a excepción de Cajamarca,en la ruta principal de oriente a
occidente que une a Bogotá con la Costa del Pacífico, y de Fresno, en
la c arretera entre Honda y Manizales. El resto del departamento sólo
.oniaba con vías destapadas, frecuentemente cerradas por desli­
zamientos en épocas de lluvia, traqueadas y polvorientas aún en
condiciones óptimas. Hace veinte años esas vías montañosas eran,
d-sdc luego, primitivas, y hasta seis de las cabeceras municipales sólo
o podía llegar a lomo de muía51 52. Virtualmente todas las otras
poblaciones de tierras altas y las haciendas de las regiones interiores
quedaban a bastante distancia de sus cabeceras, distancia que había

51. La población del departamento creció de 712.490 habitantes en 1951 a


ni 424 en 1964 y a 904.000 según algunos cálculos, en 1973. Fuentes:
• oloiiibia, 1CA, Información básica, pág. 23; Colombia, The Colombia
iitlm malion scrvice, Colombia today, regions of Colombia, Ncw York, The
( • olombian information service, 1974, pág. 71.
52. Fueron Anzoátegui, Herveo, Río Blanco, Roncesvalles, San Antonio y
Villahermosa. Se encuentran detalles sobre las condiciones físicas generales
fg ’I nimia, Contrataría, Anuario estadístico histórico-geográ/ii'o de los mimh
tifiáis del Tolima, 1956, Ibagué, Imprenta Departamental, 1957.

31
que recorrer a través de una larga y ardua senda. Este aislamiento
entre una y otra región del Tolima es un hecho que escapa fácilmente
a una consideración breve sobre el departamento y su gente. Sin
percatarse de que el Tolima en sí mismo es un sitio de muchas
regiones únicas, se corre el riesgo de equivocarse en la apreciación de
la dinámica esencial de la Violencia. Este es un punto que se hace más
claro en el caso de Santa Isabel, el conturbado municipio cuyo
registrador aparece al comienzo del presente estudio.
Santa Isabel, colgada en lo alto de la Cordillera Central, fue uno de
los primeros lugares del Tolima donde comenzó a derramarse sangre,
y antecedió a la mayoría de los otros 39 municipios del departamento
en verse envuelta en la Violencia, un hecho que se explica mejor por
medio de una investigación que nos devuelve hacia la fundación del
municipio”.
En ninguna época de su historia fue Santa Isabel un sitio tranquilo.
En sus primeros días era sencillamente un punto de parada sobre un
camino de muías que atravesaba la Cordillera Central, un lugar
desolado, con chozas en donde los arrieros pasaban la noche antes de
continuar su jornada. El descubrimiento de pequeñas minas de oro y
plata atrajo a un turbulento grupo de colonos que contribuyeron a
difundir el rumor de que la región estaba llena de tierras ociosas,
ideales para el cultivo del café y otras cosechas. En 1895 llegaron allí
los primeros colonos provenientes de la ciudad caldense de Salamina
quienes bautizaron la miserable aldea Tolda de María, caprichoso
nombre cambiado más tarde por Santa Isabel en recuerdo del nevado
y páramo hacia el Occidente-”. En 1907 el pueblo y sus cercanías se
convirtieron en municipio, y cinco años después éste recibió diez mil
hectáreas de tierras baldías, de propiedad nacional, para su
distribución entre los nuevos colonos.53 55 Por aquella época ya se
54
habían establecido numerosas fincas cafeteras, una de las cuales
tendría varios cientos de miles de matas de café al término de solo una
década56.

53. Entre los dieciséis departamentos colombianos en 1949, el Tolima se


encontraba entre aquellos cuya tasa de homicidios era la más baja de la
nación, cf. Apéndice II.
54. Contraloría General de la República, Geografía económica de Colombia,
Vol. VII; Tolima, editado por Gonzalo París Lozano, Bogotá, Contraloría
General de la República, 1948, pág. 430.
55. James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia,
Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979, pág. 132.
56. Diego Monsalve, Colombia cafetera, Barcelona, Artes Gráficas, 1927,
pág. 549.

32
Había tifo factor que le confería notable continuidad a la vida
Uunh ■ ¡pal de Simtn Isabel: la política. Los ca1dkdses que fundaron el
pueblo cu IN’5 eran miembros del partido conservador, ya para
sHhqiytííi una institución histórica en Colombia. envuelta en eterna
bsíulla ton su antagonista. el partido liberal^. Vinieron otros
gnlunus da mentalidad semejante, y para la segunda década del siglo
ama hulcl tenía fama de ser un lugar donde los conservadores
podían prosperar. En 1916 el obispo de Ibagué, Ismael Perdomo,
píojifeirt el establecimiento de centenares de familias conservadoras
laida Isabel, a través de la formación de una corporación llamada
Sociedad fomentadora de la Acción Social. El obispo vendió
aekirmks de la corporación y utilizó el capital para comprar la
íou-¡tilda /,« Yuca, de los herederos del general Manuel Casabianca,
un «■audlllo conservador que ocupó seis veces la gobernación del
| “lima. I ■ a hacienda, ubicada a lo largo del límite norte de Santa
1^-twl ion el municipio del Líbano. fue dividida en 360 parcelas de 25
1iec látcaa cada una y vendida a leales familias conservadoras58.
í hacías. en parte, a los esfuerzos colonizadores del obispo Perdomo,
Ios habitantes del pequeño municipio gozaron de su mayor período
d= Iféllh idad y prosperidad durante aquella época. En 1928 sumaban
fe ■ ■ ■ almas, más del doble de la población de diez años atrás59.
l tespitéN ele más de treinta años de paz y prosperidad bajo el
i ii tmo partidista, llegó lo que los conservadores de Santa Isabel
denominaron el desastre. Erróneas tácticas k1ketora1ks a nivel
Hihmal hicieron que el poder político se saliera de sus manos en
|y Ib: condenándolos a casi dos décadas de gobierno de los liberales,
grupo qur entre ellos nunca fue más que una triste minoría60. Desde la
posición ventajosa que ocupaban a mediados de 1949, a los
:: .fadores de Santa Isabel les pareció claro que los liberales, y
Nofemunte ellos. habían llevado al municipio hacia la perdición

I' l ■ nntralurlu del Tolima, Anuario estadístico-histórico-geográfico de los


...... ■ del Tollina, Ibagué, Imprenta Departamental. 1956, pág. 331.
Hidiiití Gullerrrz, Monografías, Vol. II, Bogotá, Imprenta Nacional,
jlll■ pág 212,
ff i ■ Hilhaloiía did Tolima, Anuario estadístico delTolima, Ibagué, Imprenta
Hs|íaiamtmlal, 1937, pág. 33.
fetl l lams k1ketora1ks de Santa Isabel en el período 19.30-1970, indican que
líheudcs ctiiistiliihm entre 1-5 y 20% del total. Ver: DAÑE, “E1kceiodks presi-
d=H^^Íal!^!s”i pág, 2K5,

33
después de 1930. En su concepto los miserables liberales, al despedir a
los conservadores de los puestos públicos del municipio y al invadir la
policía departamental con individuos sectarios e incompetentes,
habían sido los únicos culpables de los tiempos difíciles. Hubo a
finales de los años treinta días horribles en que la policía ebria
disparaba al aire todas las noches, golpeaba y mataba a campesinos
conservadores y a veces también a individuos de más alta condición,
procederes que causaron encono en el corazón de todo buen
conservador. Afortunadamente para ellos, todo eso comenzó a
cambiar en 1946, cuando los liberales cayeron del poder, aunque las
cosas no mejoraron de la noche a la mañana. El nuevo mandatario
conservador insistió en una política demente de “cooperación” con la
oposición, lo cual significó para Santa Isabel que los cargos de
alcalde, tesorero, recaudador del impuesto de licores y jefe de la
policía —toda la panoplia del gobierno municipal, en una palabra
continuaran en manos de los liberales.
El presidente Ospina Pérez pronto se percató de su error, según la
lógica conservadora, ya que el 9 de abril de 1948 los liberales
mostraron su verdadera catadura al levantarse contra el gobierno
legítimo de Bogotá, Tolima y la nación entera6*. ¿Qué otra prueba era
necesaria después de los desgraciados sucesos del nueve de abril,
cuando el santo padre Ramírez fue linchado por la chusma liberal en
Armero, cuando fue destruido el centro de Ibagué y abierta la cárcel
para permitir que un populacho asesino invadiera el departamento?
¡Incluso en Santa Isabel, la casa parroquial fue volada por los
revolucionarios^. Y luego, una vez que el orden se restableció, el
gobierno tuvo el descaro de enviar un destacamento del ejército y un
alcalde militar para regir los destinos del pueblo, como si los
santaisabelinos no supieran manejar la subversión roja en sus
predios. Al menos el nueve de abril había obligado al presidente
Ospina a enfrentar la realidad. Detuvo la insensata colaboración y
permitió que los patriotas tolimenses aplicaran el antídoto contra
largos años de liberalismo venenoso.
En lo más hondo de su corazón, lodo conservador de Santa Isabel
creyó la diabólica teoría esbozada arriba y no abrigó dudas sobre lo
que debía hacerse. Era cuestión de prepararse para la lucha y
completar la purga de la influencia liberal. Este proceso ya se había
venido adelantando desde 1946, cuando se designó una policía
conservadora para Santa Isabel, pero estando todos los otros puestos
de gobierno en manos liberales era realmente mínima la ayuda que

61. Ver capítulo IV.


62. La Voz del Líbano, 1 de mayo de 1948.

34
podía ofrecer. Después del nueve de abril los acontecimientos se
prn ipitaron. No se volvieron a mandar alcaldes liberales a Santa
habe1 y desde 1uego, tampoco para otras imsmnes oficies se
'olvieron a nombrar miembros de ese partido. Mediante el
ie.liHamiento de agentes ideológicamente puros, muchos de los
i íiales llegaban de veredas tremendamente politizadas como
(’hulftiva, en el departamento de Boyacá, la policía se convirtió en un
.uerpo uniformemente conservador. La única institución del
gobierno municipal en la que los liberales tenía alguna voz, después
del mes de abril de 1948, era el concejo, de elección popular. Años de
li iiude electoral bajo los liberales, ligados con cerca de una década de
abstención electoral por parte de los conservadores, dieron como
|<'■•ll1lado un control liberal sobre el concejo después de 19416364 . El
resurgir del voto conservador en este municipio a partir de 1946 puso
de presente que el concejo liberal estaba en sus últimos alientos. Los
conservadores ganaron las elecciones del 5 de junio de 1949 por
escasos 45 votos, y el registrador de Santa Isabel dio testimonio de la
pasión de esta disputa.
lodos estos hechos significaron un desastre potencial para la
minoría liberal en Santa Isabel. Fueron hostilizados por sus antiguos
' antagonistas y sacados de sus fincas hasta un año antes del nueve de
abril. Después del bogotazo la policía chulativa se complacía en
enfrentar a los “subversivos” liberales denunciados por los conser­
vadores “patrióticos”. Numerosos vecinos liberales abandonaron la
población, escapando con poco más que los relatos de ultrajes co­
metidos por la policía y conservadores armados64. Un liberal de la
vecina municipalidad de Anzoátegui describió así su escape de tal
grupo de policía:

“Durante toda esa noche, la citada comisión estuvo en otros


predios de la región y toda la noche lo pasaron haciendo dis­
paros y profiriendo amenazas a las casas y cometiendo toda cla­
se de atropellos.
Por esos momentos hubo asesinatos, incendios, lesionados en
esa región todo a ciencia y paciencia de las autoridades legítima­
mente constituidas.

63. Ver Apéndice I para información sobre la votación en Santa Isabel


durante las décadas de 1*930 y 1940.
64. Unos pocos meses después de la posesión del presidente Ospina Pérez,
los periódicos locales denunciaron “graves disturbios políticos en Santa
Isabel”, en los cuales conservadores y policías intimidaban a liberales. Lu Voz
del Líbano, 21 de diciembre de 1947.

35
Por las razones anotadas y ante la inminencia del atentado, me
vi obligado a tener que salir por entre los montes, con toda mi
familia, en situación angustiosa, hasta llegar a Ibagué, en donde
tuve que exilarme sin trabajo, y careciendo hasta de lo más
indispensable656667
.

Otros no tuvieron la suerte de escapar ilesos. “Me recuerdo como si


fuera ahora”, cuenta un joven campesino liberal de un municipio no
muy lejos de Santa Isabel. “Empezaron a llegar gentes uniformadas
que en compañía de unos particulares trataban muy mal a los que
teníamos la desgracia de encontrarnos con ellos, pues a los que menos
nos decían, nos trataban de ‘collarejos hijueputas’ y otras palabrotas
por demás ofensivas, cuando no era que nos pegaban o amenaza­
ban... y me acuerdo especialmente todo lo que hicieron con una
prima mía de nombre Joba Rojas a quien cogieron en presencia de los
padres que se llamaban José Sánchez y Obdulia Rojas y le hicieron
cosas que más bien no quisiera recordar, sin tener en cuenta las
súplicas que les hacía”66.
No a todos los liberales se les obligó a salir de Santa Isabel a finales
de la década de 1940. Los más afortunados pudieron sobornar a la
policía o, lo que era aún mejor, comprar un salvoconducto semejante
a uno utilizado en Anzoátegui:

El directorio municipal conservador de Anzoátegui, certifica


que el señor..., portador de la cédula de ciudadanía No.... de...,
es ciudadano honrado, trabajador, amigo del gobierno, defen­
sor del partido conservador y contribuyó para el fondo del
partido. Rogamos a los copartidarios y agentes del Gobierno el
apoyo y respeto para este amigo y su familia../7.

A medida que se acercaba uno a las veredas alrededor de Santa


Isabel, más atemorizantes eran los sucesos de esos años. La Yuca, la
comunidad agrícola planificada por los conservadores, ofrece un
buen ejemplo. Fundada por el obispo Perdomo en los años veinte, La

65. Germán Guzmán, La Violencia, I, pág. 51.


66. Germán Guzmán, La Violencia, I, págs. 183-184. Teófilo Rojas Varón,
Chispas, describió aquellos sucesos a Germán Guzmán en 1958. Ocurrieron
en el municipio de Rovira, que dista unos cincuenta kilómetros al sur de
Santa Isabel, en la Cordillera Central.
67. Germán Guzmán, La Violencia, I, pág. 212.

36
= m i hir considerada por los liberales durante su período en el poder
wmm mui madriguera de fanáticos conservadores a las que había que
vigilai de cerca. Para facilitar aún más la vigilancia separaron la
■ -n.nmidad del municipio de Santa Isabel y la unieron administratl-
ai..- nie al municipio liberal del Líbano68. Este cambio político tuvo
el caiácter de ucisi que colocó a los conservadores de La Yuca a
m‘r1‘d de ñus enemigos políticos. En los años treinta fue establecido
mi pimslo de policía allí, a fin de que los oficiales pudieran mantener
una ohaelvaciód más estrecha, y durante los días de e1keeionks se hizo
pi < m a común de los sectarios liberales el emboscar a los conserva-
dnj de La Yuca cuando bajaban a votar al corregimiento de Murl-
iLi i In incidente de esta naturaleza tuvo lugar en 1933. La policía
recuperó más tarde los cadáveres, los llevó hasta el Líbano y los
m o >(ó en la plaza, mientras una multitud se burlaba de las “tres yucas
i ■iidL'. I-I incidente conmocionó a los conservadores del Tolima y
dt luda Colombia6’. Y una vez que el conservatismo volvió a contro­
la: In-. riendas del gobierno nacional en 1946, las gentes de La Yuca
in» laion su venganza asesinando al líder liberal Rafael Amador y
hosilgando concienzudamente a otros liberales más humildes70.
1-n Santa Isabel, la Violencia fue formada por muchas partes. Fue
fi -uh idio de un funcionario emocional, la extorsión y el robo abierto
«k Ih pioplcdad privada, el hostigamiento y el asesinato de oponentes
ipnliinos y aun las peleas de borrachos entre el humo de las cantinas.
: I m In ule esto estaba coloreado por la misma política tradicional que
habla otorgado una coherencia perversa a la vida municipal desde
años atrás. Santa Isabel era un sitio único, pero aún así se hallaba
ligada a Colombia y al mundo por invisibles lazos a través de los
míales corrían impulsos para el bien o el mal. La gente que allí vivía
respondió a esos impulsos en el contexto de su experiencia diaria.
algunos impasiblemente, otros apasionadamente y otros con deses-
pth ación. El registrador del Estado Civil pertenecía a esta última
¿alegoría. Incapaz de manejar el caos que se estaba apoderando de su
atentada esquina de Colombia. recurrió al último tipo de protesta
kMíHnneld1.
i os dramáticos sucesos descritos hasta aquí no son sino una
pequ. ña parte * de lo que con el tiempo se llamaría la Violencia en

fie Orlentaclón, 25 de marzo de 1933.


f y I auieano Gómez, jefe del partido conservador, le sacó mucho jugo al
ÍHí■ ideate en sus Comentarios a un régimen, Bogotá. Editorial Minerva, 1934,
pulilirgílii un uño más tarde.
ñi /a I ,<■ del Líbano, lo. de noviembre de 1947.

37
Colombia. Aunque poseen su propia lógica y su propia dinámica,
para entenderlos deben ser estudiados en el amplio marco de la
Violencia, con lo cual volvemos al punto de partida.
La parte y el todo, la Violencia en Santa Isabel y en Colombia,
deben unirse en forma tal que el funcionamiento de ambas y sus
relaciones mutuas se iluminen de manera clara. La historia regional,
en este caso la historia política del departamento del Tolima, ofrece el
mejor método de acercamiento para adquirir una visión coherente y
concisa de la Violencia.

Resumen y suposiciones
Esta introducción ha sido escrita para conferir algún sentido a lo
que fue la Violencia, para mostrar cómo una generación de investiga­
dores la ha interpretado y por qué el estudio regional es una herra­
mienta valiosa para una comprensión más amplia del fenómeno. La
historia del departamento del Tolima que viene a continuación es la
primera investigación en este aspecto. En vista de que la Violencia
surgió de un largo-proceso socio-político, se la debe analizar con
sensibilidad hacia los factores históricos que la fundamentaron. De
conformidad con ésto, hay tres capítulos iniciales que tratan de la
evolución de la sociedad tolimense antes de la Violencia. El capítulo
primero se refiere al Tolima en los períodos de la Colonia y de la
Independencia, y habla extensamente del proceso a través del cual los
tolimenses fueron politizados durante el siglo XIX. También describe
este capítulo el desarrollo económico del departamento y los cambios
en el patrón de la colonización anterior al siglo XX. El capítulo
segundo se ocupa de la formación del moderno departamento del
Tolima y de los acontecimientos políticos que tuvieron lugar en los
comienzos del siglo XX, y considera el tema de la modernización y su
impacto. Los efectos de dieciséis años de hegemonía del partido
liberal en el Tolima y en Colombia (1930-1946) se examinan en el
capítulo tercero.
El capítulo cuarto es el primero de los seis que tratan de la Violen­
cia ■ en sí misma. En él se analiza el proceso por medio del cual los
hechos ocurridos en otras partes de Colombia prepararon al Tolima
para la Violencia. El más significativo de esos factores precipitantes,
el asesinato de Gaitán el 9 de abril de 1948, y sus repercusiones en el
Tolima constituyen la última parte de este capítulo. El capítulo
quinto enfoca la segunda fase de la Violencia, 1949-1953, y se comple­
menta y amplifica con el capítulo sexto, una historia del municipio
del Líbano y del proceso que lo indujo a caer en la Violencia. El tema
del capítulo séptimo es el progreso de la lucha durante el régimen de
Rojas Pinilla. El desenlace de la Violencia luego de la caída de Rojas

38
•:h |95 7 es el foco del capítulo octavo y el capítulo noveno proporcio­
na una visión del Tolima a partir de la Violencia.
Al es nbir el presente estudio, el autor ha tratado de evitar los
-.■..líos metodológicos y emocionales con los que han tropezado
■nos mores, al considerar la Violencia como una parte integral de
la histoiia de Colombia, susceptible de conocerse mejor a través de la
lét • nica de la historia narrativa directa. Al tratar el carácter difuso
dt- la Violencia, el estudio se limita a la historia de una sola región de
í olombia y alcanza un grado adecuado de objetividad a través de
tma técnica narrativa que permite que los factores emerjan con la
mhiimii distorsión. El autor se apresura a admitir que es imposible
est • libir la historia imparcialmente y que, antes que embarcarse en
a.,a larga exposición acerca de lo que él cree que es la verdad,
>i.-ne escuchar la crítica de Weber y poner primero en claro las
suposiciones sobre las que se guía su trabajo.
I a pi miera suposición general que orienta esta historia es la de que
las gentes del Tolima fueron individuos que actuaron en su propio
intetés. Su percepción de este último, desde luego, estaba filtrada a
■-1.- é s ile los lentes de la cultura hispánica y de los valores implícitos
en ella, pero dentro de este contexto tenían libertad de movimiento
siempre que honraran las normas culturales.
'••mprar tierra para extender la finca, casar bien a los hijos o
gs íjíiíiii un puesto burocrático son todos los ejemplos .de la forma en
que niili/aron comúnmente esas libertades para promover fines de
tipo personal. Otras acciones de los tolimenses fueron también con-
sisttmles con su percepción del interés propio, aunque de manera
:a= nos obvia. El unirse aúna revolución para defender la libertad o la
religión, el respaldar tercamente a un partido político desacreditado y
tallo de poder o el defender su honor con machete y arma de fuego
hieom actos consistentes con valores difundidos entre ellos por la
Iglesia Católica, los partidos políticos tradicionales y una cultura
pmihmal que estimuló el individualismo extremo dentro de un con­
tento de respeto por las jerarquías.
im» última, la percepción cultural del interés propio, forma la base
una segunda suposición principal de este estudio: las ideas han
íldo importantes fuerzas motrices en la historia del Tolima. Puede
iu- el lolimcnse no lo haya sospechado nunca, pero en su alma Marx
> llegel estuvieron en guerra constante, llevándolo algunas veces
hm la metas materiales y en otras conduciéndolo a la búsqueda de la
idea sublime, ocasionalmente al costo de su propia vida.
Otro concepto del autor es la de que las culturas cambian lenta-
m.nt. lo que a primera vista parece un cambio revolucionario en el
l-iieno etonómico y político, al ser sometido a un escrutinio más
--V, i , revela que se amolda a patrones ya bien definidos en la cultura.

39
De la misma manera, el pueblo de una cultura determinada es muy
selectivo en la forma en que reacciona ante el cambio. Algunos
grupos lo rechazarán de inmediato, o en el mejor de los casos lo
aceptarán con mucha cautela. Durante los primeros años de la Vio­
lencia en el Tolima hubo muchos que creyeron que con el tiempo los
campesinos que peleaban contra el gobierno aprenderían las doctri­
nas del marxismo-leninismo y, por consiguiente, se convertirían en
enemigos del capitalismo colombiano. Solo la primera parte de esa
suposición fue cierta. Las guerrillas tolimenses aprendieron las teo­
rías políticamente sofisticadas pero las rechazaron, debilitando fatal­
mente al movimiento comunista en el To1ima71.
Una suposición final es la de que la vida es demasiado corta y el
tema de este estudio demasiado importante para que el lector gaste su
tiempo en algo distinto del mejor esfuerzo del autor por insuflar vida
y espíritu a un tema que con frecuencia no está imbuido de ninguna de
las dos cosas. La historia del Tolima está llena de drama —quizás
demasiado llena—, y al escribirla debe hacerse referencia al aforismo
famoso de Mommsen: “La historia ni se escribe ni se hace sin amor o
sin odio”.

71. Manuel Marulanda Vélez, Cuadernos de campaña, Bogotá, Editorial


Abejón Mono, 1973, pág. 76.

40
CAPITULO I
I-I , (¿HAN TOLIMA

. '1 final de la era precolombina los indígenas caribes lucharon por


ah-riise camino río Magdalena arriba, empujando a un lado a tribus
H^nns feroces y reclamando las tierras para sí mismos1. Acostum-
b:ados a las calurosas zonas bajas de la Costa Atlántica. los caribes
mlrarod con satisfacción y quizás maravillados hacia sus nuevos
im ¡i os. En todo el curso de la parte superior del río, desde los
fá^íIos de Honda hasta sus cabeceras, situadas en unos cerros a
Ifi^iíe^ntos kilómetros al sur, había un valle de llanos herbosos que
■ i. ndía desde el Occidente hasta una brumosa sierra nevada. Esto
tna el Alio Magdalena, región enmarcada por las cordilleras Central
y Oriental y definida por el río y su amplio llano. Los caribes la
llamaron Tolima, Tierra de Nieves2-.
i na primeros españoles que viajaron por el extenso valle del
h*1ima lo consideraron únicamente como una vía —bastante peli-
groaa, por lo demás— entre lugares de mayor importancia. Pueblos
dlste‘■ndirdtcs de los caribes como los coyaimas, natagaimas y pijaos
diMHadicron a los extranjeros que quisieran demorarse por matarlos
üUftido les era posible. Sebastián de Belalcázar entró al valleen 1538,

I Pedio .losé Ramírez Sendoya, Diccionario indio del Gran Tolima, Bogotá,
Editorial Minerva, 1952, págs. XXI-XXII.
l i hHniiite Ortega Ri^iaurte, ed., San Bonifacio de IbaRuU del Valle de las
11i1" Bogotá, Editorial Minerva, 1952, págs. XV-XVI.

41
proveniente del río Cauca al otro lado de la Cordillera Central. Tuvo
la suerte de encontrar a los indios postrados después de una guerra
que había despoblado el llano, lo que le permitió libre acceso a las
partes más bajas del río. Dejando una parte de su pequeño ejército en
la aldea indígena de Neiva, Belalcázar viajó al norte, hasta un punto
situado un poco más arriba de los rápidos de Honda, y luego se
dirigió hacia la Cordillera Oriental para un histórico encuentro con el
conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada en la sabana de Bogotá.
Varios meses más tarde Belalcázar, Jiménez de Quesada y otro
explorador llamado Nicolás de Federmann descendieron hasta
Honda, y perseguidos de cerca por los indios bajaron el río con
rumbo a España3. Algunos años más tarde Jiménez de Quesada
dirigió él mismo una expedición al Tolima, cuyos resultados en
realidad no ayudaron mucho a mejorar la mala impresión original
que los españoles tuvieron de estas tierras. Al aparecer cerca de
Neiva, después de infernales semanas perdidos en las montañas del
Oriente, Jiménez de Quesada, sus soldados y aún sus caballos sufrie­
ron los embates de una misteriosa fiebre que los debilitó y por poco
los extermina a todos. Huyendo tambaleantes hacia Bogotá, los
españoles maldijeron al Tolima por las dificultades que presentaba y
le dejaron el sombrío nombre de Valle de la Tristeza4. Pero para
Jiménez de Quesada no fue ésta su última experiencia en el valle. En
1579, a los setenta años de edad, el famoso conquistador de la Nueva
Granada y buscador de El Dorado murió de lepra allí.
Una cédula real de 1550 ordenó que se estableciera un caserío
permanente en el Tolima, en un sitio desde el cual se pudiera mejorar
y conservar el importante Paso del Quindío a través de la Cordillera
Central. Era una tarea poco apetecible porque la nueva población
estaría dentro del territorio controlado por los temibles pijaos, pue­
blo guerrero hábil en el manejo del arma preferida por los españoles,
la lanza. Andrés López de Galarza fundó el caserío en una aldea
regida por el cacique Ibagué, y apropiadamente lo llamó San Bonifa­
cio de Ibagué del Valle de las Lanzas5. Pronto fue trasladado a un
sitio más seguro, pero por muchos años más su existencia fue preca­
ria. Los levantamientos pijaos a todo lo largo de la última mitad del
siglo XVI la redujeron repetidamente a escombros, junto con otros

3. J. Jijón y Caamaño, Sebastián de Helalcázar, I Quito, Imprenta del Clero,


1936, págs. 313-317.
4. R.B. Cunninghame-Graham, The Conquest of' New Granada, Boston,
Houghton Mifflin, 1932, págs. 141-142.
5. Cesáreo Rocha Castilla, Prehistoria r folclor del Tolima, 2a. ed.; Ibagué,
Imprenta Departamental, 1968, págs. 10-13.

42
Hentamientos en el sur del Tolima, y en 1606 fue nuevamente Ucm-
iriiida y todos sus habitantes muertos u obligados a huir, lisio
condujo, en 1606, al importante contra-ataque de los españoles,
dirigidos por el capitán general Juan de Borja, un experto soldado
que juró permanecer en el valle hasta que los pijaos fueran aplasta-
dos6. Fue ésta una guerra sin cuartel que culminó con la batalla de los
llanos de Chaparral. Allí, en 1612, el gran cacique pijao Calarcá fue
muerto por una lanza esgrimida por don Baltasar, un cacique'
coyaima que peleaba al lado de los españoles7.
La destrucción de los pijaos y otros pueblos nativos convirtió al
( irán Tolima, el nombre que los españoles le dieron ahora a la tota­
lidad del valle, en un lugar adecuado para la colonización durante el
siglo XVII. En las zonas más fértiles del llano comenzaron a surgir las
haciendas, y el ganado, las muías y los caballos criados en ellas se
vendían en Santa Fe de Bogotá, que por ese entonces era la ciudad
capital y sede principal de la capitanía general de la Nueva Granada.
Honda era el puerto clave en la cuenca alta del Magdalena, y casi todo

6. Juan de Borja, “Guerra de los Pijaos”, Boletín de historia y antigüedades,


í 4: 150 (sept. 1922X 130-164.
7. Don Baltasar, o Combeima, como se llamaba antes de convertirse en
cristiano, se unió a los españoles después de que Calarcá mandara secuestrar
y matar a su pequeño hijo mestizo. Sucesos relativos a la muerte de Calarcá
en los llanos de Chaparral no son del todo claros. Algunos historiadores han
escrito que los pijaos nunca habrían entrado en batalla campal sobre los
llanos abiertos porque prefirían el combate guerrillero en las montañas. Sin
embargo, parece que queda establecida la responsabilidad de don Baltasar en
la muerte del jefe pijao. Por lo menos, los habitantes de Ibagué creyeron que
era don Baltasar el vencedor en esa batalla, pues veneraron la lanza en la
catedral y aplaudieron sus poderes mágicos durante más de doscientos años
en un poema épico que dice:

Esta es la lanza que fue


del señor don Baltasar,
que por ser tan singular,
la adora todo ¡bagué.

Los españotas destruyeron ta rehquta durante tas guerras de independenijta.


quizás porque temían que sus poderes llegaran a ejercerse en coatí >i mi va I n
invocación a la lanza se encuentra en Enrique Ortega Ricainle, San Hmih» I"
de ¡bagué, págs. 199-208. Distintas relaciones de la muerte dr ( 'alan á aprtn=
cen en Rocha Castilla, Prehistoria, págs. 25-45, y Jesús Amago < ‘ano,.Uhti
genes legendarios de Colombia, Bogotá, Cultural Colombiana, sin lee Ina,
págs. 29-56.
el que viajaba hacia Bogotá o desde Bogotá tomaba allí un descanso
para recuperarse antes de continuar su agotadora jornada. Ibagué, en
las estribaciones de la cordillera, y Neiva, en la parte más alta del río,
eran también importantes pueblos del Tolima colonial. ubicadas en
dos rutas que unían las provincias del Tolima y de Cundinamarcacon
la provincia del Cauca y el puerto de Buenaventura, sobre el Océano
Pacífico. La colonia tollmense más importante durante el siglo XVII
y comienzos del XVIII fue Mariquita, centro minero de oro y plata,
en el llano, 20 kilómetros al occidente de Honda. Durante su período
de gloria Mariquita fue notable por la prodigiosa riqueza de aquellos
afortunados que controlaban la producción de alguna de sus minas'8.
Una de estas personas era don Gaspar de Mena Loyola, gobernador
de Mariquita, aunque es preciso reconocer que su suerte fue a la vez
buena y mala. Con el objeto de casar bien a su hija mayor, don
Gaspar pagó al gobernador de Santa Marta una dote de 1.380 kilos de
plata (ensayada), y se rumoró que tenía una fortuna similar separada
para entregarla a cualquier otro gobernador que se casara con su
segunda hija. Una vez establecidos los términos de la dote, Mena
Loyola pagó una suma adicional de $6.000 para que el novio viajara
desde Santa Marta a fin de encontrarse con su prometida910 .
La producción de las fabulosas minas de Mariquita comenzó a
declinar en el siglo XVIII, y en 1795 fueron clausuradas a pesar de los
esfuerzos del virrey para mantenerlas en operación0. La pérdida
gradual de las minas hubiera reducido al Tolima a la simple condi­
ción de proveedor de' animales y alimentos para las tierras frías si los
hechos no hubieran conspirado para enturbiar las aguas provinciales,
envolviendo al Tolima en una serle de acontecimientos políticos de
amplio alcance. Vino primero el destierro de los jesuítas por decreto
real de julio y agosto de 1767. Para muchos tolimenses fue causa de
sorpresa la orden de expulsión, ya que lo que menos representaba era
la pérdida de la excelente escuela secundaria de Honda, manejada por
los sacerdotes. Para la provincia y para la nación el destierro de los
jesuítas por un “déspota ilustrado”, temeroso de la gran influencia de
aquellos sobre las gentes de su muy lejano imperio, significó un golpe
considerable contra los cimientos mismos del régimen monárquico.
Los cerebrales sacerdotes, de negro hasta los pies vestidos, que triste y

8. Vicente Restrepo, Estudio sobre /as minas de oro y plata de Colombia,,


Bogotá, Banco de la República, 1952, págs. 122-135.
9. Juan Rodríguez Freyle, El carnero, Me'dellín, Editorial Bedout, 1970,
págs. 339-340.
10. Vlekntk Restrepo, Estudio, pág. 135.

44
í alh de las I rampas, Honda.

45
dócilmente se congregaron en Honda para comenzar su larga trave­
sía, se llevaron con ellos la no despreciable influencia que habían
ejercido por mucho tiempo en respaldo de' la monarquía^ Catorce
años más tarde, en 1781, el gobierno real padeció una segunda y más
dura arremetida. Los compromisos de España en el exterior habían
conducido a la aplicación de nuevos impuestos que encendieron la
rebelión popular. La Revolución de los Comuneros, como ésta se
llamaba, comenzó en algunas poblaciones al norte de Bogotá y se
extendió rápidamente hacia la parte central del virreinato12. José
Antonio Galán llegó a reconocerse como líder de la revuelta, que por
momentos parecía convertirse en algo más que un simple levanta­
miento de súbditos infelices pero de otro modo leales a su rey. En
Mariquita, por ejemplo, Galán liberó a los esclavos que trabajaban
en las minas, y en Neiva funcionarios imprudentes de la Corona
fueron asesinados cuando tildaron a los rebeldes de “perros” y
trataron de desarmarlos^. No obstante, en su conjunto la revuelta en
el Tolima y en otros sitios fue más un golpe contra los monopolios
reales y contra los impuestos que un acto de deslealtad hacia el rey.
“Viva el rey y muera el mal gobierno”, estribillo común en el lenguaje
político hispano, fue también el grito que se escuchó en el Tolima
durante la Revolución de los Comuneros^.
Como rasgos sobresalientes de la vida política de la última mitad
del siglo XVIII en el Tolima, la expulsión de los jesuítas y la Revolu­
ción de los Comuneros tuvieron gran significado por la reacción que
trataron en vano de provocar. Estos eventos no desencadenaron
ningún clamor popular contra el rey, a pesar de que a él se le culpaba
manifiestamente por ellos. De hecho, los tolimenses demostraron
aversión hacia el crimen de lesa majestad tanto en 1767 como en 1781.
Este fue el caso de la independencia nacional dos décadas más tarde.
Lo que en la superficie parecía ser una furiosa reacción contra el

11. José Manuel Groot, Historia eclesiástica r civil de Nueva Granada, II,
Bogotá, Editorial ABC, 1953, págs. 99-160, especialmente la 123.
12. Nueva Granada llegó a ser virreinato por primera vez en 1717. Siete años
más tarde, en 1823, le pusieron el nombre de Capitanía General. Fue resta­
blecido el virreinato en 1739.
13. Pablo E. Cárdenas Acosta, El movimiento comunal de 1781 en el Nuevo
Reino de Granada, II, Bogotá, Editorial Kelly, 1970, págs. 77-96.
14. O, como lo expresa el historiador Jaime Jaramillo Uribe, “el movimien­
to comunero en su totalidad se levantó sobre la vieja costumbre castellana y
aragonesa de imponer impuestos con el consentimiento del pueblo, y el
derecho de petición”. El pensamiento colombiano en el Siglo XIX, Bogotá,
Editorial Temis, 1964, pág. 114.

46
guariiHi monárquico, realmente fue una protesta contra la con­
quiste de España por parte de Napoleón Bonaparte. El dictador
iiatu és enfureció a los súbditos españoles cuando capturó a la familia
mal rn 1808 y conquistó la mayor parte del territorio español un año
más hude. Fue ello, la caída de la madre patria en manos extranjeras,
lo que provocó el rompimiento de las colonias con España. En todos
tos t ■ tiM)s los revolucionarios declararon su lealtad a Fernando VII, o
'Temando el Amado”, como preferían llamarlo. Sus conexiones con
la immnrquía se redujeron pronto, pero en 1814, cuando Fernando
mgtpHÓ n España después de la derrota de Napoleón, muchos de sus
súbditos neogranadinos se unieron de nuevo al rebaño absolutista
dejando a revolucionarios como Simón Bolívar en una posición
mSoiemble. En los meses siguientes el movimiento indkpendkntista
de Bolívar sufrió un colapso y muchos de sus seguidores fueron
i-e-í nítidos por las vengativas autoridades españolas. Entre sus más
notables víctimas estuvo el doctor León Armero y su prima Carlota
'i mero, ambos del norte del Tolima. Las represalias españolas no
lia garían a su fin sino en 1819, cuando con su victoria en la batalla de
Bo-acá, Bolívar liberó definitivamente a la Nueva Granada de la
dominación española.
los sucesos políticos en la América española de comienzos del
siglo XIX se enfocan mejor desde la perspectiva regional. La Nueva
t bañada, como todas las antiguas sedes virreinales, experimentó un
ítk|‘•cr del republicanismo parejo al debilitamiento del dominio
español en 1810 y a su derrumbe completo en 1819. No obstante, el
áthoi del republicanismo no había echado aún hondas raíces en la
Niia va Granada, y donde no se marchitó del todo fue transformado
pin la cultura hispana que trató de alimentarlo. La historia del
I^tma en los años siguientes a 1810 se caracteriza por sus experimen­
tes de gobierno republicano y por un movimiento simultáneo hacia
fui mas extremas de federalismo. El último vició al primero, convir-
ttendo al i 1'ollma en una de las muchas regiones casi autónomas
dmiimente controladas por el estado central, e inf1ukdeiada podero­
samente por líderes locales conocidos como gamonajes, o caudi1los15.
¡os lideres tolimenses reaceiodarod ante las noticias de que Espa­
ña y la monarquía habían caído mediante la formación de dos

H i os términos caudillo, gamonal y cacique son a veces empleados de modo


inteivambiiiblc, aunque el primero normalmente implica un líder a nivel
Hm■ ioiial y el segundo se usa peyorativamente. Gamona! no tiene por lo
genial un significado militar. Gamonal y cacique designan líderes a escala
f^tenm’ i ("arique es una palabra indígena, empleada originalmente para indi-
hh un jefe indio.

47
“naciones independientes” en las porciones norte y sur del Valle del
Magdalena. Para muchos el plan era poco práctico, y cuando los
nuevos estados parecían correr el peligro de fragmentarse se comenzó
a ejercer presión sobre ellos y Neiva y Mariquita se unieron a las
Provincias Unidas de Nueva Granada, una federación cuya capital
era Santa Fe de Bogotá. La unión duró hasta el año 1815, cuando
triunfó el federalismo extremo y tanto Neiva como Mariquita se
separaron para convertirse otra vez en estados independientes. Fren­
te a la inminente invasión de los ejércitos españoles, los dirigentes
políticos del norte del Tolima convocaron una asamblea constituyen­
te y se empeñaron en formar un nuevo gobierno. El resultado de la
maniobra fue la Constitución del Estado de Mariquita, un documen­
to aparentemente democrático que, de hecho, era más autoritario que
popular en su espíritu. Las muchas restricciones a las libertades
individuales que contenía y el tenor generalmente elitista hicieron
obvio que su concepción de la sociedad estaba enraizada en el dere­
cho romano, en las enseñanzas de la iglesia católica y en mil años de
tradicionalismo hispánico. Los forjadores de la Constitución de Ma­
riquita concebían a la sociedad como un todo orgánico más bien que
como una colección de individuos únicos. El funcionamiento tran­
quilo de este “cuerpo colectivo del pueblo”, como denominaban al
Estado, podía ser asegurado definiendo una conducta apropiada
para los ciudadanos y prescribiendo para ellos una moralidad acepta­
ble. La regla de oro fue su afirmación fundamental de derechos, y la
iglesia era el árbitro en asuntos de moralidadi6. A través del docu­
mento corría la suposición de que sus redactores, siendo la crema
privilegiada de la sociedad “republicana”, sabían lo que era bueno
para todo el pueblo. Esta actitud implícita, además del empleo de
expresiones tales como Excelencia y Su Alteza para dirigirse a
los funcionarios elegidos, junto con antiguos mecanismos como la
residencia para los burócratas salientes, son todas evidencias de que
los tolimenses habían recreado algo similar al estado autoritario y
señorial antes presidido por la corona española”.
Aunque la reconquista española de la Nueva Granada no permitió
que la Constitución de Mariquita fuera puesta en vigor, el documento

16. “Constitución del Estado de Mariquita”, Título I, Artículo 7; Título II,


Artículo 2; Título III. La Constitución está citada en Miguel Antonio Pombo
y José Joaquín Guerra, eds., Constituciones de Colombia, II, Bogotá, Impren­
ta Nacional, 1951, págs. 289-337.
17. Se exploran a fondo estas ideas en Glen Dealy, “Prolegomena on the
Spanish American Political Tradition”, Hispanic American HistorialReview,
4K:l;37-58.

4H
plrjinr- iouui valiosa información sobre los procesos políticos y socia­
les qiiu atinaban a com^nzos dcl s^o XIX en c1 Tohma. Como carta
bu repirscnlativa escrita por una élite educada y adinerada, aquella
reítíiaba con naturalidad los intereses de ésta. No era tanto un
gsqngina egoísta y calculado de su parte, sino un reflejo de su convic­
ción lái - ila de que la sociedad orgánica yjerárquica era la forma de las
rosas ni denada por mandato divino. La justicia y la riqueza eran
tlhl i ¡huidas por ley natural, y lo natural era que las “mejores clases”
líliiiiurun de ambas en mayor medida que sus inferiores en la
aiqiihi social. En.una sociedad así, los intereses de los grupos no
tliiistus estaban destinados a sufrir. Una de las principales prrocupa-
ehUlea de los constituyentes fue la de que los indios que vivían en
fésguardos, o en tierras poseídas comunalmente, tuvieran conoci-
.......... . su nueva condición de hombre “iguales a todos los demás
Ufe §u especie”. Era necesario que los indios se percataran de su
“mióii íntima con todo el resto de la ciudadanía” mediante la
lisli iluición de sus tierras de resguardo en parcelas individuales18.
íhla disposición era uno de los primeros ataques a la propiedad
éommial Indígena de tierras, lo que con el tiempo las haría aptas para
ski compradas o incautadas por parte de gentes no indígenas. La
enajenación paulatina de tierras indígenas proclamada en la Consti-
hii.-.ii de 1815 no fue sino una parte del proceso del siglo XIX que
lit- -ó a la concentración de grandes posesiones de tierra en manos de
mía minoría privilegiada19.
i i experimento del Tolima con el auto-gobirrno durante la batalla
folitra España, y después de ella, significó en gran parte un rompi­
miento con el gobierno nacional. Cuando el mando regional drmos-
lin ser insuficiente, el pueblo del Gran Tolima se volvió a la más
rlemenhil fuerza de orden que estaba a su alcance, el gamonal o
caudillo, Estos líderes, con su poder basado en la propiedad de la
lictra. m la experiencia militar o en un personalidad carismática,
Sin alerón en toda la América española durante los incierros primeros
na. ■ Ir l¡t independencia. Los caudillos fueron fuerzas importantes en
la política nacional durante el siglo XIX, hasta el punto de que
lit^t ‘lientamente utilizaron su inmenso prestigio regional como un
ihimpulín directo hacia la presidencia de la república. Algunas veces
ig ■oHSiguieron a la cabeza de un ejército de campesinos, y en otras

i§ E anxtiiurlón de Mariquita, Título XXIII, Artículo 1.


N tiiH descripción del proceso de “colonialismo interno" oligárquico
después de las guerras de independencia se encuentra en Indalecio i.iévano
Agtiiic, fax grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, 2u.
«í - bísuI. Tercer Mundo, ^ó6, págs. 639-670.

49
ocasiones apoyados por un prestigio que trascendía su región, como
en el caso del gran caudillo del Tolima en los comienzos del siglo
XIX, el general Domingo Caicedo.
Caicedo fue uno de los miembros de un gran clan, cuyas haciendas
dominaban el llano del norte y del centro del Tolima. Nacido en
Bogotá en 1783, vivió allí hasta concluir su educación en 1809. Luego
viajó a España, donde combatió contra los ejércitos napo1eódieos y
participó en las Cortes de Cádiz como representante alterno por la
Nueva Granada. Después del estallido de la revolución en Bogotá,
regresó con Vicente Bolívar, hermano de Simón Bolívar, para unirse
a la revuelta contra España. Domingo Caicedo ayudó al ejército de
Antonio Nariño cuando éste marchó a través del Tolima en 1813 en
camino hacia el sur, suministrándole alimentos de su hacienda, y
alistando sus propios esclavos en sus filas. A raíz de la aplastante
derrota de Nariño en la Cuchilla del Tambo y de la subsiguiente
reconquista de la Nueva Granada por los españoles, Caicedo volvió a
proveer de caballos a las guerrillas republicanas, por lo cual fue
pronto puesto preso y sentenciado a muerte. Su esposa, española,
intercedió a su favor, y después de que ella sobornó a sus carceleros se
le permitió escapar a Caicedo. El perseguido huyó de Bogotá, a través
de los fríos valles montañosos, hacia los llanos del Tolima y su finca
Saldaña. Durante los años siguientes se mantuvo en reclusión en su
inmensa hacienda, rodeado de su familia, sin ser molestado, a no ser
por un ocasional agente español enviado para espiad. Luego de la
Batalla de Boyacá, Caicedo regresó a la vida pública, se convirtió en
vicepresidente de la República en dos ocasiones y actuó también
como presidente en un corto lapso. Murió en 1843, mientras regresa­
ba a su finca Saldaña, y fue llorado universalmente en la Nueva
Granada.
Afable, ampliamente viajado y más un civil que un militar, Domin­
go Caicedo era difícilmente el prototipo del caudillo. Se describe aquí
su carrera principalmente porque da una visión del funcionamiento
de la sociedad tolimense antes que el gobierno nacional o los partidos
políticos ganaran control sobre ésta en un grado significativo. Du­
rante los días de su encierro en Saldaña, Caicedo se benefició de uno
de los principales elementos del clientelismo político, el de la lealtad
recíproca que unía al patrono con el cliente. El, los españoles y todo
ciudadano del Gran Tolima sabían que cientos, quizás miles de
gentes ordinarias que se consideraban a sí mismas como seguidores
del general hubieran saltado en su defensa si sus enemigos hubieran

20, Guillermo Hernández de Alba , “Homenaje a a memoria de ■ general


Domingo Caicedo”, Boletín de historia y antigüedades, 30:346: 719-735.

50
fléíltral 1 hniiiiii’o ('aiccdo.

M
tratado de aprehenderlo. El patrono era su líder, su protector, su
tribunal de último recurso y, en tiempos de necesidad excepcional, su
póliza de seguro. Domingo Caicedo llegó a obtener su reputación,
como su riqueza y su status, por herencia. Luis, su padre, era reveren­
ciado por sus propios peones como un patrono generoso y magnáni­
mo. Teniendo conciencia de la necesidad de una estructura formal de
gobierno en el territorio comprendido por su hacienda Contreras,
fundó al municipio de San Luis dentro de sus límites en 1780, dotan­
do a la cabecera de su iglesia y otros edificios púb1icos21. Inculcó un
sentido de noblesse oblige a su hijo desde una edad temprana. “Es
necesario que te acostumbres a las inconveniencias de estas obras de
caridad”, le escribió a Domingo en 1804, “pero a través de tales actos,
con amor y buena voluntad, uno está en capacidad de adelantar
grandes trabajos de piedad y de caridad...”21 .
2223
Más adelante en el siglo XIX, ningún otro miembro de su familia
alcanzó la categoría de Luis y Domingo Caicedo. Ellos tenían la
tendencia a permanecer en el hogar, aventurándose hacia afuera
únicamente cuando les amenazaba algún peligro exterior. Entonces,
valientemente se lanzaban al campo a la cabeza de ejércitos moviliza­
dos a toda prisa. Los Caicedo vivieron en tosco esplendor en sus
fincas, con la liberalidad de la naturaleza puesta a sus pies por cientos
de vaqueros y peones que vivían en sus tierras. Su sistema de vida era
una clásica afirmación de la organización social clientelista, caracte­
rizada por la reciprocidad, la proximidad y un status desigual. El
dicho popular de que los Caicedo “engendraron más hijos naturales
que días tiene un año bisiesto”, insinúa claramente que las relaciones
entre patrono y cliente en la hacienda Saldaña fueron realmente
cercanas y recíprocas. Si bien es cierto que amaron y pelearon fuerte,
también jugaron fuerte, y nada los hacía gozar tanto como las bromas
pesadas, a las que llamaban “pegas” o “pegaduras”. Una de sus
predilectas comprendía a una magnífica muía que habían entrenado
para galopar hasta la casa desde un determinado sitio del camino.
Después de atormentar a algún extraño con sus travesuras, lo “solta-

21. Tolima, Anuario estadístico, 1956, pág. 337.


22. Guillermo Hernández, "Homenaje', pág. 721.
23. Steffen, W. Schmidt, “Political clientelism in Colombia” (tesis doctoral
no publicada, Columbia University, 1972), pág. 207. Véase también Catheri-
ne C. LeGrand, “Perspectives for the’ historie study of rural politics and the
Colombian case: an overview”, Latin American research review, 12:1 (prima­
vera 1977), 10-19, para más información sobre el eslabonamiento patrono-
cliente en Colombia.

52
■. -i v Ip prestaban la muía entrenada. Cuando la víctima aterroriza­
da i agí estiba colgando del lomo de la muía, el animal la cargaba hasta
ia i aa de la hacienda para colocarse enfrente de toda la familia
i gimió, éstos se reventaban de la risa y se preparaban para celebrar
bu ingenuo hasta bien entrada la noche24. A los críticos de su estilo
li-ointo dr vida les gustaba comparar a los Caicedo del Tolima con
los tanines medievales que vivían del sudor de sus siervos. Pero la
:nahgía no es del todo apropiada, ya que los señores feudales
ohfftdrc- lan leyes que delimitaban sus poderes. Los Caicedo, en cam­
bio. no reconocían ninguna autoridad superior dentro de su comarca.
i omu nación de regiones semi-autónomas manejadas por hom-
■ h ü - «tilo los Caicedo y sólo controladas débilmente por el gobierno
gfHral, Nueva Granada, como se llamaba Colombia en aquellos
dios-L hubiera podido seguir siendo un lugar dominado por caudillos
imamr iodo el siglo XIX. Por algún tiempo parecía estar moviéndo­
te en esa dirección. Una guerra civil caudillesca arrasó al país entre
|§4ii y I842, dejando en la miseria a millares de personas; y una
epidemia de viruela ocurrida simultáneamente llevó a la tumba a
eéorn de una doceava parte de la población6. En un momento de la
íMiiblr “Guerra de los Supremos”, el presidente José Ignacio de
Míhjtm/ abandonó la capital en busca de ayuda, dejando al vicepre-
Mhrnte Domingo Caicedo la tarea de emitir una circular avisando a
todos los gobernadores provinciales que “el Poder Ejecutivo carece
le bis medios necesarios para reducir con éxito a los disidentes a la
uhedUHH^4ld’2/. Lo esencial de esta nota era el clásico “sálvese quien
pueda”. Pero Colombia escapó al dominio permanente de los caudi-
Hus durante e1 s^o XIX gradas a la formactón de los partidos
emufei vndor y liberal, lo que dividió a la nación en dos grupos
jhdiilimH y trajo significativas y durables consecuencias.
i -n-mistad entre Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander
puso gn movimiento la primera diferenciación política clara en la

; i Hicna Gamba, La vida en los Andes colombianos, Quito, Imprenta El


Pmgfestt, P’l9, pág. U6.
O f aillo el nombre Colombia como el de Nueva Granada se utilizarán para
HEsignai la unción entre los años 1831 y 1886.
f Jesús Muda Henao y Gerardo Arrub1a, Htáoña de Colombia, 8a. ed.,
hagni4 I r^llotial labrería Voluntad, Dó7, pág. 648. El Secretari° dd hite-
iiur- Mariano Ospina Rodríguez, hizo público el cálculo en 1842.
i * i iustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, I Bogotá, Edi-
tépal Arboleda y Valencia, 19.18, pág. 403. La carta circular fue mandada
tub¡e la firma de Lino de Pombo.

53
Nueva Granada. Ambos hombres tuvieron la oportunidad de dirigir
la nación en los primeros días de su independencia, y ambos revela­
ron rápidamente sus profundas diferencias en cuanto a la filosofía del
gobierno. Santander estaba a tono con las ideas políticas y económi­
cas más avanzadas de su tiempo y favorecía el laissez faire económi­
co, la descentralización moderada del poder político y la extensión de
la democracia hasta el máximo grado posib^f Bolívar era mucho
más tradicionalista en cuestiones económicas y respaldaba los mono­
polios del Estado, los impuestos a las ventas y otras medidas tributa­
rias regresivas del período colonial. Además, favoreció a los ricos
eliminando los impuestos directos sobre el patrimonio29. Estaba tan
enamorado del gobierno fuertemente centralista que sus críticos lo
acusaron de querer restablecer la monarquía y de ungirse como rey.
Es claro que los dos hombres tenían poco en común, aparte del deseo
del supremo liderazgo sobre su pueblo. Además, las cuestiones que
los distanciaban eran tan amplias, y su fama e influencia en la Nueva
Granada llegaban tan lejos, que muy pocos hombres acomodados en
cualquier parte de la república podían quedar al margen de ellas.
Fue una muy profunda reforma socio-política adelantada en Co­
lombia entre 1849 y 1864 la que dio a los dos partidos tradicionales de
la nación una forma permanente. Ese programa, enraizado en el
liberalismo santanderista nativo, disponía lo siguiente: abolición de
los privilegios clericales, sufragio universal y directo, abolición de la
pena de muerte, abolición de la prisión por deudas, juicios con
jurado, debilitamiento del poder ejecutivo, fortalecimiento del go­
bierno provincial, abolición de los monopolios y de los diezmos
obligatorios, impuesto único, abolición del ejército nacional, expul­
sión de los jesuítas30. Muchas de estas medidas fueron incorporadas a
la nueva Constitución de 1853, y reafirmadas con mayor vigor en la
Constitución de Rionegro, de 1863.
A pesar de su apariencia externa, la Constitución de Rionegro no
hizo de Colombia una república radicalmente libertaria. Desde el
comienzo, las medidas progresistas fueron impuestas de una manera
muy poco concordante con el espíritu liberal. Los constituyentes
actuaron dentro de la tradición del absolutismo hispano que arrojó la28 30
29

28. David Bushnell, El régimen de Santander en la Gran Colombia, Bogotá,


Tercer Mundo, 1966, págs. 154-158.
29. Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colom­
bia, Bogotá, Siglo Veinte, 1942, pág. 87.
30. Se ha escrito mucho sobre las reformas liberales del siglo XIX; un
reciente estudio que contiene referencias bibliográficas es el libro de Gerar­
do Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Tercer Mundo, 1973.

54
st Hihi h del Torquemada, o al menos la del autoritario Bolívar, sobre
Iú; mlormas liberales. Otros factores también debilitaron el progra­
ma dr reformas. Los líderes de la oposición se dieron cuenta que el
i.Tialismo extremo, que era un artículo de fe entre los liberales
dmti mili ios, les hacía posible prohibir la odiada ideología en áreas
donde ellos predominaban. Cuando una revuelta conservadora
hi.iitió en Antioquia. un año después de haberse promulgado la
• iinsllt lición. el presidente Manuel Murillo Toro rechazó las peticio­
nes de que enviara soldados para aplastarla: “Cuando llegué a la
^|‘íldrllcia de la República, juré fielmente defender la Constitución
Nat hmid... y si le hubiera declarado la guerra al nuevo gobierno de
-Afl1iti|uia, habría violado tanto mi juramento presidencial como mis
rlbul|llils partidistas...”31. En esa forma el programa liberal fue
-tiiado por presidentes como Murillo Toro, quienes defendieron
cada artículo de esa plataforma aún a expensas de la totalidad.
Si desde una perspectiva funcional la reforma liberal era menor que
ia suma de sus partes, debilitada por defectos integrales. ante los
famwi " vadores aparecía como algo mucho más grande e insidioso que
nna colección de edictos aborrecidos que había que burlar en lo
posible, Para ellos, la utopía liberal era una pesadilla que, de prospe­
rar, destruiría la sociedad eristiana32. Sólo podían responder a dicha
MiM.ía mediante la creación de un contraprograma tan doctrinario
HiiiHi exclusivista en cada uno de sus detalles. Y el antídoto contra el
líhéi alismo fue una declaración fogosa de ideología partidista, articu­
lada en IK49 por José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez.
doo# de los principales arquitectos del partido:

I I partido conservador es el que reconoce y sostiene el progra­


ma siguiente: el orden constitucional contra la dictadura; la
hp.alidad contra las vías de hecho; la moral del cristianismo y
sus doctrinas civilizadoras contra la inmoralidad y las doctrinas
corr uptoras del materialismo y del ateísmo; la libertad racional,
>. n todas sus diferentes aplicaciones, contra la opresión y el
despotismo monárquico militar, demagógico, literario. etc.,
eto,; la igualdad legal contra el privilegio aristocrático. oclocrá-
t je o, universitario o cualquiera otro; la tolerancia real y efectiva
Minra el exclusivismo y la persecución, sea del católico contra11

11 1n§¿ ¡Muda Qmjano WaWs. Memorias autobiográficas, Grottafcrrata.


Italia, I iptigiidlii Italo-Oriente, 1919, pág. 307.
Ij I i i i estudio excelente de las visiones utópicas en la historia colombiana es
IUIando 1 " ab Borda, La subversión en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo,
107

55
el protestante y el deísta, o del ateísta, contra el jesuíta y el
fraile, etc., etc.; la propiedad contra el robo y la usurpación
ejercidos por los comunistas, los socialistas, los supremos o
cualesquiera otros, la seguridad contra la arbitrariedad de cual­
quier género que sea; la civilización, contra la barbarie; en
consecuencia el que no acepta algo de estos artículos no es
conservador33.

Como sus antagonistas liberales, Caro vio los problemas que


enfrentaba Colombia en blanco y negro/ “Los liberales franceses y
sus imitadores criollos quisieron destruir todo lo que había acumula­
do la antigua civilización cristiana... rompiendo el bien para crear el
caos y la anarquía...”, escribió en 1849. Sólo a través de una oposi­
ción vigorosa a los liberales perniciosos y sin Dios podrían los
conservadores “mantener el bien y destruir el mal, admitir aquello
que perfecciona, rechazando aquello que degrada”, en el proceso de
salvar a la Nación y a su pueblo de la perdición3435 .
La formación de los partidos conservador y liberal elevó la política
nacional a un nivel nuevo de intensidad. Las elecciones se volvieron
importantes, especialmente después de que se estableciera en 1853 el
sufragio universal para los hombres. Una vez elegido, el partido
victorioso podía imponer sus programas sobre la nación y utilizar los
dineros del Estado y el clientelismo en la forma que le pareciera más
conveniente. No es de extrañar que con frecuencia se libraran batallas
alrededor de las urnas de votación, como lo atestigua este comentario
sobre un debate que tuvo lugar en 1856: “Las elecciones se verificaron
(y)... una gran parte de la población se fue al campo ese día huyendo,
porque dos otros días antes, empezaron a rugir que a tiempo de las
elecciones iba a ver, revolución, muertos, el infierno avierto y que se
yó cuantas cosas más”’5. Derrotado en las votaciones, el partido
perdedor tomaba frecuentemente la espada. Entre 1851 y 1895 siete
guerras civiles y muchas revueltas locales, todas libradas por ejércitos
que marchaban precedidos de banderas conservadoras y liberales,

33. Citado en Felipe Antonio Molina, Laureano Gómez: historia de una


rebeldía, Bogotá, Librería Voluntad, 1940, pág. 21.
34. Jaime Ospina Ortiz, José Eusebio Caro, guión de una estirpe, Bogotá,
Publicaciones Técnicas, 1957, pág. 281.
35. J. León Helguera y Robert H. Davis, Archivo epistolar del General
Mosquera, Bogotá, Editorial Kelly, 1966, págs. 266-267. El trozo citado es de
una carta del General Ramón Espina a Tomás Cipriano de Mosquera del 3 de
septiembre de 1856.

56
= :• -“‘ii a Colombia. El derramamiento de sangre se volvió, por lo
íHiili», un importante producto secundario de la política nacional,
que iHlruNÍficó la identificación partidista en todos los niveles de la
ato• iwiad. I labia muy pocos colombianos que albergaban dudas con
lespet lo a dónde estaba su fidelidad política una vez que eran golpea­
das pui la lucha recurrente.
Pai a Ion fines del análisis, la clasificación de las lealtades de partido
litote que ser considerada en dos niveles distintos: el individual y el
lÉginiial, Cada individuo escogía su afiliación política a través de un
cúmplelo proceso en el cual los eventos, las relaciones personales y las
ideas sr combinaban para determinar la lealtad partidaria. Para
ptidef allí mar con seguridad por qué un determinado colombiano
fundió su fortuna con los conservadores o con los liberales se requiere
Hada menos que considerar la historia de su vida en detalle. Los
ítmldes ilr la lealtad regional son, a su turno, más fáciles de describir
tpte de explicar. Antioquia, por ejemplo, votaba históricamente con
hts pi aiaei • vadores, mientras que Cundinamarca tendía a votar con los
liíewa1vx1®, El Gran Tolima estaba dividido en este aspecto. Los
ftmsei vadores predominaban en el sur, y los liberales formaban
Humilla en el norte. El corazón conservador del Tolima se extendía
tutela el sur a lo largo del llano, desde las grandes haciendas de los
« HmIo hasta Neiva y más adelante. Era ésta una vieja zona de
sHhmiftición caracterizada por sus grandes latifundios. Vástagos de
hs familias de mayor poderío económico fueron figuras de influencia
su la vida política, aún durante los tiempos coloniales, y Luis Caicedo
eta uno de estos individuos. El inmensamente rico propietario de
t uiiiiiW y benefactor de San Luis había ocupado el cargo de Algua­
cil Iival de Bogotá, honor que rara vez se concedía a los criollos,
hcspuén de la independencia, su hijo Domingo se alineó con los
buii varia nos conservadores y gozó de esa clase de riqueza personal
gite himón Bolívar protegió mientras estuvo al frente del gobierno.
No es soi • préndente que otros privilegiados como Caicedo se hicieran
BU valorees, llevando consigo al partido a todos sus familiares y a
pmiterosos ndherentes. Otro factor que probablemente contribuyó a
|h piéptmdentnda conservatiora en e1 sur de1 hano fue La ausenda de
uiui » ígt >i osa economía. La totalidad de la región descansaba sobre la
pióle allii del Magdalena, más allá de la cabeza de navegación y bien
di--mnie dr la zona de cultivos comerciales orientados a la exporta-
efiiii ti programa de reforma liberal, que tanto estimuló esta agricul-
hfhf ib exportación, benefició muy poco a los propietarios de hacien­

da fuaiik Sal lord, ‘‘Basesofpoliticalalignment”,71 -111,es una indagación .


pcHtefrailtt en las causas de la politización en la Nueva Granada.

57
das en el sur, y de hecho redujo su dominio de los asuntos regionales
mediante la creación de una clase emergente de comerciantes y
exportadores que desafiaban el liderazgo de aquellos.
La otra región en la que predominaban los conservadores era el
noroccidente de la cordillera del Tolima. Los colonizadores antio­
queños poblaron aquellas montañas después de 1850, trayendo con­
sigo sus costumbres regionales y sus predilecciones políticas. Y cuan­
do, a comienzos del siglo XX, esta migración llegó a su fin, cinco de
los seis municipios “antioqueños” en la cordillera norte eran resuel­
tamente conservadores.
El Tolima liberal corría hacia el sur desde Honda, eje del comercio
y del transporte. hasta la carretera que conectaba con Bogotá. Ibagué
fue tradicionalmente liberal, como lo fue el municipio de Chaparral
en el sur y el Líbano en el norte. El llano del norte del Tolima se hizo
liberal principalmente por razones económicas. La política liberal del
libre comercio produjo un cambio milagroso a lo largo del río, al
norte y al sur del puerto de Ambalema, como lo indicó en este
informe Miguel Samper, ministro de finanzas bajo el presidente
Francisco J. Zaldúa:

La extinción del monopolio de tabaco desarrolló la vitalidad


productiva de los antiguos distritos de siembras, especialmente
el de Ambalema y los adyacentes, y fue tan vigorosa y rápida la
acción, que en seis años se verificó una labor gigantesca, equi­
valente por sí sola, para estas comarcas, a la de los tres siglos
anteriores... Los brazos que el monopolio del tabaco empleaba
para su cultivo fueron desde luego insuficientes para la tarea de
la libertad. y una gran corriente de jornaleros y trabajador-es de
toda clase y de toda categoría. partió de las faldas y mesas de la
cordillera hacia las vegas del alto Magdalena y sus afluentes. El
hacha y la azada resonaron en todas las selvas; los pantanos se
desecaron; los caneyes, las habitaciones, las plantaciones de
tabaco y de toda clase de factorías se levantaban y se llenaban
de obreros de ambos sexos; las tiendas y los buhoneros se
multiplicaban; todo era movimiento, acción, progreso y traba­
jo”37.

No es necesario añadir que Samper era liberal y hombre de nego­


cios, con extensas propiedades en el norte del Tolima.
Así como se necesitan amplias teorías causales para explicar la
coloración partidista de la Colombia regional, se debe hacer énfasis
en el hecho de que varios factores determinaban la afiliación política
37. Luis Eduardo Nieto Arteta, Economía y cultura, págs. 278-279.

58
|on nuliviliios. La amistad personaL e1 mterés económieo, h
ímls■ ión patrono-cliente, el idealismo y cosas accidentales, sencillas o
en combinación, llevaron a los colombianos a sus respectivos parti­
dos Se ha sugerido antes, por ejemplo, que Domingo Caicedo se
puso drl lado de los bolivarianos conservadores porque el programa
l’oliiiio de éstos satisfacía sus necesidades. Pero su amistad de largo
tiempo con el Libertador también tiene que ser tenida en cuenta al
d iu u minar por qué se unió a las huestes de Bolívar. Si Domingo
■ alcedo hubiera sido íntimo amigo de Santander y enemigo de
Hnliva-, sus lealtades políticas y su carrera probablemente hubieran
sido distintas.
I ili ejemplo claro de cómo los lazos familiares, la lealtad personal y
Ih casualidad operaban en la politización de las élites tolimenses es el
raso de ' ladeo Galindo, oriundo de Ibagué, que peleó en las guerras
f la independencia bajo el mando del Mariscal Sucre y de Bolívar,
luisla alcanzar finalmente el grado de coronel. Sufrió varias heridas
ín nímbate y alguna vez sirvió como ayudante de campo de Bolívar
Ioante la campaña del Perú. Después de cerca de diez años en
teiMcio, ’ ladeo Galindo se retiró a su pequeña hacienda Salamina,
WtéH de Coello. Durante diez años vivió en ella con su familia, hasta
■■gado estalló la “Guerra de los Supremos” contra el gobierno
cbítU’i viador del presidente José Ignacio de Márquez. En 1840se unió a
tu§ liier/as rebeldes de José María Obando, junto con su primo
hit limito de Ibagué, José María Vezga. Tadeo Galindo puso bien de
pl-menle que se unía a la revuelta tanto para respaldar a su primo,
qtthm era en ese momento gobernador de la provincia de Mariquita,
tumi i para defender “el honor del espíritu del partido”. Menos de un
año después Galindo, Vezga y el secretario de Vezga, Manuel Murillo
í .irn, lucren expulsados de Honda por tropas del gobierno que los
persiguieron y capturaron en la ciudad caldense y progobiernista de
^-allaiuma, Enviados luego a Medellín, los tres fueron sentenciados a
imita ir por traición. Vezga y Galindo fueron ejecutados en agosto de
II; Murillo Toro fue puesto en libertad y huyó a Panamá. Poco
Hales dv su muerte, Tadeo Galindo escribió una carta a su hijo de siete
años, Aníbal, en la cual defendió su conducta: “...pero tú no debes
slligiilr, quedando persuadido que un crimen político es el que nos
emidlice a la muerte, y no delitos atroces, pues nunca éstos se han
abi ¡gado en el corazón de un amante de la libertad de su patria, por
g .. luí hecho esfuerzos constantes en la guerra de su emancipación
j yn c| sostén de sus mismas leyes”38. El joven Galindo se convirtió
con rl tiempo en un liberal convencido y en un implacable enemigo de
tpuenes ejecutaron a su padre. Ya no podía convertirse nunca en un

Atiihfil (¡alindo, Recuerdos históricos, págs. 4-6.

59
conservador, y tampoco podía ver a su padre como nada distinto de
un “mártir de la liboT'tad” y un patriota fusilado por el “crimen
político” de sostener las leyes de su país.
Los orígenes de la afiliación de Murillo Toro al liberalismo eran
diferentes de los de Vezga y los dos Galindo. Después de asistir a la
escuela superior, gracias a la ayuda caritativa de su abuela, AnaToro,
cuyo apellido añadió a su propio nombre en reconocimiento hacia
ella, el nativo de Chaparral se fue para Bogotá a conquistar un título
en la Escuela de Leyes3'3. Durante el tiempo de sus estudios en la
capital llamó la atención del presidente Santander, quien lo premió
con su primer cargo político39 40. Afortunadamente para los santande-
ristas, Murillo Toro no murió con Galindo y Vezga en 1841, y llegó
más tarde a ser el gran caudillo liberal del Tolima y dos veces
presidente de la República.
Uno de los casos más iluminantes y significativos de inconformis­
mo político en el Tolima fue el de Isidro Parra, el colonizador
antioqueño que hizo del municipio del Líbano un bastión del libera­
lismo. Siendo un joven de 21 años, Parra se había distinguido al lado
del general Mosquera en la guerra civil de 1860. Cuando, cuatro años
más tarde, los conservadores se apoderaron del gobierno de Antio­
quia, reunió a un grupo de jóvenes de ideas liberales y se fugó a la
cordillera, deteniéndose únicamente cuando se encontró frente a un
pintoresco valle boscoso que más tarde llamó Líbano por sus grandes
árboles de hoja perenne que traían a la mente los famosos cedros del
Líbano. Parra tomó la decisión de crear allí una ciudad que no tuviera
rival dentro del Tolima, y a lo largo de su vida prosiguió su plan con
una tenacidad que hizo de él, el patrono espiritual y físico del pueblo.
Bajo su dirección se inició allí el primer cultivo metódico de café, a
comienzos del decenio de 1870, y fue él quien inspiró a quienes a su
alrededor hicieron del lugar algo más que un sitio aislado y atrasado.
Como uno de sus rasgos personales más admirables Parra poseía una
vena honda, no ortodoxa en el campo intelectual, lo que le llevó a
conseguir libros de todas partes del mundo, leerlos y discutirlos con
sus amigos. En 1877 llegó, incluso, a traducir del alemán un trabajo
sobre religión natural, que en su prefacio ofrecía las siguientes obser­
vaciones:

“Los viejos dogmas y tradiciones ya no sirven más a la sociedad


moderna; ni siquiera la verdadera cristiandad evangelística
puede satisfacer las demandas de la nueva era, porque, en cierto

39. Tolima, Anuario estadístico, 1957, pág. 187.


40. Quijano Wallis, Memorias, pág. 302.

60
^liiud MuHHo "1 "oro. J869.

61
sentido, ella frustra el verdadero destino de la humanidad. El
hombre necesita una doctrina más de acuerdo con la razón
humana, y más en contacto con el progreso científico. En
resumen, el hombre moderno necesita una religión quesea más
realista ”41.

Isidro Parra nunca hubiera podido expresar tan cómodamente


estos pensamientos herejes en Antioquia, y posiblemente sea ésta la
verdadera razón por la cual se dedicó a crear una ciudad a su propia
imagen. Parra no vivió lo suficiente para ver a su municipio entrar al
nuevo siglo. Cuando se unió a la revolución liberal de 1895 fue
asesinado, en marzo de ese año, no muy lejos de la población que
había fundado cuatro décadas antes42.
Estos esbozos de destacados tolimenses sirven de base para argu­
mentar que no es posible resolver con éxito el problema del alinea­
miento partidista en el Tolima sin considerar varios factores. La
idiosincrasia individual, la amistad con notables personajes, en me­
canismo del patronaje, el accidente del nacimiento y los traumas
inducidos por la sangrienta guerra política de Colombia, todos estos
factores desempeñaron su papel en el establecimiento del carácter
político de la región.
Durante los decenios de 1850 y 1860, las gentes del norte del
Tolima, con sus campos de tabaco y sus bulliciosas ciudades porte­
ñas, disfrutaron de un bienestar económico sin precedentes. Pero en
el análisis final, fue más bien gracias al río Magdalena que a sus
propios esfuerzos que vinieron a beneficiarse del impulso exportador.
El río Magdalena era una amplia vía que conectaba el corazón de
Colombia con los más grandes mercados del mundo. En una nación
en donde la carencia casi absoluta de caminos hacía imposible el
comercio interno, una economía basada en las exportaciones por el
río a los mercados del exterior era la más lógica y, de hecho, la única
alternativa.
Los liberales de Nueva Granada aceptaron toda la responsabilidad
por el impulso exportador, acuñaron la frase de que “la colonia duró
hasta 1850” y elogiaron su propia perspicacia en lo económico y

41. Luis Eduardo Gómez, “El Líbano’’, manuscrito no publicado, Líbano,


Tolima.
42. Augusto Ramírez Moreno, El libro de las arengas, Bogotá, Librería
Voluntad, 1941, págs. 294-295.
43. Esta es la conclusión principal de Frank Safford en The ideal of the
practical: Colombia’s struggle to form a technical elite, Austin, University of
Texas Press, 1976.

62
©tHlitei4!. Los consumidores de Europa y de América del Norte
Eniuvieron una firme demanda del tabaco tolimense hasta cuando
MMs ec-oih'muca de 1876 provocó una verrica1 caída en Los prcc|os,
1uso entonces e1 auge en Las exportadones de quma y añd ayudó a
HifÉMt e1 desastre, y creó 1a dustón de que |os buenos tiempos
(Mhh combinar (jurante |a déca<ja de 1880 y después44 45.
í orno productores, elaboradores y transportadores principales de
íh fiqncta natural, los tolimenses vieron crecer viejas fortunas y nacer
shas nuevas durante esos años de abundancia. Las fértiles haciendas
3 lo líOgo del río, que desde los días coloniales habían permanecido
iaquoiltidiviis, fueron dedicadas al cultivo del tabaco, al tiempo que
Ihgai on nuevas gentes a Ambatema para estab1ecer fábricas, casas de
Hpoiim • ión y aun bancos. Estos sucesos pronto se reflejaron en la
d^iha. ion del Tolima, que ascendió a 220.645 habitantes en 1866,
iaHHHando durante una generacmn en cerca de| 2°%46. Muchos de
tai • iín llegados se hicieron excesivamente ricos. Miguel Samper,
Fntiqtta Cortés y Pedro A. López fueron miembros de esta nueva
fihh u i avia exportadora, que por los años setenta y ochenta formaba
la nn estrato nuevo e influyente dentro de la élite departamental y
ftgMmtal . I 1(jos de las reformas liberales, eran tan devotos del partido
Ülitifal ruino de las doctrinas del laissez faire.
I os conservadores tolimenses disfrutaron de las ventajas traídas
pHt el liberalismo económico, pero no perdieron oportunidad para
Ita-at al icgiinen liberal y a sus sostenedores. Les preocupaba espe-
sialnjaiiic la creciente franqueza con que hablaban las clases inferió­
le? que se habían integrado a la fuerza de trabajo, urbana en su
Ratíuta. empleada en la industria tabacalera. Tan temprano como
IH L Ion proletarios de esdavos en varias potdadones de1 norte
hilimn se levantaron contra el gobierno liberal cuando éste
aió |H hbertad de todos |os esdavos en 1a Nueva Grana<ja47,
picho decreto fue sólo el comienzo de lo que los conservadores
Riihtaion como una tendencia creciente a enemistarlos con el pue-
bta I lidias de naturateza dasteta estaharon de vez en cuando en

44 I tih Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930,


Repoiá, Editorial Santafé, 1955, pág. 195.
íí V éase: Lias ftáuaráo Nieto Arteta, Economía y cuhura, págs. 283-286,
H11 . my 166-3_30, para La estadstria de La producción d‘1 tabaco, quima y afid
éa»id? IfH I hasta principios del siglo XX.
i® b-sí- | vtai 11e|guera, “The firs| Mosquera administraUon m New Grana-
íh '' . tiesta doctora1 no pub1icada), Umvershy of North Caro|ina, 1958, pág.
í= k <tHt wa did Totuma, VoL'HL No. W, 26 de jumo de I866, pág. 34. ‘
i? • • Imprenta, 31 de enero de 1852.

63
aquellas poblaciones donde se concentraban los trabajadores fabri­
les, los estibadores y barqueros. En algunos sitios hubo también
organizaciones terroristas. En Ambalema se formó una sociedad
secreta de las clases bajas llamada La Serpiente, que a mediados de los
años 60 asaltaba y robaba a los conservadores más ricos de la
ciudad'*8. Movimientos de esta naturaleza parecían clara evidencia de
que los regímenes liberales fomentaban nuevas fuerzas sociales que
parecían capaces de destruir la nación.
Para mediados del decenio de 1880 las exportaciones de tabaco,
quina y añil estaban en pleno descenso, al igual que el país. Treinta
y cinco años de dominio liberal habían traído un cambio benéfico
para Colombia, pero ese período de innovación también trajo la
incesante guerra civil que acabó con las ganancias41’. Por lo tanto,
únicamente los liberales más doctrinarios se lamentaron cuando
uno de los antiguos miembros del partido, Rafael Núñez, abolió la
Constitución de Rionegro en 1885, una vez elegido a la presidencia
por una coalición de conservadores y liberales moderados. Núñez
anunció un programa de “regeneración nacional'’ que hizo re­
gresar el país a un sistema centralista, de fuerte dominio presiden­
cial. La máxima expresión jurídica de la Regeneración fue la
Constitución de 1886. Por medio de sus disposiciones el Tolima
perdió su status soberano y se convirtió en uno de nueve departa­
mentos bajo el mando de un gobernador nombrado por el presi­
dente. El general conservador Manuel Casabianca sirvió como
primer gobernador de Núñez, en el Tolima. “Ganador de cien
batallas decisivas para su partido”, Casabianca prestó su primer
servicio militar a los 19 años, durante la revuelta conservadora de
1859 en la provincia de Santander. La revuelta se convirtió en una
guerra civil a escala nacional que duró dos años. Casabianca fue
capturado y llevado a prisión en Bogotá por algún tiempo, hasta
cuando pudo escapar y se volvió un famoso líder guerrillero en el
norte de Cundinamarca5". Después de la guerra se estableció en el
Tolima, dirigió su partido hasta la Regeneración de Núñez y, hacia48 50
49

48. José María Nieto Rojas, La batalla, p. 49; Helen V. Delpar, “The Liberal
Party of Colombia, 1863-1903” (tesis doctoral), Columbia University, 1967,
págs. 187-188.
49. William Paúl McGreevey, Historia económica de Colombia, Bogotá,
Tercer Mundo, 1975, págs. 180-181. Aquí el autor califica con base en
estadísticas “los beneficios y las pérdidas de las políticas de no intervenir
experimentadas por el campesinado”.
50. Joaquín Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, I,
Bogotá, Editorial Aguila, 1939, págs. 500-502.

64
fifiylfS drl siglo, ejerció seis veces la gobernación de su depurta-
Henlo
■ ttHiih> los conservadores subieron al poder, en el Tolima se
dÉSfHivovhin dos movimientos importantes. El primero fue la
dihisióu del cultivo del café en las tierras templadas de las cordille­
ra t Mental y Occidental. El café tenía mucha demanda en todo el
«mudo, uní que reemplazó al tabaco y a la quina como fuente de
ingit^siiN para el departamento. El segundo fue el progresivo ritmo
d= f;itbt^lzllciOn antioqueña en el noroccidente del Tolima. Desde
la dét ■ f«1a de 1860 los pioneros antioqueños habían venido cruzan­
do Ih ynrdillera Central desde el valle del río Cauca, para colonizar
|h£ vallrs templados al norte de la cordillera. Aldeas como Herveo,
ffHIU-h í jtsabianca, Villahermosa, Líbano, Santa Isabel y Anzoá-
Ihgiii ■ convirtieron con el tiempo en cabeceras de una serie de
m.-uhipios que se extendían del páramo casi hasta el llano5!
V-Hias earaetrrístieas separaban a 1os mumci^os antioqueños de1
IHIo del departamento. Eran poblaciones mucho más prósperas,
. : íiÍíio de la exportación del café. Las posesiones de tierra en la
feginn tendían a ser de tamaño moderado y el latifundio era la
fseeptión, Este hecho impresionante se debía a la manera única
feftio Ion antioqueños fundaron sus ciudades. Antes de salir de
ManilaffN, Salamina o alguna otra provincia de Antioquia, los
Holoíiii^i;dol■es formaban una corporación agrícola que llamaban
Toinpania'! De conformidad con los términos del acuerdo, cada
uiiElidhro de la compañía estaba obligado a contribuir a la empresa
gon lo que pudiera, y una vez realizada la colonización recibía una
pHMtlti de tierra en proporción a su aporte. Otro hecho que
^üUH1nivó a 1a ampüa difusión de 1a propiedad fue 1a eoneesión de
baldías hecha por el gobierno nacional a cada municipio,
guntidti óHe se constituyó legalmente. Fluctuando en su tamaño
dssdy 2H ■ ()()() hectáreas en el Líbano hasta 8.000 hectáreas en
Á^=íf»á1eyui, |os ba1díos eran vendaos a 1os nuevos ccdoiuzaciores
■ llagaban al municipio52. Con excepción del Líbano, cuya
ÍÍHsu1ai Miid se ha exp1icado antrs, 1os mumdpios antioqueños
ÍHii tatniservudorcs, hecho de no poca importancia en el porvenir
g, lílíto del I ‘olima.
g| siglo XIX fue una época llena de acontecimientos para el
Hhlti hihmit y su gente. En menos de c^n años, 1os tohmenses

íí i 4 ulna principal sobre este movimiento de la población es la de James


M-i«-Hs / a ( ^Ionización antioqueña.
f Íímit=§ 1*f^nM»ns , La colonización antioqueña,, Bogotá, Carlos Valencia
i ■diteiHi pág D2.

65
ayudaron a ganar la independencia nacional y vieron cómo los
poderosos caciques regionales aplicaron en el llano un sistema de
liderazgo anárquico y tradicional. Fueron testigos de la formación
de dos partidos políticos que representaban puntos de vista en
conflicto sobre el mundo, y se unieron a la batalla intestina por
imponer sobre la nación una u otra filosofía. Todo esto se eviden­
ció a través de grandes cambios económicos que transformaron la
vida nacional. Las restricciones al comercio, heredadas de los
tiempos coloniales, fueron destruidas, y de ello resultó una era de
exportaciones dentro de la cual las ciudades porteñas del Tolima,
sus campos tabacaleros y sus cultivos de quina y de añil desempe­
ñaron un papel integral. Pasó la era de las exportaciones y con ella
el régimen liberal, y fueron los conservadores quienes finalmente
navegaron en aguas tormentosas hacia el nuevo siglo.

66
CAPITULO II
EN EL UMBRAL DE UNA NUEVA ERA

Dos hombres se sentaron juntos una desapacible y nublada tarde


de Bogotá para conversar de Colombia y el mundo. Uno de ellos era
Aníbal Galindo, ahora con más de sensenta años, cortés y amplia­
mente viajado, traductor del Paraíso Perdido de Milton y conocedor
ile los caminos de su patria después de una vida de servicios “al
partido y a la nación”, como le gustaba decirlo
*. El otro era el señor
I )aloz, embajador de Francia ante el gobierno colombiano. Mientras
conversaban, sentados con los cuellos almidonados, las corbatas de
seda y otras pertenencias del atuendo caballeresco de la última mitad
del siglo XIX, el colombiano intentaba racionalizar la historia de su
país a partir de la independencia, nombrando a Nariño, a Bolívar, a
Santander y a otros beneméritos de la patria. El francés lo escuchaba
con suma atención, y cuando el otro hizo una pausa formuló una
pregunta poco diplomática en su tono pero devastadora en su lógica:
“¿Pero qué defensa admite, señor Galindo, el hecho de que en ochen­
ta años que llevan ustedes de vida independiente, no han podido
construir un camino siquiera sea de ruedas, que mide sólo diez y ocho
leguas de largo, del borde de la altiplanicie a su puerto fluvial de
Honda sobre el Magdalena, y aún se sirven ustedes, desmejorado
según me han dicho, del mismo camino de muías o de herradura que
bajando y trepando aquellas crestas les dejaron los españoles al
emigrar del país en 1819, al paso que la más insignificames dr las

I, Aníbal Galindo, Recuerdos, pág. 193!.

67
revoluciones en que ustedes se han empleado, ha consumido cien
veces más de lo que habría costado la construcción de aquel cami­
no?”23.
Aníbal Galindo no tenía la respuesta porque, en realidad, no la
había. Además, ambos interlocutores sabían que, en una era de
creciente industrialización en Europa y en América del Norte, las
cuestiones que habían suscitado las incesantes guerras civiles en
Colombia se hacían cada vez más anacrónicas. Hermanas repúblicas
como México y Argentina ya habían resuelto el dilema federalista-
centralista mediante la creación de fuertes gobiernos centralizados, y
se movía con confianza hacia el siglo XX mientras Colombia, teórica­
mente centralizada bajo la Constitución de 1886, todavía se revolca­
ba en el lodazal del caudillismo y del regionalismo destructivo.
Incluso, mientras conversaban los dos hombres, los colombianos se
estaban armando para una nueva guerra civil que haría empequeñe­
cer a las anteriores, y que dejaría al país tan exhausto que ni siquiera
podría defenderse contra los depredadores extranjeros.
Los liberales nunca se resignaron a la derrota que les impusieron
Rafael Núñez y los conservadores, y en tres ocasiones distintas, entre
1885 y 1899, intentaron reconquistar el poder por medio de la fuerza.
Las guerras de 1885 y 1895 fueron fiascos fácilmente controlados por
las tropas del gobierno, pero la guerra de 1899 se prolongó por tres
espantosos años para terminar una vez más en el triunfo del gobierno
sobre los rebeldes liberales. Varios factores contribuyeron a la que se
llamó la “Guerra de los Mil Días”. Primero, algunas facciones del
partido liberal querían que estallara y trabajaban asiduamente desde
la corta revuelta de 1895 para recoger armas y reclutar hombres.
Líderes lúcidos como el general Rafael Uribe Uribe, con sus 39 años
de edad, pero ya en ese entonces veterano de tres guerras civiles,
viajaron al exterior para conseguir dinero y comprar armamentos, y
la vecina Venezuela estimuló la causa liberal permitiendo despachos
de armas a través de sus fronteras. Segundo, ambos partidos estaban
divididos, hecho exacerbado por la errónea creencia de algunos
liberales que conservadores descontentos podrían respaldarlos una
vez declarada la guerra’. Una causa final y muy significativa de la
guerra fue la caída de los precios del café, que perjudicó los intereses

2. Aníbal Galindo, Recuerdos, págs. 291-293.


3. Helen Delpar, “Road to revolution. The liberal party of Colombia,
1886-1899, •'The Americas, 32 (enero de 1976), págs. 348-371.

68
de la élite en ambos grupos políticos y llevó la disidencia hasta niveles
nunca vistos en los prósperos años ochenta y noventa4.
Al comenzar la Guerra de los Mil Días, en julio de 1899, la
contienda se extendió rápidamente a todas las regiones de Colombia.
Los liberales del Tolima se contaban entre los más entusiastas parti­
darios de la rebelión, y por lo tanto fueron severamente castigados
por el gobierno conservador. Un decreto de diciembre de 1899 fijó a
cada departamento una suma de dinero con la cual debía contribuir a
sostener el esfuerzo bélico, y al Tolima se le fijaron $600.000, una
suma aterradora, sólo antecedida por la de $1.500.000 exigida al
grande y rico Antioquia5. Según el mismo decreto, el gobernador de
cada departamento podía distribuir el gravamen entre los ciudadanos
de acuerdo con la medida en que fueran considerados “simpatizan­
tes”, “auxiliares” o “participantes activos” en la revolución. El
gobernador conservador del Tolima empleó estos poderes discrecio­
nales en forma efectiva, y los liberales sintieron el azote de la ley que
los discriminaba'.
La Guerra de los Mil Días causó incalculable daño material y
humano a Colombia. Perecieron alrededor de 100.000 personas y se
arruinaron el comercio, la industria y la agricultura, paralizando el
desarrollo nacional. El Tolima, por su ubicación central, ofrecía un
acceso fácil a los partidarios de ambos bandos, cuyos ejércitos mar­
charon y contramarcharon a todo lo largo y ancho del departamento.
I os relatos de actos de heroísmo y acciones de barbarie en los llanos
del Alto Magdalena forman un capítulo aparte en la sangrienta
Guerra de los Mil Días. Los conservadores hablaban de un sitio
llamado Montefrío, en las veredas altas de Doima, en donde los
hombres del guerrillero liberal Tulio Varón colgaban a sus prisione-
tos en ganchos de matarife, insertándolos por debajo de sus mandí­
bulas inferiores, antes de ejecutarlos a machete'. “Se fue para Monte-
hío” se volvió un eufemismo popular para referirse a los camaradas
caldos en la guerra. Muy raramente se les perdonaba la vida a los
prisioneros durante la última fase del conflicto, después de años de
matanzas y de privaciones que habían deshumanizado hondamente a*

4. La causación y la guerra son exploradas en Charles W. Bergquist, Café y


conflicto en Colombia, 1886-1910; La Guerra de los Mil Días: Sus antecedentes
j' consecuencias, Medellín, Publicaciones FAES, 1981.
5, Charles Bergquist, Café y conflicto, pág. 162.
fi, Luis Martínez, Historia extensa, Vol. X, libro 2, págs. 136-139,
7, Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del Toiima, Manizadcs, Editoría, Ar­
turo Zapata, 1937, págs. 114-116.

69
los combatientes de ambos bandos. Mientras abundaban las muni­
ciones, los cautivos eran ejecutados simplemente por deporte, y
cuando éstas escaseaban se les ordenaba “hacer nuca” o “mirarse los
pies”, para ser decapitados inmediatamente*. Tampoco a los civiles
se les permitió escapar de los horrores de la lucha. Se presentó el caso
de un soldado enloquecido quien, al pasaren marcha frente al sitio en
donde alguna vez estuvo su casa en las orillas del río Alvarado, se
detuvo brevemente y decapitó a su único hi.jo viviente con un tremen­
do machetazo89. Otro soldado fue Cantalicio Reyes, humilde agricul­
tor que vivía con su familia en el llano entre Alvarado y La Mansa
quebrada de Caima. Un día, mientras Cantalicio Reyes trabajaba en
los campos, tropas conservadoras saquearon su pequeña finca, ence­
rraron a su mujer y a sus hijos en la choza techada de bardas y luego le
prendieron fuego. Al enterarse de lo ocurrido, Reyes se unió a las
‘fuerzas guerrilleras del Negro Marín con estas palabras: “He venido
a matar godos...”. Y eso hizo, ganando fama a través de todo el
Tolima por la forma maníaca como esgrimía su machete durante el
combate10.
Para millares de individuos como Cantalicio Reyes, la Guerra de
los Mil Días fue un ultraje de primera magnitud que consumió todo lo
que les era valioso, sin dejar nada más que una oscura sensación de
desesperanza. Pero a pesar de todo el daño hecho a Colombia por la
peor de sus guerras civiles, ésta marcó un cambio profundo en el
desarrollo nacional y puso al descubierto la bancarrota de los viejos
caminos para conquistar el poder'. La revolución contra el gobierno
central dejó de ser la forma de arrebatar el control de la nación, y los
ejércitos, que bajo el mando de algún caudillo marchaban sobre la
capital, fueron relegados a las sombras de otra época. Loscolombia-

8. Gonzalo París Lozano, Guerrilleros del Tolima, págs. 129-130.


9. Gonzalo París Lozano, GuerrillerosdelTolima, págs. 132-135. Después de
la guerra trató de esconder su deshonra por huirá los Llanos Orientales.
10. Eduardo Santa, Sin tierra, págs, 18-23; Gonzalo París, Guerrilleros del
Tolima, págs. 119-122. Hubo momentos de compasión durante la guerra. Se
cuenta la siguiente anécdota acerca de uno de los más famosos generales
liberales de la guerra, El Negro Marín, bajo quien peleó Cantalicio Reyes:
“Un día su tropa tomó presas a dos personas a quienes acusaron de espiona­
je, los procesó en consejo de guerra, y los condenó a pena de muerte. Se pasó
la sentencia a Marín para que la aprobara con su firma. El general Marín se
detuvo, miró fijamente a los jueces y luego habló: ‘Los conservadores roban,
y nosotros hemos robado; los conservadores matan, y nosotros vamos a
matar. Pues, ¿cuál es la diferencia?'. En seguida anuló la sentencia”. Véase la
fotografía de Marín en compañía de hijos del general Isidro Parra, y otros
veteranos de la guerra.

70
• lih sensibles a la opinión mundial se entristecían al ver que además
di’ In mina, la guerra les había traído el irreparable daño de que el país
perdiera “su prestigio ante el mundo”, y a esta dolorosa sensación se
anadm la cólera por la pérdida del departamento de Panamá, apenas
mi uño después de la terminación de la guerra11. Todas estas amargas
le t < ames señalaban la necesidad de continuar la centralización del
podrí iniciada en 1886, y el presidente Rafael Reyes dio el primer
puso para apuntalar el estado central después de la contienda.
Reyes fue elegido para llenar el término de 1904 a 1908 en una
r-.ñida y calurosa campaña, a la que los divididos partidos conserva-
d..i v liberal se presentaron con dos candidatos conservadores. Reyes
p.uó con una plataforma en la que prometía un gobierno bipartidista
dv 'oncordia Nacional” y abogaba por una fuerte centralización de
li autoridad en Bogotá. La estrategia de centralización era fácil para
lleves, soldado él mismo, y hombre de acción acostumbrado a que
nih órdenes fueran obedecidas. Cuando su mano dura ocasionó que
algunas importantes facciones de su propio partido se volvieran
t oiiira él, Reyes respondió arrojando a conservadores prominentes a
Ih ■ áícel y estableciendo una dictadura. Con el Congreso en suspenso
V sus enemigos temporalmente confundidos, Reyes gobernó por
• l••u(■t() a través de una Asamblea Nacional que manejaba como a un
lllere1*'. Uno de sus principales objetivos fue el de atacar los arraiga-
intereses regionales mediante una serie de reformas que cambia-
ion In organización interna de Colombia. Fuente de muchos proble-
IHHN para el dictador fueron los poderosos gamonales que
controlaban la vida política en sus dominios, que decidían quiénes
••■upaban los puestos oficiales, cuáles municipios —o individuos—
d.bian recibir los dineros públicos, y aun hasta qué punto había que
obedecer las leyes nacionales. El general Manjarrésen Magdalena y el
doctor Charry en el sur del Tolima eran los más notorios mandama-
st'h regionales. El arma principal de Reyes contra ellos fue reducir su
poder a través de la subdivisión de los departamentos. El sabía que

I I La cita se encuentra en Hernando Martínez Santamaría en Carlos Marti-


llt/ Silva. ¿Por qué caen los partidos políticos? Bogotá, Imprenta de Juan
Casis, 1934, IV.
I‘ l uis Martínez, Historia extensa, Vol. X, libro 2, pág. 304, propone que
los liberales apoyaron a Reyes con la esperanza de que sus medidas opresivas
provocaran una rebelión conservadora. Entonces Reyes tendría que “buscar
apoyo en el Liberalismo”, así permitiendo que volvieran al poder. Una
ipli.ación más convincente es que muchos de los programas de Reyes
iu monizaron con los de líderes liberales, el más notable de quienes em RularI
i u Ibe Ut • ibe. Ver Eduardo Santa, Rafael Uribe Uribe: Un hombre i una época,
Hijgolá, Ediciones Triángulo, 1962, pág. 328.

/I
además de reducir el área sobre la cual los caciques podían distribuir
su patronaje, las nuevas divisiones despertaban lealtades y generaban
una nueva burocracia que competía con la vieja. Un escritor ha
ideado una relación imaginativa del lenguaje que Reyes podría haber
usado al explicar sus actos:

Compadre, cómo son las cosas de la vida. Unas dan risa, otras,
dan rabia; las más, tristeza; las menos, alegría. Usted se acorda­
rá de que cuando ingresé por primera vez ai Congreso apoyé un
proyecto atacando la división del país por medio de los departa­
mentos... y uno de los primeros actos de mi gobierno fue dividir
la nación en departamentos, porque si no lo hago así, se me
fugaba de entre las manos, volvía al caos administrativo y se
refugiaba en esos inmensos latifundios con amos y príncipes
consortes y viudas longevas con ganas de prolongar en ellas y en
sus hijos el poder de sus maridos desaparecidos..?3.

Entre los nuevos departamentos que resultaron de la estrategia de


Reyevs de “dividir para reinar” estaban Nariño, Atlántico y Va11c14.
Sin embargo, fue el eje Antioquia-Gran Tolima sobre el cual Reyes
descargó sus mayores atenciones reformistas. Primero desmembró el
extremo sur de Antioquia, rico en café, creando el departamento de
Caldas, y después dividió lo que había quedado de Antioquia en
sub-distritos con el objeto de reducir las lealtades locales y enfrentar­
las a las lealtades regionales^. El Gran Tolima fue partido por la
mitad. La parte sur se convirtió en el departamento del Huila y Neiva
fue transformada en su capital; la porción norte conservó su nombre
y su ciudad capital originales.
Las implicaciones de la vivisección adelantada por Reyes hicieron
tambalear la vida política del ya muy reducido departamento del
Tolima, aunque siempre se* habían presentado profundas diferencias
entre el sector sur y el sector norte. La zona conservadora era la del

13. Mario H. Perico Ramírez, Reyes, de cauchero a dictador, Tunja, Universi­


dad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1974, págs. 458-9. Para una
relación académica de las razones por las cuales estableció Reyes nuevos
departamentos, véase Eduardo Lemaitre, Rafael Reyes, biografía de un gran
colombiano, Bogotá, Editorial Espiral, 1967. En ella el autor señala también
el peligro del separatismo regional después de la Guerra de los Mil Días.
14. Nicolás García Samudio, “La división departamental y los orígenes del
municipio en Colombia”, Boletín de historia y antigüedades, 20: 227:1-14
(lebrero 1933).
15. Clirislopher Abel, “Conservative Politics”, pág. 13.
altr, mientras que los liberales abundaban en las ciudades del mu ir
vecinas al río Magdalena, en Ibagué, en Chaparral yen sus alrededo-
les y, desde luego, en el gran municipio del Líbano. Solamente en la
cordillera norte, entre Herveo y Anzoátegui, y en las cercanías del
i mamo, en el centro del nuevo departamento, había un apreciable
numero de conservadores. Al atacar al doctor Charry, el caudillo de
Nciva, el presidente Reyes había golpeado duramente al conservatis-
nto en la porción que quedaba del Tolima.
Como todos los hombres fuertes que trataron de dominar a Co­
lombia, Rafael Reyes finalmente fracasó. En un sentido muy real, fue
el huraño regionalismo de la nación el que al final terminó por
destituirlo. Sus fáciles victorias en las reformas electoral y departa­
mental de 1904-1906 le llevaron a impulsar aún más lejos su progra­
ma de centralización. En 1907 estableció una Academia Militar
Nacional. Al año siguiente nacionalizó los monopolios departamen­
tales de fósforos, tabaco y licores e impuso numerosos impuestos
directos. Con estas medidas Reyes confiaba en colocar a Colombia
sobre la misma senda que estaba siguiendo México bajo el liderazgo
de Porfirio Díaz, hombreen muchos aspectos semejante a él ya quien
Re-yes admiraba muchoA Pero los nuevos decretos significaron su
i•tilda. Todos los departamentos, encabezados por Antioquia, que
dri i vaba la mitad de sus ingresos fiscales del impuesto al aguardiente,
o opusieron con vigor a las nuevas medidas y se coligaron alrededor
del movimiento Unión Republicana, del banquero Carlos E. Res-
trrpo, para derrocar a Reyes en 190917. yn año después Restrepo era
elegido presidente por un período de cuatro años.
El gobierno de Restrepo fue de “reconciliación nacional” y se
caracterizó por la cooperación partidista, por el intento de compartir
• l poder en la arena política y por una reducción de la intervención
‘-datal en los asuntos económicos. El alza de los precios del café en el
mercado mundial propició el regreso a una moderada prosperidad
■ c < mómica en Colombia, dándole al presidente una amplia oportuni­
dad para restañar las heridas causadas por medio siglo de lucha
intestina. Restrepo creía que un país habitado por cristianoshonra-
dos y gobernado en forma equitativa podía desarrollarse de mauma
líbre y pacífica. Para el presidente era anormal todo lo que no lucra
mui perfecta armonía en el cuerpo político, y pensaba que la coi • i• up-
• ióii política de Colombia era prueba evidente de que “somos todavía
mía nación inferior e indigna...”*17 18. No obstante, Restrepo cutio a

Ifi . Ospina Vásquez, Industria y protección, págs. 330-331.


17. Cliristopher Abel, “Conservative Politics”, pág. 13.
IH . Carlos E. Restrepo, Orientación republicana, II, págs. K5-92,

71
desempeñar su cargo con una fe positivista en que reformas apropia­
das podrían hacer posible la cooperación bipartidista y el disfrute
conjunto del poder en todos los niveles del gobierno, removiendo así
el motivo principal de enfrentamiento entre los partidos. Su fe estaba
basada en la creencia de que existía una “orientación republicana” de
honda raigambre en el corazón de ambos grupos políticos tradiciona­
les19. Esta visión simplista de la realidad colombiana llevó a Restrepo
a la opinión infundada de que los partidos se dividirían pronto en
grupos de interés de naturaleza corporativa2021 . Era éste un concepto
que tenía mucho en común con la filosofía corporativista que se puso
en boga en varios países occidentales dos décadas más tarde, pero que
difícilmente podía ser aplicable a las realidades políticas colombianas
de 1910.
Las reformas con que Restrepo esperaba transformara Colombia
en una república virtuosa fueron el trabajo de una asamblea nacional
constituyente que se reunió a comienzos de 1910, antes de que aquél
tomara posesión del mando. Entre otras cosas, la asamblea cambió la
ley nacional para permitir la elección del presidente por voto directo y
popular, así como de las asambleas departamentales y concejos
municipales. En forma significativa, los constituyentes abolieron las
elecciones en que “el ganador es el dueño de todo” —elecciones que
por un cuarto de siglo habían venido ganando los conservadores
mediante la manipulación de la maquinaria electoral—, para reem­
plazarlas por un sistema de voto proporcionado que permitía a los
partidos minoritarios (es decir, al partido liberal) ganar una represen­
tación en las corporaciones públicas2! La misma asamblea designó a
Restrepo presidente. Este, al asumir sus funciones, inició su progra­
ma de “Unión Republicana” nombrando a liberales prominentes en
cargos de importancia a nivel nacional y departamental, y hablando a
favor de regularizar los procedimientos electorales y de imponer
penas severas al fraude en las urnas.
El programa político de Restrepo fue un desastre sin contemplacio­
nes. La buena voluntad que él creyó que prevalecía en los altos niveles
del gobierno se derritió ante las sospechas de que una de las facciones
tomaría ventajas sobre la otra, y liberales como Benjamín Herrera,
Rafael Uribe Uribe y Enrique Olaya Herrera le retiraron su colabora-

19. Carlos E. Restrepo, Orientación republicana, I, pág. 201.


20. Gerardo Molina, Las ideas liberales, 1849-1914, pág. 185.
21. Para un resumen de estas reformas, véase Gustavo Humberto Rodrí­
guez, Benjamín Herrera en la guerra y la paz, Bogotá, Imprenta de Eduardo
Salazar, 1973, págs. 213-214.

74
‘ión??. Pero fue en las instancias departamental y local en donde el
k1mlismo d‘1 presidente recibió sus más tremendos sacudones. La
historia reciente había pesado demasiado sobre las espaldas de la
< 'olombia regional para que el benigno programa de Restrepo tuviera
é xito. El profundo cambio en la ética política, buscado por el presi­
dente, exigía una autoridad mucho mayor que la que él podía reunir,
un hecho demostrado en el Tolima, donde sus reformas por poco
provocan una nueva guerra civil2’*.
Los liberales del Tolima eran nulidades políticas después de la
guerra, y eran considerados como parias por los conservadores, que
insistían indignados en que aquéllos habían llevado la ruina a la
unción con sus traicioneras acciones durante la década de 1890. Los
liberales se quedaron callados cuando en 1905 Reyes dividió el Toli-
inn en un norte liberal y un sur conservador y sólo pudieron meditar
sobre los acontecimientos que tuvieron lugar antes de 1910. Mientras
existiera la sospecha que ellos constituían una mayoría en el nuevo
departamento, parecía poco probable que los funcionarios electora­
les conservadores les permitieran averiguarlo. Pero con las reformas
del presidente Restrepo los liberales tolimenses se volvieron de repen­
te más ruidosos, diciendo: “Desde 1885 nunca se nos ha acordado a
nosotros los plenos derechos de ciudadanía... Ninguno de los gober­
nadores nombrados para el Tolima ha demostrado real interés en este
departamento’^4. Hasta el mismo gobernador conservador, Francis­
co Tafur, levantó su voz para decir que el Tolima, alguna vez una de
las más ricas regiones del país, estaba ahora reducida a “un estado de
pobreza verdaderamente crítico” que conducía a una menor protec­
ción por parte de la policía y a un florecimiento concomitante de
crímenes como el abigeato25.
Los conservadores miraron la agitación de sus viejos adversarios
con cautela sobre todo cuando se hizo público que los liberales tenían
In intención de votar en masa durante las elecciones para diputados
departamentales fijadas para el 2 de febrero de 1913. En octubre de
1912 trataron de detener la publicación del influyente periódico
liberal El Cronista, de Ibagué, presentando cargos difamatorios con­

22. Gerardo Molina, Las ideas liberales, 1849-1914, págs. 285-286.


23. Carlos E. Restrepo, Orientación republicana, II, pág. 84: “...conflictos tal
eomo el de Ibagué han estallado y han llegado al punto de causar una
guerra”.
24. La Voz del Tolima, 29 de diciembre de 1910.
25. Tolima, secretaría de Gobierno, Informe del secretario de gobierno, 1912,
págs. 4-8.

75
tra su director, Aníbal Quijano, y en el mes siguiente provocadores de
la policía disolvieron manifestaciones políticas liberales en Ambale-
ma y Armero26. Entonces, con una prontitud asombrosa, el presiden­
te Restrepo designó al liberal Leónidas Cárdenas como gobernador
del Tolima. Los conservadores estaban pasmados. “No hubiera podi­
do hacerse una peor escogencia”, vociferaba el general Eutimio
Sandoval desde la página editorial del periódico La Cordillera, aña­
diendo que a Cárdenas se le conocía como “corrupto, sectario y
enemigo de los colonizadores antioqueños en el Tolima’^. Pero el
nuevo gobernador no tardó en ejercer las prerrogativas de su despa­
cho, y antes de que cumpliera un mes en su puesto había nombrado a
Antonio Ferreira, liberal, en la alcaldía del Líbano. Ferreira era una
selección lógica porque él se había trasladado a ese municipio en 1907
para continuar las obras interrumpidas después de la muerte de
Isidro Parra, doce años antes2\ Ferreira y otros admiradores del gran
general Parra, al estilo de Uladislao Botero, llegaron al Líbano
debido a su fama de abrigo del liberalismo, y abrieron la rica zona
del sur al cultivo del café mediante la fundación del caserío de Santa
Teresa29. Ferreira, Botero y el general Antonio María Echeverri,
veterano de la Guerra de los Mil Días, se convirtieron en grandes
cultivadores del café y miembros de la estructura de hecho de poder
en el Líbano.
Cuando el 21 de enero llegó el telegrama con la noticia que tendrían
aun liberal en la alcaldía libanense por primera vez desde la Regenera­
ción, se produjo gran sorpresa y regocijo entre los liberales, rivaliza­
dos en intensidad únicamente por la angustia y la consternación de
los conservadores. Estos creían que se había cometido un error.
Después de todo, ¿no era un desafio al sentido común que “quienes
ganaron la Guerra de los Mil Días con su heroísmo en defensa de las
instituciones nacionales tengan ahora que experimentar que sus sa­
crificios fueron estériles, y que ahora están dominados por quienes
salieron derrotados en la guerra?”26 30. Como consecuencia de esa
29
28
27

26. El Cronista, noviembre 2 y 23 de 19I2. En ese entonces Armero se


llamaba Santana.
27. La Cordillera, 4 de enero de 1913.
28. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, Ibagué, Imprenta Departa­
mental , Pt. I, 1937, págs. 81-82.
29. A. Uladislao Botero le atribuyen estas palabras: “Yo salí en busca de esta
región... Líbano... porque era liberal. Me casé con una sobrina de Isidro
Parra’”
30. Editorial de La Idea de Manizales, reimpreso en La Cordillera, 20 de
febrero de 1913.

76
Veteranos liberales de la Guerra de los Mil Días.
lógica, los conservadores no le permitieron a Ferreira reclamar su
puesto ese día. La euforia liberal se convirtió en cólera y un gran
contingente de personas montadas a caballo pasó con estruendo por
la polvorienta carretera que conducía hacia el oriente y el caserío de
Convenio, y luego a El Tesoro, la hacienda del general Echeverri. Era el
caudillesco siglo XIX en microcosmos. Al conocer los hechos, el
general reunió a los trabajador-es de su hacienda y a otros campesinos
de Convenio y de la vecina región de Tierradentro. El abigarrado
ejército, blandiendo machetes, escopetas y algunas pistolas, llegó a
las 9 de la mañana a la cabecera municipal, arrestó a todos los
conservadores prominentes e instaló al alcalde. El general Echeverri y
sus seguidores mantuvieron vigilancia sobre el Líbano hasta las tres
de la tarde del día siguiente, cuando se desbandaron y regresaron a
sus hogares’!
El “asalto Echeverri”, como se llegó a conocerse el levantamiento,
fue noticia en el Tolima aun durante varias semanas después de que
ocurrió. De manera característica, ambos bandos lo vieron desde
perspectivas completamente distintas. Echeverri defendió la acción
como la de “un pueblo honesto y celoso de sus derechos”, cansado de
la ignominia impuesta sobre él por los seguidores del jefe conservador
Eutimio Sandoval, una “cuadrilla de bandidos” que se alimentaba en
el abrevadero público y que debía ser suprimida. Los conservadores
replicaron que Echeverri y sus hombres eran rebeldes transgresores
de la ley, peligrosos para la paz del Líbano y, particularmente, para la
del general Sandoval’2.
Sólo una semana después de la mini-revolución del Líbano, todo el
Tolima participó en unas elecciones en las que los liberales esperaban
obtener la mayoría en la asamblea departamental. La votación fue
concurrida y el fraude muy extendido, aunque no parece que fuera
factor decisivo en la contienda. Al ser contados los votos, los resulta­
dos indicaban que por primera vez desde 1886 los liberales tendrían el
control de la asamblea. Esta pérdida condujo a algunas renuncias en
el directorio conservador del departamento y a un gran replantea­
miento interno por parte de los miembros del partido, uno de los
cuales se lamentaba de que “el partido conservador tiene en el Tolima
innegable superioridad numérica sobre el partido liberal, a pesar de
lo cual, y como cosa nunca vista aquí en un cuarto de siglo, se han

31. El País, 25 de enero de 1913; La Cordillera, 25 de enero, 20 de febrero,


marzo 1 de 1913.
32. La defensa hecha por Echeverri apareció en La Idea de Manizales, un
periódico conservador que publicó un telegrama en que expresó su concepto
del ataque. Este fue publicado en La Cordillera, lo. de marzo de 1913.

78
perdido estas recientes elecciones para diputados. Sería injusto car­
gar todo el peso de la derrota sobre los jefes; pero es cierto que no han
sabido estimular a los soldados. Indudablemente ha habido exceso de
autoridad, poco empeño en atraer a la masa, y un llamamiento a la
disciplina que apenas sería tolerable en una comunidad religiosa,
nunca en un partido político”33. Pero no todo estaba perdido. Si unas
cuantas comisiones electorales dentro del departamento lograran
acomodar los resultados en sus jurisdicciones —y todas las comisio­
nes estaban controladas por los conservadores—, aún podría salvarse
la elección. Hacia finales de febrero la comisión del distrito de Honda
anunció que estaba considerando la anulación de los comicios allí.
Creció la tensión por todo el departamento. “Durante veintisiete
años el liberalismo del Tolima ha venido presentándose a las urnas
para demandar, por medio de la elección popular, su participación en
la administración pública... (y) siempre fue vencido en las urnas en
virtud de leyes urdidas especialmente y al amparo de gobiernos
parcializados”, se quejó un tolimense resuelto a protestar contra el ya
transparente intento conservador de robarse las elecciones34. Otros
fueron más francos sosteniendo que la mayoría de los conservadores
en la asamblea estaban allí únicamente porque “un juez o una junta
electoral mentirosos” los había nombrado para el puesto, pasando
por encima de los liberales elegidos legalmente35.
Cuando, el primero de marzo, se reunió la asamblea por primera
vez, el ambiente estaba electrizado. A los ocho diputados conserva­
dores les habían dado ya su credencial mientras que únicamente seis
de los nueve liberales la habían recibido. Al iniciarse las sesiones, los
conservadores negaron el protocolario saludo al presidente Restrepo,
en cuyo gobierno de Unión Republicana veían ellos la fuente de sus
apuros. Sentados al otro lado de la estrecha sala donde se llevaban a
cabo los debates estaban sus antagonistas, dirigidos por el liberal más
influyente del departamento, el doctor Fabio Lozano Torrijos. Loza­
no, una personalidad impresionante, alto, de nariz aquilina y pene­
trante mirada, durante toda una vida de actividad política se había
ganado el respeto de los liberales tolimenses. Hijo del famoso general
conservador Juan de Dios Lozano, Fabio Lozano había visto poco
de su padre mientras crecía. El general estaba siempre dirigiendo
ejércitos en el campo de batalla, o planeando el regreso de los
conservadores al poder con el general Casabianca y otros amigos.

33. El Tiempo, 26 de febrero de 1913.


34. El Tiempo, febrero 26, 1913. • .
35. El Tiempo, febrero 27, 1913.

79
80
Fabio Lozano Torrijos, cerca 1915.
Como resultado de esta situación su hijo creció en el hogar de su
abuelo materno, un irascible viejo liberal llamado Manuel Torres
Galindo, de Chaparral, quien sirvió de tutor al joven y finalmente
expiró en sus brazos, siendo Fabio aún muy joven. Durante sus años
de colegio fue educado por el novelista Jorge Isaacs, y después de
graduarse fue nombrado director del colegio nacional de Neiva, en
donde, a su turno, educó a varios otros futuros líderes nacionales,
entre ellos al obispo Ismael Perdomo. Luego de participar al lado de
lu causa liberal en la corta guerra civil de 1885, durante la cual se libró
por poco de ser tomado prisionero por su propio padre, Lozano se
dedicó a los negocios y adquirió una fortuna en el comercio y la
agricultura, que posteriormente perdió durante la Guerra de los Mil
Dias. En el momento de la memorable reunión de la asamblea del
Tolima en 1913, Fabio Lozano Torrijos, notable orador, publicista y
hombre de estado, tenía 58 años y estaba en el pináculo de su
. Los conservadores que lo observaban a través de la sala
carrera3637
aquel primero de marzo bien podían maldecir el encadenamiento de
ios hechos que los había llevado a enfrentarse cara a cara con tan
formidable antagonista.
Enfurecidos ciudadanos se reunieron frente al edificio que alberga­
ba la asamblea departamental, y los espectadores se empujaban unos
ti otros para conseguir puestos en la galería. Existía el consenso
general de que el más mínimo incidente podría provocar un derrama­
miento de sangre en el primer día de sesiones, pero aparte de un
Coiérieo discurso de Fabio Lozano, estruendosamente aplaudido por
los liberales, la sesión terminó en paz. Durante los próximos dos días
Corrieron constantes rumores de que el gobernador Cárdenas iba a
Cerrar la asamblea por razones de orden público. En la tarde del 3 de
marzo, finalmente, llegó el dictamen del delegado de Honda, aún no
posesionado: la elección del liberal Luis V. González—cuyo oponen­
te ya había aceptado la derrota— fue anulada, y en su lugar se
nombró a un conservador. Gritos de protesta surgieron entre los
liberales, quienes de plano declararon que al diputado por Honda no
le permitirían posesionarse. Ambos bandos acordaron suspender las
lesiones, mientras Lozano y otros iban a discutir el asunto con el
presidente Restrepo’'. El presidente los escuchó con simpatía pero
fue poco lo que pudo hacer por ellos. Desde cuando se posesionara
del mando había bombardeado a sus copartidarios conservadores
enn tripo-ramas en los que rogaba no dejarse complicar en fraudes,

36. Joaquín Ospina, Diccionario, II, págs. 571-575.


37. La Cordillera, 15 de marzo de 1913. General Eutimio Sandoval. funda­
dor y redactor de La Cordillera era uno de los diputados consci ■ vadoro»,

H
pero todo había sido inútil. La mayoría despreciaba su gobierno
bipartidario y, además, el mismo concepto de elecciones honestas les
era extraño a muchos colombianos. El resultado fue que el presidente
quedó reducido a comentar, impotente, los pecados de sus copartida-
rios. En una carta fechada el 10 de marzo escribió: “En el Tolima, en
donde el número (de votos liberales) fue realmente sorprendente, los
jueces de Circuito hicieron que lo que en el comienzo fuera una
mayoría se cambiara en una aparente minoría, y ellos hicieron esto
anulando elecciones a la vista de todo mundo”38.
Lozano y los otros liberales pusieron bien en claro que no habían
quedado satisfechos con las palabras del presidente, y que el asunto
del fraude electoral sería resuelto por la misma asamblea. Cuando se
volvieron a reunir los diputados, el 4 de abril, todos preveían que
habría violencia. Una muchedumbre de liberales, muchos de los
cuales habían llegado de las poblaciones vecinas la noche anterior, se
reunió en la plaza frente al edificio de la asamblea. Un centenar de
soldados, bajo el mando de un coronel del ejército de nombre Uribe,
mantenía nerviosamente la guardia en cada entrada al edificio, en la
puerta de la cámara de diputados y en la galería de los espectadores.
La sesión de la mañana, como se pronosticaba, fue tormentosa. Los
conservadores colmaron de insultos al liberalismo, al presidente
Restrepo y a su gobierno de coalición. Al mediodía se oyeron dispa­
ros en la calle, donde las multitudes conservadoras y liberales perma­
necían enfrentadas, divididas únicamente por un puñado de solda­
dos. Cuando se supo de una persona muerta y de varios heridos, las
tropas calaron sus bayonetas y desocuparon la galería. Un poco
después del mediodía se interrumpió la sesión, y los diputados con­
servadores fueron escoltados a sus hogares por soldados que hicieron
guardia hasta cuando aquéllos estuvieron listos para regresar. Ya
bien entrada la tarde se reanudó la sesión con el acompañamiento de
más disparos y gritos en la plaza. En Bogotá, el ambiente en la sala del
consejo de ministros era igualmente tenso. Durante el transcurso del
día el coronel Uribe mantuvo un constante flujo de telegramas, y, a
medida que se leía cada uno de sus mensajes, el presidente y sus
consejeros discutían lo que debían hacer. Pero cada vez que el coronel
Uribe suplicaba imponer la ley marcial, Restrepo respondía que era
necesario mantener el gobierno civil. La escena llegó a su clímax en la
sesión verspertina. Durante todo el día los conservadores habían
trancado todo debate sobre el reciente fraude electoral. Por fin, Fabio
Lozano intentó desalojar al diputado Gallego de la tarima de los
madores y el conservador sacó una pistola y amenazó a Lozano,
l ' odos los presentes se pusieron inmediatamente de pie. Los liberales

38. Curios F. Resrrepo, Orientación, II , pág. 811.

H2
juraron que morirían con su jefe y los conservadores prometieron
sangre antes de ver a su partido deshonrado. Y cuando Restrepo y su
acosado gabinete leyeron el informe de Uribe sobre los sucesos, el
presidente clausuró la asamblea y declaró el estado de sitio en Iba­
gué39.
De no haber sido por las mortales consecuencias que implicaban,
estos sucesos hubieran podido ser descartados como estúpidos ejerci­
cios de demagogia y absurda acción partidista. Después de todo, la
asamblea departamental del Tolima tenía poco poder. Sus diputados
se limitaban a firmar aquellas leyes que les eran enviadas desde
Bogotá a través de un gobernador nombrado por el ejecutivo. Los
funcionarios municipales tenían aún menos poder. Los alcaldes eran
simples extensiones locales del débil estado nacional, encargados de
vigilar a una empobrecida burocracia municipal y sin facultad para
captar fondos localmente. ¿Cómo, entonces, puede explicarse la
profunda incidencia de la lucha partidista? Si no se trataba del poder
político, ¿qué llevó a un líder como Fabio Lozano a un encuentro tan
indecoroso, que pudo haberle costado la vida en manos de otro
respetado tolimense? La mejor y, desde luego, la única respuesta es
que Lozano y los otros eran líderes populares comprometidos en una
Confrontación que trascendía las pequeñas prebendas de un pequeño
empleo. Se encontraban en la cima de una estructura política jerár­
quica que abarcaba a todo el pueblo del Tolima. Sus dos partidos
hubieran podido ser entidades democráticas en un sentido general,
pero estaban rodeados por la red del clientelismo que le había dado
cohesión a la sociedad colombiana desde mucho tiempo atrás. La
estructura del clientelismo, basada en el status desigual, la proximi­
dad y la reciprocidad, está implícita en los episodios de la política
tolimense arriba descritos. Lozano, Echeverri y Sandoval eran todos
hombres pudientes, educados y respetados por el papel que habían
desempeñado en las últimas guerras civiles. Estaban destinados a ser
seguidos, obedecidos y respetados, y si al campesino le habían dicho
que todos eran iguales, no lo habría entendido, porque tanto en su
propia estimación como en la de ellos no lo era. La proximidad entre
el patrono y el cliente era notable en los pueblos rurales de comienzos
del siglo XX en el Tolima. El general Echeverri extraía su poder de las
gentes del oriente del Líbano, un lugar donde podía ser visto cual­
quier día montando su brioso corcel por los caminos que atravesaban
su hacienda, o recorriendo la carretera hacia la ciudad en viaje de
negocios públicos o privados. Echeverri y los otros eran miembros de
lamilias campesinas muy numerosas ya que todos habían aceptado
,19. Esta narración se encuentra en Carlos E. Restrepo, Orientación, 11, págs,
221-252; El Tiempo, 7 de abril de 1913; La Cordillera, 19 de abril de 1913,

8!
ser padrinos de uno o más de los niños tan frecuentemente procrea­
dos por los colonizadores antioqueños del norte del departamento.
La exigencia de beneficios recíprocos se cumplía en muchos niveles.
El patrono podía volverse siempre hacia sus seguidores en momentos
de dificultad, como lo hicieran los tres líderes descritos aquí a lo largo
de sus carreras, y en una Colombia altamente politizada el voto del
más humilde peón era una cosa importante. Por otro lado, el campe­
sino podía encontrar alivio para innumerables problemas personales
poniendo de presente su caso ante ed patrono. Finalmente, el cliente-
lismo colombiano era un todo compuesto de' muchas partes. Como lo
reveló el “asalto Echeverri”, quienes primero se unieron al general en
su marcha hacia el Líbano fueron los trabajadores de su propia
hacienda. En calidad de empleados suyos se esperaba que le ayudaran
a pelear sus batallas, pero en la ecuación entraban también otros
factores. Echeverri era el general, el patrono, el compadre, el amigo,
todas ellas razones suficientes para seguirlo. Su derrota sería la de
ellos, igualmente. En los aislados mundos de la Colombia regional, el
patrono era omnipresente, una suerte de semi-dios cuya influencia
tocaba todos los aspectos de la vida.
Así que el funesto y por poco mortal debate en la asamblea del
Tolima envolvía mucho más que la política departamental, y sus
orígenes estaban en un sistema social de carácter clientelista bifurca­
do. Cada golpe intercambiado, cada herida inflingida durante los
tormentosos días de 1913 era una ofensa sentida por todos los miem­
bros del partido agraviado. Fabio Lozano y el diputado Gallego no
eran únicamente políticos de sangre caliente que luchaban por el
poder en una asamblea departamental. Eran caudillos del siglo XX
que dirigían a su polarizada clientela en la búsqueda eterna del honor
y del poder4°.
Las elecciones nacionales, que ofrecían una prueba de la fuerte
tradición civilista del país, eran también un látigo que caía sobre el
cuerpo político. Con notoria regularidad dichas elecciones, algunas
veces tres en un año, como en 1913, mantenían abiertas las heridas
causadas por la violencia política. El vigoroso municipio cafetero del
Líbano suministra otra vez un ejemplo. Se había fijado el 3 de octubre
de 1915 para la primera elección de concejales en Colombia dentro de
la reforma electoral de 1910. Los liberales del Líbano, orgullosos de
su pueblo y de su reputación como el más próspero en el norte del
departamento, estaban ansiosos de demostrar, ganando la mayoría en
el concejo, que era igualmente un bastión del liberalismo. Antes del

40. Afortunadamente, uno de los mejores estudios del clientelismo en Lati­


noamérica se enfoca en Colombia. Ver Steffen W. Schmidt, “Political clien-
telism”.

84
amanecer del día de las elecciones los primeros campesinos comenza­
ron a entrar a la población y, cuando salió el sol, una procesión de
personas se abrió paso a pie o a lomo de muía desde todos los caseríos
y veredas circundantes. Venían de las tierras altas y frías alrededor de
Murillo, de San Fernando y Santa Teresa en el sur-occidente, y de las
lincas esparcidas por las montañas que rodeaban la cabecera munici­
pal. Debajo del árbol de mango que crecía a un lado de la plaza se
habían instalado dos mesas, una azul para los conservadores y una
n>ja para los liberales. A la mitad de la mañana se escuchó un grito
entre los primeros: el general Sandoval estaba entrando con cientos
de sus partidarios, algunos de los cuales portaban banderas azules
que danzaban con la brisa de esa clara mañana de montaña. Un poco
más tarde llegó el general Echeverri con cientos de liberales prove­
nientes de Convenio y San Fernando. Muchos traían escarapelas
rojas y desplegaban estandartes colorados. Se formaron filas delante
de las mesas de votación y todos los que eran elegibles, junto con
oíros que no lo eran, votaron. Después se fueron a la cantina a tomar
tinto o aguardiente o se unieron a una de las dos agrupaciones
estacionadas en cada lado de la plaza. Terminada la votación, a las
tres de la tarde, se recolectaron las papeletas para ser contadas. Poco
ri 'poco la ansiedad de la espera, el aguardiente y la aproximación de
las dos facciones cambiaron el ambiente de alegría por otro de'
presagios. De repente se abrió una puerta y se anunció el resultado:
¡por primera vez en treinta años el concejo pertenecía a los liberales!
I as provocaciones y las burlas de los aparentes vencedores fueron
■ ■intestadas por una balacera que terminó con la vida de dos jóvenes
liberales, Secundino Charri y Jesús Santa. Con ese estallido violento
los conservadores ganaron la escaramuza y la elección, porque se
impuso la ley marcial y los comicios fueron anulados4'. Al final de la
ranada todo lo que los liberales habían ganado eran dos nuevos
mártires para su causa y la lívida memoria de un mal que algún día
tendría que ser vengado42.*42

4 1. Esta descripción está basada en Eduardo Santa, Arrieros y fundadores,


■.n/i'otos de la colonización antioqueña, Bogotá, Editorial Cosmos, 1961, págs.
III 113; Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”, Tolima, secretario de Gobier­
no, Informe del secretario de Gobierno, 1916, Ibagué, Imprenta Departamen­
tal, 1916, pág. 117; Eco del Norte, 22 de noviembre de 1915; entrevista
i'>i-.onal con Luis Eduardo Gómez, el Líbano, 3 de marzo de 1971;entrevista
personal con Eduardo Santa, Bogotá, 13 de febrero de 1*971.
42, Medio siglo más tarde hablaban todavía de la tragedia. Durante la •
•Ir .ada de 1960 el Dr. Luis Eduardo Gómez escribió en su historia inédita del
I íbaño, “hombres de mayor experiencia no se han olvidado el día 4 de

«5
Los acontecimientos políticos arriba descritos —el fracaso del
liberalismo tolimense en adquirir el control de la asamblea, la incapa­
cidad del partido para apoderarse del concejo del Líbano a través de
medios democráticos y la violencia y el derramamiento de ■ sangre que
acompañaron ambas contiendas— sirven para ilustrar cinco hechos
importantes de la vida política departamental y nacional durante las
primeras décadas del siglo XX. Primero, los conservadores rasos no
tenían intención de permitir que los liberales, recientemente derrota
dos en la más larga y peor de las guerras civiles de la nación, ganaran
el poder político por medios democráticos. Segundo, era muy impro
bable que los liberales volvieran a reconquistar su influencia política
mientras no hubiera un cambio a nivel nacional, capaz de romper el
dominio conservador sobre todas las ramas del gobierno: “El que
escruta elige”, era un dicho con un significado real y perdurable,
Tercero, en el siglo XX el gobierno nacional había consolidado tanto
su poder que la guerra civil ya no servía para saldar cuentas en lu
Colombia regional. Cuarto, como el gobierno en Bogotá era tan
agudamente partidista, a los ojos de los excluidos políticos era tam
bién un gobierno ilegítimo. El presidente Carlos E. Restrepo tuvo que
aprender esto, para disgusto suyo, cuando trató de presidir unas
elecciones honestas. Para sus copartidarios del Tolima este gesto de
idealismo republicano fue visto como una traición al partido, como
una venta al enemigo. En una curiosa variación sobre el tema de la
ibegi^tiimic^ad, fueron los conservadores los que desconocieron al go
bierno nacional forzándolo a imponer el estado de sitio en el departa
mentó. Finalmente, los hechos relatados hasta aquí ilustran el carác­
ter explosivo de las cuestiones políticas a comienzos del siglo XX en el
Tolima. Los fantasmas de los viejos caudillos aún surcaban la tierra y
bastaba invocar sus nombres en momentos de dificultad para enviar a
los tolimenses a las armas. En la mayoría de los casos, los combatieii
tes eran los hijos y los nietos de aquellos hombres cuyo heroísmo de
tiempos pasados se consideraba parte de la tradición familiar. Fue
una enemistad histórica la que polarizó al Tolima. Unicamente el
gobierno en Bogotá pudo mantener la difícil tregua, frecuentemente
rota, entre conservadores y liberales, situación que se sostuvo por
otros 17 años. Los conservadores retuvieron el control de la política
departamental, látigo en mano, hasta cuando errores a nivel nacional
permitieron que el poder se escapara de sus manos en el año fatal deí
1930.

octubre de 1915... una mañana de domingo de votación y derramamiento de­


sangre”. Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”.

86
Aunque la política en el Tolima se vio dominada por la tradición,
á i cus de la vráa se caracterizaron por una notaje modcrniza-
sih ■ ial Las fuerzas sociales puestas en marcha por la moderniza-
fh'H con el tiempo, irían a complicar la política departamental. Pero,
jhn y| momento, el Tolima era mucho más un sitio donde los viejos
MUihm mentales ampararon y sometieron los cambios que traía la
mueva era.
Natía mejor para captar la esencia del viejo y nuevo Tolima—aquél
simado n su antigua visión de ejércitos caudillistas que luchaban
P=u y| partido y por la patria, y éste empeñado en comprender el
H|u«ln cambio tecnológico, la fluctuación económica y las nuevas
dovhi mis sociales—, que la historia del transporte en el departamen­
to Adíes de 1920, todos los viajes privados y comerciales se hacían a
^aballo o a lomo de muía, por bote de río o a pie. Los viajeros entre
Hunda y Nciva tenían la opción poco agradable de pasar más de una
Amalia desafiando el calor del llano a lo largo de una vía desolada y
Kliginsa cufemísticamente llamada “carretera”, o apretujarse en
o de los champanes de fondo redondeado que transportaban
pasajero» y carga por el Magdalena. Este último modo de viajar era
Mua íorntii exqmsúa de tortura que comfrnaba o1 tedio con el ^or y
b degradación. Los pasajeros malgastaban sus días rn hamacas
pulgadas bajo la cubierta, sumidos en el hedor de las aguas de sentina
i suturados por el calor, mientras que los barqueros caminaban por
iumima de ellos hablando en su jrrga4’. Pero estas delicias drl viaje en
Hmmpán no estaban destinadas a perdurar. Un día de 1920, en un
íHMdihk' contraste entre lo viejo y lo nuevo, los barqueros que
Hundían por la ciudad de Girardot vieron un aeroplano anfibio,
déltmido en el río, que inauguraba el servicio de correo aéreo entre la
ishia dr I Caribe y el interior del país. Los viajes por avión se desarro-
htuu rápidamente en Colombia durante los años veinte, aunque no
bimalitm sino una parte de la red de transporte moderno que incluía
de ferrocarril y carreteras transitables en automóvil44. En esa
grisma década el Tolima presenció la construcción de carreteras que
Uníau a Bogotá con Ibagué y a Honda con Neiva. Se hicieron planes
pHui abrir las ciudades principales, especialmente los municipios
faieteros de la cordillera, al acceso de camiones y autos. El transporte
| lomo de muía pudo haber servido en un tiempo, pero ahora, con
(tum dé cuatro mil haciendas que exportaban la producción de más
!i i ás ibhcms de viajar en champán por e1 río Magdalena son descrhas en
fHHíUtrt, IK de septiembre de 1948.
tusé Raimundo Sojo trata del desarrollo del transporte interno en Co-
temihia durante esta época en las págs. 170-179 de su El comercio en la historia
¡b í ahmibkt. Bogotá, Cámara de comercio de Bogotá, W'L

87
de 26 millones de matas del café en 1927, las carreteras inadecuadas
eran un vestigio del pasado que el Tolima difícilmente podía sopor­
tar4546
48
47
.
El rápido crecimiento económico durante los años veinte fue esti­
mulado por un ingreso de dinero desde el exterior. Los Estados
Unidos, deseosos de aliviar sus remordimientos de conciencia por el
asunto del Panamá y encandilados por los rumores acerca de la
existencia de petróleo en Colombia, pagaron al Gobierno Nacional un
total de 25 millones de dólares. Esta suma, y algunos otros dineros
tomados en préstamo en el exterior, sirvieron de estímulo para que el
país hiciera pródigos planes de modernización'’. Durante aquella
“danza de los millones” la gente se volcó hacia las ciudades para
aprovechar los salarios comparativamente más altos que se ofrecían
en varios proyectos de obras públicas. En departamentos rurales,
algunas áreas del campo se vieron tan despobladas que no había
quién recogiera las cosechas del café. Esto llevó a la aprobación de
“leyes contra la vagancia” que exigían a los desocupados su colabo­
ración en el trabajo agrícola si no querían ir a parar a la cárcel. El
gobernador del Tolima, Abel Casabianca, en su mensaje a la asam­
blea de 1923, informó que la ley había sido una excelente defensa
contra “la perniciosa influencia de quienes no trabajan para ganarse
el pan”4?. La ley disponía que los campesinos que no ayudaran en las
cosechas podrían ser sentenciados a 18 meses de trabajos forzados en
la granja penal de Sur de Atá. Otra consecuencia de la “danza de los
millones” fue el aumento de la diferenciación social. El señuelo del
trabajo en la ciudad atrajo a muchos, por primera vez, a la economía
monetaria. Surgió una nueva clase de trabajadores que ahora podían
satisfacer sus propias necesidades y abrigaban la esperanza de que se
aumentarían constantemente sus salarios. El nuevo proletariado ur­
bano comenzó a explorar caminos para aumentar su influencia den­
tro de la sociedad. La observación de José María Samper en el sentido
de que “las masas” en Colombia eran esencialmente pasivas ya no
tuvo aplicación48. Hombres y mujeres con visión entendieron que el
ciudadano común tenía, al fin, cierto poder a su alcance.

45. Diego Monsalve, Colombia cafetera, pág. 550.


46. Vernon Lee Fluharty, La Danza, pág. 44.
47. Tolima, Gobernación, Mensaje del gobernador a la Asamblea, 1923.
Ibagué, Imprenta Departamental, 1923, pág. 65.
48. José María Samper, Ensayo sobre las revoluciones políticas, Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia, 1969, pág. 268.

88
Un tolimense con la suficiente sabiduría para preocuparse por los
problemas del trabajador fue el obispo de Ibagué, Ismael Pcrdomo.
Durante su entrenamiento religioso en Roma, cuando el Papa León
XIII promulgó su encíclica Rerum Novarum, Perdomo aprendió
bien las nuevas enseñanzas de la Iglesia en cuanto a que los intereses
de clase deben armonizar con los sistemas de valores hasta entonces
prevalecientes. A su regreso a Colombia, en 1903, predicó vigorosa­
mente que los trabajadores “no debían entregar sus almas al dios del
materialismo”. Los hombres de trabajo “no deben pensar en térmi­
nos de un cambio rápido, porque no es posible mejorar a la clase
trabajadora de un solo golpe”, aconsejaba en las páginas de su
semanario, El Carmen. “Es suficiente impulsar por el cambio con lo
que ahora existe, porque la experiencia confirma que los buenos
resultados son posibles sin cambios radicales... y si hay algunas
familias de trabajadores que mejoran sus vidas por sí mismas, enton­
ces ellas deben convertirse en núcleos que transmitan moralidad y
activismo social a través de la clase trabajadora’^. El obispo Perdo­
mo no era un simple propagandista; también enseñó con el ejemplo,
utilizando su considerable energía para fundar escuelas de comercio,
bancos cooperativos, programas de reforma agraria, clubes sociales y
grupos de discusión. El primer sindicato laboral en Colombia fue
50.
patrocinado por la Iglesia en 1909, en el pueto ribereño de Girardot49
Por medio de todos estos órganos la Iglesia difundió su doctrina de
docilidad en los primeros años del presente siglo. La primera vez que
muchos tolimenses oyeron hablar de la lucha de clases fue por boca
de aquellos sacerdotes comprometidos en los programas de trabajo
social creados por el obispo, o desde el púlpito5!
Hacia 1920 se levantaron voces más estridentes en nombre de los
trabajadores tolimenses. La Primera Guerra Mundial había causado
una “caída desastrosa” en los ingresos fiscales del departamento,
principalmente a causa de la interrupción de las exportaciones hacia
los Estados Unidos52. Los trabajadores del transporte en Honda,
Ambalema y otras ciudades ribereñas sufrieron las consecuencias y,
mando ni el gobierno nacional ni el departamental pudieron detener
el descenso de sus disminuidos salarios, formaron sindicatos locales

49. El Carmen, junio 2, 1923.


50. Miguel M. Urrutia, Historia del sindicalismo en Colombia, Bogotá, Edi­
ciones Universidad de los Andes, 1969, págs. 81-82.
51. Christopher Abel sugiere esto en su ponencia “Conservativc politics”.
52. Tolima, Gobernación. Mensaje del gobernador a la Asamblea, 1918, I ba­
gué, Imprenta Departamental, 1918, pág. 12.

89
como el que paralizó al ferrocarril de La Dorada en 1920. Esta huelga
fue dirigida por Eran Díaz, antiguo sacerdote de Honda que no pudo
soportar la posición de la Iglesia en materia de organización labo-
ral'1. La primera huelga en el Tolima fue organizada por los estibado­
res de Honda y Ambalema en 1924, y trabajadores tolimenses activos
en el movimiento laboral participaron en el Primer Congreso Obrero
reunido en Bogotá ese mismo añoM. Los oprimidos también se
estaban volviendo más ruidosos en zonas rurales del departamento.
Los indígenas del centro meridional del Tolima encontraron un
aguerrido y astuto líder en Quintín Lame, un activista recién expulsa­
do de su tierra en el Cauca a causa de sus actividades allí, y los
campesinos arrendatarios del oriente del Tolima comenzaron a pre­
sentar reclamos ante los propietarios de las parcelas que trabaja­
ban5355. Los eventos tomaron un nuevo rumbo cuando, en 1926, miem­
54
bros del movimiento socialista colombiano comenzaron a realizar
reuniones en todo el departamento, exhortando a los trabajadores a
pelear, si era necesario, por una reforma del sistema social. A finales
de 1926, luego de una huelga de barqueros en el Alto Magdalena,
hablaron varios líderes socialistas en el Tolima. María Cano, “La
Flor Roja del Trabajo”, visitó Honda, Ibagué, Mariquita, Venadillo,
Doima, Piedras y Coello, y en cada sitio fue escuchada por grandes y
entusiastas multitudes56.
El gobierno del Tolima miraba esa agitación con recelo, aunque al
mismo tiempo mostraba simpatía por la impotencia del trabajador
ante sus patronos, que, en muchos casos, eran corporaciones extran­
jeras que no se destacaron precisamente por su comprensivo trato
hacia el obrero. “Es una cosa bien sabida que el recurso de acudir a
las huelgas crece en centros en los que existe una tremenda lucha entre
el proletariado y el Trust que absorbe todo, haciendo poco menos
que imposible el progreso”, escribía el gobernador en su mensaje
anual de 192757. Sin embargo, al año siguiente el secretario de gobier­
no del Tolima pidió la prohibición absoluta de periódicos y panfletos

53. Miguel Urrutia, Historia del sindicalismo, pág. 99.


54. Diego Montaña Cuéllar, Colombia, paísformal y país real, Buenos Aires,
Editorial Platina, 1966, pág. 132; José María Nieto, La batalla, pág. 10.
55. Tolima, Secretaría del Gobierno, Informe del secretario del Gobierno,
1922, Ibagué, Imprenta Departamental, 1922, págs. 5-6.
56. Ignacio Torres Giraldo, María Cano, mujer rebelde, Bogotá, Publicacio­
nes de la Rosca, 1972, págs. 65-69.
5 7. Tolima, Gobernación, Mensaje del gobernador a la Asamblea, 1927,
Ibugué, Imprenta Departamental, 1927, pág. 9.

90
"subversivos”, citando un decreto presidencial de censura expedido
en 1927, que asimilaba ‘‘el bolchevismo, el comunismo, el anarquismo,
la revolución social o como quiera que se llame”, a “un cáncer cuya
extirpación se impondrá a cualquier costo’^. Hacia finales de la
década los que respaldaban el status quo estaban preocupados de que
Ir "subversión bolchevique” corroyera los cimientos de su república
nristiana. Desde 1925 habían observado cómo los socialistas difun­
día n su mensaje y ganaban adeptos a todo lo largo del río y del llano,
ni los latifundios cafeteros del oriente del Tolima, en territorios
indígenas de Ortega y Coyaima y aun dentro de las colonizaciones
HllliK|ueñas del norte de la cordillera. Los informantes ponían de
presente que los más peligrosos bolcheviques eran aquellos comanda­
dos por un zapatero de apellido Narváez, que vivía en la montañosa
población del Líbano.
I .os organizadores socialistas del Líbano eran artesanos que creían
que ninguno de los partidos políticos tradicionales podía ser sensible
a lus demandas de los pequeños hombres de negocios59. Pedro Nar-
váez, líder principal del movimiento en el Líbano, tenía cierto éxito,
aunque en forma modesta, y en 1929 empleaba en su propio taller a
25 trabajadores. Pero los negocios no eran buenos, como lo explica­
ba Narváez en una carta al Congreso Nacional: “La enorme cantidad
dr zapatos de fabricación extranjera está realmente ahogando nues-
lin propia producción doméstica, con desastrosos resultados que
visiblemente perjudican la ya muy precaria situación del trabajador
c>lombiano”60. Para le época en que fue enviada esta carta, Narváez
v otros como él en el municipio ya habían gastado muchos años
Ilutando de cambiar el sistema político nacional. En noviembre de
1927 comenzaron a solicitar volantes de los cuarteles del Partido
Socialista Revolucionario en Bogotá, y por ese entonces consiguie­
ron que La Virgen Roja, como llamaban cariñosamente a María
Cuno, fuera a hablar en el Líbano'1. A medida que el tiempo pasaba,
y mientras un pequeño círculo de socialistas libaneses exploraba el
pensamiento marxista-leninista, la visión de una sociedad manejada
por los trabajadores se hizo bella y cautivante. Empezaron a firmar

XH, Tolima, secretaría del Gobierno, Informe del secretario del Gobierno,
IV28, Ibagué, Imprenta Departamental, 1928, págs. 5-8.
19, Esto era, por supuesto, cierto, como William Paúl McGreevey indica en
sil Historia económica, págs. 167-171.
60, Gonzalo Sánchez, Los “Bolcheviques del Líbano", Tolima, Bogotá, El
Mohán Editores, 1976, pág. 38. , ■
61, Gonzalo Sánchez, Los “Bolcheviques”, págs. 48-52.

91
su correspondencia con el slogan de “Suyos en Lenin y en la humani­
dad oprimida”, o “Un cordial saludo comunista”, o “Hermanos en
nuestro padre Lenin”. El ritual de la Iglesia Católica fue sustituido en
sus hogares por la nueva religión. El 14 de febrero de 1929 Rosalba
Uribe Giraldo, la hija recién nacida de dos artesanos, fue bautizada
“en el Sagrado Nombre de la Humanidad Oprimida” y ante “el Altar
de la Fraternidad Universal de los Trabajadores Unidos”. Entre
otras cosas, Rosalba quedó encargada de “abrir la senda hacia un
nuevo orden social” y “de marchar hacia el futuro dentro del cual la
vida descansará en la justicia que emana del espíritu socialista”62.
Los sentimientos anti-gobiernistas llegaron a más altos niveles en
toda Colombia cuando, a fines de 1928, soldados del Gobierno
atacaron y masacraron a los huelguistas en la zona bananera de la
Costa Atlántica. Los socialistas consideraron estos hechos como un
ejemplo muy diciente de que el Gobierno Nacional estaba trabajando
en llave con los explotadores extranjeros del pueblo, en este caso la
United Fruit Company, y llamaron a una revuelta general contra el
sistema63. Se adelantaron planes para derrocar al Gobierno, y una
coalición de grupos radicales, conocida como el Comité Central
Conspirativo, escogió el 29 de julio como fecha para la revuelta6465 .
Mientras tanto, el Gobierno se dio cuenta de que algo se estaba
tramando y había detenido ya a cierto número de prominentes
socialistas como Tomás Uribe Márquez, Ignacio Torres Giraldo y
María Cano, para someterlos a interrogatorios. El descubrimiento
de una reserva de bombas en el Líbano también había causado el
breve arresto de Pedro Narváez65.
Durante los meses transcurridos entre su liberación de la cárcel y la
revuelta del proletariado, Narváez viajó por el municipio reclutando
artesanos y campesinos para su ejército, proveyéndolos con armas
suministradas por el partido comunista colombiano. Los líderes de
los insurgentes eran zapateros, carpinteros, sastres, carniceros, pe­
queños comerciantes y una mujer que manejaba una casa de huéspe­
des en la cabecera. A un joven de sólo 11 años de edad se le había

62. Gonzalo Sánchez, Los bolcheviques, págs. 53-58.


63. Una colección excelente de documentos relacionadas con el incidente es
La masacre en las bananeras, Bogotá, Ediciones los Comuneros, 1972. Ver
también, J. Fred Rippy, El capital norteamericano y la penetración imperialis­
ta en Colomfoa Bogotá EJ Áncora Editores, ^L
64. Ignacio Torres, Los inconformes, IV, págs. 151-159.
65. Ignacio Torres, Los Inconformes, IV, pág. 153; Gonzalo Sánchez, Los
bolcheviques, pág. 73.

92
Municiones de los bolcheviques del Líbano, Tolima 1929.

93
confiado la importante tarea de transportar explosivos de un sitio a
otro'6. Para ayudar al reclutamiento, Narváez diseñó un plan que
mostraba cómo toda la propiedad privada en el municipio sería
distribuida entre los pobres. El levantamiento se produjo como estaba
planeado, antes del amanecer del 29 de julio de 1929. Armados con
rifles Míiuser y Gras'', y portando linternas cubiertas con papel rojo
para fines de mutua identificación, los socialistas comenzaron su
ataque. Hicieron explotar bombas en la cabecera municipal y en el
corregimiento de Dos Quebradas, dando muerte a seis personas, y
capturaron Murillo, obligando a los funcionarios en este último
lugar a saludar su bandera roja. A los ciudadanos en la cabecera se les
había prevenido de que podría presentarse un ataque de los “bolche­
viques”, y al ser despertados por el estallido de las bombas estuvieron
listos a pelear. Durante una hora lucharon contra los insurgentes,
haciéndolos retroceder al fin hasta un punto al oriente de la pobla­
ción. Más tarde, durante el día, una fuerte milicia de ciudadanos
encabezados por el capitán Marco Sáenz, conservador, y Juan B.
Echeverri, liberal, cayeron sobre los insurgentes y los dispersaron.
Pedro Narváez y muchos miembros de su ejército se retiraron a los
departamentos de Caldas y Valle, al occidente de la cordillera, pero
más tarde fueron arrestados. La milicia capturó 160 subversivos.
Para los ciudadanos del Líbano, los acontecimientos de julio de
1929 fueron conocidos como “La Revuelta de los Bolcheviques”, y
muchos de ellos se regocijaron de que los disidentes no hubieran sido
capaces de derrocar al sistema y repartir sus propiedades entre los
pobres. Su reacción duplicó la de muchos otros colombianos, y
explica la decisión del liderazgo revolucionario de cancelar la revuel­
ta un día antes de que estallara. Unicamente al distante Líbano y a
una remota vereda en Santander no llegaron las noticias a tiempo. La
parte más significativa de todo el asunto fue la falt-a de voluntad de
las mayorías ciudadanas para abandonar su respaldo tradicional al
status quo del bipartidismo en Colombia. Cuando los liberales, que al
comienzo respaldaron a Narváez, supieron que éste no planeaba la

66. Gonzalo Sánchez, Los bolcheviques, págs. 74-75. Más información sobre
la insurrección de los bolcheviques ha sido recogida por Miguel Urrutia,
Historia del sindicalismo, pág 132; Eduardo Santa, Arrieros, págs. 112-114;
José del Carmen Parra, carta dirigida al autor, 16de marzo de 1971; entrevis­
ta personal con Octavio Laserna Villegas, Bogotá, 18 de marzo de 1971;
entrevista personal con Luis Eduardo Gómez, 16 de marzo de 1971.
67. El Gras era un rifle de bala única empleado por el ejército francés y
fabricado inmediatamente después de la guerra franco-prusiana de 1870 a
1871. El ejército colombiano compró varios miles a finales del siglo XIX.

94
típica revuelta contra el Gobierno, le retiraron su respaldo explicando
que “la cosa ha cambiado su naturaleza”, y los conservadores sólo
cooperaron en el sentido de que no se opusieron abiertamente a los
conspiradores68*. *
Para 1930 el departamento del Tolima había dado un gigantesco
puso en su modernización social y económica. Sus ciudadanos esta­
ban en contacto con las filosofías políticas más avanzadas del mo­
mento; aviones, trenes y automóviles atravesaban el departamento; y
su economía se había integrado profundamente —quizás
demasiado— a la de las naciones industrializadas de Occidente. No
obstante, la carga de su pasado político tormentoso aún era un factor
de peso en la vida del Tolima. La política —y no la de los socialistas
del Líbano, sino la ' puja tradicional entre los liberales y los
conservadores— era allí la fuerza predominante. Esto era claro en
1930, el año en que una división en el partido conservador permitió el
regreso de los liberales al poder. Bajo su líder y presidente, Enrique
Olaya Herrera, los liberales tolimenses creyeron que al fin serían
reivindicados. Donde quiera que estuvieran juntos, sentados alrede­
dor de una botella de aguardiente, los liberales hablaban de su
victoria con entusiasmo y esperanza, riendo entre dientes a medida
que repetían una copla que se oía por todas partes, en las cantinas y en
las tiendas de las carreteras:

Si no alcanzo a disfrutar
el triunfo de los liberales,
lo disfrutarán mis hijos
que ahorita están en pañales69.

68. Gonzalo Sánchez, Los bolcheviques, pág. 80. El hecho de que los conser­
vadores no se opusieran a los bolcheviques se debe, posiblemente, a su
afinidad tácita con Narváez cuya meta proclamada era el mejoramiento de la
condición del pueblo. El silencio de los conservadores desde este punto de
vista, podría ser evidencia de una conciencia clasista incipiente.
69. Malcolm Deas, “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en
Colombia”, Revista de Occidente, No. 127 (octubre 1973), pág. 135.

95
CAPITULO III
EL ESTADO INVISIBLE

Los años de dominación liberal en Colombia (1930-1946) eran


críticos para las gentes del Tolima, que durante aquella época vivie­
ron una existencia doble, enredadas en sus asuntos locales, pero
arrastradas también por los procesos que ocurrían dentro y fuera del
país, procesos sobre los cuales tenían poco o ningún control. Los
problemas locales, cuya solución había sido competencia del munici­
pio o del departamento, se convirtieron en preocupación de un
gobierno central con muchísimo poder en sus manos. La depresión
económica que se inició en 1929 y la segunda guerra mundial dicta­
ron la necesidad de crear un estado intervencionista que formulara
propuestas de alcance nacional. Las cuestiones a que se enfrentaba el
Gobierno colombiano en el período de 1930 a 1946 eran de carácter
global, pero el régimen que les hacía frente era liberal y, por lo tanto,
sus programas tenían que ser combatidos por el conservatismo, que
los consideraba peligrosos e insidiosos. Fue así como los colombia­
nos se encontraron en la posición de tratar de superar las exigencias
de la nueva situación, compleja y turbulenta, mientras llevaban a
cuestas la carga del divisionismo sectario. Hacia 1940 ya era un hecho
melancólico que la contienda liberal-conservadora había convertido
al Gobierno en un ente incapaz de atender con eficacia los críticos
problemas nacionales. El barco del Estado comenzó a flotar sin
rumbo en un momento en que la sociedad estaba politizada como
nunca lo había estado desde la Guerra de los Mil Días, dejando que el

96
Tolima, y la nación entera, fueran barridos por el remolino de los
acontecimientos.
El Tolima experimentaba su porción normal de refriega poli tica en
19 30, pero ahora eran los conservadores los que se'quejaban de ser
perseguidos por los liberales, respaldados por una burocracia venal.
I a primera elección de importancia local se realizó en febrero de
19 31, y los periódicos de la oposición proclamaron abiertamente que
In sangre conservadora estaba bañando al departamento, dando
«lienta de injurias a miembros del partido para respaldar sus quejas.
Comentando la misma elección, el secretario de gobierno del Tolima
pronunció un discurso histriónico ante la asamblea departamental:

“El momento político no podía ser más delicado. Se incendiaba


con la mirada; se conspiraba en secreto; hervía la sangre en los
pechos con ímpetu iracundo; se comunicaban órdenes privadas
a los adeptos por los directores; menudeaban los corrillos y las
conversaciones; vibraban las cuerdas dél telégrafo; tronaba la
prensa; resonaba la palabra corajosa en el ágora popular; co­
rrían chismes como moneda de precio... todos estaban alertos
porque en el pueblo y en el campo habían muchos muertos y
■ heridos.

Existían también problemas específicos no relacionados con las


elecciones. Los conservadores del norte de la cordillera reaccionaron
limosamente cuando el gobernador, Antonio Rocha, nombró un
alcalde liberal en el nuevo municipio de Anzoátegui, reanudando “el
Asalto Echeverri” de unos 17 años antes. Un pequeño ejército de
urnservadores de Santa Isabel y La Yuca intentaron marchar sobre
Anzoátegui e impedir la posesión del nuevo alcalde. Rocha se dirigió
al Líbano para obtener respaldo y despachó un numeroso destaca­
mento de policía desde Murillo para enfrentar a los rebeldes. En
seguida se presentó una batalla en la que murieron cuatro campesinos
de La Yuca2. Los conservadores sintieron poco alivio cuando el
gobernador declaró que su gobierno no había sido responsable del
uilrcntamiento, y que “me ha caído en suerte ser gobernador en una

I, La Oposición, 22 de abril de 1934; Tolima, secretaria de Gobierno, Informe


del secretario de Gobierno, 1932, Ibagué, Imprenta Departamental, 1932,
págs. 5-6. ' ,
1. El Tiempo, 8 y 16 de diciembre de 1930; Tolima, secretaría, Informe, 1932,
pág. 6.

97
época agitada y turbulenta, de fuertes pasiones, motivadas por la
naturaleza feroz de la política en el Tolima”’.
Los ocho hombres que gobernaron el Tolima durante los años
treinta hubieran podido respirar más fácilmente si sólo la refriega
liberal-conservadora hubiera roto la calma departamental. Desafor­
tunadamente, otros dos conflictos vinieron a perturbar el ejercicio de
su cargo, de los cuales el más complicado y de mayor alcance fue el
enfrentamiento entre los arrendatarios y los propietarios de las gran­
des haciendas cafeteras de la zona oriental del departamento. El otro
afectó a los indígenas de la región centro-meridional del Tolima, y
tuvo que ver con su lucha por mantener sus tierras de resguardo.
El problema de los resguardos indígenas tenía una historia larga.
A través del período colonial mucha tierra en ambos lados del río
Saldaña, al igual que zonas apreciables en el norte del departamento,
eran propiedad de los pueblos nativos. La independencia trajo consi­
go un ataque a todo aquello que había separado a los indios de sus
conciudadanos, en especial a los resguardos. Estos no eran solamen­
te tierras protegidas en donde los indios podían protegerse de la
asimilación por parte de la sociedad de los blancos, sino que, como lo
reclamaba uno de estos últimos en 1889, “esas tierras son completa­
mente improductivas y no le hacen ningún bien a la gente de los
municipios en donde ellas existen...”34. Para atacar la etnicidad indí­
gena y abrir las tierras “improductivas” a los no-indígenas, los
resguardos sufrieron los embates de una serie de leyes y decretos
formulados en el Tolima entre 1877 y 19245. Hacia los años veinte
parecía que nada podría salvarlos de la dispersión y la probable
absorción por parte de las haciendas vecinas. Pero en abril de 1922
apareció en el sur del Tolima un hombre que habría de conducir a los
indígenas a una larga campaña contra la usurpación blanca: Manuel
Quintín Lame, militante indio del Valle del Cauca, quien ya era bien

3. Tolima, Gobernación, Mensaje del gobernador a la Asamblea, 1931, Iba­


gué, Imprenta Departamental, 1931, págs. 35-36.
4. Colombia, Archivo Nacional de Colombia, Gobierno del Tolima, Vol. I,
p. 183. Carta al ministro de Gobierno colombiano del secretario de Gobier­
no tolimense, 7 de noviembre de 1889.
5. Tolima, Gobernación, Mensaje del gobernador a la Asamblea, 1924, Iba­
gué, Imprenta Departamental, 1924, pág. 17; Tolima, gobernación Mensaje
del gobernador a la Asamblea, 1925, Ibagué, Imprenta Departamental, 1925,
págs. 17-18. Una discusión más amplia de la triste situación en que se
encontraron los indígenas de Colombia, después de la Independencia, se
encuentra en Juan Friede, El indio en su lucha por la tierra, Bogotá, Editorial
La Chispa, 1972.

98
conocido en Colombia. Después de más de una década de actividad,
I amé fue alejado de su hogar y, por último, se instaló en el Tolima6.
l lamado “jefe supremo” por sus seguidores e “indio hijo de puta”
por los blancos, Lamé utilizaba todos los medios legales a su disposi-
• ión para proteger los resguardos. Las autoridades, que muchas
veces lo llevaron a la cárcel acusándolo de subversivo y de “perpetuar
el odio hacia los blancos”, veían en su astucia prueba de que “los
resguardos no tienen razón de existir, debido al hecho de que sus
habitantes... están todos civilizados’^. En 1924 Quintín Lamé, ac­
tuando de acuerdo con los indios tolimenses José Gonzalo Sánchez y
líutiquio Timonté, formó el Supremo Consejo Indio. A través de este
organismo los tres hombres fundaron un pueblo llamado San José de
Indias y empezaron a reconstituir los resguardos de Natagaima,
Vclú, Yaguarú y Coyaima. Durante el resto de la década lograron
mantener a los blancos acosados, hasta cuando un desacuerdo políti­
co puso fin a su colaboración. Quintín Lamé siguió siendo conserva­
dor, mientras que Sánchez y Timonté se hicieron activos en el movi­
miento comunista6 78. En vista de que fueron pocos los indios que se
volvieron comunistas, Sánchez y Timonté se encontraron a sí mis­
mos en la condición de líderes sin seguidores9. La victoria liberal de
1930 dio el golpe final al movimiento de Quintín Lamé. Con los
conservadores fuera del poder, a los indios se les privó de la escasa
protección que su identificación partidista alguna vez les trajo, y en el
curso del año los terratenientes comenzaron a atacarlos. A Quintín
lamé se le acusó de promover la violencia y, “amarrado como un
loro”, fue arrastrado finalmente a cumplir dos años de prisión en la
cá rcel de Ortega. En 1933 volvió a sus lares para encontrarse con que

6. Diego Castrillón Arboleda, El indio Quintín Lame, Bogotá, Tercer Mun­


do, 1973, pág. 216.
7. Tolima, secretaría, Informe, 1924, págs. 3-4. Según su mismo recuento,
Quintín fue encarcelado en 108 ocasiones, sólo en el Tolima. Habiendo
estudiado derecho servía siempre como su propio asesor legal. Manuel
Quintín Lame, Las luchas del indio que bajó de la montaña al valle de la
"civilización”, Bogotá, Publicaciones de la Rosca, 1973, pág. 59.
H. Diego Castrillón, El indio, págs. 211-212.
9. Pocos tolimenses apoyaron a los comunistas. En las elecciones locales de
1937, por ejemplo, los comunistas ganaron apenas 0.7% de los votos registra­
dos en todo el departamento. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico del
Tolima, II, Ibagué, Imprenta Departamental, 1937, pág. 181.

99
Quintín Lame, 1958.

100
|« violencia había reducido a San José de Indias a las ruinas, destru­
yendo una década de trabajo paciente y de organización0.
El conflicto de tierras en el oriente del Tolima era un fenómeno
más reciente, pero cuyos inicios ya habían sido anticipados por los
primeros modelos de colonización en la región. Unos dos siglos
ames, el gran naturalista José Celestino Mutis había descubierto que
»I1 las selvas que cubrían las escarpadas montañas al sur de Bogotá se
encontraba la valiosa quina roja, blanca y amarilla, y le dio autoriza­
ción a un tal Pedro de Vargas para explotarla como monopolio real.
Por el año 1788, Vargas ya había procesado y embarcado más de
220.000 arrobas de quina en polvo hacia España11. Tres de los hijos
dr Vargas continuaron la obra de su padre, fundando la población de
Cunday, en las tierras altas de Melgar, entre 1794 y 1796. La familia
Vargas retuvo sus propiedades en la zona y se benef* ció enormemen­
i2
te del auge de la quina en 1870.
Varios comerciantes de Colombia y del exterior compraron tierras
ID esa región durante las décadas de 1880 y 1890, entre los cuales
lobresalieron Alberto, Luis y Ricardo Williamson y Vicente Reyes
Daza12. A pesar de que el mercado de la quina nunca se recuperó
después de su precipitada caída en 1881, no existía el problema de
decidir qué hacer con las inmensas posesiones. El café florecía en las
Cuestas templadas de la cordillera, en donde se disponía además de
muño de obra campesina para realizar el duro trabajo de limpiar,
plantar y cultivar el grano. Para los comienzos del siglo XX millones
de matas de café cubrían las montañas del oriente tolimense y del
Sur-occidente de Cundinamarca, casi todas ellas en grandes hacien­
do s comerciales. La familia Vargas tenía 145.000 cafetos en produc­
ción, y los Williamson 200.000 en su hacienda Canadá. Escocia,
fundada por Vicente Reyes Daza, tenía 230.000 matas, sin que fuera
por eso la más grande. Las haciendas cafeteras se iban apareciendo
tnn rápidamente que sólo pocos años después de que fuera fundada
Villarrica por Francisco Pineda López había en ella 85.000 matas en
producción13. Toda esta actividad condujo a la creación de un nuevo
y singular municipio en el occidente del Tolima, bautizado Icononzo,

---------------
|0. Tolima, secretaría de Gobierno, Informe del secretario de Gobierno,
Ibagué, Imprenta Departamental, 193L págs. 3-4; Diego castrillón, £7 zW/o,
pág. 236.
1. Luis Eduardo Nieto, Economía y cultura, págs. 295-303.
2. Tolima, Contraloría, Anuario, 1956, págs. 175,253; Luis Eduardo Nieto,
Economía y cultura, págs. 295-303.
[3. DLgo MonsaUe, Colomtia cafetera, págs. 539, 542. T°d¡is |as cifras son
|cl período 1926-1927.

101
que se convirtió en seguida en la más pequeña municipalidad del
departamento y a la vez en la que albergaba a los más grandes
terratenientes. Con ocho haciendas que poseían cada una más de cien
mil arbustos de cafe, más que cualquier otra municipalidad en el
Tolima, el pequeño Icononzo podría muy bien haberse llamado
Latifundio,
En junio de 1928 surgió una tormentosa nube de carácter jurídico
sobre las reverdecidas haciendas. La Corte Suprema de Justicia
dispuso que grandes extensiones de' tierras en la región de Sumapaz
quedara abierta a la colonización, y las áreas concretas para tal
propósito fueron descritas en decreto presidencial No. 1.110 de ese
año. Por la misma época el presidente Miguel Abadía Méndez orde­
nó que todo colombiano que fuera dueño de más de quinientas
hectáreas tenía que registrar su título ante el Ministerio de Industrias
para ayudar en la búsqueda del petróleo dentro del territorio nacio­
nal. Ninguna de' las dos disposiciones legales resultó particularmente
peligrosa para los intereses de los latifundistas. El decreto 1.110
claramente delimitó el área de colonización a tierras baldías, con
excepción de cuatro haciendas no explotadas en el municipio de
Cunday. La verificación de los títulos era un acto confidencial que
envolvía únicamente al hacendado y al Ministerio de Industria. Pero
las implicaciones de ambas leyes combinadas produjeron un estre­
mecimiento colectivo en las comunidades de grandes terratenientes.
La mayoría de ellos sabía que no estaba en capacidad de presentar
títulos de propiedad de todas las tierras que ocupaban, habiendo
tomado ilegalmente trozos de dominio nacional para añadirlos a lo
que originalmente fueron posesiones más bien modrstasl4. Era cosa
de conocimiento común, por ejemplo, que la hacienda Guatimbol de
los hermanos Pabón, la San Francisco de Maximiliano Aya y muchas
otras contenían posesiones ilegales. Ahora, cuando el gobierno esti­
mulaba la nueva colonización en la región, los campesinos esperaron
lógicamente que porciones no explotadas de las haciendas quedaran
igualmente abiertas para ellos. Muchos procedieron a establecer allí
sus casas de habitación, y si previamente estaban viviendo como
arrendatarios dejaron de pagar la renta. Cuando los hacendados
trataron de' expulsarlos, los colonos sonrieron tranquilamente y les
solicitaron mostrar sus títulos de propiedad. A todo lo largo del
oriente del Tolima comenzaron a presentarse invasiones cada vez
más frecuentes durante el final de los años veinte y comienzos de los
treinta, mientras que las burocracias locales trataban frenéticamente14

14. Gloria Gaitán provee un resumen excelente del proceso por el cual
fueron adulteradas las escrituras de propiedad, págs. 17-18 de su Colombia:
La lucha por la tierra en la década del treinta, Bogotá, Tercer Mundo, 1976.

102
de impedirlas. En algunos casos, destacamentos del ejército mu miud
fueron utilizados para expulsar a los invasores15.
El principio de la depresión económica, a comienzos de los .nm-
treinta, complicó aún más el problema de la tierra en el oriente del
lolima. Los propietarios de las grandes haciendas, que durante la
“danza de los millones” se afanaban porque no podían contar con
suficientes trabajadores, ahora se daban cuenta de que las penalida­
des económicas hacían regresar a números excesivos de sus antiguos
empleados, y que los campesinos volvían “poseídos de una nueva
lorma de descontento”16. Se había esfumado para siempre el humilde
wmpesino de antes, respetuoso de sus superiores y listo a encadenar
ñu vida a la tierra del patrono, aceptando filosóficamente las ense­
ñanzas de la Iglesia que prometían que Dios le recompensaría su
paciencia en el cielo. La vida en la ciudad lo había radicalizado. Por
primera vez había logrado ganar algún dinero. Había oído de las
uniones sindicales y de la revuelta proletaria, y estaba decidido a ser
su propio patrono.
A mediados de 1931, el secretario de gobierno del Tolima hizo una
visita personal al turbulento oriente del departamento, y preparó
inás adelante un extenso informe de sus observaciones. El informe es
un valioso documento no sólo por la información que contiene, sino
por la perspectiva que ofrece del Tolima oficial y de su percepción de
In revuelta agraria. Ocupándose en primer término de la relación
entre las invasiones y los decretos sobre colonización de 1928, el
Ñcretario escribió:

“Basados en este decreto y en su acomodática interpretación


los colonos, o individuos que han adoptado ese nombre, no
solamente se alzaron contra sus patronos dejando de pagar el
arrendamiento que les reconocían, como sucede con los de la

15. En una ocasión tal, el ejército desplegó una compañía con el fin de sacar a
los invasores de una hacienda ubicada en el municipio de Icononzo. El
Tiempo, 4 de diciembre de 1930.
16. El ministro de Industrias, Francisco José Chaux, señaló esto durante su
célebre discurso ante el Congreso colombiano en 1933. Entre los mejores de
varios tratados sobre esta época importante en la historia de Colombia están:
Albert O. Hirschman, Journeys towardprogress: Studies of economicpolicy-
making in Latín América, New York, Doubleday, 1965, págs. 133-213; Gloria
Gaitán, Colombia, ídem; Gustavo Ignacio De Roux, “The Social bases of
peasant unrest: A theoretical framework with special reference to the Colom-
bian case” (tesis doctoral no publicada, University of Wisconsin-Madison,
1’74), págs. 98-349; Orlando Fals Borda, Historia de la cuestión agraria en
Colombia, Bogotá, Publicaciones de la Rosca, 1975, ídem.

103
hacienda de San Francisco... sino que pretendieron que otras
propiedades debían reputarse como predios baldíos para los
efectos de la colonización, y de esa manera llegaron los preten­
didos colonos de Icononzo muy cerca de esa población, sem­
brando la intranquilidad y la zozobra en los propietarios”
“Hoy, los llamados colonos citan a cada paso el decreto
número 1.110 de que se habla y ponen como base de arreglo
entre ellos y los propietarios la condición precisa de que éstos
presenten sus títulos al Ministerio de Industrias, sin duda pre­
validos del Decreto número 150 de 1928...”.
“Es pues, el Decreto número 1.110 de 1928... la fuente de todos
los males de orden legal y de hecho que están contemplando los
propietarios de las regiones de Icononzo y Cunday. No conven­
ciéndose de que la zona para la colonización está reducida a la
colonia actual de Sumapaz [los colonos] se basan en él, alegan
la falta de los propietarios y, sin duda, se fijan en que hay
grandes montañas que las haciendas conservan sin cultivar, ni
desmontar siquiera, lo que les da un aspecto de que pueden ser
tierras sin dominio particular. Nuestros campesinos van conta­
giándose, tal vez sin sospecharlo, de las ideas comunistas que
van subvirtiendo el orden social y amenazando destruir las
bases mismas sobre que se asienta el edificio de la República^.

En 1933 la violencia se intensificó notablemente en el oriente del


departamento, cuando 80 campesinos combatieron con la Guardia
Civil en la hacienda Tronco Quemado, dejando como saldo cuatro
colonos muertos y varios más heridos. En otros encuentros armados
murieron algunos policías1718. El año anterior se vio la sindicalización
de los trabajadores en las haciendas Guatimbol, La Laja, Guamitos y
Santa Inés, todas en Icononzo. Cuando los arrendatarios de las
haciendas Canadá y Escocia comenzaron a hablar de sindicalizarse,
fueron atacados por pandillas de jornaleros a quienes se les había
prometido la tierra de los disidentes si lograban arrojarlos de ella19.
Mientras tanto, agentes de la poderosa Cunday Coffee Company

17. Todos los trozos anteriores vienen de las páginas 27-46 del mensaje del
secretario, de 1932.
18. Tolima, secretaría de Gobierno, Informe del secretario de Gobierno,
1934. Ibagué: Imprenta Departamental, 1934, págs. 10-17.
19. Tolima, Contraloría, “Organizaciones sindicales en el Tolima”, Anuario
estadístico, 1939, Ibagué, Imprenta Departamental, 1939, pág. 210; Colom­
bia, Ministerio de Trabajo, Boletín de la Oficina Nacional del Trabajo,
octubre-diciembre 1933, págs. 1632-1638.

104
quemaron las casas de los colonos y cortaron las matas de café que
habían sido sembradas en violación del draconiano contrato de
arrendamiento exigido por la comparé0. Había que hacer algo
antes de que los terratenientes y los colonos se fueran a la guerra civil.
Al final de 1933 se realizó una serie de reuniones que calmaron los
¡'luirnos y se hizo posible llegar a una tregua. Aguijoneados por
funcionarios del gobierno, tanto nacional como departamental, los
hacendados tomaron la medida, sin precedentes, de negociar con los
rebeldes. En muchos casos era la primera vez que algunos latifundis­
tas se encontraban frente a frente con sus arrendatarios, y este hecho
por sí mismo pudo haber predispuesto a los colonos a firmar los
acuerdos logrados durante las negociaciones. Se les llamó “Los
Pactos de Icononzo”, y eran en esencia un compromiso para preser­
var el statu quo. Los propietarios pondrían fin a sus campañas de
hostigamiento, mientras que los colonos suspenderían la organiza­
ción de sindicatos y la invasión de tierras21.
Suspendidas las invasiones, los tolimenses volvieron la mirada
hacia Bogotá y a la política nacional. Alfonso López Pumarejo,
ganador de la presidencia en una elección incontestada a comienzos
«le 1934, prometía un programa de reformas profundas una vez que
lomara posesión. Poco antes de posesionarse López, varios hacenda­
dos de una de las regiones afectadas por las invasiones le escribieron
pidiéndole seguridades de que sus reformas no irían en amenaza de
sus intereses, y de que él continuaría la política gubernamental de
proteger sus propiedades contra los colonos. Un día antes de su
ascmso al poder López les contestó en una carta que recibió amplia
publicidad y que preocupó a todos los terratenientes de la nación.
" I ,a ley no tiene que ponerse a sí misma al servicio incondicional de la
injusticia, “comenzaba, produciendo una nota enérgica y quizás un
poco farisaica. Aunque la ley colombiana defiende la propiedad,
seguía López, su gobierno no estaba dispuesto a “la aplicación
sangrienta de conceptos jurídicos que permitan el abuso ilimitado del
derecho a poseer la tierra sin explotarla...”; al contrario, tenía la
plena intención de “mejorar el nivel de vida de los campesinos y

20. Colombia, Ministerio de Trabajo, Boletín, oct.-dic. 1933, págs. 1632-


1'18. Estipulaciones del contrato aparecen en Gloria Gaitán, Colombia,
págs. 32-33.
21. Tolima, Secretaría, “Los Pactos de Icononzo”, Informe, 1VL4, págs,
11-21. Las haciendas comprometidas fueron Balsara, Siberia, Uribe, Sania
bies, Quebradagrande, Castilla, Canadá, Guatimbol, La Magdalena y Esencia

105
conseguir la eficiente explotación de la tierra por parte de sus propie­
tarios”’’.
Estos, reflexionaban los colombianos, no tenía nada en común con
la retórica presidencial que estaban acostumbrados a oír.
En las duras palabras del presidente López había una nota de
ironía para los explotadores del campesino, ya que la propia familia
presidencial era propietaria de una hacienda cafetera en la misma
región del Tolima que ahora estaba agitada por la violencia23. Alfon­
so López era toliiiiense, nacido en Monda en el año 1896, hijo de
Pedro A. López y Rosario Pumarejo. Su padre había ganado mucho
de su dinero en el Tolima estableciendo una casa de comercio en
Honda a finales del siglo XIX, haciendo inversiones en tierras a todo
lo largo del departamento y construyendo una variedad de servicios
públicos en ciudades tales como Honda, Líbano e Ibagué. Pero las
aventuras comerciales de Pedro A. López iban mucho más allá de los
linderos del Tolima. Tenía intereses en el procesamiento del café, en
bancos y en negocios de importación y exportación, e, incluso, conta­
ba con sucursales en Londres y en Nueva York. A su hijo Alfonso lo
envió a estudiar en Londres a la edad de 15 años, y cuando apenas
tenía 19 ya estaba administrando la oficina de su padre en Nueva
York. Antes de cumplir los 30, López se aolaró activo en el partido
liberal, sirviendo primero como diputado en la asamblea del Tolima y
desempeñando más tarde una variedad de cargos de elección o de
nombramiento. Hacia 1934 no parecía existir ningún otro liberal
mejor calificado que el cortés y exitoso Alfonso López Pumarejo para
sacar al país de sus dificultades económicas y sociales’4.
Durante su primer cuatrienio en la presidencia, Alfonso López
puso en ejecución un programa sin precedentes que extendió la
intervención del gobierno en los asuntos nacionales. Estimuló al
naciente movimiento obrero a través de la aprobación de una refor­
ma constitucional según la cual “el trabajo es una obligación social
que deberá disfrutar de la protección especial del Estado”. Luego
amplió la base electoral del país mediante la imposición del sufragio2224
23

22. Colombia, Presidencia, La política oficial, Bogotá, Imprenta Nacional,


1934, pág. 71.
23. La hacienda, llamada San Luis, estaba localizada cerca de Cunday, y
tenía 80.000 matas de café en 1927.
24. Ver: Eduardo Zuleta Angel, El presidente López, Medellín, Editorial
Albon, 1966, págs. 9-49, para un breve resumen de los años de la presidencia
de López.

106
universal para los hombres2526 . Introdujo reformas fiscales que inclu­
27
yeron los primeros impuestos nacionales sobre la renta, y redujo la
estrecha conexión entre la Iglesia y el Estado que había prevalecido
desde los días de Núñez y Caro. Declaró que la libertad de conciencia
sería garantizada por el Estado, y ya no simplemente permitida por
éste, una disposición que estimulaba a las sectas religiosas no católi­
cas. El control de la Iglesia sobre la educación pública se debilitó con
la reforma constitucional de 1936. Pero fue en el campo de la reforma
agraria donde López golpeó más fuertemente en contra del statu quo.
En 1936, el Congreso, dominado por los liberales, aprobó la Ley 200,
un paquete de medidas destinadas a darles mayor seguridad a milla­
res de personas que ocupaban tierras sobre cuya propiedad se estaban
desarrollando litigios. “Se garantiza la prioridad”, decía un artículo,
“a quienes efectivamente vivan en ella, y quien presente un reclamo al
respecto tiene que probar, para poder retener la posesión, que sus
títulos fueron otorgados con anterioridad alaño 1821”. El desahucio
de los colonos se redujo apreciablemente como resultado de esta
disposición. El segundo artículo se fundamentó en la frase revolucio­
naria de la reforma constitucional de 1936: “La propiedad es una
función social que implica obligaciones’^6. Por consiguiente, la pro­
piedad de la tierra implicaba la obligación de explotarla productiva­
mente, y cualquier terreno de propiedad privada que permaneciera
abandonado durante diez años estaba sujeto a expropiación por
parte del Estado. La Ley 200 surtió el efecto de disminuir la tensión en
las áreas rurales del país.
La reforma agraria de 1936 tuvo un impacto significativo en el
Tolima. Si bien no fue tan extensa como muchos campesinos hubie­
ran deseado, fue por lo menos una prueba de que el gobierno tenía
una cierta sensibilidad ante sus reclamos y de que no estaba total­
mente comprometido en la defensa de los intereses poderosos. Toda­
vía existían reductos de colonos radicales después de la aprobación
de la Ley 200, en el oriente del Tolima, hacia el norte de la región
(•undinamarquesa de Viotá y en la región El Limón-Río Blanco, de
Chaparral, pero su número no aumentó significativamente en los
años subsiguientes27. Otras reformas del primer gobierno de López
eran de menos importancia para los tolimenses, ya que se enfocaban
en problemas más bien urbanos que rurales. Se formaron nuevos

25. William Marión Gibson, The Constitutions of Colombia, Durham, Duke


University Press, 1948, pág. 23.
26. William Gibson, The Constitutions, pág. 26.
27. Tolima, secretaría de Gobierno, Informe del secretario de Gobierno, '
1937, Ibagué, Imprenta Departamental, 1937, págs. 6-7.

107
sindicatos en algunas poblaciones a lo largo del Magdalena, en
Líbano, Ibagué y, curiosamente, entre los indios Yaguará del oriente
de Chaparral, pero no se presentó un crecimiento inusitado en la
formación de asociaciones obreras28.
Amargamente para el Tolima, y en últimas para el mismo López,
fue la vieja lucha política interna laque tuvo el efecto más generaliza­
do entre las gentes del departamento. Tan pronto como el presidente
Olaya Herrera asumió el poder en 1930, comenzó un proceso de
limpieza burocrática que se extendió gradualmente desde el goberna­
dor hasta los más humildes empleados oficiales. Todos los alcaldes y
corregidores nombrados por la nueva administración eran liberales,
como lo fueron los rreaudadorrs de impuestos, los empleados de
correos, los guardianes de las cárceles y otros. El sistema se caracteri­
zaba por el acaparamiento de los cargos públicos en manos del
partido victorioso, y todos los ciudadanos hubieron de aceptar ese
hecho. Aun las fuerzas de policía eran manejadas por liberales, a
pesar de que esa transformación tuvo un ritmo necesariamente más
lento que la entrega de puestos por nombramiento. El cambio ocu­
rrió de' manera paulatina. Los altos funcionarios hacían saber que se
daría preferencia en los cargos a los reclutas que poseyeran las más
apropiadas credenciales políticas, y la totalidad del proceso se facili­
tó por el hecho de que dentro de cada uno de los departamentos
había media docena de cuerpos de policía, cada uno con su propia
estructura de comando29. Para su descrédito, Alfonso López estimu­
ló aún más la politización de las fuerzas de policía en Colombia,
especialmente durante su segundo período presidencial (1942-1945),
en la creencia de que ellas se tornarían en un contrapeso para el
ejército nacional, dominado por los conservadores’0.

28. Colombia, Ministerio de Trabajo, Boletín, pág. 373.


29. Las fuerzas eran las siguientes: policía nacional, policía departamental,
policía fiscal, gendarmes municipales, la guardia rural y policía de seguridad
miscelánea, empleada a nivel departamental y nacional.
30. Naturalmente, éste no es un hecho establecido por fuentes oficiales; sin
embargo, es generalmente aceptado por estudiantes del período y firmemen­
te creído por conservadores. Aparentemente, López quiso así contrarrestar
la influencia de elementos fascistas dentro del ejército. Ver David Bushnell,
Eduardo Santos and the Good Neighbor, Gainesville, University of Florida
Press, 1967, pág. 104; Russe'll W. Ramsey, Guerrilleros, pág. 120; Carlos
Galvis Gómez, ¿Por qué cayó López? Bogotá, Editorial ABC, 1946, págs.
37-38; Rafael Azula, De la revolución, págs. 84-85; Robert H. Dix, Colombia,
pág. 297.

108
Olaya Herrera, López y demás gobernantes liberales no se propu-
sie ron establecer la dictadura de un partido al asumirla presidencia
dr la República a partir de 1930. Eran todos demócratas convencidos
y lie se preciaban de atacar el veredicto de las urnas, pero también
yeian que el país necesitaba un liderazgo que únicamente podía
darle el partido liberal, y estaban dispuestos a emplear todas las
palancas del Estado para conservar en sus manos el poder. Tampoco
demoraron en dar a conocer sus intenciones. Impetuosos liberales
jó. venes, como Carlos Lleras Restrepo, se jactaban de que el gobierno
edaba “liquidando los últimos vestigios de las administraciones
. i insccvaaoras”, y los diarios liberales anunciaban que el liberalismo
triunfante intentaba “ocupar el poder bajo la teoría del gobierno
homogéneo’31. Se escuchaba con frecuencia, cada vez mayor, el
término “República liberal” durante 1933, y dicho término vino a
d.linir el régimen después de que el partido conservador anunció una
política de abstención electoral al final de ese año.
La abstención política se originó en el disgusto conservador por el
hostigamiento cada vez mayor de que eran víctimas los miembros del
partido, especialmente en épocas electorales, y en su creencia de que
el liberalismo estaba organizando unos comicios tan deshonestos
que a sus adversarios les sería imposible reconquistar el poder. Un
nuevo sistema de registro de votantes fue la manzana principal de la
discordia partidista. Diseñado como una reforma al régimen existente,
-i nuevo sistema de registro electoral, puesto en vigor en 1933, exigía
que cada votante legítimo solicitara una tarjeta para presentarla el
din de las elecciones, como prueba de que se había registrado. Dado
que estas tarjetas eran distribuidas por los registradores locales,
iodos ellos pertenecientes al partido liberal, los conservadores vieron
la reforma como un truco para debilitar su partido. Con sólo negar­
le^ la tarjeta a los conservadores y repartirla pródigamente entre los
liberales, a los registradores les quedaba fácil robarse cada elección.
Los temores en este aspecto estaban bien fundados. Liberales que
ocupaban altas posiciones confesaron públicamente que el fraude y
la violencia eran generalizados en el campo y que eran incapaces de
de-tener tales fenómenos, el mismo reclamo hecho por Carlos E.
Re-,trepo y todos los colombianos no cegados por el partidismo. Los
líderes nacionales podían formular programas plenos de discerni­
miento a nivel nacional y, como en el caso de la Ley de Tierras,
■ j<-icitar algún control sobre el sistema. Pero fue en el control estricto
de la conducta política en lo que falló el gobierno nacional, y fue en
las veredas y en los pueblos donde los directorios nacionales de los
dos partidos perdieron el control sobre sus fieles, después de avivar
11. El Tiempo, 7 de agosto de 1933.

109
sus emociones con retórica grandilocuente. Las palabras de los
líderes de la nación podían oírse abiertamente al calor del debate
político, pero se deslustraron con el paso del tiempo y llegaron en
débiles ecos a las oficinas de burócratas venales, de “corbatas” y de
manzanillos arrinconados en remotas esquinas del país. El sistema
político colombiano era pronosticable pero, aun así, inmanejable.
Después de pocos años bajo el nuevo régimen, Colombia se encon­
tró a sí misma girando impotentemente en el círculo vicioso de la
corrupción política y del gobierno en un solo partido: primero vino el
ascenso al poder de los liberales, luego los abusos políticos, y después
la abstención conservadora que provocó nuevos abusos. Era un
camino sin salida. Mientras tanto, la crítica conservadora a todo lo
que proviniera de sus adversarios ayudó a socavar la imagen de la
“República liberal”, dándole una pátina de ilegalidad. La clase
dirigente parecía querer sabotear su propio sistema político. Ejem­
plos de la propensión auto-destructiva en la política colombiana
abundan en los años de gobierno liberal, con casos particularmente
flagrantes originados en las burocracias municipales del Tolima.
Un deber principal de todo gobernador tolimense era encontrar
candidatos apropiados para llenar las numerosas posiciones adjudi­
cadas por nombramiento a nivel local. A pesar de ser uno de los más
pequeños departamentos colombianos, el Tolima tenía cuarenta
municipios, o sea cuarenta alcaldías a cuyo personal había que
nombrar con cada cambio de administración. Era común que el
nuevo gobernador nombrara a sus amigos para los puestos impor­
tantes, y para los menos importantes también. Encontrar candidatos
preparados o al menos dispuestos a servir en los municipios más
grandes y más prósperos no era tan difícil. No costaba mayor trabajo
hallar alcaldes para ciudades como Ibagué y Honda, porque allí se
disfrutaba de sueldos decentes y de favores políticos para distribuir.
Pero las cosas no eran tan color de rosa en los pueblos más pequeños
y remotos, donde los sueldos y las prestaciones bajaban a niveles tan
pobres que incluso llegaban a ser insultantes, y donde el poder de
hecho estaba, con frecuencia, en manos de la oposición. En estos
casos los administradores con altas calificaciones no abundaban, y el
gobernador tenía que cavar muy hondo en su provisión de candida­
tos hasta dar con alguno que estuviera en condiciones de aceptar el
nombramiento. El gobernador Juan E. Largacha se encontraba en
esta situación a principios de 1937, cuando buscaba, en su bolsa de
talentos disponibles, encontrar un liberal que quisiera aceptar el
ingrato cargo de administrar Santa Isabel. AI cabo de un tiempo se
encontró con un tal Marco Tulio Gutiérrez, mercenario político
arrancado de los más profundos sedimentos del barril del clientelis-
mo. El hecho de que Gutiérrez hubiera aceptado el nombramiento lo

110
señalaba como un hombre sin sensibilidad y quizás un poco descqu
librado, porque, en efecto, ¿qué liberal en sano juicio viajaría h.rm i la
cima sombría de una montaña para allí encontrarse con un pueblo
conservador hostil y violento?
Resulta que Gutiérrez era bien capaz de soportar las tensiones de
un alcalde liberal en Santa Isabel. De hecho, en Marco Tulio Gutié­
rrez los conservadores del lugar habían hallado la horma del zapato.
Inmediatamente después de su posesión se rodeó de un grupo de
policías municipales arrebatados que disfrutaban haciendo “pagar”
a la ciudadanía por crímenes reales o imaginarios. Antes de que el
alcalde cumpliera un mes en su puesto, los líderes locales les estaban
rogando a los conservadores de Ibagué que presentaran su caso ante
el gobernador Largacha. Para recoger evidencias del mayor peso
posible, los conservadores de la capital enviaron al doctor Nicanor
Velásquez a investigar al nuevo alcalde de Santa Isabel, y a la semana
aquél estaba de regreso con un recuento de malevolencias que puso
los pelos de punta a sus copartidarios. Según Velásquez, el alcalde
Gutiérrez había sido antes alcalde de Herveo y de Villahermosa, y
mientras estuvo en aquellos parajes se había visto implicado en
operaciones de robo de ganado que lo llevaron a ser destituido. En
Santa Isabel se le acusaba de permitir que la policía disparara contra
los conservadores, sin mediar provocación alguna, y una semana
antes sus propios hombre le habían disparado a él mismo cuando lo
tomaron equivocadamente por “el godo Humberto Zambrano”. A
los conservadores locales que se quejaban de estos hechos les exigía
que presentaran sus declaraciones en la estación de policía, rodeados
de funcionarios que blandían garrotes y pistolas. Rechazó las órde­
nes del juez municipal, quien era conservador, y se rió de sus decisio­
nes imponiendo multas a comerciantes y otros hombres de negocios,
según su voluntad. En el área de registro de votantes el comporta­
miento del alcalde no era mejor. Si un conservador llegaba para
registrarse y recibir su tarjeta de votación, Gutiérrez le informaba
que el comisionado electoral estaba ausente; si el solicitante insistía
en ser registrado, el alcalde le ponía toda clase de obstáculos legales,
y cuando todo esto fallaba Gutiérrez amenazaba al molesto conser­
vador con reclutarlo para el ejército. El informe terminaba citando a
un policía municipal a quien se le había oído decir en público que
“nosotros ganaremos las elecciones para el Concejo así tengamos que
matar a muchos godos”, provocación ante la cual el escritor respon­
dió que los conservadores de Santa Isabel irían a votar, aun sin la
protección de la policía, “porque 300 izquierdistas nunca mandarán
sobre 2.500 conservadores... que gozan de la pulcritud de la juven­

111
tud, y de una extraordinaria fe en sus principios... Dios, orden,
hogar, Estado, y todas las cosas limpias y buenas”3’.
El informe de Nicanor Velásquez fue escrito en el calor del mo­
mento, pero la exactitud de muchas de sus partes ha sido corrobora­
da con el tiempo. A pesar de los esfuerzos del alcalde, los conservado­
res ganaron decisivamente las siguientes elecciones al Concejo y
continuaron ganándolas hasta 1941, cuando los liberales lograron su
primera victoria en Santa Isabel”. Y era cierto que alguien andaba
tras Humberto Zambrano, porque “el godo” fue asesinado una
semana después de que Nicanor Velásquez escribiera su informe.
Posiblemente resentida por no haberlo sacrificado ella misma, la
policía municipal atacó a los participantes en el entierro de Zambra-
no, a su regreso del cementerio3234.
33
Al norte de Santa Isabel, más allá de los cafetales montañosos del
Líbano, estaba Villahermosa, otro pequeño municipio habitado por
industriosos agricultores de ascendencia antioqueña, y conservado­
res en su gran mayoría. Después de 1930 los liberales de Villahermo­
sa esperaban confiadamente ascender al poder local, porque la presi­
dencia de la República era suya y la historia había demostrado que ni
siquiera la más empecinada mayoría local podía aguantar la pérdida
de la burocracia. ¿No estaban destinados a ganar a largo plazo? Pero
dejemos que el máximo dirigente liberal de Villahermosa, Antonio
José Restrepo, explique la lógica del poder y sus prebendas en sus
propias palabras. En septiembre de 1936 Restrepo envió una carta al
principal diario liberal de Ibagué, en la que analizaba por qué el
partido no había tenido la capacidad de acabar con el dominio
conservador de las corporaciones municipales, a pesar de haber
controlado durante seis años el gobierno nacional y departamental:

El liberalismo de esta población se halla profundamente resen­


tido, no solo con las directivas de nuestro partido, sino con el
mismo gobierno liberal y para que no se nos tache de extremis­
tas, me permito anotarles algunos de los más sobresalientes
detalles que han causado, y con sobra de razones un marcado
desaliento en nuestras filas de esta región, por el desacato con
que últimamente y podemos decir que siempre, se nos ha
mirado.
Sin exageración ninguna, yo podría sostener con base en núme­
ros, que nuestra colectividad le hubiera arrebatado el concejo a

32. El Derecho, 8 de mayo de 1937.


33. La Voz del Líbano, 19 de octubre de 1941.
34. El Derecho, 22 de mayo de 1937.

112
los conservadores, en las pasadas elecciones, si hubiéramos
tenido un mejor apoyo en el gobierno departamental y una
mejor intención en las directivas Necesitábamos en esos decisi­
vos momentos que la gobernación nos conservara al frente de la
alcaldía de este lugar al señor Juan B. Yepes, individuo de
nuestra absoluta confianza... No obstante tropezar con tan
adversas circunstancias y contar con el ningún apoyo del go­
bierno, continuamos en la lucha, y fue así como logramos llevar
a las urnas 841 sufragantes que comparados con los 90 que se
registraron en las mismas elecciones de 1931 constituyen un
éxito formidable, hasta el punto que podemos todavía sostener
que la derrota de las pasadas elecciones para concejales, nos la
dio únicamente la indiferencia del gobernador Parga [Rafael
Parga Cortés].

Volviendo sobre el nexo importante entre las elecciones y la poli­


cía, el escritor continuaba:

Pero no termina con esto el aislamiento en que se ha visto


sumergido el liberalismo de este municipio. El artículo 3o. de la
Ordenanza número 72 de 28 de abril de 1931 creó la Inspección
Departamental de Policía, de Primavera, oficina que si ya se
hubiera hecho realidad, si se da cumplimiento a los mandatos
del legislador departamental, tendríamos una escuela donde se
liberalizaría mucha parte de los habitantes de esa región, que
jamás han sentido ninguna labor benéfica del gobierno.

Y, finalmente, tratando sobre la politización de los magistrados


locales, Restrepo concluía:

Nos dirigimos a la Presidencia de la República, al Ministerio de '


Gobierno, a la Dirección de Justicia, y a los directores nacional
y departamental suplicándoles su intervención para que no se
llevara a realidad la supresión de este circuito porque veíamos
que esto ocasionaría, seguramente, el desbarajuste de toda la
inmensa labor que aquí se había desarrollado en pro del en­
grandecimiento de nuestra causa...
Muchos han sido los esfuerzos del liberalismo villahermosuno
por la liberalización de este municipio, pero ella se debe más
que todo a la labor realizada por el juzgado que ya se suprimió y
desapareciendo éste, tendremos que confesar que hemos perdi­
do la mejor arma política y, por ende, habrá que esperar que
esta población vuelva " a ser, en no muy lejanos tiempos, el .

113
formidable baluarte conservador donde nuestros copartidarios
se pueden contar en los dedos de las manos.
Para terminar, solo resta deciros que... de hoy en adelante
cesaremos en toda labor que tienda a perseguir algún triunfo en
nuestras filas, seguros de que seguiremos detrás de un fracaso
que pronto ha de conducirnos al ridículo3536
38
37
.

Los liberales de Villahermosa no cesaron de' trabajar por su parti­


do, ya que buena parte de su futuro dependía de la continuación de la
lucha. Por el contrario, laboraron diligentemente, a través del alcalde
y otros funcionarios nombrados, para completar su dominio del
gobierno local, y en 1943 adquirieron el control del concejo munici-
pal’6. De acuerdo con las denuncias de los conservadores, fueron
varios los subterfugios que hicieron posible la victoria. Los “godos”
acusaban al alcalde de negarles las tarjetas de votación a sus coparti-
darios y de utilizar a los agentes del orden en las veredas Primavera
(el puesto de policía había sido establecido allí después de la carta de
Antonio José Restrepo en 1936), Quebradanegra y Pavas para orga­
nizar reuniones liberales’'. El día de las elecciones los liberales de
Murillo, en el municipio del Líbano, fueron a votar a Quebradanegra
y amenazaron a los conservadores con machetes. Como resultado se
contaron allí 288 votos liberales y solamente diez conservadores.
En la vereda Primavera votaron más de 80 niños gracias a que el
delegado electoral estaba en otra parte tomando aguardiente con
otros liberales. En el área de Pavas, muy conservadora, los liberales
alcanzaron una votación que casi duplicaba la conservadora’8.
Cuando se reunió en noviembre de 1943 el nuevo concejo liberal se
negó a permitir que los conservadores tuvieran acceso a un impor­
tante comité, se decretó a sí mismo alzas en sus emolumentos, redujo
el sueldo al tesorero conservador del pueblo, propuso cerrar el
colegio parroquial, despidió al asistente del tesorero a causa de su
filiación política y nombró en su lugar al hermano de uno de los

35. El Tolima, 5 y 16 de septiembre* de 1936.


36. Los resultados de ésta y otras elecciones de los años 30s. y 40s. en
Villahermosa, Santa Isabel y el Líbano se encuentran en el Apéndice I.
37. El Derecho, 28 de agosto de 1943. Hay que añadir que cuando supo el
gobernador Lozano Agudclo de los abusos, despidió sumariamente a la
policía de Pavas, Primavera y Quebradanegra. La administración deficiente
en las provincias era frecuentemente el resultado de la simple incapacidad de
la gente para hacer llegar sus quejas a Ibagué.
38. El Derecho, 23 de octubre de 1943.

114
nuevos concejales3’. El largo brazo del concejo llegó, incluso, hasta la
planta eléctrica municipal. De acuerdo con el periódico El Derecho,
de Ibagué, los concejales liberales despidieron a todos los operarios
entrenados, remplazándolos por liberales ignorantes en su oficio, y
malgastaron los fondos que habían sido destinados a trabajos de
mantenimiento. El corresponsal lacónicamente añadió que desde
entonces no había funcionado bien la planta40.
El maltrato de sus copartidarios en Villahermosa, Santa Isabel y
otros municipios no pasó inadvertido a los líderes conservadores.
I Mirante su exilio político buscaron constantemente los puntos débi­
les del régimen liberal, explotándolos con la máxima ventaja cuando-
quiera que la oposición tropezaba. Discursos estentóreos en las
asambleas representativas, transmisiones por radio, libros, periódi­
cos y artículos en revistas sirvieron como armas por medio de las
cuales los políticos sin poder conseguían hacer oír su voz y levantar
las emociones de los soldados rasos del partido. “Doscientos Mil
Muertos” anunciaba un titular típico del semanario de Floro Saave-
dra, El Derecho, para introducir un editorial que en parte decía:
“Cuando la calle, la plaza, la vereda, el templo, el hogar, están
repletos de muertos conservadores; cuando han caído doscientos mil
de nuestros hombres —los hombres puros, los hombres de buen
corazón; aquellos que saben cómo amar la República—, cuando en
doscientos mil hogares se ofrecen oraciones por el eterno descanso de
las almas de sus muertos, entonces... el partido conservador será el
mejor centinela de la nación”39 . En el seno del Congreso, el represen­
4142
40
tante Augusto Ramírez Moreno pronunció una serie de discursos
que deploraba los “crímenes liberales” contra el pueblo. Estos dis­
cursos fueron impresos y extensamente leídos por los conservadores
bajo los títulos de Tres años de fraude y violencia, Los crímenes de
Santa Isabel y Ocurrencias en el Tolima. Cuatro años más tarde
Ramírez Moreno dedicó a sus electores en el Tolima un libro titulado
La crisis del partido conservador en Colombia*2. Uno de los trabajos
más difundidos de la crítica conservadora fue la obra de Laureano
(¡ómez, Comentarios a un régimen, publicada en 1934. En sus páginas
Gómez atacó violentamente al presidente Olaya Herrera por haber

39. El Derecho, 13 de noviembre de 1943.


40. El Derecho, 15 de abril de 1944.
41. El Derecho, 18 de enero de 1936.
42. Juan Manuel Saldarriaga Betancur, El régimen del terror, o 16 años en el
infierno, Medcllín, Imprenta Departamental, 1951,.págs, 134-145; Augusto
Ramírez Moreno, La crisis del partido conservador en Colombia, Bogotá,
Tipografía Granada, 1937.

115
permitido atrocidades durante el ejercicio de su cargo, y alegó que los
conservadores no podrían recapturar la presidencia de la República
sino cuando exterminaran “la sistemática y sangrienta coerción y los
abusos de' las autoridades” en Boyacá, los Santanderes, Bolívar,
Cundinamarca y Valle del Cauca.
El contragolpe conservador ganó una nueva y potente arma en
1936, cuando Laureano Gómez y José de la Vega fundaron el diario
bogotano El Siglo. Este evento importante' ocurrió un año después de
que Gómez sufriera un derrame cerebral mientras hablaba ante el
Senado. Recluido durante meses para tratar de superar una parálisis
temporal, Gómez tuvo tiempo de meditar sobre' el curso que le estaba
dando a la nación su amigo personal, Alfonso López Pumarejo, un
curso que según Gómez llevaría al país a un “vértice en cuyo centro
está la ira homicida, la tea incendiaria, la abyecta pasión irreligiosa,
la rencorosa envidia de todos los fracasados de la vida, la guerra civil,
la disgregación de la nacionalidad, el fin de Colombia”4344 . La crecien­
te milltanéia de las declaraciones públicas de Gómez movieron al
presidente López a enviar un emisario para apaciguar al jefe conser­
vador. Alberto Lleras Camargo, el mensajero del primer mandata­
rio, encontró a Gómez tan agobiado que difícilmente podía hablar, a
pesar de lo cual se las ingenió para darle al joven liberal sus puntos de
vista. “Alfonso no quiso engañarme”, le dijo a Lleras, “pero hay algo
detrás que no lo deja hacer lo que quiere; tal vez la masonería”44.
Gómez señaló a López y a los liberales como fuente de todos los
males sociales contemporáneos, y más tarde habría de hacer de El
Siglo una herramienta para difundir su mensaje de salvación a la
nación. Como lo dijo él mismo:

El Siglo se fundó porque entonces atravesaba o se iniciaba en el


país un período de violencia y, por tanto, era indispensable
crear un diario para defender la vida y bienes de los copartida-
rios. Es una historia breve y clara: La división entre Valencia y
Vásquez Cobo determinó la caída del partido conservador. La
jefatura del Estado, por tanto, pasó a manos liberales. En las
elecciones siguientes, el conservatismo obtuvo mayoría en la
Cámara como en el Senado. Ante el triunfo conservador en este
debate surgieron dos fenómenos desconocidos en la política del
país: el fraude y la violencia. La violencia no existía en mi

43. Oscar Terán, ed., La Constitución de 1886 y las reformas proyectadas por
la República Liberal, Bogotá, Editorial Centro, 1936, II, pág. 13.
44. Augusto Ramírez, La crisis, pág. 93.

116
juventud. Terminada la guerra de los mil días, la paz era
perfecta. Se podía viajar de noche por todas partes...4546
.
47

Además de los factores de temor al cambio y de disgusto por el


fraude y la violencia, existían otros hechos que llevaron a Gómez y a
otros líderes de su partido a tomar una posición más militante a fines
de los años treinta. Los conservadores fueron testigos de una tremenda
caída de su participación en el electorado nacional a lo largo de la
década, lo que en parte se debía a su política de abstención en los
comicios. Entre 1930 y 1933 no más, período anterior a la política de
abstención, la votación conservadora se redujo del 55% al 37%4'.
Esta baja coincidió con un desafío a la jefatura de Gómez dentro de
sus propias filas, cuando un grupo de jóvenes derechistas, encabeza­
dos por Silvio Villegas, dirigieron una llamada a los conservadores
para que abandonaran a Gómez, cuyo liderazgo lo caracterizaron de
impotente y sin rumbo, y para que se unieran a los disidentes en una
contrarrevolución que llevaría al “nuevo orden”. Para hacerle frente
al creciente poderío liberal en las ciudades, Villegas sugirió una
política de terrorismo agrario:

■ En Colombia existe una mayoría aldeana y campesina oprimi­


da por una demagogia urbana. En esta forma no es posible
concurrir eficazmente a las urnas. Por eso es preciso modificar
la táctica. Hay que darles incremento a los equipos de ataque de
los partidos conservadores, para romper el más fuerte y pode­
roso silogismo de las izquierdas: el terror en las calles, en los
talleres, en las salas donde se celebran los mítines. “Sólo me­
diante este conti-atemor—lo ha expresado y demostrado magis­
tralmente Hitler—, enmudecería la eterna amenaza de los pu­
ños del proletariado y el dominio de las calles. Sólo con sus
propias armas puede ser derrotada la dictadura roja”4'.

Todas estas presiones llevaron a Laureano Gómez a anunciar en


1939 una nueva política. Una matanza de conservadores, no muy
diferente de otras muchas, perpetrada por la policía liberal en Gache-
tá, Cundinamarca, movió a Gómez, iracundo, a enfrentarse al Presi­
dente Eduardo Santos con estas palabras: “Sepa que si el gobierno

45. Antonio Cacua Prada, Historia del periodismo colombiano, Bogotá, Edi­
torial Cacua Prada, 1968, págs. 302-303.
46. James L. Payne, Patternsof Conflict, pág. 168.
47. Silvio Villegas, No hay enemigos a la derecha, Manizales, Editorial Zapa­
ta, 1937, págs. 215-216.

117
no cumple con el principal de sus deberes, que es garantizar la vida
humana, todos tendremos que apelar en la calle a la legítima defensa
para no perecer asesinados impunemente”4849 . A la semana siguiente
anunció en público que todos los conservadores deberían prepararse
para hacerle frente a la violencia con la violencia. La nueva estrategia
oficial de su partido fue bautizada con el nombre de “acción intrépi­
da”. Ya no había que esperar a que los campesinos se limitaran a
registrar sus reclamos cuando eran insultados o víctimas de abusos
por parte de los liberales. El líder supremo en Bogotá había dado la
orden de resistir violentamente, y los miembros del partido en todos
los rincones de Colombia comenzaron a armarse.
Alfonso López fue elegido para su segundo período en 1942,
después de una amarga campaña signada por el fraude, durante la
cual los conservadores respaldaron una candidatura liberal disiden­
te. En ese momento Colombia sufría grandes privaciones a causa de
la segunda guerra mundial a la vez que se presentaron huelgas en el
sector público y rumores de conspiración y de revuelta en el ejérci­
to44. Desde la izquierda, socialistas como Antonio García atacaba a
López y a los liberales en general por su “traición a la revolución”, y
desde el campo conservador llegaban advertencias de que “el regreso
del señor López a la presidencia traerá consigo grandes perturbacio­
nes de la tranquilidad pública”50. A diferencia de su situación de
ocho años atrás, los conservadores estaban ahora unificados en
oposición a López, y lanzaron inmediatamente una vigorosa campa­
ña contra lo que ellos llamaban el mayoritarismo del gobierno contra
la Iglesia y la decadencia moral. Durante 1942 los conservadores con­
virtieron estos temas en una especie de arma con que aporreaban a los
liberales. Como la modernización iba convirtiendo a su partido en
una minoría nacional, Laureano Gómez atacó la validez del gobierno
de la mayoría. Aquello de “la mitad más uno”, como lo expresaba,
era un concepto revolucionario por medio del cual aquellos gobier­
nos democráticos que han sido elegidos fraudulentamente imponen
su voluntad sobre todo el país. “Bajo el actual régimen”, decía un
artículo suyo aparecido en El Siglo en 1942, “prepondera el criterio
de la revolución francesa el de la mitad más uno como suprema
norma de verdad y justicia...”51. Más tarde en el mismo año, durante

48. Rafael Azula, De la revolución, pág. 116.


49. Colombia, Diario Oficial, Vol. 79, No. 25326,20 de agosto de 1943, págs.
446-447.
50. Antonio García, Gaitán, págs. 88-89.
51. Hugo A. Velasco, Biografía de una tempestad, Bogotá, Editorial Argra,
1950, pág. 170.

118
un debate sobre el proyecto lopista de modificar el Condr-ait» d.
1888 con el Vaticano, Gómez declaró que la conspiración y corrup­
ción se ocultaban detrás del proyecto presidencial:

Hay que buscar la razón profunda, esos motivos que, conl-M


dos o no, mueven los ánimos a determinadas acciones trascen­
dentales para tratar de descubrir por qué cuando se habla y se
dice que se busca la paz religiosa, se promueve una cuestión
irreligiosa... Así, la historia está plagada de hechos en los cuales
cuando una situación inmensamente grave desde el punto de
vista moral de la sociedad, se presenta, instantáneamente surge
un problema religioso o irreligioso, como aquí, para tocar a
generarla para excitar el sectarismo, para no permitir que nin­
guno de los que profesan tendencias o simpatías en los partidos
de la izquierda puedan manifestarse en contra de aquellos a
quienes se les dice que cualquiera que hayan sido sus actos, esas
son minuciosas, pequeneces y cosas insignificantes, en frente de
esa gran labor que en el lenguaje masónico llaman de “la
libertad del pensamiento”, “liberación del fanatismo religio­
so”, con las “telarañas y antiguallas que están oprimiendo el
espíritu humano”. Y se hace aparecer ante la galería sectaria e
izquierdista; y se habla del jacobinismo, para que pongan en
balanza, de un lado, esa destrucción; eso que es lucha, fanatis­
mo, esas pequeñas minucias de negocios y proyectos y se les
obliga a que en ese dilema no vean en ningún momento que
desconceptúan la obra que llama de liberación de los espíritus y
de destrucción del fanatismo permitiendo que así no haya
ninguna investigación ni ninguna sanción aun cuando se hayan
comprometido toda suerte de intereses52.

Durante 1943 los conservadores intensificaron aún más sus críti­


cas, concentrándolas sobre el tema de la corrupción moral del gobier­
no. Todo, desde los dudosos negocios de los hijos del presidente hasta
las acusaciones de que la policía liberal de Bogotá había ejecutado a
un tal Mamatoco, potencial enemigo político del régimen, se publica­
ba diariamente en las páginas de El Siglo y otros periódicos antigo-
iHernistas. Los ataques llegaron a tal intensidad, a comienzos de
1944, que la policía arrestó a Laureano Gómez -aausándolo de «lila
mar al ministro de gobierno, Alberto Lleras Camargo. López tlelcn
dió esta acción más tarde diciendo que los líderes de la “anión

52. Guillermo Fonnegra Sierra, El parlamento colombiano, Bogotá,, Gá'iin.a, .


53, págs. I88-190.
Centauro, 1952

119
intrépida” estaban envueltos en actividades subversivas, principal­
mente en intentos de socavar la lealtad de los oficiales del ejército5’.
En eso López no se había equivocado, como se pudo comprobar
cuatro meses después del encarcelamiento de Gómez, cuando oficia­
les derechistas secuestraron al presidente mientras presenciaba unos
ejercicios militares en el departamento de Nariño. López fue llevado a
una hacienda llamada Consacá, desde donde pudo observar el pronto
fracaso de la revuelta5,1. Encontró poco consuelo, sin embargo, en que
sólo una brigada del ejército, acuartelada en Ibagué, le fuera desleal,
y que una mayoría del pueblo pareciera respaldar a su gobierno frente
a las tentativas golpislas. Al despertar de su humillación personal se
halló sin el poder suficiente para superar la confusión y el desorden de
Colombia. Después de un año difícil renunció a su puesto, encargan­
do de la presidencia al designado, Alberto Lleras Camargo.
Durante su último año en la presidencia López pronunció muchos
discursos. Uno de los más importantes quizás fue el que leyó ante el
Senado el 15 de mayo de 1944. Este discurso, del cual algunas partes
se repitieron en su alocución final al Congreso, ofrece una visión de la
política colombiana que no deja duda que los interminables ataques
al gobierno central dañaron gravemente el funcionamiento de éste en
momentos en que una firme expansión de sus programas le había
dado una panoplia de acción verdaderamente notable-55 Eran pro­
53. 54
gramas que el país necesitaba desesperadamente, pero murieron al
nacer. El ácido corrosivo del partidismo los atacó en su misma
concepción, asegurándose de que nunca podrían convertirse en fuer­
zas para la unificación nacional. El presidente pintó un cuadro
sombrío de creciente fragmentación política que ocurrió a pesar del
ritmo con que se movía la centralización estatal. Describió el proceso
mediante el cual los líderes de la política departamental se concen­
traban cada vez más en la capital de la República, desde donde perdían
paulatinamente todo contacto con su electorado. Esta tendencia a
mantener su dominio electoral a través del control remoto, junto con
los nuevos factores de desorden traídos por la urbanización y el

53. Colombia, Presidencia. Documentos relacionados en la renuncia del presi­


dente López y el orden público, noviembre 16 de 1943 a Julio 26 de 1945,
Bogotá, Imprenta Nacional, 1945, pág. 47. Cuando detuvieron a Gómez, el
presidente no se encontraba en el país.
54. Jaime Quintero, Consacá, Cali, Editorial Eza, 1944, págs. 131-135. Vei
también J. A. Osorio Lizarazo, Gaitán: vida, muerte y permanente presencia,
Buenos Aires, Ediciones López Ncgri, 1952, pág. 240; Vernon Fluharty, La
Danza de los millones, págs. 92-93.
55. Luis Ospina, Industria y protección, págs. 473-474.

120
crecimiento del sector industrial, lo habían convencido d< qu. .ta
vital un fuerte liderazgo presidencial56. Desafortunadamente, dh ■ lio
liderazgo, de su parte, era imposible. En lo que ha resultado si h
confesión más concluyente, López declaró que la autoridad del pirsl
dente estaba ya rota y disminuida, frase pronunciada aun antes dr su
humillante secuestro, y no anduvo con rodeos al decirles a los senado
res lo que veía en el futuro. A menos de que todos estos defectos
fueran remediados por medio de una reforma constitucional, la
República se volvería “invisible”.
El término “República invisible” no era simplemente una dramáti­
ca metáfora empleada por López para racionalizar sus propios erro­
res. Había otros que también percibían un nuevo elemento de desor­
den en la vida nacional. Un periodista liberal llamó a Colombia “la
República in vivible”, lamentándose de que Bogotá hubiera tenido que
ser puesta bajo la férula militar en 1944, como resultado de los
disturbios provocados por estudiantes universitarios conservado­
res57. Con el gobierno civil incapacitado para mantener el orden en la
propia capital de la nación, no hay que extrañarse de que la “pano­
plia” de nuevos programas formulados para enfrentar las urgentes
necesidades nacionales continuara enferma e ineficaz. Pero éste no
era todavía el peor aspecto de los sucesos de Bogotá. Después de
todo- la Colombia regional se las había arreglado siempre sola, con
muy poca atención por parte de la capital, y bien podía continuar así
en el futuro. Lo peor del colapso gubernamental era que no había
otra alternativa aceptable, distinta a la de seguir los mismos jefes de
los dos partidos tradicionales. De ahí que el clientelismo irresponsa­
ble sustituyera al liderazgo positivo del estado burocrático moderno.
El efecto de esta situación en la Colombia de provincia fue advertido
por uno de los pocos políticos moderados del país en ese entonces. En
un discurso pronunciado a dirigentes campesinos durante el año en
que sirvió como presidente de la República, Alberto Lleras Camargo
acusó a la totalidad del estamento político de la nación. “Pero los
bárbaros no son los campesinos”, les dijo Lleras. “Son los que, desde
arriba, van moviendo toda la máquina abominable hasta que el
suceso [partidario] se produce. Cuando leéis en los periódicos de las
capitales de provincia y en los diarios de Bogotá frases como esa de
‘derramar hasta la última gota de sangre’, ya sabéis lo que significa.
Cuando habláis de la agitación de las masas, es eso. Cuando sembl .rn.

56. Colombia, Presidencia, Un año de gobierno, 1945-1946, Bogotá, liiipren


la Nacional, 1946, pág. 235.
57. Atilio Velásquez, El padre de-la victoria liberal y el autor de la derrota,
Bogotá, Editorial Kelly, 1946, págs. 214-215.
odio en las ciudades, en las aldeas tienen que sembrar muertos en la
tierra humilde”58.
Alberto Lleras vivía en la ciudad pero era sensible ante las fallas del
Estado para atender las necesidades de los “letárgicos y desolados”
campos provincianos del país. Después del valiente intento de revolu­
cionar a la nación a través de medios pacíficos en los años treinta, la
“República liberal” había defraudado al pueblo y en especial a los
campesinos. El presidente Lleras habló de esto en su discurso ante la
Sociedad de Agricultores, el 5 de marzo de 1946:

Cuando híblamos, pongo por caso, de las mayorías que fundan


el sistema democrático, o de la opinión de las masas, ¿a qué nos
referimos? ¿A la voluntad de los colombianos? ¿O a la de
pequeños grupos urbanos ardorosos, que oyen y hablan en el
lenguaje de la política de civilizaciones más homogéneas y
compactas? Y cuando hablamos de las campañas de sanidad o
de crédito o de educación que van a redimir al campesino, ¿no
sabemos que cuando mucho están llegando hasta la aldea y a
una capa superior de la estructura social colombiana? Y cuando
hablamos del alza de salarios, o ' de los mejores precios para los
productos, ¿nos referimos a los jornales de esa peonada y el
mayor valor de sus frutos en el mercado del pueblo? No. Entre
el setenta y uno por ciento de nuestros compatriotas y el resto
de ellos no hay comunicación directa, no hay contacto, no hay
vías, no hay canales de intercambio. A quince minutos de
Bogotá hay campesinos que pertenecen a otra edad, a otro
estado social y cultural separado de nosotros por siglos59.

La nación descrita por el presidente Lleras Camargo en 1946 era


una distorsión grotesca de la Colombia humana y progresista que los
líderes liberales se habían propuesto crear 16 años atrás. Y nada
ilustra mejor las contradicciones inherentes a una sociedad que se
moderniza, y en la cual la mayoría de los ciudadanos aún vive en
niveles primitivos, que el departamento agrícola del Tolima.

58. Colombia, Presidencia, Un año de gobierno, pág. 235.


59. Colombia, Presidencia, Un año de gobierno, págs. 236-237.

122
CAPITULO IV
PREFACIO A LA VIOLENCIA

IJna cosecha de despojos

La población del Tolima en 1946 estaba compuesta por gente


joven, vigorosa y en su mayoría campesina. Cincuenta y cinco por
ciento de sus 656.000 habitantes se hallaba por debajo de los 15 años
de edad, y entre un 70 y un 80% de los mismos vivía en áreas rurales, a
pesar de lo cual había suficiente campo para la expansión: la densidad
poblacional era de 28 personas por kilómetro cuadradob Tanto hacia
el sur como hacia el suroeste se extendían las zonas de colonización,
mientras crecían rápidamente las ciudades ubicadas en el centro.
Anzoátegui y Santa Isabel, en el extremo sur de la colonización
nntioqueña, crecieron en un 149% y 158%, respectivamente, entre
1918 y 1938, y en Ataco, el municipio tolimense más meridional de
lodos, se presentó un incremento de 198% durante el mismo período.
Otra zona rural donde se observó el mismo fenómeno fue el oriente,
que había experimentado una inmigración considerable durante los
lióos veinte y treinta. Las ciudades de Armero y de Ibagué aventaja­
ron a las demás con una tasa de crecimiento de 144% y 103%,
respectivamente. Los tolimenses se reproducían a un ritmo anual de
3.4%, lo que hacía de ellos uno de los pueblos más fértiles del mundo.

I. Excepto, cuando se indique lo contrario, éstas y otras estadísticas del


Tolima en el año 1946 aproximadamente, son de las págs. 31-218 de: Colom­
bia, Contrataría General de la República, Geografía económica, Vol. Vil.

12 3
Un problema persistente a todo lo largo del departamento era una
grave disparidad en el ingreso y el nivel de vida entre sus habitantes y
sus áreas geográficas. Para 1948 los cinco municipios más prósperos
—Ibagué, Armero, Líbano, Honda y Chaparral— producían más
que los restantes 34, lo cual quería decir que, en su mayoría, estos
últimos subsistían con base en presupuestos insuficientes para pres­
tarle al pueblo siquiera los más rudimentarios servicios públicos. La
suerte del ciudadano promedio era análoga a la del municipio más
pequeño y empobrecido. Se trataba, por lo general, de un campesino
que trabajaba la tierra de otro a cambio de un jornal de dos pesos por
día. Aunque la suma podía ser suficiente para llenar la canasta
familiar en 1936 ■ la botella de leche se vendía a 11 centavos, la libra
de fríjoles a 22, la de papa a 14 y la de arroz a 20—, los precios de los
comestibles aumentaban al 110% anual y la carne había subido en un
400% desde la década anterior. Añádase a esto que cerca de las tres
cuartas partes de los tolimenses no eran dueños reales de ninguna
propiedad, y emergerá un panorama de pobreza muy difundida y
penetrante’.
Un 60% de todos los tolimenses estaba condenado al analfabetis­
mo en los años cuarenta, estadística que se explica en parte por el
aislamiento físico de una población muy dispersa-3. Sólo un 25% de la
infancia acudía a la escuela, y en los campos la cifra era menor. Las
familias campesinas, por lo general, vivían cerca de la tierra que
trabajaban, en pequeños ranchos de bahareque. En muchos sitios los
techos de latón corrugado comenzaron a reemplazar a los elaborados
con materiales naturales, y los agricultores más ricos utilizaban para
sus hogares pisos de concreto. La cocina en el campo se hacía sobre
estufas de madera, y la luz en las noches era de velas de sebo o
lámparas de petróleo. La iluminación eléctrica era un lujo que sólo se
conocía en las cabeceras, y en 1946 la gran mayoría de las pequeñas
poblaciones aún no tenía plantas propias de energía.
Un sistema deficiente de transporte continuaba aquejando al Toli­
ma en la década de 1940. El departamento tenía poco más de mil
kilómetros de carreteras adecuadas para el tráfico de vehículos, y
muy pocos penetraban en la cordillera. Una gran mayoría de los
municipios cafeteros, de donde provenía gran parte del ingreso de­
partamental, ni siquiera contaba con carreteras hacia las cabeceras.
El rico Líbano sólo completó su carretera en 1935, pero aún no estaba
pavimentada y se veía frecuentemente bloqueada por derrumbes,

2. Colombia, DAÑE, La fuerza de trabajo en la producción de arroz y


rigodón, Bogotá DAÑE, I973, Cuadro AÍ.
3. Basada en el censo de 1938; en realidad, era probablemente más alta.

124
siendo imposible transitar durante buena parte del invierno. La milla,
el caballo y el burro eran los medios preferidos para el transpone de
personas y de carga, y en algunos casos los únicos. Cada municipio
contaba con una red de vías para animales de fardo y silla, aunque
algunas veces era de tal condición que un viaje que pasaba de unos
cuantos kilómetros dejaba exhaustos al animal y al viajero. Desde
luego, muchas de estas rutas eran transitables únicamente a pie. Miles
de familias tolimenses se encontraban a un día de viaje de la aldea más
cernina, que por lo común solía ser una pequeña tienda en el cruce de
dos caminos, con sus paredes invariablemente decoradas con desco­
loridos carteles que recomendaban “tomar Colombiana”, o recorda­
ban que “Corona sabe mejor”, o mostraban los restos de avisos
garabateados en la última campaña política. Si uno se movilizaba
directamente entre municipios montañosos estaba obligado a cruzar
los incontables cerros que surgían del grueso de la cordillera, hallan­
do su camino por trochas filiformes que atravesaban laderas cubier­
tas de café y por vertientes densamente selváticas y frecuentemente
despobladas. Ese penoso proceso era la norma desde Alpujarra, en el
extremo sur-oriental, hasta Icononzo en el norte, y desde Herveo en el
lior-occidente hasta Ataco. No existía en 1946, una carretera de norte
h sur que uniera un municipio montañoso a otro. El viaje por el llano
no era mucho más fácil; al contrario, por lo regular resultaba bastan­
te más incómodo. Apenas cien metros sobre el nivel del mar, y entre
ties hasta seis grados al norte de la línea ecuatorial, el llano era un sitio
de calor opresivo en donde se hallaba una variedad de insectos como
ht garrapata, que atormentaba por igual a los seres humanos y a los
animales. Allí, como en las montañas, la mayor parte del trayecto se
debía hacer a lomo de muía o a caballo, a pesar de que los autos y los
caminos podían abrirse camino a través de la vía rocosa y sin pavi­
mento paraleda al río Magdalena, desde Honda hacia el sur, directa­
mente hasta el Huila. Muy pocos puentes cruzaban las corrientes que
desembocaban en el Magdalena, lo que obligaba al viajero a descen­
dí estrechos aluviones y corrientes vadeables, debiendo esperar por
horas a que los chaparrones cesaran y permitieran cruzarlos. De
miente y occidente dos carreteras atravesaban el Tolima. La mejor
• i¡i la vía pavimentada hasta Bogotá. La otra, de menor tránsito, era
Ih ruta hacia el norte, Honda-Manizales.
Además de ser uno de los principales departamentos en el cultivo
del café, el Tolima suministraba otros alimentos y fibras de consumo
para Bogotá y el resto del país. Tradicionalmente, el llano había
producido ganado y caña de azúcar, pero ya para la década de l‘>.|0el
anoz, el algodón y el ajonjolí se hicieron importantes en lugares de
fácil irrigación. A lo largo de los ríos Saldaña y Magdalena, en los
municipios de Guamo, Espinal y Flandes,se irrigaron extensas /oíais

125
durante esa década. Estas tierras producían mucho más ahora que
cuando se dedicaban a la ganadería, y el intercambio de productor
agrícolas no tradicionales impulsó la economía llanera.
Una mayoría de los tolimenses terratenientes había llegado recien­
temente a las zonas templadas durante varias décadas de coloniza­
ción a partir de 1840. Estos “nuevos tolimenses” eran agricultores
orgullosos e independientes, dedicados al cultivo del café, y como
tales constituían una clase media de medios adecuados y repartida a
lo largo del departamento. A pesar de que muchos cafeteros se vieron
obligados a aceptar un nivel de vida primitivo debido al aislamiento
físico, el hecho de que se produjera una cosecha valiosa en dinero
significaba que su futuro económico era prometedor. Y todo loque
tenía que hacer era sembrar para aumentar su riqueza. De no haber
sido por los persistentes problemas de naturaleza política, los toli-
menses, con el tiempo y gracias a sus propias fuerzas, podrían haber
elevado el nivel de vida en todo el departamento agrícolamente tan
rico. Un gobierno equitativo en lo nacional, departamental y local
podría haberle permitido al Tolima un proceso continuado hacia la
segunda mitad del siglo XX, y una acción moderada en el campo de la
reforma social podría haber sacado a la población marginal de sus
tremendos apuros. Sin embargo, el gobierno del Tolima era todo
menos moderado, y la dirección que impartió durante los años
cuarenta fue más destructora que creativa. En 1946 el Tolima y su
pueblo estaban moviéndose hacia la prosperidad económica, pero
teniendo que atravesar una senda cruzada de abismos. Dentro de
poco tiempo se deslizarían a uno, del que no podrían salir sino al cabo
de 20 años, contrahechos y mutilados.
El 20 de abril de 1946 el gobernador liberal, Ricardo Bonilla,
inauguró la asamblea del departamento con una nota desagradable.
Empezó por decir a los diputados que el horizonte del Tolima estaba
oscurecido por la intranquilidad laboral y la creciente tensión políti­
ca. El objetivo de su mensaje era invitar a todos los tolimenses a
trabajar para que la violencia no estropeara las próximas elecciones
presidenciales, una empresa difícil si se tiene en cuenta que las pasio­
nes estaban ya excitadas por “dos vehementes y agitados” comicios el
año anterior4, producto de una tradición civil que exigía frecuentes y
divisorias elecciones. En 1945 se habían renovado la Cámara de
Representantes y las asambleas departamentales, en 1946 venía la
elección presidencial y al año siguiente habría dos vueltas electorales
más. El ciclo seguía adelante con una regularidad funesta y frecuente­
mente mortal.

4. Tolim^a, Gobernación, Mensaje, 1946, págs. 5-6.

126
El gobernador Bonilla y la mayoría liberal de la asamblea tenían
otras preocupaciones además de las de mantener la paz, ya que
estaban en inminente peligro de perder la próxima elección y con ella
sus puestos. Al comienzo del año parecía que los conservadores no
iban a participar en la campaña presidencial, táctica ésta que databa
de la vieja política de abstención de 1935. Entonces, con una orden
repentina, Laureano Gómez abandonó la abstención. En marzo de
1946 gestionó la candidatura de Mariano Ospina Pérez y empezó a
movilizar al partido. No se requería mucha perspicacia política para
ver que los liberales, con dos candidatos y un electorado profunda­
mente dividido, estaban en dificultades. Hacía exactamente 16 años
que el partido conservador había perdido una elección presidencial
en circunstancias parecidas, y ahora éste iba a ser el caso del liberalis­
mo, que se encontraba en desventaja irremediable con dos candidatu­
ras: la del populista Jorge Eliécer Gaitán y la de Gabriel Turbay
quien representaba la jerarquía tradicional liberal. El primero era un
reconocido izquierdista cuyos apasionados ataques a las élites colom­
bianas —“la oligarquía”, como las llamaba—, atraían a los trabaja­
dores y a las clases bajas. El segundo era un miembro centrista del
partido, mejor conocido por su habilidad para movilizar los comple­
jos mecanismos partidistas. Al acercarse el día de la elección, el 5 de
mayo, fallaron los desesperados esfuerzos liberales de último minuto
para conseguir el retiro de Gaitán, y Ospina Pérez ganó por plurali­
dad . El júbilo en el campo conservador era equiparable a la amargura
y la frustración entre los liberales. Los resultados mostraban que
Ospina Pérez había recibido 566.000 votos y el liberalismo 800.000,
de los cuales 357.000 correspondían al gaitanismo56.Mientras Ospina
se preparaba para una marcha triunfal hacia el Palacio de Nariño,
Gaitán se resignaba a otra espera de cuatro años y un amargado
Turbay quemó sus archivos personales y abandonó el país para
Europa, de donde nunca regresó6.
Los liberales tolimenses reaccionaron ante la victoria de Ospina
con bastante conmoción, jurando que nunca cederían el poder que
habían ganado tan difícilmente. Después de todo, ¿no era el Tolima
un departamento probadamente liberal donde los votos “fieles” lle­
garon a 61.000, frente a 34.000, número despreciable de votos conser­

5. Colombia, Contraloría Nacional, Anales de economía y estadística, suple­


mento a los números 17 y 18, Bogotá, Imprenta Nacional, mayo-junio 1946,
pág. 3, indica los resultados siguientes: Ospina, 565.849; Turbay, 441.199;
(iaitán, 358.957.
6. Gonzalo Buenahora, Biografía de una voluntad, Bogotá, Editorial A.B.C.,
1948, pág. 147.

127
vadores?7 A medida que se acercaba la posesión del gobierno de
Ospina, los liberales repetían las veladas amenazas que leyeron en
diarios de gran circulación como El Tiempo y El Espectador, en el
sentido de que habría dificultades si el nuevo jefe del ejecutivo insistía
en despedir a los empleados oficiales del partido contrario. Pero al
menos un liberal increpó a sus compañeros por exigir a los conserva­
dores una magnanimidad que en forma alguna estaban obligados a
demostrar: “Los periodistas doblan la rodilla y andan creyendo que
el partido conservador ganó la batalla de mayo para dejar en su
puesto a todos los empleados liberales y para hacer un gobierno
liberal. Se equivocan por la mitad de la barba. El conservatismo
subirá al poder para ejeccr sus derechos de' partido triunfante, y los
liberales debemos prepararnos para la adversidad con varonil energía
y con fe en el futuro’’8. Estas palabras de Leónidas Escobar, director
del seminario La Voz del Líbano, aparecieron después de una emotiva
declaración hecha por los líderes liberales de Ibagué. En la última
reunión regular de la asamblea departamental, la mayoría liberal
anunció que se oponía a cualquier clase de colaboración con el
gobierno de Mariano Ospina Pérez y que “los traidores” que se
entendieran con Ospina serían expulsados del partido: “Considera­
mos indispensable que el partido establezca sanciones drásticas y
definitivas contra quienes traicionen los altos ideales de la causa. En
la actual emergencia invitamos a la población liberal de Colombia a
formar un frente unido de resistencia contra la violencia política
desatada por grupos conservadores después del 5 de mayo”910 .
A pesar de estos pronunciamientos, el Tolima permaneció tranqui­
lo durante las elecciones y después de ellas. La única dificultad se
presentó en Villahermosa, en donde algunos conservadores demasia­
do entusiastas celebraron la victoria disparando sus pistolas al aire.
Como resultado el alcalde civil fue reemplazado por un militar.
También ocurrieron algunos actos individuales de violencia, como el
ataque a machete contra un campesino llamado Miguel Rico. De
acuerdo con el informe periodístico sobre el incidente, un conserva­
dor de nombre Arturo Bustamante “pronunció vulgares y ofensivos
insultos contra el partido liberal”, desenvainó su peinilla e hirió a
Miguel Rico, sin duda después de que éste se refiriera en palabras
igualmente ofensivas a los conservadores1°. Irónicamente, la mayor

7. Colombia, DAÑE, Boletín mensual de estadística, No. 221, diciembre del


1969, págs. 111-113.
8. La Voz del Líbano, 20 de julio de 1946.
9. La Voz del Líbano, 13 de julio de 1946.
10. La Voz del Líbano, 22 de junio de 1946.

128
Jorge Eliécer Gaitán en la campaña presidencial.

1-
amenaza para la estabilidad del departamento provino de los propios
liberales. Una vez posesionado Ospina Pérez muchos funcionarios
oficiales del liberalismo presentaron sus renuncias, dando motivo a
una breve pero grave distorsión de los servicios públicos. Fue la
Policía Nacional la que más sufrió con estas renuncias, ya que perdió
al mayor Gordillo, comandante de ese cuerpo, al igual que a muchos
otros oficiales de rangos inferiores11. Por otra parte, el presidente
Ospina Pérez hizo cuanto pudo para asegurarles a los tolimenses, así
como a otros colombianos, que su intención era gobernar al país a
través de una coalición de liberales y conservadores llamada “Unión
Nacional’’. El primer gobernador que nombró para el Tolima perte­
necía al partido liberal, y se enviaron alcaldes liberales a los munici­
pios mayoritariamente liberales, aunque también designó conserva­
dores para llenar los puestos de la burocracia departamental.
Una vez pasada la conmoción de la derrota, los liberales del
departamento se dieron cuenta de que su base de poder era más
segura de lo que pensaban al comienzo. Controlaban la abrumadora
mayoría de los concejos municipales, dominaban la asamblea y
copaban muchos cargos de las fuerzas de policía. Si el Tolima hubie­
ra estado tan aislado del resto de Colombia como lo estaba un siglo
—o apenas cincuenta años atrás—, cuando los medios de comunica­
ción eran mucho más rudimentarios, su pueblo quizás hubiera man­
tenido su ecuanimidad en presencia de los graves sucesos ocurridos
más allá de las fronteras regionales. Pero éste no era el caso en una
época en que la radio y los diarios de circulación masiva difundían las
noticias hasta en las más remotas veredas.
Las que llegaron al Tolima en 1946 eran sin duda graves. En ese
año comenzó a surgir una violencia política seria en los departamen­
tos de Boyacá, Santander y Santander del Norte. Estas tres provincias
ocupaban el 20% del territorio colombiano y contenían alrededor de
una quinta parte de la población nacional, dispersa a lo largo del
terreno muy quebrado1213 . Formaban el sector político más polarizado
del país y habían sido el. escenario de muchos brotes de violencia
política durante y después del cambio de gobierno en P^í^013. Pueblos

11. La Voz del Líbano, 10 de agosto de 1946.


12. Hay que destacar que casi la mitad del territorio nacional colombiano
está fuera de los departamentos en unidades administrativas de poca pobla­
ción llamadas intendencias y comisarías.
13. Un estudio de la votación municipal en las elecciones presidenciales de
1930 y 1946 revela que, de los cien municipios más conservadores según sus
mayorías electorales, 36 se encontraban en Boyacá y los Santanderes; y que,
de los cien municipios más liberales, cuarenta se encontraban en los mismos

130
como Saboyá, en Boyacá, y Guaca, Piedecuesta y Capitiluvio, en
Santander, se hicieron tan famosos por su violencia política en loa
años treinta que a un liberal se le ocurrió sugerir: “La única forma <lr
acabar con el problema de los Santanderes sería poner a todos los
conservadores contra la pared y dispararles por la espalda”l*‘1. I.os
conservadores de esos pueblos recordaban amargamente la persecu­
ción liberal de la década de 1930 e intentaban vengarse. El derrama­
miento de sangre en Boyacá fue estimulado por la creencia de que los
boyacenses eran por naturaleza gobiernistas, o inclinados a votar por
cualquiera de los partidos que tuviera el poder en Bogotá155 6. La
historia reciente confirma la acusación. Si los boyacenses le dieron a
los conservadores el 60% de sus votos en 1930, en 1942 únicamente el
25% sufragó por las banderas azules% Un escritor se maravillaba del
fenomenal cambio, atribuyendo a la virtud y al liderazgo político
dinámico lo que a los conservadores les parecían simples maquina­
ciones de un cacique liberal: “Plinio Mendoza Neira era uno de los
más dinámicos jefes políticos de Boyacá. Bajo su acción impetuosa,
durante los años iniciales del gobierno de Olaya, el liberalismo creció
en aquel departamento con una fertilidad insospechada”17.
A medida que los informes sobre la violencia política se filtraban
desde Boyacá y los Santanderes hasta Bogotá, eran retransmitidos al
resto del país por comentaristas que los magnificaban y embellecían
con retórica de juicio final. Organos polémicos de los medios de
comunicación amplificaban las malas noticias y las difundían a todo
lo largo y ancho de la nación, produciendo miedo en algunos corazo­
nes y furia en otros. Fue éste un proceso insidioso a través del cual
aquellos colombianos alejados de los eventos reales se pusieron al
lanío de lo que estaba pasando. Liberales en sitios relativamente
pacíficos y lejanos, tales como el corregimiento de Convenio en el

departamentos. Ciudadanos de los cien municipios con la más alta incidencia


,1c votación liberal formaron mayorías de 87.43% a 100% a favor de candida-
os liberales en 1930 y 1946.
4. Atribuido a un escritor de El Tiempo por Elias Sabogal en un dimniMi
nonunciado ante la asamblea del Tolima en marzo de 1933. Orientación, H t Ir
ibril de 1933.
5. Ver, por ejemplo, un artículo titulado “Violencia, la clave polliii'a",
irmana, 4 de enero de 1947, sobre la “docilidad” de los boya., ue •. . n
elación con el Gobierno Nacional y su “tendencia politiquera”.
6. El reducido voto conservador en 1942 es explicado en forma pan•ial pnt
4 política conservadora de abstención en las elecciones presidenciales,
7. J.A. Osorio, Gaitán, pág. 189.

111
Tolima, enviaron comunicaciones telegráficas a sus zaprasantantas en
el Congreso, para protestar por los “ultrajes” cometidos contra sus
compatriotas en Boyacá y exigir que se pusiera fin al “barbarismo
conservador” en ese departamento^. Voceros del partido en Bogotá
y en otras áreas urbanas utilizaban cndn incidente como unu nueva
arma de ataque contra el liderazgo nacional de Ospinu. Los dirigentes
liberales eeeoenbnn sobre la incapacidad del prrsidanta para detener
la violencia, utilizando en muchos aspectos eá sistema empleado por
Laureano Gómez pocos años antes para sepultar a Alfonso López
bajo una montaña de invectivas. Si bien es cierto que los libaralas
tenían otras controversias en su arsenal de Críticas —la inflación
rumpante y la intznnquiliene laboral atormentaron u Colombia en
los años posterioras a lu segunda guerra mundial—, nada podía
despertar a lu opinión pública en la forma como lo hacía lu violencia
política. Cnen vez que los jefes del partido muldecíun a Oteinu por
incomeetente, los liberales del Tolima y de otras partes de Colombia
se volvían aún más desdeñosos fzanta al gobierno centrul.
Jorge Eliécer Gaitán era el haraearo forzoso del partido liberal a
raíz del ascenso de Ospinu Pérez ul poder, y como tal tenía un papel
crítico que drsemeeñur. Desafortunadamente para los liberales, Gai-
tán tenía poco de lu férrea firmeza de voluntad y dedicación u un solo
propósito que curacterizubun a Laureano Gómez. El vacilaba entre
las alternativas de ni dar ni paeiz cuartel en sus ataques al Gobierno y
de buscar caminos de cooperación con los conservadores u fin de
reducir la tensión reinante en el país. Gaitán levantaba a sus seguido-
z-s con arengas contra el presidente y luego usaba su prestigio para
culmur las pasiones, como en al caso da un acuerdo de corta vidu
eactneo con Laureano Gómez en septiembre de 1947. Esta indecisión
suya confundió y debilitó al partido liberal. A mediados de 1946
Gaitán se opuso públicamente a toda cooperación con el gobierno
bipartidista de Unión Nacional propuesto por el presidente electo,
y declaró que los liberales que sirvieran en la administración de
Ospinu Pérez se “conservatizarían” en poco tiempo19.
En defensa de Gaitán es preciso neuntuz que el acaudalado y
aristocrático Ospinu Pérez se negó a nombrar al jefe liberal en su
gabinete, sin duda debido al aparente radicalismo de Guitán y de sus
seguidores urbanos. El presidente electo atrajo únicamente a liberales
moderados hacia el gobierno. Lu eliminación de Gaitán fue criticada
husta por consazvudozas fieles que entendían que sin la purticipución

18. La Voz del Líbano, 24 de agosto de 1946.


19. El Tiempo, 26 de julio de 1946.

132
de aquél era poco menos que imposible el verdadero bipartidismo’”.
Esta intransigencia en ambos bandos le dio a Gaitán la rienda necesa­
ria para acosar y atacar a Ospina Pérez desde sus primeras horas en el
mando. Típico de la oratoria de Gaitán fue el discurso que pronunció
ante una sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes
en septiembre de 1946:

Estudia la posición espiritual del Presidente de la República


ante los trágicos aconteceres que se vienen registrando en el país
y se sorprende del sonriente optimismo de sus mensajes, como
de su indecisión en tomar medidas inmediatas y efectivas para
detener la hemorragia. Conceptúa que esta actitud contrasta
con la que asumió frente a una reciente crisis en la bolsa que
determinó una grande alarma entre los especuladores y gentes
privilegiadas: entonces el Presidente movilizó todo el tren ofi­
cial y dedicó horas diurnas y nocturnas para solucionar algo
que iba a beneficiar a los negociantes de valores bursátiles. Pero
cuando se trata de resolver el drama fratricida de liberales y
conservadores no hay trasnochadas, sino manes de Hamlet,
palabras, palabras y palabras’1.

Durante los últimos meses de 1946 la atención nacional se concen­


tró en el Valle del Cauca y en Cali, su capital, donde los sindicatos
preparaban una huelga que llevó al Gobierno a suspender las liberta­
des civiles en la región el 8 de noviembre. Se envió al Valle un
gobernador militar, quien empleó al ejército para romper las huelgas.
Los liberales del Congreso reaccionaron con cólera e instaron a sus
colegas moderados a que renunciaran al gabinete de Ospina. Ellos
mismos enviaron telegramas a cada departamento ordenando la
dimisión a todos los liberales que estuvieran empleados por cuenta
del régimen. La crisis en el gabinete ministerial se calmó cuando
Ospina Pérez rehusó aceptar las renuncias, pero la estabilidad políti­
ca de la nación había sufrido otro golpe. En el Tolima algunos
funcionarios liberales renunciaron a sus cargos, permitiendo que
unos pocos puestos burocráticos más pasaran a manos conservado­
ras.
Durante y después de la crisis del gabinete en 1946, el departamen­
to del Tolima permaneció tranquilo. Los líderes liberales confiaban

20. Alberto Niño H., Antecedentes y secretos del9 de abril, Bogotá, Editorial
Pax, 1949, pág. 11.
21. Atilio Velásquez, Tres libros en uno, Bogotá, Editorial Kelly, 1936, pág. '
162.

1H
de su dominio de la política local, a pesar de que aún no estaban en
capacidad de unificar a los gaitanistas de izquierda y a los liberales
moderados. Fue entonces una mayoría liberal dividida la que se
preparó para las decisivas elecciones parlamentarias de 1947. En
enero de aquel año las gentes escucharon por radio un discurso de
Jorge Eliéccr Gaitán, en el que presentaba un ambicioso programa de
reformas destinado a modernizar a Colombia. Se declaró al partido
liberal “el partido del pueblo”, obligado a “combatir contra las
fuerzas de la reacción que tratan de imponer una política fascista o
falangista” en el país, cargo este último dirigido en contra de los
conservadores, especialmente de su sector más tradicionalista, acau­
dillado por Laureano Gómez. La plataforma del partido, aprobada
con el mayor entusiasmo por parte de los tolimenses, prometía una
reforma de la legislación tributaria que redujera la dependencia
departamental de los impuestos a la venta de licores22. Más de la
mitad de las rentas departamentales provenían del impuesto al licor,
u n hecho que había llevado a más de un gobernador a quejarse de que
no era más que un tabernero glorificado. La literatura popular se
hizo eco de estas quejas: “El departamento es una entidad de una
pobreza franciscana, y su más amplio ingreso proviene de los licores,
o de lo que yo considero mejor llamar la ganga licorera. Sin este
impuesto, las entidades departamentales no podrían existir. Y para
que puedan existir es necesario cultivar el vicio de los bebedores... [Si |
se aumenta el consumo del alcohol respira el departamento; si la
gente toma menos se presenta una crisis’^3.
Los comicios parlamentarios de marzo de 1947 llegaron y pasaron,
confirmando los pronósticos de que el Tolima seguía siendo una
región abrumadoramente liberal. Los liberales alcanzaron una ma­
yoría de 150.000 votos en toda la nación, y así demostraron de
manera clara su superioridad numérica. Especialmente inquietante
fue el alto número de víctimas de las elecciones —veinte muertos y
más de cien heridos—, la mayoría de ellas en Cundinamarca. La zona
de violencia parecía extenderse hacia el sur, llevada por los vientos
retóricos de los políticos de Bogotá, por la excesiva frecuencia de las
campañas electorales y por una abundante provisión de campesinos
armados con machete e imbuidos del coraje que Ies proporcionaba la

22. Jorge Eliécer Gaitán, Gaitán, antología de su pensamiento económico y


social, Bogotá, Ediciones Suramericana, 1968, págs. 329-347.
23. Guansó Sohun, “La novela colombiana de protesta social: 1924-1948”
(tesis doctoral publicada, University of Oklahoma, 1976), pág. 141.

134
hniclla de aguardiente, siempre presenté4. La violencia no habla
llegado aún al Tolima, donde el nuevo gobernador liberal se pmstún
nó en junio. Gonzalo París Lozano era conocido como hombr< d-
¡un io y erudición, y se pensaba que sería aceptado tanto prn mns. i
vadores como por liberales. Después de su primer mes en el despacho,
París Lozano parecía estar cumpliendo con la esperanza generalizada
de que administraría el departamento “correctamente, eficientemen­
te” y a satisfacción de ambos partidos25. En ese instante el Tolima era
una isla de tranquilidad rodeada por un mar de incertidumhres.
A pesar de su aparente tranquilidad, el presidente Mariano Ospina
Pérez estaba profundamente preocupado por su falta de control sobre
el aparato del gobierno, y especialmente sobre la policía nacional. Era
de común conocimiento que los liberales habían llenado las filas de la
policía con sus propios partidarios durante 16 años, y que la mayoría
de los agentes del cuerpo tenía aversión al nuevo liderazgo en el país.
líNe desafecto explica los disturbios del 31 de octubre de 1946 en
Bogotá, y el acalorado intercambio de palabras que tuvo lugar dura nte
la tarde de ese día en el bufete del presidente Ospina. Desde temprano
en la mañana los trabajadores del transporte, asociados en la Confede-
tación de Trabajadores Colombianos (CTC) de tendencia izquierdista
y respaldada por lo« liberales, impidieron el tránsito por las calles en el
centro de Bogotá y ocasionaron daños a la propiedad pública y
privada. Protestaban por el racionamiento de gasolina decretado a
raíz de una huelga de los obreros petroleros de Barrancabermeja.
( 'liando se puso en claro que las fuerzas del orden no iban a dispersa r a
los iracundos choferes de busés, “trolleys” y taxis, y que los disturbios
podían volverse una sublevación en grande escala, llamaron al coman­
dante de la policía, Carlos Vanegas, a conferenciar en palacio con el
Presidente y su gabinete. El general Vanegas sólo ofreció explicaciones
vagas para explicar por qué sus hombres no habían detenido las
manifestaciones, y aún después de la reunión falló en tomar las
medidas del caso, dándose por satisfecho con impartir instrucciones
nebulosas y ambiguas. Lejos de trasladarse al sitio de los aconteci­
mientos, a unas diez cuadras de distancia, o a su cuartel general, se
acomodó en una silla a la salida del despacho presidencial y se dispuso
ti recibir y a enviar órdenes desde allí. El secretario privado de ()spinn

14. En un artículo titulado “Una cosecha de mártires”, la revista Semana


describió la Violencia y su peor manifestación, aquella en Nemocón. tai al
norte de Cundinamarca, donde murieron seis votantes. Otros iiiiii..... m .tl
Hoyacá, los Santanderes y Valle del Cauca. Una persona minió <u < matan
tluy, Tolima. Semana, 29 de marzo de 1947; La Voz dell.íhano. 21 dr marzoda
1947; Rafael Azula, De la revolución, págs. 256-257.
25. Semana, 16 de agosto de 1947.

IM
Pérez, Rafael Azula Barrera, observando las maniobras de la polic^^l
de los políticos durante el día, estaba profundamente disgustado, a
igual que sus superiores, por la falta de acción de parte de Vanegas
Finalmente se acercó al general y le dijo: “No se calmarán si no hay mu
acción rápida y enérgica de la autoridad, antes que sea demasirnli
tarde’’. Según lo que luego contó Azula, el general se quedó mirándoh
y le explicó que sentía mucho cariño por “esos muchachos” (loi
huelguistas), y que era mejor hablar con ellos para que se dispersan»
porque cualquier otra medida sería contraproducente. A las 11 de h
noche ya era claro, incluso para el mismo Vanegas, que su política dt
conquista por la bondad había fracasado: “La situación es grave perú
no podemos hacer nada más...”. Con esto se envió al ejército pulí
poner fin a los disturbios26. Después de los desórdenes de Bogotá J
de dificultades laborales mucho más serias en Cali una semana mál
tarde, el Gobierno puso en marcha las medidas para aumentar nu
control sobre la policía. La posición conservadora fue convincente
mente explicada por Laureano Gómez, quien le dijo al presidenta
Ospina durante la noche del 31 de octubre:

Nosotros hemos recibido la herencia de una policía enemiga del


nuevo régimen, que se cree al servicio del partido liberal y no del
Gobierno. Transformar ese cuerpo no es obra de un día. La
prensa, los parlamentarios, los dirigentes del liberalismo organi­
zan un gran escándalo ante cualquierremoción de un agente, por
justa que ella sea. La tarea es, pues, muy ardua. Pero hay que
acometerla, porque al poder se llega a gobernar, y la sociedad no
puede permanecer indrfrnsa27.

Dos meses después de los disturbios en Bogotá y Cali, el general


Carlos Vanegas ya estaba en ruta al Brasil al frente de una misión
diplomática. Había solicitado su relevo cuando el jefe de seguridad
Hernán Quiñones Olarte comenzó a destituir a los oficiales de la
policía que según su criterio no eran leales al gobierno de Ospina. I .|
general conservador Delfín Torres Durán, retirado del ejército, futí
nombrado en su reemplazo. j
No contento con purgar las filas de la policía de militantes libera­
les, Quiñones Olarte concibió un plan para crear una “policía políti­
ca” especial que se ocupara de los crímenes de naturaleza política,
Una estruendosa protesta se produjo entre los liberales, que califica-

26. Rafael Azula, De la revolución, pág. 224.


27. Rafael Azula, De la revolución, pág. 225.

136
fem el esquema del jefe de seguridad como “zarismo criollo’^,
í ’sphui Pérez vetó la propuesta, que ya hubíu recibido la aprobación
4feí MíiiínIzo de Gobierno, Roberto Uzdunetu Arbeláez, y del coman-
-h- de lu policía, Delfín Torres Durán, pero el hecho mismo de que
hubiera sido ideudo poz un ofic^1 de ako rango purecta unu prue^
dt que los cuerpos de policía estaban en camino de ser “consezvntizu-
iiA
i un dificultades de Ospinu con la CTC no terminaron con el
ti^htebim^^nto de la huelga de Cali. A comienzos de 1947, el Presiden-
t. supo que puru dramatizar su batalla contra lu “gestapo indígena”,
stuiu i los sindicatos llamaban a las fuazzns armadas, la CTC planeaba
HilH huelga generul para el 1 de muyo29. Al llegar el díu de la huelga y
*
aunque el Gobierno espezubu lo peor, el puro general fracasó sancilln-
Htetile porque la CTC no aanín el poder suficiente para hncazlo
íhu livo. Varios meses untes las fuazzus conservadoras hubíun socu-
vado los cimientos de la CTC mediante la fundación de la Unión de
í i aha|neoras Colombianos (UTC), dominada por la Iglesia. No
phslnnta, el respaldo que muchos liberales ezastazon a la abortada
huelgu general le dio u Ospina y u otros funcionarios oficiales una
pincbu adicional de que la huelga no era otra cosa que un intento de
golpe de Estado —un “movimiento subversivo, inaaznncionul en su
nt■eHirici^n, planeado y coordinado por agitadores revolucionarios
;-t:ti conocidos... y que en donde no estaba nbirztnmanta zatpnleaeo
pin el enrtieo liberal, era promovido por fucciones liberales de
up»isición”30. Lu convicción conservadora de que los liberales eran
subversivos se hubía agudizudo durante los sucesos de muyo de 1947,
V se hizo más difícil que los dos purtidos llegaran a un ucuazdo.
En Colombia durante las épocas de dificultades políticas eru unu
eusii sabida que la violenciu más exagerada y persistente se prasanau-
ba en sitios muy ulejudos del control efectivo por parte del Gobierno
ctural. Este fenómeno tuvo otra cara, ya que cuando lus élites en
íiogotá cometían un error, era el pueblo de las provincius el que sufría
ius 1onsecuencius. El problema de zamovar a los liberales sectarios de
las luezzus de policía es un ejemplo al respecto. Mientras los conser-
a•h•zes en los altos mundos de lu capital comenzaban la purga de lu
eolicíu liberal, los políticos de provincia corrían u hacer otro tanto,
I ,ii Santander el saczetuzio de Gobierno, Pedro Manuel Arenas, bus-
tabu a contervndo|•at leales que estuvieran dispuestos a ingzatnr ul

|N, Semana, 31 de muyo de 1947.


|y. Semana, 17 de muyo de 1947.
Jl). Ruíu-I Azula, De la revolución, pág. 271. .

137
cuerpo departamental de policía. Al encontrarse con un candidato lo
recomendaba al jefe de la policía departamental, que estaba obligado
a reclutarlo. “Mi querido coronel”, decía una de estas instrucciones
al comandante Luis M. Blanco, “el señor Luis Francisco Herrera
desea formar parte de las fuerzas de policía. Permítame recomendar­
lo altamente, porque posee todas las cualidades que buscamos en
nuestros reclutas”. Ocho meses más tarde el coronel Blanco confron­
taba al secretario de Gobierno con éste y otros documentos, acusán­
dolo de convertir a la policía de Santander en “un clan de crimina­
les”. Parecía que el recluta tan altamente recomendado por Arenas
era un asesino convicto y un abigeo consuetudinario. Para respaldar
aún más sus denuncias, el coronel Blanco produjo documentos que
revelaban que otros de los reclutas “tan altamente recomendados”
por el ministro tenía hasta cuatro homicidios a su cargo, así como una
gran variedad de otros crímenes’1.
Los altercados burocráticos en Santander llegaron hasta el absurdo
cuando los liberales de la asamblea departamental rifaron los vehícu­
los oficiales, votaron para que se cambiara el sueldo del gobernador de
pesos a centavos y redujeron las fuerzas de policía de 500 hombres a
sólo 6O’2. La ópera tragi-cómica por poco termina definitivamente tres
meses después. Una tarde de fines de agosto, los ciudadanos dr
Santander escuchaban por radio un debate en la Cámara de Represen­
tantes sobre el asesinato de siete liberales por parte de la policía
conservadora en Moniquirá, Boyacá. Los liberales querían relacionar
la tragedia de Moniquirá con la violencia cada vez mayor de que eran
víctimas, pero aun cuando se acercaba la hora de suspender la sesión
los conservadores, que tenían la palabra, no permitían que hablaran
sus adversarios. Finalmente, un congresista liberal, de apellido Ordó-
ñez, no pudo soportar las cosas por más tiempo; agarró una papelera,
la lanzó contra un vocero del conservatismo y empezó a sacar una
pistola que tenía escondida. Los representantes de ambos bandos
gritaron y buscaron protección, creando un tal pandemonio que los
oyentes de todo el departamento estaban seguros de que la sangre
corría en los pasillos de la asamblea’’. Ordóñez no disparó esa noche
pero nadie dudaba de que él y sus colegas estaban armados. Los que
podían permitírselo se hicieron a un arma de fuego durante aquellos
meses de tensión, y para los legisladores bien vestidos se volvió de rigor
contar con una pistolera. En mayo de 1947, una disputa menor do

31. Germán Guzmán, La Violencia, II, págs. 252-253.


32. Semana, 17 de mayo de 1947.
33. Semana, 30 de agosto de 1947.

138
■ arácter político en la asamblea del Valle resultó en que los diputados
presentes votaron con la mano izquierda mientras con la derecha
sostenían sus pistolas34. Para mediados de 1947 la policía, reorganiza­
da, suministraba armas a los conservadores dignos de confianza en
vii ios departamentos, mientras los liberales recibían cargamentos de
fusiles y munición desde Venezuela3’5.
I os líderes de Colombia se enfrentaban con un polvorín y lo sabían.
Ih violencia relacionada con las elecciones no era nada nuevo, como
tampoco lo era la noticia de que ciertos policías habían traspasado su
autoridad y abusado de algún ciudadano inocente o no tan inocente.
Pero las dificultades que acosaban al país en el segundo año de la
presidencia de Mariano Ospina Pérez parecían pasar los límites de
'oda lógica y de toda com^enstón. Con esto en mente Ospina se
presen tó ante los micrófonos de la radio, en la noche del 28 de agosto de
194/, para dirigir un largo y bien melancólico mensaje a la nación. Uno
d los temas más sobresalientes de su alocución se titulaba sencilla­
mente “La Violencia”:

Sucesos recientes, que he sido el primero en deplorar, ya que


sacrifican nuevas víctimas a los insensatos odios políticos, han
pretendido levantarse como argumento decisivo contra la tesis
de la Unión Nacional, afin de procurar su liquidación y fracaso...
Pero este trágico acontecimiento no puede presentarse como una
acusación infamante al gobierno que presido, ni es razonable y
lógico descargar sobre la administración actual la responsabili­
dad de hechos que... se hallan encadenados a esta sangrienta
sucesión de venganzas y represalias a que estamos asistiendo con
ánimo conturbado, haciendo desesperados y aún heroicos es­
fuerzos para detener esta implacable racha de intolerancia y de
locura^.

i su discurso el Presidente elogió a Laureano Gómez y a Jorge


...... e-r Gaitán, quienes se habían reunido para diseñar un acuerdo
Radiante el cual una comisión bipartidista investigaría todos los
h Ues de violencia política, y expresó su fe en que el acuerdo dejaría
“muy fructíferos resultados”, ya que era el artefacto de “dos eminentes
lidr es políticos que controhan a sus respectóos partidos y entienden |a
llave responsabilidad que pesa sobre ellos”37.*17

14 . Semana, 17 de mayo de 1947.


M. Russell W. Ramsey, Guerrilleros, pág. 125.
ifi . Colombia, Noticias de Colombia, septiembre 1947, pág. 705.
17. Colombra, foüüas de Colombia, sepúembre W7, pág. 705.

139
De haber resultado el entendimiento entre los jefes de los doi
partidos hubiera detenido la temeraria carzera hacia la violencia
Pero el acuerdo Gómcz-Gaitán estaba condenado desde sus comien­
zos. Era una criatura anómala, el resultado de fuerzus antitéticas er
un inexplicable momento de armonía. Lus instituciones política!
colombianas eran eamnslaeo débiles para cargar con el peso de
mantener la paz en 19-47, y los dirigentes políticos estaban demasiado
aprisionados por su propia retórica para cambiar sus métodos.
Abandonar la polémica habría sido descartar el arma que Gómez j
Gaitán habían esgrimido con éxito durante más de 20 años.
Los conservadores llamaban u Laureano Gómez “El Hombre Tem­
pestad”, por la forma como golpeaba a sus oponentes en los debates
parlamentarios. De pie en el foro público, con el brazo extendido y el
rostro enrojecido, Gómez pronunciaba sus discursos en rodantes
cadencias y con una pusión que mantenía ul amigo y ul enemigo al
borde del arrebato. i
Gaitán se caracterizaba u sí mismo como un hombre del pueblo, y
le gustaba arengar u grandes multitudes en recintos cerrados. Duran­
te los años veinte había estudiado derecho penul en Italiu, donde tuvo
oportunidad de observar el estilo oratorio del fascista Benito Musso-
lini, y a su regreso a Colombia empleó ulgunus de lus tácticas de éste
para excitar a sus oyentes. Por lo general comenzaba sus discursos en
un tono bajo, casi discursivo, aumentando gradualmente el ritmo de
sus frases y el nivel de su voz hasta que el público quedaba atrapado
en unu cuscudu de palabras, aplaudiendo y vitoreando locumente a
cuda pausa, y ulgunus veces ahogando la voz de su caudillo. Los
humildes seguidores de Gaitán idolatraban al hombre bajo y muscu­
loso que durante muchos años había hecho de su causa lu de él, y que
en tantísimas oportunidades había eazmunacido frente a ellos, el1
puño levantado, prometiendo defenderlos contra las oligarquías ve­
nales y los desvergonzados plutócratas. Gaitán terminaba todos sus
grandes discursos con un emocional desafío: “Si avanzo, ¡seguidme!
Si fallo, ¡apoyadme! Y si me matan, ¡vengadme! ¡A lu carga!”. 1
El acuerdo Gómez-Gaitán sólo duró una semana. Los conservado-
zcs en el Congreso desconocieron inmediatamente el documento,
uduciendo que éste les quitaba “su completa libertad para expresaA
sus opiniones políticas”. Gaitán, unu vez más, acusó u la Unión
Nucionul de ser una farsa que “alimenta u los corruptos caciques que
asesinan u los trabajneoret”, y criticó ul presidente Ospina Pérez por
“parmitiz lu eazsacución oficial”38. El golpe más contundente en su
ofensivu de seetiambre se |o eezmitió un calamento de summtetrosí

38. El Tiempo, 4, 7 y 10 de septiembre de 1947.

140
i'Hgc Eliécer Gaitán hablando en el Teatro Municipal, 1'4/.

141
militares con destino al ejército nacional. Sabiendo que gases lacri­
mógenos estaban incluidos en el embarque, Gaitán acusó a los con­
servadores de querer utilizarlos en contra de los miembros de su
partido. En el furor del debate, llamado la “Conspiración de los
Gases”, los liberales pidieron la renuncia de Ospina, quien argüyó en
defensa propia que esos materiales habían sido ordenados varios
años antes por el entonces presidente Alberto Lleras Camargo, una
explicación que tuvo poco eco entre sus enemigos. Alguno de ellos
llegó hasta sugerir que los colombianos imitaran a los bolivianos que
habían asesinado recientemente a su primer mandatario y colgado su
cadáver de un poste frente al palacio presidencial3’. Un mes después
Jornada, el periódico de Gaitán, publicó una foto de Ospina y de su
esposa en un baile al lado de una gráfica espantosa de hombres,
mujeres y niños mutilados en Boyacá. El título de la secuencia era:
“EÍ Presklente Asesino”39 40.
Mientras tanto, los conservadores continuaban machacando sobre
el viejo tema de que sus adversarios tenían un acopio de 1.8 millones
de tarjetas fraudulentas de votación para arrojar al fiel de la balanza
cuando se presentara una elección dudosa. Era ésta una acusación
que Laureano Gómez había repetido durante tantos años, que los
conservadores fieles ya no lo dudaban. El 10 de octubre de 1947
Gómez pronunció un discurso por radio en el que, una vez más, acusó
a los liberales de planear un fraude electoral mediante las cédulas
ilegales41.
La retórica política que se lanzó desde Bogotá en el mes de septiem­
bre se debía a la proximidad de unas elecciones para concejos. De los
800 concejos municipales en el país, los conservadores controlaban
únicamente 194, y desesperados por aumentar su número comenza­
ron a mover sus fichas políticas. Dificultades esporádicas se habían
presentado en el Tolima durante los nueve primeros meses del año, y
a medida que se aproximaban las elecciones se presentaron erupcio­
nes más serias de violencia en varios municipios del norte del departa­
mento. Ospina Pérez se vio obligado a enviar alcaldes militares a
Anzoátegui y Santa Isabel, ocasionando con ello la renuncia del
gobernador París Lozano. La fuerza militar fue luego retirada y París
Lozano reasumió sus deberes oficiales, a pesar de que la situación de

39. Germán Guzmán, La Violencia en Colombia, I, pág. 240.


40. Hugo A. Velasco, Mariano Ospina Pérez, Bogotá, Editorial Cosmos,
1958, pág. 128.
41. Semana, 18 de octubre de 1947.

142
Anzoátegui seguía siendo tensa42. Los liberales allí continuaban qur
lándose de que el alcalde estaba suboteando su campaña meeínnl- la
invalidación de muchas tarjetas de votación, y explotaron de ira
cuando, unu semunu untes de las alaccionas, los conservadores ataca -
ron los cuuztelas liberales y se llevaron 180 turjetas43.
Los conflictos políticos y lus elecciones reñidas no eran ninguna
novedad en Anzoátegui y en una o dos poblaciones, donde los
miembros de los dos partidos habían batallado por años para ganar o
para mantener el control del concejo municipal. Fresno y Anzoátegui
estabun divididos casi en dos —mitud liberal, mitud conservador—, y
por lo tanto cuda grupo luchaba por derrotar al otro en cada elección
local. En Anzoátegui el asunto se decidió el 5 de octubre, cuando los
liberales se lus ingeniaron para conservar la muyoría del concejo en
virtud de un solo voto. En Fresno, las cosas fueron distintas. Allí los
conservadores conquistaron el dominio del concejo, por primera vez
en una década, por un margen de 131 votos en una votación total de
3.20044. En todo el departamento hubo muy pocos cambios en el
número de concejos en manos de los respectivos partidos, pero esto
era una cosa normal. Excepto en algunas localidades, como Anzoáte­
gui y Fresno, los resultados de las elecciones podían pzonotticnrtr
con facilidad. Entre 1937 y 1947 la mayor purte de la zona norte y la
región de Suldaña votaban por los conservadores y los restantes por
los liberales. Los primeros habían conservado entre siete y ocho
concejos en el momento en que sus copartidarios en Boyacá y Santan-
eez estaban pareieneo los suyos. Sin embargo, al finalizar los años
cuarenta, cuando en muchos sitios del país los conservadores logra­
ban reconquistar el control de numerosos concejos municipales que
habían pareieo durante lu “República Liberal”, en el Tolima sólo
mejoraron su posición ligeramente, lo que demostraba de manera
palpable la correlación entre lus fluctuaciones en la votación locul y la
temprana incidenciu de la violenciu políticu^.

42. La Voz del Líbano, 13 de septiembre de 1947. Lo que llevó ul gobernador


Gonzalo París Lozano a entregar su renuncia fue el nombzamianto de
alcaldes militares, esta fue rachuzndn por Ospina, quien quiso mantener el
equilibrio de los gobernudores de los dos partidos.
43. El Tiempo, 30 de septiembre de 1947.
44. Estadísticas sobre las cuatro alaccionas de concejales a que se zefiera aquí
y aealnnte son de Tolima, Anuario estadístico del Tolima, I, 1937, pág. 43;
1943, pág. 162; 1946-48, pág. 332; 1947, pág. 382.
45. En lu alección de 1937 ganaron la mayoría en. 8 de los 39 concejos; en
1943, en 7 de los 32; en 1947, en 8 de 40; y en 1949, en 9 de 40. A nivel nacional
el cambio era impraslonnnta. Antes de la elección de 1947, los contervneorrt

143
Aun, mientras los tolimenses resistían la violencia, fuerzas exterio­
res socavaban su frágil paz. Buscando desesperadamente un camino
para detener el flujo de armas de la policía a los civiles conservadores,
los líderes liberales de Bogotá anunciaron un plan para “despoliti­
zar” la policía nacional. Propusieron que ésta fuera sustraída del
control presidencial y puesta bajo la jurisdicción de la Cámara de
Representantes, en la cual los liberales constituían la mayoría. El Mi­
nistro de Gobierno, José Antonio Montalvo, censuró la iniciativa y la
consideró un intento de subversión contra la autoridad del Gobier­
* sería respondido con “sangre y fuego”, si fuera necesario. Los
no que
liberales respondieron estimulando a sus seguidores para que se
armaran'1'’, y la carrera armamentista, que había adquirido poco
impulso hasta ese momento, llegó a un nuevo nivel de intensidad.
Colombia se convirtió en un campo de batalla, y sus problemas
asumieron proporciones de pesadilla. El año 1947 terminó con los
miembros de la Cámara de Representantes blandiendo sus revólve-
res'1'', y en 19
*48 se inició una pequeña pero intensa guerra civil en
Santander del Norte, cerca de la frontera con Venezuela. Pistoleros
liberales y conservadores comenzaron a matarse unos a otros durante
dos espantosas semanas, hasta que fueron finalmente separados por
el ejército nacional8.
El departamento del Tolima fue sacudido por estos acontecimien­
tos, que amenazaban con deshacer el tejido de su vida civil. Los
bandidos aparecieron más frecuentemente en el campo y sus depreda­
ciones llegaron a mayores extremos. Las autoridades del Líbano
informaron de una pandilla que, no satisfecha con robar a su víctima,
un humilde campesino de nombre Gregorio Rojas, lo destrozó a
machetazos hasta acabar con él9. En muchos pueblos los conserva­
dores reclamaban en voz cada vez más alta la purga de los empleados
públicos liberales, y en algunos sitios hicieron las cosas por su propia
cuenta. Santa Isabel, lugar de eternas dificultades, se convirtió en un
foco de problemas durante aquellos meses. Después de las elecciones
para el Concejo, que ganaron los liberales por 156 votos, el Gobierno

dominaban no más de 194 de los <800 concejos; después de la elección ya


tenían 350 de 800.
46. Una narración excelente al respecto es aquella de Rafael Azula, De la
revolución, págs. 288-299.
47. Semana, 13 de diciembre de 1947, contiene una foto del incidente.
48. Russell W. Ramsey, “The Bogotazo: Tentatively as History” (manuscri­
to no publicado), University of Florida at Gainesville, 1969, pág. 11.
49. La Voz del Líbano, 27 de diciembre de 1947; 3 de enero de 1948.

144
hivíó un destacamento de 50 policías recientemente reclutados en
lloyacá. A las pocas semanas su comandante, un tal capitán Guz­
mán, fue removido de su cargo y reemplazado por un cabo inexperto,
l.í violencia no demoró en estallar cuando el joven, un conservador
desarraigado no hacía mucho de los flagelados campos de Boyacá,
cayó bajo la malévola influencia del sectarismo local. Piquetes de
policías, acompañados por “concejeros” civiles, se movían por los
alrededores de la población buscando a liberales en sus casas, abu­
sando de ellos y en algunos casos amenazando sus vidas. La extensa
hacienda Colón, perteneciente a liberales, fue objeto de atención
especial. Durante largo tiempo ella y sus terrenos colindantes habían
sitio la única colonización liberal de importancia en todo el munici­
pio. Los campesinos comenzaron a huir de allí a comienzos de 1948, y
ya para el mes de abril los liberales de Santa Isabel se lamentaban con
justicia de que la ley y el orden eran palabras muertas en los sitios
donde vivía^0.
Durante aquella época tan tormentosa los liberales colombianos se
dirigieron cada vez con más frecuencia a los líderes de su partido, y
especialmente al flameante Gaitán. El caudillo se dirigió al problema
de la creciente violencia en una serie de agitados y muy publicitados
discursos a comienzos de 1948. El más dramático de todos fue el que
pronunció en la Plaza de Bolívar de Bogotá ante una inmensa mani­
festación de liberales que, portando pañuelos negros y en actitud de
luto, escucharon al caudillo referirse al presidente Ospina en los
siguientes términos: “Señor Presidente: es bajo el peso de una honda
emoción que me dirijo a Vuestra Excelencia, interpretando el querer
y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente
corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso,
para pedir que haya paz y piedad para la patria”51. Este discurso, y
otros pronunciados en las siguientes semanas, fueron alocadamente
aplaudidos por los gaitanistas y por otros liberales que lo abrumaron
con mensajes de respaldo. Un telegrama enviado por los gaitanistas
del pequeño municipio tolimense de San Fernando decía: “La reu­
nión de febrero 7 les mostró a los asesinos conservadores que no­
sotros somos una inmensa mayoría. Esta vereda unida, defiende la
bandera roja [que está] vistiendo a un hombre sólo”52.

50. Esta descripción de la temprana violencia en Santa Isabel está recons­


truida de sueltos que aparecieron en La Voz del Líbano entre el 28 de febrero y
el 3 de abril de 1948.
51. Jorge Eliécer Gaitán, Los mejores discursos de Gaitán, 2a. ed., Bogotá,
Editorial Jorvi, 1968, págs. 506-507.
52. La Voz del Líbano, 14 de febrero de 1948.

115
Ospina Pérez respondió a estas críticas con su propia condena a la
violencia, recordando que todo había comenzado muchos años an­
tes, durante el régimen liberal de Olaya Herrei^’. Aguijoneados por
lo que consideraban como una negativa del presidente a detener la
persecución, los líderes liberales decidieron dar por definitivamente
terminada su colaboración con el Gobierno, y el primero de marzo
Gaitán ordenó que todos los que estuvieran ocupando un puesto
público, sin importar qué tan insignificante, debían renunciar.
El Tolima liberal fue lanzado a una barabúnda por esta decisión.
Los gaitanistas estaban jubilosos porque interpretaban la orden
como la primera fase de una estrategia que uniría al partido detrás de
su héroe y los llevaría a la cumbre del poder. A todo lo largo del
departamento los liberales abandonaron sus posiciones oficiales cau­
sando un caos temporal en la administración local y regional. El
gobernador París Lozano extendió de nuevo su renuncia, y Ospina,
otra vez, rehusó aceptarla. Lo mismo ocurrió con el mayor Grimal-
do, comandante de la policía departamental, y con numerosos oficia­
les menores. En los municipios liberales la policía salió de sus cuarte­
les prometiendo “dar su sangre, vida y espíritu”, como ciudadanos
particulares, para “el regreso de Colombia a la. paz y a la justicia’^.
Otros eran más francos. Un grupo de expolicías de Ibagué le telegra­
fió a Gaitán diciéndole que colgaba sus uniformes “para entrar a la
plaza pública y desatar la batalla de la reconquista con el pueblo”55.
Pero no todos los liberales tolimenses estaban contentos con la
orden llegada de Bogotá. Muchos miembros influyentes del partido
no eran gaitanistas y, por lo tanto, evitaban seguir ciegamente al
fogoso líder. Adoptaron la posición pragmática de que ellos estaban
ocupando puestos importantes en el Gobierno y que no tenía ninguna
lógica ofrecer esos puestos al adversario. Los liberales anti-gaitanis-
tas en la asamblea departamental censuraron a Gaitán y amenazaron
con oponerse por la fuerza a cualquier intento de establecer un
régimen conservador en el Tolima. Además hicieron saber que tenían
las armas para rechazar tal amenaza53 55
54
56.

53. Colombia, Ministerio de Gobierno, El gobierno de Unión Nacional y los


acuerdos patrióticos, Vol. V, Bogotá, Imprenta Nacional, 1948, pág. 321.
Estas observaciones fueron hechas por Ospina durante un discurso radial
dirigido a la nación el 13 de febrero de 1948.
54. La Voz del Líbano, 13 de marzo de 19-48. Ver también: Semana, marzo 6,
1948.
55. La Voz del Líbano, 6 de marzo de 1948.
56. Alberto Niño, Antecedentes secretos, pág. 25.

146
A lo largo de marzo y hasta los comienzos de abril de |9-H i-iiió -h
el departamento una tensa paz. Los liberales trabajaban I lu i m ,ii-
para organizarse en los municipios que controlaban, desm o>IIaiaI--
planes con el objeto de contrarrestar la anticipada violencia di I..-:
conservadores. El 12 de marzo se reunió en Ibagué una convención df
representantes liberales de todos los municipios del Tolima puní
pzeparaz una estrategia de “zesistenciu civil”. En el cuso de que «e
pzesentuzan incidentes de violencia de inspiración conservadora, Ion
sueldos de los ulcaldes tzantgresoras y de otros funcionarios sezínn
recortados en un noventa por ciento, como lo serían los de lu policía
municipal. Los delegados, cuya mayoría era gnitanista, rechazaron
expresamente el acostumbrado saludo enrn el gobernador París Lo­
zano, una descortesía que mostraba su disgusto por la colaboración
de éste con Osplnn57. También protestaron por el abuso sufrido por
libazalas de parte de la policía chuluvita en Santa Isabel, y regresaron
u sus hogares prometiendo czaar una “oposición homogénea” en
todo el erpnrtnmrnts58. Otros liberales eran más directos: “Hay entre
nosotros una profunda mística de represalia. La única cosa que nos
detiene son las (órdenes de nuestro [partido]... nosotros debemos
tenaz la última palabra’^9.
El cielo se oscureció sobre el Tolima en esa primera semana de abril
de 1948. Los ciudadanos corrían a sus negocios con sentimientos de
presagio, confiando en que las nubes de tormenta que se estaban
formando pudieran pasar sobre su departamento, dejándolos u ellos
sanos y salvos.

El Tolima se rebela

No eran aún tas’dos de b taMe de1 9 de utó1 de 1948. El gobernudoz


Gonzalo París Lozano estaba disfrutando de su siesta en el Hotel
Lusitania cuando unas confusas voces en lu calle, y luego un golpe en
la puerta, lo hicieron despertar de un salto. En el pasillo se hallaba un
empleado suyo que se agitaba y lloraba copiosamente, y que le traía lu
escalofriunte noticia: “Doctor París, ¡han asesinado a Gaitán!”. El
muneatnzio se puso los zapatos y, lleno de un sentimiento de pavor,
sulió rápidamente paru su oficina. Cuando llegó ya se estaba forman­
do una multitud en lu Plaza de Bolívar, frente ul edificio de la
Gobernación, y pudo ver el destello de machetes y zevólvazes. Dentro

57. La Voz del Líbano, muzoo 13, 20 y 27, 1948.


58. Semana, abril 3, 1948. Atribuido u Mauricio Jaramillo, del Líbano.
59. La Voz del Líbano, abril 3, 1948.

147
de su despacho todo era confusión6'). En alguna parte un radio,
sintonizado a todo volumen, anunciaba a gritos la noticia:

“Los conservadores y el gobierno de Ospina Pérez acaban de


asesinar a Gaitán... Compañeros del Cauca y de los Santanderes,
es preciso relumbrar vuestros machetes que ahora volverán
a ser gloriosos como lo fueron en otro tiempo... En este momento
Bogotá es un mar de llamas como la Roma de Nerón... el cuerpo
de Guillermo León Valencia cuelga de la lengua enunpostedela
plaza de Bolívar. Igual suerte han corrido los ministros Montal-
vo y Laureano Gómez. Arden ios edificios del gobierno asesino.
El pueblo se levanta grandioso e incontenible para vengar a su
jefe y pasear por la calle el cadáver de Ospina Pérez. Pueblo, a la
carga, a las armas, tomaos las ferreterías y armaos con herra­
mientas’^.

Un grupo de los más connotados liberales de la ciudad esperaba al


gobernador fuera de su oficina. Encabezados por el joven abogado y
presidente del Directorio Liberal del Tolima, Germán Torres Barre-
to, exigían que se. creara un comité revolucionario, como el primer
paso para promover una revuelta liberal contra el asesino régimen
conservador. París dudaba. Después de todo, había jurado servir al
Presidente y defender el gobierno constitucional, y si obraba como
Torres y los otros se lo estaban exigiendo sería culpable de traición.
De otro lado, si Ospina ya estaba muerto y la revolución liberal se
extendía en Bogotá, negarse a respaldar el movimiento pondría
punto final a su carrera política. Mientras París Lozano consideraba
el camino a seguir, en las calles sonaban esporádicos disparos y se
escuchaba el estallido de los vidrios en las vitrinas de los almacenes.
Era el ruido producido por los saqueadores liberales que penetraban
en los negocios de los conservadores. Al fondo, la radio continuaba
su narración de la situación en Bogotá:

“Aquí el comando de la Universidad con vosotros: la juventud


toda está con nosotros. La policía nacional y el ejército están
con nuestro movimiento. El edificio de El Siglo arde y ese
cuartel del asesinato y la calumnia ya no es más que un puñado
de cenizas, como lo será pronto el Palacio de la Carrera y el
señor Ospina Pérez. Comunicamos al país que Bogotá ha caído,

60. Semana, 17 y 24 de abril de 1948.


61. Gonzalo Canal Ramírez, 9 de abril, 1948, Bogotá, Editorial Cahur, 1948,
págs. 9-10.

148
que el ejército y la policía están con nosotros y que nos p,ualdan
las espaldas aquí en el edificio de la Radio Nacional. Pueblo
buscad las armas donde las encontréis, asaltad las ferreteras,
sacad los machetes y a sangre y fuego tomaos las posiciones del
Gobierno”62.

Al rato se oyó la voz familiar del liberal Jorge Zalamea Borda,


quien anunciaba que había hablado pocos minutos antes con el
expresidente Eduardo Santos y que éste estaba tomando un avión
desde Nueva York para venir a dirigir “la Revolución del Pueblo”
que había triunfado sobre “el odiado régimen” de Ospina6’. Luego,
otro locutor aconsejaba:

“Policía liberal del Tolima. Policía liberal del Tolima. Por


motivo de la irreparable desaparición del más ilustre hombre de
Colombia, doctor Jorge Eliécer Gaitán, vilmente asesinado por
los godos, en el día de hoy, debe desencadenarse una revolución
sin par en la historia del país. Aquí nos apoderamos de la
Radiodifusora Nacional y de las principales secciones del Go­
bierno . Un enorme pelotón del ejército y de la policía nos
custodia. Apodérense del Gobierno sin temor, para derrocar
este infame gobierno conservador. ¡Viva el partido liberal! ¡A
LA CARGA!”64.

Al cabo de una hora el gobernador París había tomado una deci­


sión: aceptaba unirse a Torres Barreto y expulsar de su gobierno a
lodos los conservadores, tarea no muy difícil en un momento en que
cada uno de ellos buscaba el escondite más seguro.
Afuera, el alzamiento ganaba impulso. Viendo que ni la policía ni
el ejército intentaban detenerlo, la muchedumbre se volvió más atre­
vida. Primero acorraló a un impopular usurero de apellido Salazar,
*
asesinándolo, y cuando el comerciante conservador Bernardino Ru­
bio trató de defenderse también fue eliminado. El periódico de Floro
Saavedra, El Derecho, se consumía en llamas y levantaba una colum­
na de humo sobre la ciudad. Un objetivo importante para los asaltan­
tes era la “calle de los abogados”, donde tenían sus oficinas los más

62. Canal Ramírez, 9 de abril, págs. 9-10.


63. Canal Ramírez, 9 de abril, pág. 13. Más tarde Zalamea Borda insistió en
que había hablado por radio con el fin de calmar pasiones. Los conservado­
res lo acusaron de traición. .
64. Azula, De la revolución, págs. 361-362.

149
destacados políticos conservneores65, y ul no encontrar ninguno lu
multitud destruyó los archivos y los muebles. Un abogado recordaba
después cómo escapó esa tarde de las garras de los amotinados.
Octavio Lascrua estaba oculto en la casa de su hermana cuando
npnreclá en la calle un grupo de libeznles, pero en el preciso momento
en que lntrntnron asaltar la casa un benefactor anónimo gritó que
Lascrna no se encontraba en lu ciudad y la muchedumbre siguió su
camino66.
Mientras tanto, la posición del gobernador París se había vuelto
poco sóliea. Darío Eehnneín, máximo dirigente liberal del Tolima y
por muchos años miembro de lu Dirección Liberal Nacional, le
informe) por teléfono que el gobierno no había caído y que él, junto
con Carlos l.lerns Rastzapo, Plinio Mendoza Neira y otros liberales,
res|Pll(iaban a (ísiuna en sus esfuerzos por restaurar el orden público.
No había muerto ningún prominente conservador, el ejército estaba
expulsando a los estudiantes izquierdistas de las emisoras y lu revuel­
ta había quedado circunscrita a la zona central de Bogotá. Además,
París Lozano se enteró de que era el único gobernador que se había
unido a los revolucionarios, y renccioná ante el cambio de los aconte­
cimientos con indecisión. Le zrtirá su respaldo a lu “Junta Revolucio­
naria” pero le permitió seguir funcionando en sus oficinas. Decidió
no tomar medidas contra el alznmiento y dijo lacónicamente: “Prefie­
ro recoger vidrios rotos que cuerpos’^7.
Más adelante en la tarde se oyó el grito de “¡vamos a tomarnos lu
cárcel!”, y todos los ojos se volvieron al macizo y ominoso Panóptico
de Ibagué, localizado al norte de lu ciudad, al otro ludo de la quebra­
da de El Piojo. En ese momento lu prisión albergaba a más de
quinientos presos, muchos de ellos endurecidos criminales enviudos a
lu instalación carcelaria más segura de toda lu zona central de Colom­
bia, pero manejada por guardias liberales en su totalidad. Cuando la
multitud comenzó el asalto los guardias no dispararon sus fusiles —lo
cual es comprensible si se tiene en cuenta que el ataque estaba dirigido
por agentes de lu policía municipal—, y en unos instantes cayó el
Panóptico. A último momento algunos guardius trataron de resistir
el asedio y murieron. Pronto todas lus celdas se abrieron y sus 504
ocupantes salieron libres. El comandante Eugenio Varón Pérez inten­
tó detenerlos en su fuga y recibió un machetazo en lu cabeza que le

65. La mayoría de lus oficinas estaban ubicadas en lu calle 10.


66. Entrevista personal con Octavio Lasemu Villegas, 28 de marzo de 1971.
67. Semana, 17 de ubril de 1948; entrevista con Lusernu, 28 de marzo de
1971.

150
propinó uno de los convictos68. En pocas horas los fugitivos hicieron
sentir su presencia en medio de la población civil, y esa misma tarde
algunos de ellos asaltaron un bus proveniente de Rovira y oíros
violaron a dos campesinas cerca de Mirolindo6’.
Mientras la revuelta de Ibagué seguía su curso, la Junta Revolucio­
naria encabezada por Germán Torres Barreto trabajaba industriosa­
mente. Sus miembros, conscientes de la necesidad de coordinar el
movimiento a nivel departamental, despacharon cerca de treinta
lelcgramas a municipios de mayoría liberal, aconsejando a cada uno
formar su propio comité revolucionario. Hubo un momento cómico
cua ndo el hombre a quien se envió para hacer transmitir los mensajes,
un gorrista liberal de apellido Castillo, firmó cada mensaje como el
“('omandante Castillo”. Varios jefes del partido se mortificaron más
larde al saber que el tal “Comandante”, a quien ellos juraron lealtad
aquel día, no era sino el negro Castillo, de Ibagué70.
Pronto surgieron comités revolucionarios en todos los municipios
liberales, y en la mayoría de los casos actuaron responsablemente
para mantener el orden. Generalmente estaban compuestos por lí­
deres políticos locales, y en esto se asemejaban al cabildo abierto de la
época de la Colonia. Miembros del comité de Chaparral escoltaron a
los conservadores fuera de la población bajo guardias armados, y en
el Líbano aconsejaron a los godos que permanecieran dentro de sus
casas mientras patrullaron las calles para que no se cometieran actos
de violencia. El 11 de abril, el Comité Revolucionario de Mariquita se
jactaba de que gracias a su conducción no se había roto un vidrio en
las ventanas del pueblo y de que únicamente habían sido arrestados
N'is conservadores, lo que dio pie a un visitante para observar que
unos verdaderos revolucionarios hubieran encontrado causa para
arrestar a muchos más.
Veinticinco kilómetros al sur de Mariquita está Armero, el sitio del
acto de violencia más atroz de la revuelta de abril en el Tolima.
Ubicado en medio de ricas tierras agrícolas, la mayoría en manos de
terratenientes ausentistas, en 1948 Armero era un municipio agobia­
do por el alto desempleo y por una gran cantidad de población
transhumante. Era también liberal hasta la médula, y el ambiente

68. Tolima, Gobernación, Mensaje del gobernador a la asamblea. !948,


Ibagué, Imprenta Departamental, 1948, págs. 9-10. El asesino de Varón fue
encontrado en una finca cerca de Ibagué, unos cuatro años más tarde.
69. Ramón Manrique, A sangre y fuego, Barranquilla, 1948, pág. 48.
70. Entre ellos se encontraba Rafael Caicedo Espinoza, de Alvarado, quien
tendría entonces veintiséis años, futuro gobernador del Tolima y ministro en
el gobierno de presidente Misael Pastrana Borrero, de 1972-1967.

151
estaba electrizado el 9 de abril. Muchos liberales atendieron el llama­
do a la revolución emitido desde Bogotá y muchos juraron vengar li
muerte de Gaitán con sangre. Rápidamente se formó un Comitt
Revolucionario que comenzó por arrestar en masa a los conservado ■
res y por allanar sus hogares en busca de armas escondidas. Mucho,'
creían que los conservadores almacenaban grandes depósitos d<.
armas que serían usadas pronto para reforzar “a sangre y fuego” la
dictadura sectaria, como el ministro de Gobierno lo había prometidi
seis meses atrás. La furia y el temor se intensificaron en las filas
liberales con el informe de que un ejército conservador estaba en
marcha desde Santa Isabel para caer sobre la población y matar a sus
habitantes, y entonces se envió un destacamento de voluntarios
poderosamente armados para fortificar los bancos del río Lagunilla,
en el extremo sur del pueblo. Al atardecer unos cien conservadores
fueron capturados y arrojados a la cárcel, y al día siguiente se unieron
a ellos otros sesenta7172
.
El miedo y la inseguridad siguieron flotando sobre Armero el
sábado 10 de abril. Los liberales leales mantenían sus líneas de batalla
a lo largo del río, atisbando hacia la cordillera en busca de alguna
señal del ejército godo de Santa Isabel. En la ciudad continuaban los
allanamientos de casas conservadoras y la búsqueda de armas que la
multitud estaba segura de encontrar. No obstante, 24 horas después
del asesinato de Gaitán sólo se había recogido una docena de pistolas
y rifles. La frustración ante la incapacidad de descubrir aquello que
buscaban puso a los liberales de mal genio y excitó a decenas de­
hombres que merodeaban en la plaza central. De repente alguien
gritó que las armas estaban escondidas en la Iglesia. El grito inflamó a
la muchedumbre y se formó una oleada que se dirigió al santuario.
Estaba la gente a medio camino dentro de la nave principal cuando
un ensordecedor estallido sacudió el edificio. Convencidos de que el
párroco había lanzado una bomba en medio de ellos, los atacantes
retrocedieron, se escondieron detrás de los árboles del parque al otro
lado de la calle y comenzaron a disparar contra la Iglesi^72.

71. Entrevista con Rafael Parga Cortés. 24 de marzo de 1971.


72. Esta descripción del nueve de abril en Armero está basada en entrevistas
con Octavio Laserna, 28 de marzo de 1971, y Rafael Parga, 24 de marzo de
1971; La Voz del Líbano, 24 de abril de 1948; Diario del Tolima, 27 de enero y 10
de abril de 1953; Rafael Azula, De la revolución, pág. 412; Germán Guzmán
Campos, La Violencia en Colombia, parte descriptiva, Cali, Ediciones Progre­
so, 1968, pág. 58; James E. Goff, “The persecution of Protestant Christians
in Colombia”, (tesis doctoral no publicada), San Francisco Theological
Seminary, 1965, págs. 340-341.

152
El padre Pedro María Ramírez se hallaba en la casa de la parroquia
cuando se acercaron los liberales. La explosión lo obligó a buscat
refugio donde unos vecinos. Aterrorizado por los disparos y seguro
de que sería descubierto, el sacerdote insistió en trasladarse a un lugar
de mayor seguridad. Sus anfitriones trataron de disuadirlo pero él
insistió y se hicieron los arreglos para que varios liberales lo escolta­
ran hasta la cárcel, un error mortal. Cuando los amotinados divisa­
ron la sotana de Ramírez a través de la escolta se arrojaron sobre el
grupo, agarraron al párroco y lo eliminaron a machetazos73. La
profundidad del anticlericalismo liberal en Armero y la furia de la
muchedumbre pueden ser calibradas por el trato que se le dio al
cuerpo del sacerdote. Este fue desnudado y arrastrado por las calles
detrás de una volqueta, al tiempo que a las monjas del convento se les
obligó a presenciar cómo las prostitutas pisoteaban el cadáveL4.
El asesinato del padre Pedro Ramírez fue sólo uno de los numero­
sos actos de violencia cometidos contra la Iglesia en el Tolima y en
muchos otros lugares a raíz del 9 de abril. Una histórica comunidad
de intereses entre la Iglesia y el partido conservador explica en parte el
nnticlericalismo liberal, y las transmisiones radiales desde Bogotá
incitaron los incidentes individuales de violencia. En su corazón,
cada liberal de Armero sabía que los conservadores habían matado a
Gaitán; sabía que todo sacerdote era conservador, y con sus propios
oídos había escuchado las noticias de la capital, que hablaban de que
“los curas, los Hijos de Dios, los administradores de la caridad, están
asesinando al pueblo... están disparando contra el pueblo desde la
torre de la iglesia -de San Ignacio... ¡Están disparando desde las
ventanas de la Universidad de La Salle! ”?5. En este ambiente de
pasión y de violencia las gentes que lincharon al padre Ramírez no
tenían razón para dudar de su enemistad hacia ellas. Ni tampoco la
tuvieron otros tolimenses que encarcelaron y hostigaron a los sacer­
dotes en varias poblaciones del departamento, ni la tuvieron los
rebeldes de Bogotá que incendiaron el palacio arzobispal, saquearon

73. Las descripciones del suceso varían. Algunos liberales sostienen que
Ramírez tiró una bomba dentro de la iglesia y luego fue detenido; otros dicen
que tiró la bomba desde un balcón de la iglesia y fueapresadocuandohuia. la
descripción dada aquí viene de una narración larga que fue publicada cin o
años después en Diario del Tolima, 10 de abril de 1953.
74. Rafael Azula, De la revolución, pág. 412.
75. Canal Ramírez, 9 de abril, págs. 11-13. Aquellas • personas que “dispara­
ban a la gente” desde la iglesia de San Ignacio eran francotiradores disfraza­
dos de sacerdotes.

11!
la cutedzal e incendiaron y saquearon otras iglesias y ascualns parro­
quiales.
Armero permaneció en tensión durante toda lu semana que siguió
ul asesinato de (¡aitán. Al final fueron 160 los conservadores llevados
a lu cárcel de lu ciueae, y no faltaron quienes querían ejecutarlos a
todos. El anterior gobernador del Tolima, Rafael Purga Cortés, visitó
Armero el 11 de abr il y de nuevo el día 13, en un esfuerzo por calmar
las pasiones. Viejo eizigente de los liberales tolimenses, Parga Cortés
viajó por el norte del departamento después del 9 de abril uconsejun-
do moderación, y solamente en Azme•ro encontró resistencia y aun
amenazas a su propia persona. Los miembros del Comité Revolucio­
nario sabían que los líderes del enrtieo como Purga y París Lozano
habuin hecho las puces con ed pzesieente Os^na y estaban en ^-oceso
de' reconstituir el gobierno de Unión Nacional. Durante su segun­
da visita a Armazo, militantes liberales denunciaron a Purga como
traidor a lu revolución y lo obligaron a retirarse u lu alcaldía, donde el
Comité estaba reunido. Cuando intentó sulir del edificio, a lus 6 de lu
tarde del 13 de abril, un grupo bloqueó la puerta diciéndole que nc
podría pasar sino sobre sus cadáveres. Prudentemente, el pucificudoi
se retiró. Después de mantener u Parga bajo una especie de urrasts
durante varias horas, se eisparsnron y el exgobarnadoz pudo evacuar
la ulcaldíu sin ser molestado™.
Un curioso pero revelador incidente de la revuelta tolimense fue la
“Guerra de la Sal”, que estalló entre el Líbano liberal y la conserva­
dora Villahermosu, dos municipios vecinos de la cordillera. Armero,
en el llano, y el Líbano, en las montañas, habían sido siempre rivales
económicos. El primero proveía al segundo de materias primas esen­
ciales y de bienes de comercio, y también manejaba el café del Líbano,
guardándolo en bodegas y transportándolo hasta el puerto de Hon­
da. Un vínculo económico similar- existía entre Líbano y Villahermo­
su, el pequeño municipio conservador situado a lo largo de su fronte­
ra norte. Los dos municipios mantenían un intenso comercio u través
de un escarpado camino de hazzndura que uníu lus dos cubacezns. A
raíz de la formación, el 9 de abril, de gobiernos municipales cuasi
indaeeneientes en el norte del Tolima, los comerciantes de Armero
aumentaron de manera considerable el precio de sus artículos, en el
convencimiento de que los libanenses no tenían más alternativa que
pugar. Los comerciantes del Líbano, en efecto, pagaron los nuevos
precios al intercambiar su café por cosas esenciales como lu sal, pero
también recortaron sus pereidns subiendo los precios de los artículos
que despachaban hacia el norte. Los ciudadanos de Villahermosa
atribuyeron esto al partidismo y clamaron que los precios mayores

76. Entrevista con Purga Cortés, 24 de marzo de 1971.

154
eran otro ejemplo de la perfidia liberal. El alcalde de Villahermosa,
l . uis Felipe Yepes, contestó cortando de plano todo comercio con el
I íbano y buscó fortalecer los lazos económicos con el vecino munici­
pio conservador de Fresno. También ordenó que se suspendieran los
trabajos de la carretera al Líbano, una determinación que creó oposi­
ción en el sur de Villahermosa. Los corregimientos de Pavas y Prima­
vera comenzaron a hablar de “secesión”. Estas veredas poseían
grandes minorías liberales, habiendo sido antes parte del Líbano, del
cual fueron desmembradas para ser adscritas al municipio conserva­
dor en tiempos de Rafael Núñez. Tan efímera como pueda parecer,
"La Guerra de la Sal” tuvo un impacto duradero sobre Villahermosa
y sobre el Líbano ya que la carretera entre las dos poblaciones no se
completó sino diez años después a un costo mucho más alto que el
proyectado77. Aún más importante, el conflicto acentuó el regionalis­
mo que, al segregar a los colombianos en miles de patrias chicas,
diluía su sentido de nacionalidad común. “La Guerra de la Sal” fue
mucho más que un episodio risible de codicia empresarial y malos
entendidos. Fue una reproducción en microcosmos de la Patria Boba,
una era de la historia de Colombia en que el regionalismo miope
frustró la independencia de España. “La Guerra de la Sal” fue
simbólica del viejo e intratable regionalismo que, de permitírsele
progresar, prometía años de tribulación para el pueblo del Tolima.
Ocho días después de la revuelta en el Tolima, las tropas del
ejército nacional tenían bajo su control todos los municipios del
departamento. Aun los mismos revolucionarios de Armero y de
Ibagué tuvieron que admitir que su sueño de crear una nueva repúbli­
ca liberal-gaitanista sobre las ruinas del régimen conservador y oli-
gárgico de Ospina se había roto en pedazos. Los que vivieron el 9 de
abril lo recuerdan como un incidente marcado por la amorfía y la
confusión de metas. En algunos municipios la rebelión tuvo toques
revolucionarios, ya que en los sitios donde el gobierno local fue
suplantado por “Comités Revolucionarios” se habló mucho de poner
en práctica las pobremente articuladas reformas sociales de Gaitán.
Pero, como en Bogotá, la reacción del liberal fue visceral y no
cerebral, y el movimiento pronto volvió al control de los líderes cuyo
interés era mantener el statu quo. Este hecho era evidente en la rápida
recomposición del gobierno bipartidista de Unión Nacional y en las
peregrinaciones de liberales ricos e influyentes como Rafael Parga
Cortés.
Para muchos tolimenses fue un alivio el pronto restablecimiento
del orden público después de los eventos de abril. Por pocos y

77. La Voz del Líbano, 15 de mayo de 1948; Entrevista con Luis Eduardo -
Gómez, marzo 5, de 1971.

155
efímeros meses la vida del departamento parecía moverse al mismo
ritmo de siempre. El daño ocasionado a las personas y a la propiedad
había sido notoriamente ligero, teniendo en cuenta la magnitud del
levantamiento, y Ospina Pérez no tomó represalias contra los rebel­
des. Su nuevo gobernador militar, el teniente coronel Hernando
Herrera, se ufanaba de que “gracias a que' el ejército restableció el
orden tan pronto, estuve en capacidad de levantar todas las restric­
ciones para el 30 de junio, menos aquellas en los concejos municipa­
. Incluso los mismos concejos volvieron a reunirse en julio. Se
les”7879
anticipaban cosechas sin antecedentes de algodón, arroz, caña de
azúcar y café, y cuando se anunció que los ingresos departamentales
por impuestos habían disminuido en 700.000 pesos, amenazando al
Tolima con la bancarrota, Herrera levantó el toque de queda en el
dcparlamculo79. Los tolimenscs volvieron a consumir la cerveza y el
aguardiente con su acostumbrado gusto, y los dineros volvieron a
engrosar las arcas departamentales. Además, el Tolima oficial espe­
raba con interés la apertura de una nueva destilería departamental de
licores con capacidad siete veces superior a la antigua80. Para comple­
tar la ilusión de normalidad, el gobernador Herrera incluyó en su
administración a los liberales. El joven Rafael Caicedo Espinosa, de
Alvarado, y Nicolás Torres, de Honda, ocuparon dos de los cuatro
puestos en el gabinete del coronel y Rafael Parga Cortés y Carlos
Lozano y Lozano se integraron al comité de asesoría fiscal8182 83
.
A pesar del rápido restablecimiento del orden público y de la
política oficial de no tomar represalias contra los rebeldes, el hecho
era que los liberales habían perdido mucho terreno en su batalla
contra los conservadores1^. Mientras los concejos estuvieron en rece­
so, el coronel Herrera reemplazó libremente a los funcionarios oficia­
les cuya lealtad era sospechosa y nombró alcaldes conservadores para
todos los municipios, con excepción de Chaparral y Armero83. El
poder burocrático salía de las manos de los liberales y éstos carecían

78. Tolima, Gobernación, Mensaje, 1948, págs. 6-7.


79. Semana, 17 de julio de 1948.
80. Semana, mayo 22 y 29, 1948. Datos sobre la capacidad productiva de la
nueva destilería se encuentra en Tolima, secretaría de Gobierno, Informe del
secretario de Gobierno, 1946, pág. 35.
81. Semana, mayo 15, 1948.
82. Siete hombres fueron acusados del asesinato del padre Ramírez Semana,
15 de mayo de 1948.
83. Tolima, secretaría del Gobierno, Informe del secretario del Gobierno,
1949, Ibagué, Imprenta Departamental, 1949, pág. 17.

156
de fuerza para evitarlo. También cambió el concepto que leuian lo§
conservadores tolimenses de sus vecinos liberales después d» I V de
abril. Más que nunca percibieron a los liberales como poco dignos de
confianza y dados a cometer actos de barbarie si se les daba la más
mínima ocasión. Estos sentimientos no se manifestaron abicnainrm.
durante la tensa calma que siguió a los sucesos de abril, pero si s.
hacían insinuaciones al respecto. “Estaban en el aire”, por decirlo asi,
para ser sentidos y examinados por liberales sensibles como el
campesino que recontó una pesadilla que tuvo en junio de 1948. Se
vio a sí mismo perseguido por unos conservadores que lo agarraron y
lo mataron y luego vendieron su carne como chicharrón. Pronto no
quedó nada de él, sino su cabeza, que tomaron dos niños para usarla
como balón de fútbol8485. Esta pesadilla “cómica” fue contada por la
misma época en que un influyente conservador pronosticara el desti­
no del Tolima en una conversación con Rafael Parga Cortés: “Habrá
que echar mucha bala para hacer que los tolimenses respeten al
Gobierno’^5.

84. La Voz del Líbano, 26 de junio de 1948.


85. Entrevista con Parga Cortés, marzo 24, 1971.

157
CAPITULO V
LA VIOLENCIA

El gobernador, teniente coronel Hernando Hezreza, cuidó del


Tolima lo mejor que pudo a lo largo de 1948. Su trabajo eru difícil y
frustrante, habida consideración de los problemas u que tenía que'
hacer frente. Una vez levantada lu ley murciul, no mucho tiempo
después del 9 de abril, lus corporaciones municipales de gobierno
habían reasumido sus funciones. Los concejales se miraban unos u
otros sobre las mesas del cabildo, aún escocidos por los sucesos de
abril y listos a levantar el grito contra las afrentas políticas, reales o
imaginurius. A Herrera no le acusaban de favoritismo, yu que el
ejército se consideraba relativamente apolítico, pero sí aumentó el
número de empleados oficiales conservadores en todos los niveles de
lu administración. Esto indignó a los liberales y movió a un miembro
del partido en Fresno a protestar porque en su municipio todos los
puestos más importantes estaban en manos del paztles enemigo.
Enumeró los casos del alcalde, procurador, tesorero, secretario del
concejo, registrador, recaudador de impuestos, juez municipal, direc­
tor de la cárcel y jefe mayor de la alcaldía, y los raprrsantantas del
monopolio nacional de licores, la oficina de telégrafos y el Ministerio
de Hncianea1. Como los liberales predominaban en tantos munici­
pios, encontraron fácil hostigar a los funcionarios conservadores
mediante lu aplicación de una resistencia civil pazrcien a lu que
pzncticnzon en Boyacá y los Suntunderes u comienzos de 1947. No

1. El Mundo, 5 de enero de 1949.

158
obstante, la resistencia civil efectuada en el Tolima no fue tan extrema
como la de otros departamentos, en donde fueron recortados los
sueldos a poco menos que nada y los vehí culos oficiales rifados, lo
que llevó a Herrera a explicar la oposición liberal como “motivada
más por antipatías personales que por creencias políticas”2. 3
La tarea más urgente del gobernador, en 1948, era reconstruir las
fuerzas departamentales de policía. Su trabajo corría paralelo al de
la “Junta Reorganizadora de la Policía”, un organismo bipartidista
nombrado por el presidente Ospina después del levantamiento de
abril. Seriamente debilitados tras la renuncia, por orden de Gaitán,
de 140 agentes en marzo, los cuerpos de policía del Tolima estaban
diezmados por el despido de 144 oficiales y agentes desleales después
del 9 de abril. Al comienzo Herrera mantenía el orden público con las
tropas del ejército, mientras recorría el departamento en busca de
reemplazos conservadores leales. Pero dentro de la limitada pobla­
ción del Tolima era imposible encontrar los hombres necesarios, en
especial porque los policías novatos ganaban menos que un .jornale­
ro. Fue necesario, en últimas, buscar ayuda fuera del Tolima, en los
departamentos de Santander del Norte y Nariño’. El cuerpo se volvió
entonces un baturrillo de agentes extraños al medio, pobremente
entrenados, a quienes los liberales tildaban de “salvajes y sectarios”4.
Los reclutas tampoco se alegraron de ser mandados al Tolima,
primero porque el orden pública estaba aún alterado por los eventos
de abril, y segundo porque unos 250 criminales prófugos del Panópti­
co se hallaban todavía en libertad5.
Un sentimiento palpable de fatalidad se hacía sentir en el Tolima
durante los últimos meses de 1949. Por una parte había “rumores
alarmistas” de que o bien los liberales, o bien los conservadores, o
quizá ambos estaban preparando alzamientos, y era de dominio
público que se estaban organizando guerrillas en la cordillera. Los
lolimenses no eran los únicos convencidos de que se avizoraban
problemas en el horizonte. Ellos sólo daban testimonio de lo que un
colombiano describió como “una atmósfera de conspiración que se
podía palpar en las calles, en los hogares, en las oficinas”6. Las

2. Tolima, Gobernación, Mensaje del Gobernador a la Asamblea, ¡949, Iba­


gué, Imprenta Departamental, 1949, págs. 7-8.
3. Tolima, Gobernación, Mensaje, 1949, págs. 49, 50.
4. Rafael Parga Cortés, entrevista, 24 de marzo de 1971.
5. Tolima, Gobernación, Mensaje, 1948, págs. 9;10.
6. Eduardo Franco Isaza, Las guerrillas del Llano, 2a. ed., Bogotá, Librería
Mundial, 1959, pág. 9.

159
declaraciones públicas de los líderes políticos nacionales alimentaron
la inquietud universal. El liberal Jorge Uribe Márquez acusó a los
conservadores de “estar preparando un golpe subversivo” medíanle
la entrega de armas a los miembros del partido. Esta acusación fue
coiiIii imada luego por un sacerdote que dijo que un policía le había
ofrecido 28 rifles para distribuirlos entre “gente de confianza”. Pie-
guillado sobre la razón de su inusitada oferta, el oficial respondió
"Es que la conspiración llega”7. Aproximadamente por la misma
época se descubrió en la estación del ferrocarril de Ibagué un “gran
cargamento” de explosivos destinados a los conservadores del Guu-
mo, cuando se rompió una caja y se desparramó su contenido7 89.
Incapacitados para conseguir armas a través de los canales oficia»
les, los liberales las compraban a los contrabandistas o las adquirían
por otros medios. A los comerciantes de Ibagué les fue robado en
1949 un considerable despacho de pistolas y munición, y unos dos
meses más tarde una docena de izquierdistas fueron detenidos míen
tras fabricaban cocteles Molotov en el barrio Stalingrado de la mis­
ma ciudad. A fines de abril el ejército chocó con una banda de
contrabandistas que llevaban armas al Tolima a través de un camino
de herradura cerca de Cunday. La demanda de armas a nivel nacional
llevó incluso a un ataque contra la Escuela de Caballería de Usaquén,
cerca de Bogotá. Se perdieron rifles, dinamita, gases lacrimógenos y
municiones, que los ladrones vendieron después con inmensas ganan­
cias’.
Como en 1946, los viejos problemas adquirieron un aspecto más
mortal con la abundante provisión de armas. Los campesinos que
invadieron tierras de Cunday durante el mes de marzo lo hicieron
portando rifles y pistolas además de azadones y machetes, y en
consecuencia tuvieron que ser expulsados por el ejército. Los conser­
vadores del Guamo resolvieron asistir armados a las sesiones del
concejo. Cuando los liberales y los conservadores intercambiaron
insultos ante la Corte Laboral Regional en Ibagué, la sesión hubo de
ser suspendida por el temor de que terminara en disparos. El antiguo
defensor de la población indígena del Tolima, Quintín Lame, protes­
tó ante el gobernador Herrera porque grupos de blancos armados
estaban aprovechando el desorden para abusar de su pueblo10.

7. La Voz del Líbano, 12 de junio de 1948; Germán Guzmán, La Violencia,


parte descriptiva, págs. 65-66.
8. El Mundo, 9 de abril de 1949.
9. El Mundo,, enero 12; marzo 12; abril 20, 1949; Russell Ramsey, “Thc
Modern Violence”, pág. 2Q4; ¿7 Tiempo, mayo 6, 1949.
10. El Mundo, marzo 29; abril 2; febrero 46; enero 27, 1949.

160
El día del primer aniversario del asesinato de Gaitán fue decía nulo
de duelo por los liberales en todo el Tolima, a pesar de que el
• h-tcnoro del orden público desde la muerte de aquél les daba quizó
lina mayor causa de duelo. Todos los días los liberales tolimenses
publicaban artículos con titulares tales como “Ríos de sangre” y
"Sangre cozzieneo por las calles”, acompañados de crónicas de cada
suceso de violencia. Desde el siglo XIX los tolimenses no habían visto
lina violencia tan persistente y expandida, y ya para comienzos de
l'M9 lu describían con el nombre genérico que yu se usaba en otras
legiones: “lu Violencia”". Aun así, el Tolima estaba lejos de ser el
departamento más violento de Colombia. Lu mayoría de los quince
departamentos de la nación era más violenta. Santander iba a lu
a'ilbaz.n de esta trágica estadística con 83.3 homicidios por cada
100.000 habitantes, seguido de cerca por Santander del Norte, con
'9.5. Tolima ocupaba el décimo puesto en lu lista, con sólo 13.1
homicidios por cada 100.000 habitantes11 12.
lis instructivo que u finales de 1949 el Tolima no había caído aún en
lu Violencia en la misma medida que los Suntanderes, Boyacá, Caldas
y los Llanos Orientales, donde el índice de homicidios doblaba al del
lolima y en muchos casos lo excedía en diez veces. El gobierno civil
rmeezubu u paralizarse en los Santanderes y en otras partes yu en
1'916. Lu reciente historia del Tolima no registraba nada parecido u
his batallas armadas en lu asamblea de Santnneez ni al reclutamiento
de conocidos criminales pura servir en la policía. Tampoco había
padecido la guerra civil madura que había estallado entre los liberales
y ios conservadores en Santander del Norte un año antes. A pesar de
que el Tolima se balanceaba en el filo de la navaja que medía entre lu
Violencia y la turbulencia moral de una cultura civil excesivamente
eolitizuda, nunca hubo nada parecido ul desespero y ul nihilismo
tiiracterísticos de otras poblaciones brutnlionens por la Violencia.
los tolimenses mantuvieron su fe en los mecanismos tradicionales
del control social. Las fuerzas eepartamantnlrt de policía no eran
miradas como un enemigo implacable, los concejales y los diputados
no se amenazaban unos a otros con sus pistolas y los campesinos no
peleaban en las laderas de las montañas cafeteras. La diferencia entre
el ' folimu y otros sitios inmersos yu en la Violencia era que su mayoría

11. El uso más temprano de la palabra para describir los sucesos del Tolima
lúe el 11 de marzo de 1949, cuando La Voz del Líbano publicó un editorial
titulado La Violencia.
12. Colombia, Ministerio de Justicia, Cinco años de criminalidad aparente.
1955-1959, vol. 2, Bogotá, Imprenta Nacional, 1961, Anexo, pág. 41. Apén­
dice II.

161
liberal aún tenía fe en que podía controlar su destino. Los liberales
dominaban la mayor parte de los 41 concejos, y las estructuras
informales de poder funcionaban en la forma tradicional.
Pero existían otras fuerzas que trabajaban para asegurar que el
Tolima cayera en la Violencia. Cada vez que los líderes liberales en
Bogotá hacían una llamada a romper con el régimen de Ospina, más
se erosionaba el control liberal sobre la política departamental. Por
su parte los conservadores estaban convencidos, por las acciones mal
orientadas de los tolimcnscs durante el 9 de abril, de que no podían
tener confianza en los liberales y de que su gobierno haría bien en
librarse de ellos. La carencia de autonomía regional del Tolima,
dentro del sistema políticamente centralizado del país, era un tercer
factor ominoso. Como entidad débil y en penuria, dependiente de
una imperfecta burocracia central, el departamento no contaba ni
con los recursos ni con la integridad suficientes para resistir las
dificultades que se avecinaron cuando el gobierno de Bogotá se
volvió incapaz de manejar al país. El Tolima fue duramente herido
por el incendio que consumió su grande y nueva destilería cinco meses
después del asesinato de Gaitán. La consecuente pérdida de impues­
tos al licor ocurrió en el peor momento. Estas condiciones, agregadas
a un terreno excesivamente escarpado que hacía más difícil a las
desmembradas fuerzas de policía aprehender a los bellacos, hicieron
del Tolima y de su gente candidatos de primera calidad a la Violencia.
El 5 de junio de 1949 se celebró una elección crítica en el país.
Debían escogerse diputados, concejales y representantes a la Cáma­
ra, y los resultados mostrarían hasta qué punto la muerte de Gaitán
había entorpecido las oportunidades para que los liberales obtuvie­
ran la victoria en los comicios presidenciales de 1950. La votación
reafirmó la creencia liberal de que no había por qué temer las eleccio­
nes en 1950. Habían ganado a nivel de asambleas, concejos y, lo más
importante, siguieron controlando sólidamente la Cámara de Repre­
sentantes. Dominaban el órgano legislativo y podían resistir los
abusos conservadores a nivel presidencial mientras preparaban el
terreno para un retorno al poder en 1950. En el Tolima algunos
liberales se sintieron tranquilizados por esta demostración de su
poder electoral. Mantenían el control sobre 30 de los 41 concejos
municipales, apenas uno menos que antes de las elecciones, y ganaron
8 de los 13 puestos de la asamblea'3. Pero también los conservadores
tomaron aliento en estas elecciones; vieron que las mayorías liberales
se encogían en todas partes, y pronosticaron que la tendencia conti­
nuaría.

13. Toiima, Secretaría de Gobierno, Informe, 1949, pág. 7.

162
La confianza que las elecciones de julio habían inspirado mi ir los
tolimenses se vio traicionada muy pronto. Ni el presídeme Mamn..
Ospina Pérez ni sus moderados colaboradores liberales hablan ■ ni.-
capaces de contener el genio maligno del extremismo político. A
medida que crecía la cuenta de los muertos en las provincias, pi ••
pálmente a causa de la persecución oficial contra los liberales en sitios
de problemas persistentes como Boyacá, los líderes de los partidos
aumentaban su invectiva contra la capital. Dos de los más francos
fueron Lleras Restrepo y Laureano Gómez.
El primero era el líder auto-proclamado del liberalismo colombia­
no en 1949. Durante largo tiempo miembro de la Dirección Nacional
I ibcral, ministro de Hacienda de los gobiernos de Eduardo Santos y
Alfonso López, impetuoso, fumador empedernido, Lleras era uno de
los que se negaba a aceptar la victoria conservadora de 1946. Después
del asesinato de Gaitán dedicó sus energías a defender los intereses
liberales, acusando a los conservadores rasos de ser los responsables
de la Violencia y al presidente Ospina Pérez de permitir que ésta
continuara. Lleras orquestaba sus demoledores ataques con el objeto
de acarrear el máximo descrédito al Gobierno. Enel primer aniversa­
rio de la gran manifestación del silencio organizada por Gaitán
contra la Violencia, Lleras convocó a millares de liberales a la Plaza
de Bolívar de Bogotá para que lo escucharan acusar a los conservado­
res de querer ganar las elecciones de junio por medio de una “persecu­
ción sangrienta” en ciertos municipios del oriente de Caldas. Luego,
cu mayo de 1949, anunció que el Directorio Liberal había tomado la
irrevocable decisión de terminar su colaboración con el gobierno de
Unión Nacional, lo cual quería decir que todos los liberales que
ocuparan puestos públicos tenían que renunciar a sus cargos. En sus
observaciones Lleras insultaba al régimen de Ospina Pérez:

Cuando la historia estudie en detalle el gobierno del señoi


Ospina, una de las cosas que sin duda provocará mayor asom­
bro en el investigador imparcial será la comprobación de que la
mayor parte de los desórdenes y violencias y muertes y deslíe­
nos que han oscurecido la vida en varios departamentos, ha
sido resultado directo de la acción de' cuerpos policiales sde.
cionados, con un criterio verdaderamente criminal, paia «l
ejercicio del estrago^.

El 22 de mayo Ospina aceptó la renuncia de sus seis inmmlnm


liberales y los sustituyó por tres conservadores y tres ol'iiiadns drl

14. Carlos Lleras, De La República. pág. 13


*1.

IM
ejército. Además, reemplazó a varios gobernadores liberales por
conservadores e intensificó la campaña nnti-guezzillera en regiones
azotadas por la Violencia1516.
La ruptura final tuvo el efecto deseado sobre el gobierno de Ospi­
na: éste quedó mucho más debilitado, pero no de una forma que
sirviera de ventaja a los liberalevs. Hacia mediados de 1949 Ospina
Pérez estaba sometido a una creciente presión dentro de su propio
pnztieo para que hiciera algo con respecto a la Violencia, un fenóme­
no que sus eoenztienzios achacaban a los liberales y a sus infernales
mentores, los comunistas. Al zetiznzse del gobierno de Unión Nacio­
nal, los dirigentes liberales pezeieron su capacidad de contestar a las
acusaciones de los conservadores extremistas en forma significativa,
e hicieron imposible puzu Ospina zetittir a las demandas de éstos.
La contraparte conservadora de Carlos Lleras Restzepo era Lau­
reano Gómez, unos veinte años mayor que Lleras pero joven aún en
la vigorosa defensa de' su partido. La aceraen enemistad de Gómez
era a la vez sencilla y compleja. Fue él quien, durante dieciseis
amargos años, luchó por el regreso de los conservadores al poder y
por impedir que fueran una permanente minorín. En la división
liberal de 1946 encontró una oportunidad llovida del cielo para darle
forma a la victoria de Ospina. Como líder de su pnztleoera obvio que
estuviera interesado en oponerse a los liberales a todo trance. Pero en
su oposición había algo más que el deseo de manejar el poder público
y beber en el abrevadero público. Para Laureano Gómez los liberales
no eran únicamente antagonistas políticos: eran una amenaza para la
nación.
Durante la década de 1930 Gómez comenzó a nevertir que había
una fuerza maligna que estaba derruyendo los fundamentos de la
sociedad tradicional. Su herramienta era el partido liberal, y su meta
nada menos que la destrucción de la Colombia católica, según lo
informó a la nación en una transmisión rneiul de 1936
*6. Al principio
Gómez se' valió de la masonería internacional y la acusó de estnz
socavando las virtudes patzins. “Siempre que en un país se presenta
una situación grave de corrupción y de decadencia moral”, dijo en un

15. Enrique Cuélln Vargas, 13 años de Violencia, asesinos intelectuales de


Gaitán, dictaduras, militarismo, alternación, Bogotá, Ediciones Cultura So­
cial Colombiana, 1960, pág. 90; Semana, 28 de mayo de 1949; James M.
Daniel, Rural Violence in Colombia since 1946, Princeton, New Jersey, Prin-
ceton University Press, 1965, pág. 56; Richard S. Weinart, “Political Moder-
nization”, págs. 69-70.
16. Oscar Terán, ed., La Constitución de 1886 y las reformas proyectadas por
la República Liberal, Vol. 2, Bogotá, Editorial Centro, 1936, pág. 13.

164
discurso ante el Senado en 1942, “es que ha sido promovida poi la
acción fatal de las logias masónicas...”17. Más tarde dirigió su alen
ción al comunismo internacional, en el que veía la principal amcna/a
contra la Colombia tradicional. Sin que quisiera acusar a los liberales
de ser comunistas, sí creyó que la ideología liberal era compatible con
el pensamiento marxista. Movimientos de masas como el de Gaitán, y
aun las mismas normas democráticas, despertaban un insano mate­
rialismo en el pueblo, dañando valores consagrados y formas tradi­
cionales. Estas creencias explican la desconfianza de Gómez hacia la
regla de las mayorías, la inicua “mitad más uno”, como la llamaba.
Al advertir a los colombianos sobre los peligros de la subversión
comunista, Laureano Gómez gozaba de buena compañía. Los rápi­
dos avances de los regímenes marxistas después de la segunda guerra
mundial habían movido a Winston Churchill a pronunciar su famoso
discurso sobre “La Cortina de Hierro” en 1946, en el que previno a
Occidente sobre la expansión soviética. Dos años después, cuando los
representantes de las repúblicas americanas sostuvieron la IX Confe­
rencia Interamericana en Bogotá, uno de sus principales logros fue la
resolución de que todas las repúblicas americanas adoptaran leyes
para contrarrestar los actos subversivos del comunismo internacio-
nal'El anticomunismo alcanzó altos niveles en los Estados Unidos
durante los días finales de los años cuarenta y comienzos de los
cincuenta, alimentado por los pronunciamientos de los “cazadores
de rojos” como el senador Joseph McCarthy y el general Douglas
McArthur. Hay poca diferencia entre la afirmación de McCarthy, en
1950, de que “estamos comprometidos en una batalla final, de todo
por el todo, entre el ateísmo comunista y la cristiandad... ”, o la
advertencia de Douglas McArthur al año siguiente sobre “una acumu­
lación, durante 18 años, de comunistas y sus simpatizantes en nuestro
gobierno”, que “ha debilitado gravemente la estructura y el tono de
nuestro modo de vida americano”, y los estallidos simultáneos del
conservador colombiano Laureano Gómez18.
La revuelta bogotana del 9 de abril de 1948 resolvió todas las dudas
conservadoras acerca de que la subversión era un peligro real e

1 7. Guillermo Fonnegra Sierra, El parlamento colombiano, Bogotá, Gráficas


Centauro, 1953, pág. 188. Para más información sobre el temor de Gómez a
los masones, véase Augusto Ramírez Moreno, La crisis del partido conserva­
dor en Colombia, Bogotá, Tipografía Granada, 1937, pág. 93.
18. Lately Thomas, When Even Angels Wept, New York, William Morrow,
Inc. 1973, pág. 93, discurso presentado en el Club Femenino Republicano de
Wheeling, West Virginia; John Beatz, The Iron Curtain over América Dallas,
Tcxas; Wilkinson PublishingCo., 1951, págs. 172, 193, discurso pronunciado
en junio de 1951 ante la legislatura de Texas.

165
166
Gómez y Mariano Ospina Pérez después del Bogoia.:it
Inminente. Aunque nunca pudo probarse que los comunistas hubie­
ran asesinado a Gaitán o coordinado el pillaje del centro de la capital
del país, conocidos comunistas colombianos estuvieron presentes en
los eventos que se desarrollaron ese día. ¿Quién podía olvidar a los
izquierdistas que se apoderaron de las emisoras de radio y ordenaron
a sus oyentes “tomarse el Gobierno” a sangre y fuego”, o el hecho de
que más de un millar de personas murieran en los siguientes dos días
de matanza en Bogotá?19. Y era raro el conservador que no creyera
que, al levantarse los liberales contra el Gobierno, colaboraran o
pasiva o activamente con los comunistas. El obispo Miguel Angel
Bui les habló por la mayoría de los conservadores cuando dijo: “An­
tes del 9 de abril el liberalismo permitió que una ramita comunista
naciera de su poderoso tronco, y la ramita lo dominó y lo estranguló.
El liberalismo murió y el árbol produjo sólo fruto maldito, como fue
el 9 de abril y los días siguientes’^.
Laureano Gómez huyó de Bogotá en pleno “bogotazo”, esca­
pando apenas con vida. Antes de que la revuelta terminara, su casa en
las afueras de la ciudad había sido reducida a cenizas. Gómez salió
pon destino a España y durante los siguientes catorce meses permane­
ció en estrecho contacto con Colombia. Estuvo atento a los esfuerzos
de Ospina Pérez y de los liberales moderados como Darío Echandía
para mantener la coalición de gobierno, como a los de Carlos Lleras
para desacreditará. No cabe duda de que tomó buena nota de la
afirmación hecha por Lleras en febrero de 1949, en el sentido de que el
liberalismo “marcha con la nueva corriente revolucionaria que colo­
ca de lado los instrumentos de opresión económica, los monopolios
involventes, y la desigualdad de oportunidades y recursos”-''. Cuan­

*19. Uno de los investigadores más cuidadosos del bogotazo citó las cifras de
ij ,200 muertos dentro, y 2.800 a 3.800 muertos fuera de la capital de la nación,
(ussell W. Ramsey, “The Bogotazo”, pág. 29. Llegó el momento en quedos
ocu lores entraron en discusión sobre si la revolución se realizaba por y para el
hirlido liberal o si era un “movimiento del pueblo contra los oligarcas”,
jonzalo Canal, 9 de abril, págs. 9-10.

||(), José Nieto, La batalla, pág. 287. Para una larga interpretación conserva-
lora del nueve de abril, en que este se califica de “operación estratégica
itlt'rnacional del Kremlin”, véase Joaquín Estrada, Así.fue la revolución...
ll. Debe anotarse que Alvaro Gómez, el hijo de Laureano Gómez, quien
f(•luiría entonces treinta años, atacaba tan abiertamente como su padre al
giioicmn de unión. El 1 0 de marzo I os periódicos 1 aureanistaa lESiglo y Ec'o
Nacional iniciaron un ataque violento contra Duzío Echandía, a quien
filracterizazon como el “caballo liberal de Troya”, pues habían deducido que
ibíi a ser el candidato liberal a la presidencia de 1950 a 1954.
|g ('arlos Lleras, De La República, pág. 109.

167
do los liberales rompieron con Ospina por última vez, y más tarde-
demostraron su poder político en las elecciones de junio, Laureano
Gómez tomó la decisión de actuar. El 12 de junio llamó por teléfono
desde el exterior para anunciar: “Conocidos los resultados electora­
les... estimo que al partido conservador incumbe la responsabilidad
de salvar la República... Regresaré inmediatamente como soldado’^.
Y regresó. Llegó a Mcdellín el 24 de junio para saludar a una
inmensa y entusiasta multitud de' conservadores antioqueños. En un
memorable discurso pronunciado en la Plaza de Berrío, Gómez atacó
al partido liberal comparándolo con una terrible bestia mítica llama­
da basilisco:

Nuestro basilisco camina con pies de confusión y de ingenui­


dad, con piernas de atropello y de violencia, con un inmenso
estómago oligárquico; con un pecho de ira, con brazos masóni­
cos y con una pequeña, diminuta cabeza comunista, pero que es
la cabeza. Este es el resultado de una elaboración mental. Es la
deducción que se hace de la consideración de los últimos hechos
del país, con el cuidado con que un químico en un laboratorio
seguiría la trayectoria de las reacciones para sacar la conclu­
sión; y así tenemos que el fenómeno mayor que ha ocurrido en
los últimos tiempos, el 9 de abril, fue un fenómeno típicamente
comunista, pero ejecutado por el basilisco. La cabeza pequeña,
e imperceptible, lo dispuso, y el cuerpo lo llevó a cabo para
vergüenza nacional.

En seguida Gómez colocó los hechos dentro del contexto interna­


cional, y habló de la estrategia de su partido:

Todos vosotros sabéis que el fenómeno actual del mundo es el


de la sucesiva caída de unos países y otros, tras el telón de acero.
Ahora bien: esa caída se ha producido sin ninguna excepción,
en todos los casos, por el procedimiento del basilisco: una
aglomeración, el frente popular como se llamó en tiempo la
confusión de las izquierdas donde la pequeña cabeza comunista
no es perceptible, va adelantando con esos pasos tenebrosos
con que está caminando en Colombia, hasta que llega el mo­
mento en que el telón cae definitivamente y las naciones unas
tras otras sucumben en la más terrible destrucción. Ahora bien:
para los colombianos todos, pero muy particularmente para los
conservadores, la vida sin libertad no vale la pena de ser vivida.
La libertad no es un hecho, la libertad no es un derecho siquie-
23. Semana, 18 de junio de 1949.

168
ra. La libertad es una recompensa y sólo la disfrutan los que
saben merecerla. Por eso con inmenso júbilo vengo a unirme a
vosotros en la alegre, la decisiva, la enérgica y fuerte lucha de
salvar la libertad, amenazada en Colombia como nunca estu­
viera, para decirle al país, y deciros a vosotros que la única
solución que tiene la patria es la solución conservadora, porque
cualquiera otra que se vislumbre aún dentro de la perspectiva
más remota, ocasionará indefectiblemente la ruina de la liber­
tad y la muerte de la República24.

Las palabras de Gómez y su voluntad de dirigir a su partido en la


próxima batalla electoral produjeron un escalofrío colectivo entre los
miembros de la dirección liberal. Ellos siempre habían considerado a
Gómez, o el Monstruo según lo habían bautizado años atrás, como
su enemigo jurado. Franco, intransigente y absolutamente convenci­
do de la justicia de su causa, el Monstruo no era un oponente para
ser tomado con ligereza. Ningún liberal dudaba de que era preciso
impedir la presidencia de Gómez a cualquier costo. A medida que se
aproximaba a la inauguración del Congreso, el 20 de julio, los liberales
establecieron una estrategia: usarían su mayoría en los cuerpos repre­
sentativos para maniatar al presidente Ospina y legislar para ellos
una posición invencible en el momento de las elecciones.
La sesión de apertura del Congreso dio la pauta de lo que iría a
suceder después. Cuando Ospina entró al recinto del Senado para
pronunciar su discurso anual, los liberales se negaron a ponerse de pie
y luego intentaron negarle la palabra del todo. Habiendo fallado en
ese intento, su vocero, el senador Alfonso Romero Aguirre, lanzó
contra Ospina la siguiente acusación:

Usted defraudó al partido mayoritario en Colombia —que le


tendió la mano para que pudiese continuar como Jefe de Esta­
do. Y luego, cuando este partido solicitó su apoyo, usted le
respondió indignamente, permitiendo que sus subalternos ase­
sinaran a miembros del partido. La mayoría liberal en el Sena­
do habrá de decirle: Usted, señor Presidente, es responsable ante
Dios y la historia25.

En el curso de las dos semanas siguientes los liberales prepararon


un paquete de “reformas” diseñadas para paralizar a Ospina durante
24. Juan Manuel Saldarriaga Betancur, Laureano Gómez, o la tenacidad al
servicio de la justicia y de la patria, Medellín, Editorial Granamérica, 1950,
págs. 113-114.
25. Guillermo Fonnegra, Parlamento colombiano, págs. 217-218.

169
el resto de su período, y para asegurar la sucesión liberal en el poder.
Las propuestas pretendían colocar a la policía bajo el control del
Congreso, disponían la elección directa de los gobernadores, exigían la
aprobación del Congreso para los nombramientos del gabinete y, lo
que era más importante, incluían una reforma constitucional que
adelantaba la elección presidencial de junio de 1950 al 27 de noviem­
bre de 1949. Este último proyecto, que se volvió ley a finales de
septiembre, fue concebido en la creencia de que una más pronta
elección evitaría que funcionarios conservadores hostiles impidieran
la plena participación liberal en la votación6.
Mientras que los conservadores protestaban que el partido “prefe­
ría la muerte” antes que deshonrarse al permitir las reformas, el
presidente Ospina se acercó a los liberales con una propuesta que, de
haber sido aceptada, hubiera privado a Laureano Gómez de la
presidencia. Era poco el aprecio que Ospina sentía por Gómez, y el
presidente temía que tanto Colombia como los moderadores dentro
de su propio partido iban a sufrir si se elegía a Gómez con una
plataforma antiliberal y anticomunista. Con estos pensamientos en
mente Ospina solicitó a los liberales que respaldaran un plan por
medio del cual dos liberales y dos ' conservadores se alternarían en la
presidencia durante cuatro años a partir de 1950. Cada presidente
estaría en el poder por un año, y dentro del término conjunto se
revisarían cuidadosamente todos los documentos de identificación,
dejando a un lado el viejo cargo de Laureano Gómez según el cual los
liberales habían ganado las elecciones gracias a una inmensa cantidad
de cédulas falsas.Los líderes liberales, sin embargo, rechazaron la
oferta de Ospina, se la devolvieron en pleno rostro y continuaron sus
maniobras2?.
La ofensiva parlamentaria liberal dividió hasta tal punto al Congre­
so que todo intento de decoro se desvaneció. En la última semana de
julio los conservadores asaltaron el podio de la Cámara de Represen­
tantes y trataron de desalojar a la fuerza al presidente liberal de ese
cuerpo, Francisco Eladio Ramírez. Los liberales respondieron lan­
zando ceniceros a la cabeza de los atacantes. Una semana más tarde
los conservadores entraron a la Cámara unos pitos policíacos y los
soplaron durante dos horas, haciendo imposible continuar la se-26 27

26. Los conservadores dijeron que se había adelantado la elección para


evitar que el Gobierno tuviera tiempo para anular cédulas fraudulentas en
manos de liberales. Hugo A. Velasco, Ecce homo, Biografía de una tempestad,
Bogotá, Editorial ARGRA, 1950, pág. 269.
27. Enrique Cuéllar trata del plan de Ospina Pérez y la respuesta liberal en su
/d años de violencia, págs. 96-109.

170
sión28. Las sesiones legisl¡ativas de 1949 alcanzaron su trágico desen­
lace temprano en la mañana del 8 de septiembre. Poco antes de la
inedia noche del día 7, los miembros de la Cámara de Representantes
habían estado discutiendo sobre la Violencia en Boyacá, y habían
escuchado al conservador Carlos del Castillo llamar “asesino” al
liberal Salazar Ferro por su actuación en la masacre de Gachetá en
1’39. Un receso de dos horas no logró calmar las pasiones. A las dos
de la mañana el representante Castillo, después de haber pasado las
últimas horas tomando en el bar del Congreso, continuó su arenga.
Pocos momentos después el liberal Gustavo Jiménez interrumpió a
Castillo y lo acusó de ser hijo poco distinguido de unos campesinos
comunes. El segundo replicó que por lo menos no era bastardo como
Jiménez, y de repente los dos hombres sacaron sus revólveres y
dispararon. Otros se unieron a la confusión y en unos segundos
J iménez había caído muerto por un disparo del representante conser­
vador Amadeo Rodríguez. Un testigo, el Representante Jorge Soto
del Corral, quedó mortalmente herido29.
Hechos como éstos fortalecieron la causa de los extremistas de
ambos partidos. Palabras de Ospina Pérez, Darío Echandía y otros
moderados fueron ahogadas por las estridentes voces de Gómez y de
Lleras Restrepo. El 12 de octubre el partido conservador seleccionó a
Laureano Gómez como su candidato presidencial por una mayoría
abrumadora. Este aceptó su candidatura y una vez más acometió a
los liberales: “Somos víctimas de una diabólica coerción. Vamos
forzados y constreñidos por maniobras ideadas por el espíritu de la
revolución, que con ellas espera dar el golpe de muerte a la cristiana
civilización de Colombia”28 30. Dos semanas más tarde, Carlos Lleras
29
respondía:

Y es apenas natural que cuando ese espíritu de odio estalla al fin


violentamente, cuando cesa de expresarse simplemente por
calumnia aleve en las páginas de los periódicos para convertirse
en las tremendas masacres, en las llamas de los incendios, en la

28. Guillermo Fonnegra, Parlamento colombiano, págs. 217-218. Foto de


Alvaro Gómez y otros cuando silbaban pitos policíacos, ver Semana, agosto
13, 1949, pág. 5. '
29. Guillermo Fonnegra, Parlamento colombiano, págs. 233-238. Semana de
septiembre 10 y 17 de 1949, contiene información adicional sobre el inci­
dente.
30. Juan Saldarriaga, Laureano Gómez, pág. 130.

171
destrucción, en el asesinato y en los destierros, el doctor Lau­
reano Gómez comprenda que ha llegado la hora de su destino-’

El destino del Tolima lo decidió la avalancha de ácontecimientoos


que tuvo lugar en Bogotá después de las elecciones de junio de 1949,
La victoria liberal en dichos comicios amedrentó a los conservadores
tolimenses con la amenaza de un nuevo fracaso en la elección presi­
dencial que iba a realizarse sólo doce meses más tarde. Para alejar esa
terrible posibilidad los funcionarios del Gobierno—en aquel entonces
todos conservadores— se volvieron hacia la policía para defender los
intereses de su partido. Como primera medida fueron purgados de las
filas todos los liberales, una tarea cumplida con tanta diligencia
durante las dos primeras semanas de julio que los liberales tolimenses
hablaron de la “gran escoba” que estaba barriendo al resto de sus
copartidarios en el Gobierno. Los reemplazos para los agentes despe­
didos se escogían rápidamente, y la lealtad hacia la causa conservado­
ra era el único criterio para contratar a los reclutas. En tal ambiente
de militancia partidista la policía pronto comenzó a abusar de su
poder. Cuando varios liberales cayeron asesinados en retenes a me­
diados de julio, sus copartidarios provocaron tal tempestad de pro­
testa que el comandante Forero ordenó la devolución de las armas de
fuego a los cuarteles de Ibagué. El desarme de los guardias en los
retenes fue sólo una medida temporal, y un mes más tarde el nuevo
director de la policía en el departamento, Roberto Pereira Pardo,
prometió públicamente tratar de controlar a sus hombres31 32. A finales
de septiembre éstos se unieron a una muchedumbre que cercó a los
seguidores de un equipo de fútbol, el Santa Fe, en un café de el
Espinal. Los hinchas, en camino hacia Bogotá luego de asistir a un
encuentro deportivo en Cali, fueron tomados por liberales porque
vestían el uniforme rojo y blanco de su equipo, y sólo pudieron
continuar su viaje cuando escondieron sus prendas incriminatorias33.

31. Carlos Lleras, De La República, pág. 211. El discurso de Lleras fue


pronunciado a raíz de la masacre de veinticuatro liberales en las oficinas
principales del partido en Cali el 22 de octubre. El gobernador militar del
Valle, Coronel Gustavo Rojas Pinilla, no evitó que asesinos mercenarios,
conocidos por el nombre pájaros, cayeran sobre la Casa Liberal y se vengaran
en ella.
32. La Voz del Líbano, 2, 9, 16 y 23 de julio; 27 de agosto de 1949.
33. Semana, lo. de octubre de 1949. Menos afortunados eran los tres libera­
les auténticos en Ansermanuevo, Valle, cuya historia se encuentra en la mis­
ma edición de Semana. Según informes, un teniente de policía, de apellido

172
En octubre la Corte Suprema de Justicia se pronunció u Iu\<i d. la
elección presidencial del 27 de noviembre, y los máximos lideres
• onservadores respondieron ordenando a todos los miembros d su
partido que no escatimaran esfuerzos para derrotar a los vrlptoiv»
munistas liberales en los inminentes comicios. A medida que esta
orden se filtró a través de los poros de la sociedad, sufrió una ter rible
metamorfosis. El directorio conservador de Ibagué presionó para
que fuera destituido todo liberal que aún estuviera ocupando un
puesto en el Gobierno; en las pequeñas poblaciones se adoptó la
intimidación ad hoc de los liberales, y a las veredas notoriamente
liberales se despachó una fuerza adicional de policía. Cada día se
intensificaban las dificultades. “La situación política en los últimos
pocos días ha alcanzado límites inimaginables; muchos conflictos
sangrientos han dejado un alto número de víctimas”, era el doliente
informe de un periódico del Líbano*3435 . Al sur de esta población los
liberales comenzaron a huir hacia Anzoátegui, dejando descansar a
los conservadores del temor de que pudieran perder allí las votacio­
nes del 27 de noviembre.
No era que los colombianos de buena voluntad fueran insensibles a
los sangrientos sucesos que se desarrollaban en las provincias, ni que
se negaran a reprimirlos. De hecho, la mayoría se hallaba horrori­
zada con el ritmo ascendente que había adquirido la Violencia. Los
lideres nacionales como Ospina Pérez y Darío Echandía, el candidato
liberal a la Presidencia, trataron de llegar a un compromiso entre los
dos partidos. Echandía estuvo durante buena parte del mes de octu­
bre promoviendo una reforma constitucional basada en el plan de
alternación bipartidista presentado por Ospina unas semanas antes,
pero todo parecía trabajar en dirección contraria. Los liberales esta­
ban divididos entre el grupo de Echandía, que buscaba reducir la
tensión por medio de una tregua, y el de Carlos Lleras Restrepo, que
trabajaba por evitar cualquier reconciliación entre los dos partidos.
“Ninguna relación tendremos de ahora en adelante con los miembros
del partido conservador”, les dijo a sus seguidores el 28 de octubre,
"...las relaciones entre liberales y conservadores, rotas ya en el orden
público, deben estarlo igualmente en el orden privado”35. Las decla­
raciones públicas eran sazonadas con una gran cantidad de mamo
brasdetrás de la escena, que se combinaban para cubrirá Bogotá .on

Mancera, les obligó a comer sus propias orejas y narices, para malarios
después junto con ocho liberales más.
34. la Voz del Líbano, 22 de octubre de 1949. ,
35. Carlos Lleras, De La República, pág. 212.

1=1
una nube de conspiración a finales de octubre y comienzos de no­
viembre.
Durante la primera semana de octubre el registrador nacional del
estado civil, Eduardo Caballero Calderón, informó que a los liberales
no se les permitía registrarse en un total de 120 municipios, en la
séptima parte del territorio nacional. Luego, el 7 de octubre, Laurea­
no Gómez anunció que su partido rechazaba todo acuerdo de com­
partir el poder con el partido liberal subversivo. Estos dos eventos
pusieron a los liberales en su curso final de acción. Se retiraron de la
elección presidencial y resolvieron acusar ante el Senado a Ospina
Pérez. En su enérgico discurso del 7 de noviembre, día en el cual retiró
su candidatura, Darío Echandía le anunció al conservatismo que su
partido actuaría para combatir la Violencia: “Yo quiero notificarle al
partido conservador, y ai Gobierno, que la extensión de la violencia
oficial no nos intimida: Nosotros no vamos a permitir pasivamente el
asesinato de nuestros inocentes e indefensos compatriotas, que están
cayendo por cientos, por el simple crimen de ser liberales”36.
A las 4 de la tarde del 9 de noviembre, Carlos Lleras Restrepo, Julio
César Turbay y otras personalidades liberales llegaron al Congreso
para iniciar el proceso acusatorio contra el Presidente, pero se encon­
traron con que las tropas del ejército les impedían entrar. Una hora
más tarde Ospina declaró turbado el orden público y al país en estado
de sitio. Se suspendieron todos los organismos representativos de
elección popular, se impuso la censura de prensa, se prohibieron las
reuniones públicas y los gobernadores departamentales quedaron
bajo el control directo del ejecutivo.
Los jefes del partido liberal habían jugado su mejor carta, y habían
perdido. Siempre esperaron que Ospina Pérez aceptara su golpe de
Estado parlamentario, y cuando él traicionó esa cándida creencia, al
establecer la ley marcial, se resolvieron por un segundo plan: parali­
zarían al país y derrocarían a Ospina con una huelga general. En
seguida el ejército, respaldado por ellos, entraría en escena como
árbitro de los destinos nacionales. Los notables del partido escogie­
ron el 25 de noviembre para declarar el paro, y durante las dos
semanas anteriores a esa fecha trataron de decidir si la huelga sería
pasiva o si debería estar acompañada de una protesta abierta contra
la dictadura. Fue una decisión muy difícil, ya que hacía por lo menos
un mes que los líderes del partido habían estado estimulando y
ayudando a las guerrillas liberales de los Llanos Orientales. No
obstante, el 23 de noviembre la Dirección Liberal se definió por una
huelga pasiva. Luego, en el último momento, Darío Echandía revocó
la orden y salió de su casa para asistir a una manifestación pública.
36. Guillermo Fonnegra, Parlamento colombiano, págs, 251, 254-55, 258.

174
Mientras él y algunos compañeros suyos caminaban a lo lugo de la
carrera séptima, cerca de la cervecería de Bavaria, la policía Ira
disparó. Darío Echandía escapó ileso pero su hermano y otras lies
personas murieron en la balacera. La huelga falló posteriormente por
falta de respaldo de los sindicatos y de otros grupos importantes' 7

37. Los sucesos de noviembre de 1949 son tan confusos como discutidos. Por
ejemplo, los liberales nunca admitieron públicamente que líderes importantes
del partido apoyaran con dinero a las insurrecciones en provincia. Sin
embargo, Eduardo Franco, Las guerrillas, Ibid; Germán Guzmán, La Violen­
cia I, pág. 64; Guillermo Fonnegra, Parlamento colombiano, pág. 259; Jorge
Villaveces, La derrota, 25 años de historia, 1930-1955, Bogotá, Editorial Jorvi,
1963, pág. 49, y otros que han escrito sobre el período, sostienen desapasiona­
damente que fue cierto dicho apoyo. Los líderes de alto nivel aconsejaron
repetidas veces a sus copartidarios que tomaran las armas en espera de ayuda
desde arriba. También sujeto de variadas interpretaciones fue el suceso del 25
de noviembre, cuando se abrió fuego sobre personas notables del liberalismo.
El cuadro del suceso que se llevó fuera de Colombia fue creado por los liberales
que el ataque era simple terrorismo desplegado contra los liberales con el fin de
solidificar la dictadura conservadora: New York Times, 27 de noviembre de
1949, pág. 21; John Martz, Colombia, pág. 95; Russell W. Ramsey, “La
Violencia”, pág. 221; Germán Arciniegas, The State of Latin América, New
York, Alfred A. Knopf, 1952, pág. 175; James Daniel, Rural Violencia in
Colombia, pág. 59. Sin embargo, no era tan claro. Una interpretación más
equilibrada del suceso se desprende de un documento extraordinario publi­
cado bajo el título La oposición y el Gobierno, del 9 de abril de 1948 al 9 de abril
de 1950, Bogotá, Imprenta Nacional, 1950. El folleto consta de dos cartas: la
primera firmada por 144 destacados liberales, entre ellos Alfonso López,
Eduardo Santos, Darío Echandía, Carlos Lozano y Lozano y Carlos Lleras
Restrepo, y entregada al presidente Ospina el 28 de noviembre de 1949. La
segunda es la respuesta de cuarenta y cuatro páginas del mismo presidente
Ospina, que lleva la fecha del 9 de abril de 1950. Los liberales describieron el
ataque a fuego como “sin ninguna provocación... dirigido no contra los que
en él perdieron sus vidas, sino en contra del hombre a quien el partido liberal
había otorgado su representación cuando todavía creía posible su participa­
ción electoral” (pág. 9). En su respuesta Ospina condenó la acusación liberal,
no confirmada, de que los asesinatos formaban parte de un complot en contra
de Echandía. Subrayó que Echandía y los otros violaban restricciones
impuestas por el estado de sitio, que la policía no Ies había reconocido con
anterioridad, y que primero que todo alguna persona desconocida abrió fuego
sobre la patrulla de tres agentes, hiriendo al líder de ésta 'pág. 51). Un buen
punto de partida para sondear los sucesos de noviembre de 1949 es “De la
huelga a la derrota”, págs. 45-50 de La derrota de Jorge Villaveces, un ensayo
que pinta al liderazgo liberal como vacilante, confuso y aturdido, y que lo
«cusa de haber repetido errores de juicio durante el mes. En ese entonces .
Villaveces era presidente de la junta directiva liberal de Bogotá, y uno de los
que firmaron la carta que se mandó a Ospina Pérez el 29 de noviembre.

1/5
El día 27 Laureano Gómez fue elegido presidente en medio de una
total abstención liberal. En sus torpes intentos por tomarse el poder,
los liberales lanzaron a su partido a un desorden tal que éste no
volvería a jugar un papel significativo en la política nacional durante
más de media década. Cerca de seis millones de liberales, seriamente
comprometidos por sus líderes, de repente fueron abandonados a su
propio destino, sin nadie que los representara en Bogotá.

El colapso del sistema de gobierno tradicional en Colombia, a


finales de 1949, fue el factor causal más importante de la Violencia.
Por primera vez desde la sanguinaria Guerra de los Mil Días los
líderes de los dos partidos pusieron fin a cualquier comunicación
significativa. Al principio los liberales habían intentado tomarse el
poder por medio de maniobras parlamentarias, y habiendo fallado
este método quisieron desbancar a sus rivales combinando la huelga
general y el golpe militar. Frustrados de nuevo, se volvieron hacia la
táctica de estimular a sus partidarios a una rebelión armada en el
interior del país, principalmente en los Llanos Orientales. Las élites
conservadoras no fueron menos culpables de destruir la democracia
oligárquica pero funcional que existía en Colombia. Resueltas a
mantener al enemigo fuera del poder, enfrentaron a la intemperancia
liberal su propio extremismo. A los moderados de ambos bandos se'
les relegó a segundo plano mientras los radicales actuaban a sus
anchas. Como en el siglo XIX, cuando los líderes de los partidos no
volvieron a comunicarse entre sí, su último recurso era el llamado a
las armas. Pero Colombia había cambiado durante el medio siglo
transcurrido desde la última guerra civil. El poder coercitivo del
gobierno central era tan grande que los jefes políticos ya no conside­
raban posible derrocar al partido contrario colocándose ellos mismos
al frente de ejércitos campesinos. Ahora se limitaban a instruir a sus
seguidores para que se rebelaran, pero no intentaban dirigirlos desde
el campo de batalla. Donde los llamados a la revolución o a la
contrarrevolución se atendieron, en 1946 y 1950, la lucha resultante
fue amorfa y sin dirección, y su naturaleza estuvo determinada por
una amplia gama de factores locales.
El rompimiento político que colocó a los conservadores extremis­
tas en el control del Gobierno, dejando a los líderes liberales furiosa­
mente impotentes y fuera del juego, marcó el final de la fase incipiente
de la Violencia y el comienzo de la Violencia generalizada en casi toda
Colombia. Antes de entrar en un examen de los factores locales que
precipitaron el conflicto, es conveniente conocer dónde existió y
dónde no existió la Violencia durante su fase incipiente, de 1946 a

176
1950. Para esto, el cuadro incluido en el Apéndice II, una compila
ción de homicidios cometidos en los departamentos de Colombia v <-ii
sus intendencias entre 1946 y 1961, es muy útil38. Los datos conleni-
dos en el cuadro respaldan claramente la creencia convencional de
que la Violencia llegó primero a los Santanderes y Boyacá. Allí los
conservadores nunca pudieron olvidar la persecución que tuvieron
que sufrir de parte de los liberales en 1930, y después de 1946
devolvieron el golpe con un vigor que hizo que la lucha adquiriera las
proporciones de una verdadera guerra civil en 1947. Mientras tanto,
la tasa de homicidios para el Tolima y muchas otras regiones colom­
bianas era bastante baja.
La segunda fase de la Violencia, 1949/50-1953, evidenció un
aumento en la tasa de homicidios de toda la nación, especialmente en
los Llanos Orientales, donde los líderes liberales estimularon a los
miembros del partido para que tomaran las armas contra el gobierno
de Gómez. En la mayoría de los casos fueron las antipatías tradicio­
nales, combinadas con el fracaso de las instituciones democráticas a
nivel de las élites, las que permitieron que comenzara la Violencia.
Como lo anotó Luis López de Mesa en 1955, y como otros estudiosos
del tema lo han dicho en años recientes, Colombia sufrió “un ataque
cardíaco institucional” a finales de 1949. Especialmente pertinentes
en estos estudios son las cifras que dio el Ministerio de Justicia sobre
muertes intencionales a lo largo de los años de la Violencia. Ellas
sugieren la ausencia de ésta en el Tolima antes del fatídico rompi­
miento institucional. Después de 1949 el derramamiento de sangre
aumentó casi geométricamente, llevando al departamento al primer
puesto en la lista de aquellos que padecían la Violencia. Estos datos
hablan por sí solos de la importancia de combinar el conocimiento de
los hechos que ocurrieron a nivel nacional y en otros departamentos,
con el examen detallado de una sola región. Estudiando cuidadosa­
mente el Tolima, un sitio en donde la Violencia coincidió claramente
con el rompimiento nacional de finales de 1949 y 1950, y concentran­
do el análisis en los niveles locales, resulta bastante claro el proceso
total y complejo de la Violencia.

38. El autor presume que los datos presentados en esta planilla, preparada
por el Ministerio de Justicia, son correctos. Se debe anotar, sin embargo, que
las cifras mostradas aquí son sólo poco más bajas que las que fueron
compiladas por las Naciones Unidas y publicadas en el Demographic Year-
book, Vol. VIII. Esta publicación muestra una tasa de homicidios de 34.0 en
1960, la que calificó a Colombia como la nación más violenta del mundoen ese
año. La tasa publicada por el Ministerio de Justicia colombiano en el mismo
año es 29.6. Véase: Paúl Herbert Oquist, Violencia, conflicto y política en
Colombia, Bogotá, Banco Popular, 1978, pág. 11.

177
El Tolima era un departamento predominantemente liberal cuya
minoría conservadora no había sufrido mayor persecución después
del regreso del liberalismo al poder en 1930. Gracias en gran parte a
esta elreunslaneia, las estructuras locales y regionales pudieron resis­
tir la Violencia en su período incipiente. Pero los liberales tolimenses
comet ieron graves errores a fines de los años cuarenta, habiendo sido
uno de los más notorios su rebelión contra el Gobierno el 9 de abril.
Sus actos demostraron a los conservadores que no podían confiar en
ellos y que el Tolima, estando tan cerca del asiento del Gobierno Na­
cional, debería ser mantenido bajo control. Una vez que el gobierno
pasó a manos de los conservadores extremistas, quedando los libera­
les del Tolima sin amigos en Bogotá y sin puestos en la burocracia
local y en la policía, el departamento quedó abierto a la Violencia. En
ese momento se puso en juego una verdadera constelación de varia­
bles locales, que determinaban la naturaleza y la severidad de la
Violencia. Entre las más significativas había la habilidad de las élites
locales, el relativo aislamiento de la región y su importancia en el
esquema general de la vida departamental y nacional. Municipios y
veredas que contaban con líderes fuertes y responsables con frecuen­
cia fueron capaces de moderar el impacto de la Violencia. Una región
fácilmente accesible que ofrecía poca protección topográfica a los
violentos sufría rara vez una prolongada etapa de Violencia. Un
municipio que era la patria chica de individuos influyentes a veces
consiguió una defensa especial de los poderes gobernantes en Bogotá.
Y de modo inverso, municipios aislados, montañosos, sin amigos
influyentes y cargados con una historia local violenta y sectaria eran
los primeros candidatos para una etapa de Violencia aguda y prolon­
gada. Rovira y Dolores, dos municipios del centro meridional del
Tolima, sirven de ejemplo para ilustrar la relación entre las variables
locales y la temprana Violencia en lugares ostensiblemente similares.
“La magnífica creación de un artista celoso de su trabajo y de su
gloria”: ésta fue la forma como uno de sus hijos describió a Rovira,
un municipio escasamente poblado y lleno de estrechos valles y
agudas lomas que llevaban hacia un alto páramo en el occidente-’’'.
Riomanso era la vereda más distante del distrito, ubicada a medio día
de camino de la cabecera, a lo largo del río del cual tomó su nombre, y
a un día de distancia de Roncesvallcs, hacia el sur, y de Ibagué hacia el
norte. El municipio poseía una población heterogénea de veinte mil
almas. Las lealtades políticas estaban equitativamente divididas en­
tre los dos partidos, aunque era imposible determinar su proporción
exacta habida cuenta del extenso fraude que rodeaba cada elección.

39. Toiima, Contraloría, Anuario estadístico, 1956,, pág. 321.

178
Aun antes de que la Violencia se apoderara del municipio, la gente de
Rovira era notoria por la manera belicosa en que se . ........... ib
unos con otros en política y en cualquier clase de relación inliip-i-o
nal. Conservadores o liberales, los ciudadanos que vivían en el .u-.h
do municipio habían sido rutinariamente heridos, muertos, dmauii
lados o atacados los unos a los otros desde tiempos atrás. Cuando los
conservadores de Bogotá advirtieron frenéticamente, durante los
meses de octubre y noviembre de 1949, que los liberales se estaban
armando para derrocar al Gobierno, la policía del Tolima puso sus
ojos inmediatamente en Rovira, aterrorizó a los campesinos liberales
y desató allí la Violencia.
Entre los primeros en sufrir las “comisiones” de la policía que se
movían por el campo eran varios centenares de protestantes que
vivían en la región de Riomanso. Los conservadores no querían tener
nada que ver con ellos ni con su religión, “una amorfa mezcla de
sectas absurdas... nacidas de la arrogancia y de la rebeldía”, como la
caracterizaron algunos jerarcas de la iglesia en sus momentos más
calmados4°. Clérigos más francos no vacilaron en acusar a los protes­
tantes, todos ellos liberales, de estar uniformemente teñidos con la
fiebre' del comunismo. La policía no puso en duda la afirmación del
cura párroco de Rovira cuando aseguró que el 9 de abril los protes­
tantes había corrido por las calles de Riomanso gritando “¡Abajo el
catolicismo!” y “¡Viva el protestantismo y el comunismo!”. Comen­
zaron a golpear e intimidar a los evangélicos dondequiera que los
encontraban y pronto ordenaron a su pastor, Aristomeno Porras,
que cerrara su iglesia y saliera de Riomanso. Al principio Porras
rehusó pero luego atendió la orden, y la policía convirtió su iglesia en
cuartel. A los dos años solamente había un puñado de protestantes en
Riomansc^.
Si los liberales hubieran huido de Rovira ante las acciones intimi-
datorias de la fuerza pública, la Violencia hubiera sido recordada
como un breve episodio de persecución política llevada a cabo por
paranoicos y a veces sádicos miembros de la policía conservadora.
Pero la resistencia, no la huida, fue la solución preferida por la
mayoría de los hombres de Rovira. Las montañas eran todo lo qu<
ellos conocían, y ningún policía godo, de Boyacá o Santander, podía

40. Eduardo Ospina, El protestantismo, Medellín, Editorial Bedout, l^ífi,


págs. 6, 101.
41. Eduardo Ospina, Las sectas protestantes en Colombia: breve we'ñil
histórica con un estudio especial de la llamada “Persecución ReHuío-ui", l. tul . ,
Bogotá, Imprenta Nacional, 1955, págs. 13*9-140.
42. Eduardo Ospina, Las sectas, pág. 71.
lograr que las abandonaran. Fue así, entonces, como nacieron las
guerrillas de Rovira. Dirigidos por campesinos como Leónidas Borja
(El Lobo), Tiberio Borja (Córdoba), Arsenio Borja (Santander) y
David Cantillo (Triunfante), a quienes más tarde se unirían el joven
Teófilo Rojas (Chispas) y muchos otros; los rovirenses se armaron y
se desvanecieron entre las verdes fortalezas de la cordillera43. Duran­
te los próximos cuatro años acecharon a los odiados chulavitas y
también a sus vecinos conservadores, imponiendo una terrible carga
de sangre y de dinero al municipio.
Ninguna zona del centro del Tolima fue más desvastada por la
Violencia que Rovira. Todo parecía conspirar contra el municipio y
sus gentes. Su violento pasado, su aislamiento y el fracaso de sus élites
en crear un ambiente de concordia fueron todos factores que se
combinaron en detrimento de la comunidad local.
No muy lejos de Rovira, unos ochenta kilómetros hacia el sur-
oriente al otro lado del valle del río Magdalena, estaba el municipio
de Dolores. Ubicado en un paraje montañoso parecido a la tierra de
Chispas y de los Borja, Dolores disfrutó de ciertas ventajas que le
permitieron resistir lo peor de la Violencia. Su población predomi­
nantemente liberal había vivido en paz con sus opositores políticos
hasta el tenso año de 1949, cuando pareció que había sonado para ella
el toque de difuntos. Las dificultades surgieron en torno a una
disputa entre el alcalde y el comandante conservador de la policía.
Durante el mes de noviembre el jefe del puesto policial, un sargento,
comenzó a detener a los liberales acusándolos de subversión revolu­
cionaria, y cada vez que esto ocurría el alcalde usaba su influencia
para que se les pusiera en libertad. Al fin el sargento, en medio de una
espantosa borrachera, disparó contra el alcalde dando muerte de
manera accidental a una niña que se encontraba cerca. Una muche­
dumbre agarró al asesino, lo despedazó a machetazos e hirió a tres de
sus subalternos. Estos actos, justificados o no, normalmente habrían
provocado una severa respuesta de parte de la policía nacional de
Bogotá, pero los hechos sangrientos de noviembre de 1949 pasaron
sin ninguna represalia contra los liberales de Dolores. Esto se debió
probablemente a que el municipio tenía un poderoso amigo en la
persona del doctor Rafael Parga Cortés, uno de los mayores terrate­
nientes de la región y renombrado liberal activo en la política nacio­
nal y departamental durante tres décadas. Parga era uno de los
fundadores de la Federación Nacional de Cafeteros, el miembro más

43. Leónidas Borja mantuvo específicamente que fue atacado por un conser­
vador entre Playa Rica y Guadualito. Mató al hombre y huyó al monte. La
policía que vino a levantar el cadáver abusó de los campesinos liberales de la
región, con el resultado que algunos se unieron a Borja.

180
antiguo de su junta directiva bipartidista y viejo amigo dr vaiins
encumbrados políticos conservadores4445 . En más de una o< ,i-,..... ....
47
46
rante los años de la Violencia Lord Parga, como era cono< ido .u
todo el Tolima, intercedió a favor de su patria chica, consiguiendo
con ello disminuir el peligro de que corriera la misma suerte de los
municipios mártires como Rovira45.
Instigada por la retórica de impotentes liberales y paranoico-,
conservadores de Bogotá, la Violencia avanzó en el Tolima entre los
años 1950 y 1953. Zonas enteras del centro y del sur del departamento
se despoblaron a medida que bandas de violentos se movían a lo la rgo
de la cordillera entre Rovira y el Nevado del Huila. Los campesinos
pacíficos huían en manadas, y hacia septiembre de 1950 los refugia­
dos ahogaban a Ibagué y a otros centros urbanos. Horribles crímenes
eran cometidos ocasionalmente por las autoridades locales, a la
cabeza de lo que llegaron a ser pandillas de linchamientos, una de
ellas al parecer manejada por un exalcalde de Venadillo de nombre
Remigio Nieto. Su banda de policías y civiles operó en la región de
Alvarado-Venadillo del 10 al 30 de julio de 1950, dando cacería y
matando a los trabajadores liberales de las haciendas y quemando sus
cuerpos. Algunos meses más tarde el juez de Piedras levantó cargos
formales contra Nieto, pero éste nunca fue aprehendido y sus críme­
nes permanecieron impunes46.
Los episodios de la Violencia que se han descrito fueron repetidos
en variación infinita a todo lo largo y ancho de Colombia después de
noviembre de 1949. Para mediados de 1950 aproximadamente 4.500
guerrilleros estaban en armas en Antioquia, Caldas, Huila, Cundina-
marca, Boyacá, los Llanos Orientales y el Tolima47. Pero la Violencia

44. Una vez durante la década de los cincuenta, Parga Cortés fue informado
por el mismo Laureano Gómez de que él, Gómez, tenía información sobre un
complot contra la vida de Parga. Gracias a la advertencia oportuna Parga
pudo protegerse del atentado. Entrevista con Parga Cortés.
45. Parga Cortés cuenta que pidió a los altos oficiales de la policía que no
mandaran agentes sectarios a Dolores. Su apodo viene del hecho de que se
educó en Inglaterra. Hay que añadir que el simple hecho de tener un amigo
poderoso —que tuviera algún interés económico en un municipio amenazado
por Violencia— no era suficiente en sí para moderar los conflictos. Había
varios municipios, como Chaparral, que sufrieron mucha Violencia aunque
los propietarios de los terrenos chaparraleños eran personas ricas e influyen­
tes. Asimismo, aunque ningún oriundo de Alpujarra sobresaliera por su fama
ni riqueza, aquel municipio se mantuvo relativamente libre de Violencia.
46. Tribuna, 3 de septiembre, 10 de diciembre de 1950;21 defebrerode 1951.
47. Russell Ramsey, Guerrilleros, pág. 180.

IHI
no se podía definir como un conflicto entre campesinos libérale»
perseguidos que formaban guerrillas para combatir a la policía
servadora. Esta imagen otorga alguna coherencia a la Violencia, ag
que ésta no tenía. De hecho, la Violencia fue una maraña de pervct-.i
dades débilmente relacionadas con un fenómeno identificable. Era el
basilisco de que hablaba Laureano Gómez, una bestia mítica dt
muchas partes que mataba con la mirada. El basilisco que era lu
Violencia colombiana se movía sobre los pies de millones de persona-
inmersas en el trágico drama: los protestantes de Riomanso, Teófilo
Rojas, el sargento borracho de Dolores, Carlos Lleras Restrepo y
Laureano Gómez. Su sangre y su músculo eran los heroicos temas Ji­
la resistencia a la tiranía y la defensa del honor, del tesoro y I<<-.
ideales; los temas carnales de avaricia, ansia de poder, miedo y furia;
los fundamentales temas intelectuales ligados al partido mediante
■lazos cargados de valores e inculcados a los colombianos desde su
nacimiento, aunque después de que la Violencia comenzó estas res­
puestas intelectuales con frecuencia se volvieron los reflejos espasmó-
dicos de un animal decapitado. El cuerpo político de Colombia fue,
en cierto sentido, decapitado por los eventos de 1949, y sus incontro­
lados espasmos crearon el basilisco que acechó a la nación desde
aquel año hasta bien entrada la década del sesenta.
La Violencia fue un asunto netamente colombiano, a pesar de que
también sacó sustento de hechos ocurridos en otros países. El miedo a
la subversión comunista era un fenómeno internacional en la época
posterior a la segunda guerra mundial, y los líderes colombianos no
eran más ruidosos sobre este punto de lo que eran sus colegas de otras
naciones. Es verdad que las supuestas “tendencias comunistas” de los
liberales fueron utilizadas con frecuencia por la venal policía conser­
vadora y por pequeños funcionarios como una conveniente disculpa
para encubrir actos de terrorismo, pero el miedo legítimo a la subver­
sión comunista se escondía en los corazones conservadores. A medi­
da que la Violencia ganó impulso a comienzos de 1950, y mientras los
colombianos luchaban por entenderla, existía entre ellos el deseo de
encontrar una víctima propiciatoria a la que pudieran culpar de sus
propios errores. El espectro del comunismo sirvió bien a este propósi­
to.
Complicándolo todo estaba el hecho de que en Colombia sí había
comunistas. El partido comunista colombiano, fundado en 1930,
había surgido del descontento laboral y agrario de los años veinte.
Tempranos líderes como Tomás Uribe Márquez lo habían represen­
tado a nivel nacional, y militantes del Tolima como José Gonzalo
Sánchez y Eutiquio Timonté habían luchado por implementar allí su
plataforma. Pero en el Tolima y en cualquier otra parte el partido
comunista colombiano no fue capaz de conquistar adeptos, algo de

182
lo cual se lamentaban sus líderes, quienes, en la historia de sus tres
punieras décadas de lucha en Colombia, admitieron que durante la
Violrncia el concepto de la lucha de clases estaba “por encima del
Verdadero nivel de conciencia” y era “ajeno a la naturaleza” de la
mayoría de los hombres en armas4849 .
I )os semanas después de qur se hizo evidente que Laureano Gómez
ganaría la elección presidencial de 1949, el partido comunista anun-
■ ió una política de “auto-defensa armada” contra la violencia oficial
dr los bandidos falangistas, como caracterizaba entonces a los conser­
vadores. Los comunistas se establecieron en tres enclaves: uno en el
pequeño municipio de Viotá; el segundo en la región de Sumapaz, al
sur de Cundinamarca; y el tercero en el extremo sur del Tolima. Juan
dr la Cruz Valera encabezó el enclave de Sumapaz y Jacobo Prías
Alape, más conocido como Charro Negro, dirigió el del Tolima.
Como para destacar su queja de que la mayoría de los guerrilleros
carecían de verdadera conciencia revolucionaria, los hombres de
( 'barro Negro pronto se encontraron en lucha mortal contra las
guerrillas liberales comandadas por Gerardo Loaiza y Leopoldo
( Jarcia, General Peligro*9. Durante cerca de quince años, entre 1949 y
principios de la década del sesenta, los comunistas y los liberales
pelearon por controlar la zona sur del Tolima.
. Bien como ciudadanos ordinarios o como guerrilleros escondidos
en el campo, los liberales se vieron constantemente en la necesidad de
negar las acusaciones conservadoras de que ellos eran las víctimas
ignorantes del comunismo internacional, o de que, por oponerse al
gobierno de Gómez, estaban siendo utilizados como juguetes en
manos de los subversivos extranjeros. La tendencia conservadora a
pintar a los liberales con el pincel del comunismo quedó ilustrada por
un incidente que escandalizó a los liberales tolimenses en octubre de
1950. Poco después de un allanamiento policial al barrio Stalingrado,
de Ibagué, y del arresto de 38 auto-proclamados comunistas, un
policía irrumpió en el hotel Lusitania y golpeó salvajemente a su
propietario liberal. Mientras le administraba la paliza al hotelero el
agente gritaba que “el comunismo liberal y el anticatolicismo deben
terminar”. El nuevo gobernador conservador del Tolima, Octavio
Laserna, intentó combatir las influencias subversivas en una forma
menos directa. Poco después de haberse posesionado decretó multas

48. Partido Comunista de Colombia, Treinta años de lucha del partido comu­
nista en Colombia, Bogotá, Ediciones Paz y Socialismo, 1960, pág. 88.
49. Manuel Marulanda Vélez, Tiro Fijo, teniente de Charro Negro, dedica
más de la mitad de sus Cuadernos de campaña a la descripción de esas
batallas. .

183
paia las escuelas que no dieran instrucción religiosa, no enseñaran la
historia de Colombia, no recitaran el rosario todos los días y dejaran
de colgar imágenes del Sagrado Corazón y de Simón Bolívar en todos
los salones de clase50.
Mientras los liberales tolimenses trataban de disociarse de la béte
noire comunista, sus líderes en Bogotá los frustraban al vincular al
partido con aquellos que estaban en rebeldía contra el Gobierno.
Durante 1950 Carlos Lleras y otros copartidarios suyos colectaron
furtivamente dinero para armar a las guerrillas liberales que comba­
tían en los Llanos Orientales, y de distintas formas estimularon la
resistencia contra Ospina Pérez y el presidente electo, Laureano
Gómez51. Los conservadores se valieron de estos hechos y los utiliza­
ron para defender su política de persecución cada vez más fuerte
contra los “revolucionarios”, y a cada rato citaban una circular clan­
destina, atribuida al directorio liberal, en que se leía: “...una de las
cosas de las cuales el liberalismo puede estar más orgulloso es la
creación espontánea de las guerrillas rurales en los Llanos, Cundina-
marca, Tolima, los Santanderes, Bolívar y Antioquia —guerrillas que
están reaccionando virilmente contra la dictadura’^.
Roberto Urdaneta Arbeláez, ministro de Guerra de Laureano
Gómez, articuló la posición del Gobierno en un discurso ampliamente
difundido en 1951:

Quienquiera pensaría que estos crímenes abominables han sido


rechazados con indignación por todos los hombres patriotas.
Sin embargo, no es así. Hasta ahora no hemos oído ni una sola
voz de protesta ni de condenación por parte de los elementos
oficiales del liberalismo, y, por el contrario... se incita constan­
temente a los asesinos a persistir en el delito, por medio de hojas
volantes, muchas de las cuales han sido halladas por los solda-*

50. Tribuna, 27 de septiembre, 6 de octubre, 1 o. de noviembre de 1950.


51. En su amarga diatriba ¿Pan-icios o asesino.?. Medellín, Editorial Ital
Torina, 1969, pág. 304, el historiador Gilberto Zapata Isaza provee una glo­
sa mordaz sobre la campaña liberal para reunir fondos para la compra de
municiones para los guerrilleros liberales de los Llanos: “La suma recaudada
fue fantástica en papel. Parece que no llegó a 80 mil pesos en efectivo. ¡Con qué
comprar 80 fusiles de a mil pesos cada uno! No obstante, las noticias filtradas
fueron alarmantes: ¡se había recogido toda una fortuna! ¡Ahora sí brotarían
amenazantes y bien armadas, las guerrillas! Ya veían a Lleras Restrepo
vesUiáo en traje de fatiga”. Véase tambtén Eduardo Franco, Guerrillero^
pág. 63.
52. José Nieto, La batalla, pág. 216.

184
dos en poder de los bandoleros, y otro tanto se hace por
radio-emisoras clandestinas, como la que acaba de caer en
manos de la Policía.
No se piense que esta es una acción desorbitada; al contrario,
obedece a un plan: allí está el famoso Plan “A”, de estilo y sabor
inconfundiblemente comunista el cual busca como objetivo
destruir la economía nacional y lanzar al país en el caos53.

Y mientras los cargos y los contracargos volaban en Bogotá, el


pueblo del Tolima moría a un ritmo siempre en aumento.
La Violencia se hizo más compleja durante 1950 y 1952. Aunque
surgió de la tradicional lucha entre liberales y conservadores por la
dominación política y del colapso del gobierno democrático-parla-
mentario, se transformó con el tiempo en algo más que un fenómeno
puramente político. “Violencia” se convirtió en un término que
abrigaba todas las variedades de criminalidad. Mientras las depreda­
ciones efectuadas por los hombres en armas se hicieron cada vez más
horribles, se puso en claro que una gran cantidad de sicópatas y
bandidos comunes se había unido a quienes afirmaban estar luchan­
do por defender determinados principios políticos. En 1951 una
banda de 80 violentos asaltó una hacienda en el municipio de Chapa­
rral y mató a una familia de 13 personas, dejando las cabezas de sus
víctimas clavadas en los postes de las cercas54. Los pájaros invadieron
los poblados y las ciudades del departamento, asesinando por igual a
personas influyentes y humildes, algunas veces por la paga y otras
veces por simple capricho. Sólo en el lapso de tres meses hubo dos
atentados contra la vida del periodista liberal de Ibagué, Héctor
Echeverri Cárdenas, director y editor del diario Tribuna. Habiendo
fallado en ambas ocasiones, los pájaros al parecerse decidieron por el
corresponsal de Tribuna en Rovira y lo asesinaron dos semanas
después del segundo asalto contra la vida de Echeverri55. Con más del
50% del departamento bajo el manto de la Violencia, comenzó a
sufrir la economía. Fértiles tierras, que habían apacentado a miles de
cabezas de ganado o producido abundantes cosechas del café, fueron
abandonadas. En un solo corregimiento de Ataco los abigeos se
robaron 9.850 cabezas de un hato de 10.000. A comienzos de 1951 el

53. Colombia, Presidencia, Un año de gobierno, 1950-1951, Bogotá, Impren­


ta Nacional, 1951, págs. 180-181. Pronunció el discurso Urdaneta el 26 de
julio de 1951. Poco después, el 5 de noviembre, llegó a ser presidente
encargado de Colombia.
54. Tribuna, 3 de abril de 1951.
55. Tribuna, 19 de diciembre de 1950; 8, 20, de marzo de 1951. .

185
municipio de Chaparral perdió más del 90% de su cosecha del café:
La policía y civiles conservadores quemaron cincuenta casas en un
zona rurul cerca de Ortega a finales de 1950, inaugurando extraof
cialmente el empleo del fuego para destruir millares de estancia
indígenas entre Coyaima y Ortega56 5758
59
.
A mediados de 1951, las noticias sobre la actividad de los bandiddl
en las montañas de ¡Santa Isabe| y Lfoano mformaron a |os to^mense!
que la Violencia se estaba extendiendo hacia el norte. Y para finale(
de ese año y durante el próximo, los municipios del norte cayeron et|
el baño de sangre en forma tan salvaje como no se había visto antes efl
e1 sur. E| próspero Líbano sufrió daños mreparabtes durante un brutal
asalto armado en abril de 195 258. Un mes más tarde los bandido^
irrumpieron en un caserío llamado El Topacio, en el municipio di
Falán. Uno de ellos, que conocía la aldea y sus gentes, se paseó dí
casa en casa tocando el tiple. Ese día el músico fue juez y jurado, ya
que por donde pasaba los bandidos arrastraban y mataban a todq
hombre y a todo niño. En ese solo incidente perecieron 71 personas, )
los que no fallecieron fusilados fueron consumidos por las llamas
cuando se amontonaron y quemaron sus cuerpos59.
El Tolima fue el departamento más azotado por la Violencia ej
1952. Esta es, al menos, la conclusión a que se llega después de
estudiar los datos de homicidios que se dan en el Apéndice II. Las
fuentes impresas de ese año y las conversaciones con personas que
vivieron en el Tolima durante aquella época sugieren que, hacia 1952¡
la mayoría de los crímenes fueron cometidos por violentos que
utilizaban la política sólo para disculpar el robo, el incendio, la

56. Germán Guzmán, La violencia, parte descriptiva,, pág. 105; Tribuna, 5 de


mayo de 1951.
57. Tribuna, 30 de noviembre de 1950.
58. Ver Capítulo VI.
59. Probablemente eran las víctimas conservadoras asesinadas en retribu­
ción por la matanza que tuvo lugar en Líbano. Pero para entonces morían
tantos campesinos de ambos partidos que los nexos políticos de cada uno
llegaban a tener interés académico únicamente. Además, no cabe duda deque
la masacre estaba estrechamente conectada al suceso ocurrido en Líbano,
arriba mencionado, y plenamente narrado en el capítulo VI. Se ha establecido
que entre quinientas y seiscientas personas murieron durante la Violencia en
Falán ¡uno de cada treinta habitantes! Jaime Chaparro Galán, Un pueblo que
venció a la Violencia: Falán, Tolima, (mimeógrafo) Falán, Tolima, 1968, pág.
12. Para otras descripciones de la matanza en El Topacio, véase Germán
Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, pág. 226; Tribuna, 30 de septiembre
de 1958. *

186
Laureano GcSmez durante e1 decurso dé posesión, 7 de ag°sto .
de 1950.

187
mutilación y la matanza. Fechorías tales como el robo de ganado y la
masacre de familias indefensas parecen hablar más de criminal avari­
cia o de desequilibrio mental que de coloración política. Pero siempre
el motivo político estaba normalmente presente, no importa qué tan
nefando lucra el crimen. Los violentos conservadores y liberales
evitaban asesinar a los campesinos que pertenecieran a su misma
filiación política. ¿Cómo, entonces, hace uno para discriminar los
actos de violencia que nacen de los deseos de los violentos liberales,
conservadores o comunistas de protegerse, alimentarse, vestirse y
castigar a las gentes identificadas como la causa de sus miserias, de
aquellos catalogados como actos de común criminalidad? Se puede
ofrecer una generalización aproximada para distinguir las áreas del
'Tolima donde operaban los bandidos de aquellas utilizadas por los
violentos “políticos”. Aquellos, cuya meta principal era la defensa
propia, se establecieron en las partes más selváticas e inaccesibles del
departamento. Por lo tanto, cuadrillas bien armadas de liberales y de
comunistas podían encontrarse en el sur y en el oriente del Tolima,
zonas montañosas, insalubres, sin caminos y escasamente pobladas.
De la misma manera, los actos de violencia cometidos en las monta­
ñas del norte de Ibagué —una región dedicada al cultivo del café—,
en el llano y en los pueblos y ciudades podían tener motivaciones
económicas o “no políticas”. La Violencia de esta última categoría,
por lo menos antes de 1955, fue esporádica y perpetrada por personas
o pandillas no identificadas.
A mediados de 1952 hubo una interesante y no del todo inapropia­
da inversión de la Violencia. En la primera semana de septiembre
guerrilleros liberales de Rovira eliminaron a una patrulla de seis
policías y después cayeron sobre ellos con sus machetes, aplicándoles
lo que en su argot se conocía como “el corte de salpicón”. Poco
después fueron recogidos los seis cuerpos mutilados y enviados a
Bogotá para el entierro. Una llovizna helada caía sobre la capital
mientras la muchedumbre de dolientes, conservadores en su totali­
dad, hacía fila para ver los cadáveres el día 6 de septiembre. Sólo seis
semanas antes habían oído los detalles de otra emboscada en la cual los
guerrilleros liberales de Guadalupe Salcedo liquidaron a una colum­
na entera del ejército, compuesta por 96 hombres, en los Llanos
Orientales60. Ahora estaban asistiendo al entierro de seis conservado­
res, asesinados y mutilados también, ¡y por los cuales había que hacer
pagar a los liberales! Los problemas comenzaron en la tarde, durante
manifestaciones anti-liberales en Bogotá. Al anochecer las multitudes

60. Rtisscll Ramsey, “The modern Violencia”, pág. 271, provee una adecua­
da descripción técnica de la manera como los hombres de Salcedo tendieron
la emboscada.

188
rstaban fuera de control, entregadas al pillaje y al incendio de El
Tiempo y El Espectador. Enseguida los cabecillas volvieron la mirada
hacia Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo. Ambos
jefes del partido estaban en sus casas cuando les advirtieron que los
asaltantes estaban en camino. López se fugó con su familia, y los
soldados que montaban guardia en la casa vecina, ocupada por el
presidente encargado Urdaneta Arbeláez, contemplaron impasible­
mente cómo los asaltantes destruían la residencia. Al llegar la chusma
n la casa de Carlos Lleras fue recibida con disparos de nadie menos
que del propio Carlos Lleras, quien duró allí una hora. Finalmente,
la familia Lleras escapó por una escalera extendida desde la ventana
de una casa vecina, en donde, desde un ventajoso escondite, miraron
mientras las llamas consumían su hogar y sus posesiones. A la postre,
lauto López como Lleras Restrepo, encontrarían refugio en la emba­
jada de Venezuela, antes de viajar al exterio^1.
A principios de 1953, el gobernador del Tolima hizo una declara­
ción sorprendente. “Las cosas van bien en el departamento”, dijo.
“No hay subversión, únicamente criminalidad’^. La observación del
gobernador era especialmente inoportuna porque fue pronunciada
un mes antes del peor acto de Violencia ocurrido en el Tolima hasta
esé entonces, una ejecución en masa perpetrada cerca del corregi­
miento de San Pablo, en el extremo oriental del departamento. San
Pablo hacía parte del municipio de Villarrica, recientemente segrega­
do de la esquina sur-oriental del municipio de Cunday. Varios facto­
res señalaban a San Pablo para que la policía le pusiera especial
atención. Primero, estaba situado en una región de notable intranqui­
lidad durante los años treinta, y tal hecho marcaba a su población
mayoritariamente liberal como potenciales subversivos a los ojos de
la policía. En segundo término, colindaba con el enclave comunista
cundinamarqués dominado por Juan de la Cruz Varela. Muchos
residentes de Villarrica habían votado por Varela años atrás, cuando
los liberales tolimenses lo enviaron a la asamblea departamental.
Estos factores, además de su naturaleza profundamente rural, hicie­
ron de Villarrica un candidato de primera línea para la atrocidad
cometida el 15 de febrero. Entre las ocho y las nueve de la mañana un
destacamento de la policía nacional bloqueó los caminos que lleva­

61. Enrique Cuéllar, 13 años, pág. 124. La relación más interesante y comple­
ta, aunque poco objetiva, del ataque a Lleras se encuentra en Gilberto
Zapata, Patricios, págs. 338-357. La escalera por la cual pudo realizar su
escape la familia Lleras fue sostenida por un laureanista y antiguo alcalde de
Bogotá. ' .
62. Tribuna, 17 de enero de 1953.

189
ban a San Pablo y ordenó a sus habitantes que se reunieran en la
plaza. Los liberales fueron separados de los conservadores, se escu­
driñaron cuidadosamente las credenciales de afiliación política y
luego una columna de 140 hombres y adolescentes prisioneros salió
del poblado por la trocha que conducía a la cabecera municipal. Dos
conservadores del lugar, Luis Vieda y Julio Castro, adivinaron que
sus vecinos nunca llegarían a Villarrica y le rogaron a la policía que
los dejara en paz. Por poco se convirtieron en víctimas también. En
un sitio cerca del río Cunday las 140 personas murieron ametralladas.
En palabras de un conservador de San Pablo que fue testigo de la
masacre, “con esto todo [en el municipio] se dañó”63.
Hacia 1953 lodos los rincones del Tolima habían sufrido en mayor
o menor grado el impacto de la Violencia, ya que hubiera sido
inconcebible que cualquier municipio escapara a un fenómeno tan
amorfo y complejo. No obstante, hubo algunos que resistieron la
Violencia más tiempo que otros. Uno de ellos era el Líbano, un
municipio extenso y predominantemente liberal situado en el cora­
zón de la cordillera, al norte del departamento. Bendecido por una
próspera economía y con una élite orgullosa de su patria chica,
Líbano resistió la Violencia hasta 1951, pero cuando finalmente cayó
lo hizo en una forma particularmente cruel.

63. La mayor paree de esta naimición de la peor matanza ocurrida en el Toli­


ma se encuentra en las págs. 100-101 de Germán Gu/;min, ¿a Violencia, parte
descriptiva. Guzmán, quien supo los detalles por testigos presenciales, sostie­
ne que murieron 140 personas. También se trata de la matanza en el contexto
de Carlos H. Pareja, El Monstruo, Buenos Aires, Editorial Nuestra América,
1955, págs. 157-162. Pareja afirma que murieron 130 personas y da una
explicación creíble al hecho increíble: “... los chulavitas borrachos, empren­
dieron la marcha a pie hacia Cunday, llevando a los presos enlazados. Habían
andado unos tres kilómetros desde San Pablo cuando al subteniente se le
ocurrió una idea imprevista: era mejor no llevar presos a Cunday, en donde
sería un problema alimentarlos, ya que eran gente tan pobre que nada habían
podido quitarles en las requisas. Era más económico “arreglar” las cosas allí
mismo. Los hicieron entrar a una hacienda vecina y los colocaron en fila...
Ciento veintisiete quedaron muertos a la segunda descarga. Tres sobrevivie­
ron... y la patrulla les entró a machetazos, hasta que ninguno quedó para
referir la historia”. Según Tribuna, del 2 de septiembre de 1959, algún tiempo
más tarde el secretario de Gobierno del Tolima distribuyó las fincas abando­
nadas por liberales entre los pájaros conservadores.

190
CAPITULO VI
LIBANO

El Líbano fue producto de la invasión humana que salió de Antio-


quia hacia el sur en los comienzos del siglo XIX1. Sin que pudiera ser
detenida por las ricas tierras situadas entre Antioquia Vieja y el valle
del río Cauca, la ola de colonización paisa cruzó por los altos pasos de
la cordillera Central y esparció Jaramillos, Londoños, Mejías y Eche-
verris por sus faldas, hacia el Tolima2. El grupo más importante de
colonizadores antioqueños que llegó hasta el Líbano fue el que salió
de Manizales en 1864, dirigido por Isidro Parra3. La expedición de
Parra, compuesta por sus siete hermanos, y con Alberto Giraldo,
Nicolás Echeverri y otros, no halló tierras totalmente desocupadas.
Lo primero que encontraron al entrar en el Tolima fue un cruce de
caminos y algunos edificios llamados Casas Viejas, que estaban
situados cerca del límite de la vegetación selvática a la sombra del
descollante Nevado del Ruiz. Allí, en la cumbre del mundo, arrieros,
aventureros, comerciantes y facinerosos se detenían, desde hacía

1. Es probable que Líbano lleve su nombre porque sus árboles siempre


verdes hicieron recordar los famosos cedros del Líbano en el Oriente Medio.
2. Se usa el nombre Antioquia Vieja para designar el departamento de
Antioquia, diferenciándolo de los departamentos poblados en su mayor
parte por antioqueños: Caldas, Risaralda, Quindío.
3. Para otros comentarios sobre Parra y la migración antioqueña, véase
arriba, págs. 41-43. •

191
Municipio de Armero

192
Municipio de Santa Isabel
muchos años, para traficar con sal, aguardiente, tabaco, giikIih.
quina y armas de fuego, en el frío eterno de ese sitio4. Los antioqum>•.
pasaron apresuradamente por Casas Viejas hacia las tierras mas
cálidas y fértiles que les atraían desde abajo. Durante varios días
caminaron hacia el oriente, siempre bajando, buscando esa evasiva
pradera en la cual pudieran fundar un pueblo. Al fin la encontraron:
un valle amplio, arborizado y suavemente ondeado, a medio camino
entre el páramo del Ruiz y el valle del río Magdalena. Unas pocas
chozas rústicas y algunos asomos de humo de fuego de las cocinas
eran los únicos signos de habitación humana.
El valle en el cual se asentaron Parra y sus compañeros no había
sido siempre la soñolienta tierra de 1864. Trece años atrás el costum­
brista Manuel Pombo había transitado por allí y descrito la zona
como una colmena de actividad:

Pero, en fin, llegamos al caserío' del Líbano, agasajados por un


hermoso sol de la tarde, respirando aire más benigno y reco­
giendo los ruidos confusos de la vida social: las voces que
altercan, el hacha que corta, el perro que ladra, el toro que
muge. Algunas familias antioqueñas, vigorosas y diligentes,
forman este núcleo de lo que con el tiempo será gran poblado, y
están allí como avanzada de sus compatriotas talando monte,
limpiando el terreno virgen y estableciendo sementeras y la­
branzas. Todas estas faldas de la cordillera, sanas y feraces,
serán colonia antioqueña...”45.

Pombo fue exacto pero también prematuro en sus pronósticos de


lo que sería el Líbano. Sólo dos años después de su visita, en 1853,
apareció en la escena un extranjero. Se trataba de Desiré Angée,
ingeniero industrial francés contratado por el gobierno de José Hila­
rio López para supervisar la construcción del nuevo edificio del
Capitolio. Cuando consideraciones financieras obligaron a la sus­
pensión del proyecto, Angée salió para las selvas del Tolima abrién­
dose camino desde el oriente hacia el valle. Ofreció comprar su parte
a los primeros colonizadores, unas 18 familias que ocupaban la tierra
al tenor de una ley de 1849 que le garantizaba quince fanegadas a
quienquiera que deseara instalarse allí. En la mejor tradición de los

4. Luis Eduardo Gómez, Monografía del Líbano y biografía de su fundador,


general Isidro Parra, Ibagué; Imprenta Departamental, 1961, pág. 11.
5. Citado en Eduardo Santa, Arrieros, pág. 30. El libro de Santa es una
historia del Líbano que fue publicada para conmemorar su primer siglo de
existencia. ’

193
especuladores de frontera, los colonos vendieron sin escrúpulo, se
echaron el dinero al bolsillo y arrancaron hacia zonas aún no coloni­
zadas67 .
Durante más de diez años Angée vivió casi solo en su fundo de 900
fanegadas. Debió sentirse aburrido de su aislamiento porque alrede­
dor de 186)3 viajó a Bogotá y regresó con Mercedes González, una
exmonja. Los libanenses tienen diversidad de opiniones sobre la
calidad de las relaciones entre Desiré Angée y su compañera. Algunos
insisten en que era ella una mujer entrada en años, sacada de su
convento por la persecución religiosa del gobierno del presidente
Mosquera. Otros le atribuyen una complicidad romántica: “La ver­
dad es que Angée era, por naturaleza, un gallardo aventurero...
Haber llevado a esos parajes solitarios del Líbano a la exmonja
Mercedes González, en la más romántica y novelesca égida, era otra
aventura”'’. Cualquiera que sea la explicación, esta curiosa pareja y
algunos criados vivían en Líbano en el memorable año de 1864,
cuando llegaron allí Isidro Parra y sus seguidores.
No se ha logrado saber si los recién llegados le compraron el valle a
Angée, o si sencillamente lo sacaron fuera, valiéndose de un decreto
presidencial de 1857 que ordenaba la devolución de terrenos no
mejorados al dominio nacional. De todos modos, Parra y sus compa­
ñeros se tomaron el valle8. Al cabo de un año existían en variadas
etapas de terminación unas cuarenta casas de madera y bahareque,
cuidadosamente demarcadas alrededor de la plaza central, y cerca de
allí había un pequeño aserradero que operaba constantemente para
satisfacer las necesidades de madera aserrada. Para el siguiente año,
1866, se aseguró la permanencia del Líbano cuando el Soberano
Estado del Tolima le concedió a la aldea su estado legal. Dieciséis mil
hectáreas de tierra virgen le fueron otorgadas para ser distribuidas en
lotes de treinta hectáreas a personas que las hicieran producir. Y
atendiendo a una antigua costumbre española, a cada propietario se

6. Eduardo Santa, Arrieros, págs. 38-39.


7. La primera opinión viene de Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”; la
segunda es de Eduardo Santa, Arrieros, pág. 37.
8. Se entiende que Angée se sintió defraudado por sus tierras. Durante los
próximos doce años solicitaría a los gobiernos nacional y departamental que
le dieran títulos sobre las 600 fanegadas de tierra que compró entre 1853 y
1854. Eduardo Santa, Arrieros, págs. 39-42, contiene una discusión completí­
sima de las disposiciones legales que ocurrieron a causa de la fundación del
Líbano.

194
le entregó un lote en el pueblo, dentro del cual pudiera construir su
residencia permanente910 .
En las décadas posteriores a su fundación, el Líbano creció rápida­
mente, empequeñeciendo a los hermanos municipios del norte del
Lolíma. Esta notable expansión debe ser mirada desde las perspecti­
vas relacionadas de la economía, el medio ambiente y la política.
Virtualmente toda la tierra del Líbano era arable. La caña de azúcar
florecía en las alturas medianas y la papa en las frías tierras altas, pero
fue el café lo que convirtió al Líbano en el Potosí agrícola del Tolima.
Las matas prosperaron en su rico suelo volcánico; innumerables
quebradas corrían a través de las faldas cubiertas de cafetales, sumi­
nistrando el agua para la irrigación a través de canales de guadua, u
otros más complejos, y los altos árboles y bananos proveían la
sombra necesaria. Las primeras plantaciones, hechas por Isidro Pa­
rra alrededor de 1870 en su finca de La Moca, fueron las primeras
entre más de cinco millones de matas productivas para el año 1900.
Los latifundios no predominaron en el Líbano debido al carácter
comunal de su fundación y al hecho de que un 30% del municipio fue
distribuido como concesión de baldíos. En realidad, casi dos terceras
partes de las fincas cafeteras eran de tamaño modesto, con menos de
5.000 matas sembradas. De las haciendas pequeñas e intermedias
provenía aproximadamente el 80% de la producción cafetera del
municipio (Ver Cuadro I).
La bonanza cafetera benefició no sólo a un considerable sector de
la población agrícola sino que generó numerosas industrias subsidia­
rias. Para transportar el café se necesitaron cientos de arrieros,
bodegas para almacenarlo, dedos ágiles para seleccionarlo y molinos
para procesarlo. Al correr del siglo estaban empleadas centenares de
mujeres que seleccionaban los granos de café en las bodegas del
municipio”’.
La temprana historia del Líbano también tiene que ubicarse en un
contexto político y cultural. El extraordinario crecimiento del muni­
cipio durante las décadas de 1860 y 1870 fue estimulado porgobier-

9. El “Plano del Líbano, área urbana, 1874” existe en el archivo municipal


del Líbano. Muestra cuarenta y tres manzanas cuidadosamente trazadas en
una configuración norte-sur, cada una demarcada en lotes numerados y
designados. El lote No. 1, situado en la esquina de la Plaza Mayor, pertenecía
a Isidro Parra. Ver también Eduardo Santa, Arrieros, págs. 53-66, para más
detalles sobre el esquema de la cabecera, y James Parsons, La colonización
antioqueña, pág. 131, para datos adicionales relacionados con este sistema de
distribución de terrenos y planeación urbana.
10. En su manuscrito sin publicar, “El Líbano”, Luis Eduardo Gómez fija el
número en seiscientos distribuidos por todo el municipio. .

195
Cuadro I

Producción de café en el municipio

del Líbano, 1926"

Tamaño de % del número Total de matas Porcentaje de


la finca total de fincas de café producción total

1()().()()() a
250.000 matas 1.5% 1.22 millones 20%

5.000 a
1X1.000 matas 34.0% 3.572 millones 62%

Menos de
5.000 matas 64.5% 1.019 millones 18%

nos liberales, a los que les convenía contar con un reducto partidista
en el norte del Tolima. Significativamente, apenas dos años después
de la caída del partido liberal, el municipio de Isidro Parra perdió una
considerable porción de su territorio, que tuvo que ceder al municipio
vecino y conservador de Villahermosa”. Determinar el futuro del
municipio fue tarea tan importante de los políticos como de la tierra y
del café. Veredas enteras en el corazón de la zona cafetera fueron
liberales a propósito. “Yo escogí esta región”, decía Uladislao Bote­
ro, fundador del corregimiento de Santa Teresa, “porque era libe­
ral””. Botero estableció dos fincas de buen tamaño, La Guaira y La
Argentina, y fijó su lugar en el liderazgo municipal al contraer matri­
monio con la sobrina de Isidro Parra. Igual fue el caso del general
Antonio María Echeverri, uno de los fundadores de Convenio. Su
hacienda El Tesoro, ubicada al sur de la senda que unía la cabecera
con Armero, fue unaxie las más grandes del Líbano. Echeverri se casó
con una de las hijas, de Isidro Parra. Esta mezcla de intereses econó­
micos, políticos y aun familiares le dieron al rico y densamente pobla­
do oriente del Líbano una fina uniformidad. Desde la cabecera hasta
Convenio, y luego hacia el sur y hacia el occidente en un arco que
abarcaba Tierradentro, Santa Teresa y San Fernando, se establecie­
ron los dominios de los cultivadores del café, gente antioqueña e
intransigentemente liberal.
Más allá de la zona central cafetera, la homogeneidad política del
Líbano se debilitó. Desde luego, el municipio estaba intercalado
entre dos municipios conservadores, Santa Isabel y Villahermosa, y

11. Diego Monsalve, Colombia cafetera, págs. 543-545.


12. Véase at^i^áss.

196
cii apenas lógico que muchos de los campesinos que vivían a lo largo
de estas fronteras municipales eran conservadores, lo que no conMi-
liiía un fenómeno accidental. Durante la Regeneración, y posterior­
mente, los conservadores perdieron pocas oportunidades para debili­
tar la fuerza política del extenso distrito. En 1888, en el auge de la Re­
generación, el gobernador Manuel Casabianca recortó cerca de dos­
cientos kilómetros cuadrados a lo largo del extremo norte del Líbano
—cerca del 25% del municipio— y los añadió a Villahermosa. La co­
misión que recomendó oficialmente los nuevos linderos descifró los
motivos políticos de ese acto: “La aldea (municipio) de Villahermosa
fue creada con determinados límites que más tarde fueron injusta­
mente alterados por razones políticas y por personas influyentes del
1 abano... esta Comisión propone... que se cambien los linderos de los
municipios’”4. La nueva determinación de los límites por la fíat
gubernamental, dejó a las aldeas predominantemente liberales de
Quebradanegra y Primavera bajo la jurisdicción de Villahermosa, y
las áreas tremendamente conservadoras de La Polka y El Sirpe bajo
jurisdicción del Líbano’‘5. El mismo gobernador Casabianca era due­
ño de considerables extensiones de tierra en Líbano. Su hacienda La
Yuca ocupaba nueve kilómetros cuadrados a lo largo de la frontera
con Santa Isabel. Fue esta la gran comarca que sus herederos vendie­
ron más tarde al obispo Ismael Perdomo para su proyecto coloniza­
dor, que después promovió la instalación de cientos de familias
conservadoras en el sur-occidente del Líbano13 15
14
16.
La porción occidental del Líbano fue también única, aunque su
carácter distintivo surgió más de factores ecológicos y culturales que
de factores políticos. Murillo era el centro administrativo del occi­
dente del Líbano y el mayor de todos los cinco corregimientos del
municipio17. Apenas a dos kilómetros de Casas Viejas y a una altura
de tres mil metros sobre el nivel del mar, Murillo prestaba servicio a
un rico distrito entregado a la lechería, al cultivo de papa, trigo,
cebolla y otras cosechas de tierra fría. Los antioqueños no estaban

13. Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”.


14. Luis Eduardo Gómez, Monografía, págs. 33-34.
15. El doctor Luis Eduardo Gómez culpó a ésta de* retrasar los límites por la
violencia que ocurrió sesenta años más tarde.
16. Ver págs. 24-25.
17. Los corregimientos del Líbano en orden de tamaño son, Murillo, Santa
Teresa, Convenio, Tierradentro y San Fernando. La Yuca, más tarde deno­
minada El Bosque, llegó a ser corregimiento del Líbano en los cincuenta de
este siglo. •

197
acostumbrados ni al clima de esas tierras altas ni al cultivo de las
siembras que allí crecían y, por consiguiente, dejaron que otros las
colonizaran. Con la apertura de 120 kilómetros cuadrados para la
colonización en 1873, comenzaron a aparecer los inmigrantes del
centro de Colombia y particularmente de Boyacá, que reclamaban
tierras alrededor de Murillo. Esta migración fue tan importante, y los
recién llegados sufrieron tan profundamente el proceso fronterizo,
que los antiguos residentes se vieron obligados a comentar así el
fenómeno:

Llama poderosamente la atención el modo como allí se trans­


forma el boyacense. Llega encorvado, con la vista baja, cami­
nando al trotccito y quitándose de para atrás el sombrero al
saludar. No es miseria, porque en el bolsillo lleva con qué
emprender trabajos. Aguárdese que recolecte las dos primeras
cosechas, que compre caballo de montar y se ponga machete al
cinto; y entonces, ¡ábranle campo! Al contacto con otras tie­
rras, otros soles y otras gentes sacude el peso de todos los
agobios ancestrales, y a menudo se va entonces al lado opuesto,
pasando a ser agresivo’8.

El Líbano entró al siglo XX con una personalidad municipal bien


desarrollada. La región era económicamente próspera y estaba cons­
tantemente en movimiento a medida que nuevos colonizadores llega­
ban para aprovechar el auge del café. También sufría la aparente
paradoja del aislamiento físico del resto de Colombia al lado de una
proximidad muy íntima con los eventos políticos que agitaban la
nación. Las élites locales podían dominar la escena municipal pero
bailaban al son que se tocaba en Bogotá o en Ibagué. Fue así como
factores fuera de su control, específicamente la guerra civil de 1895,
terminaron con la vida de su reverenciado Isidro Parra. El fundador
fue asesinado mientras dormitaba en una choza a unos cien metros
del camino a Santa Teresa. Los mismos conservadores lamentaron el
hecho: “¿Quién lo mató”?, preguntó Enrique Ramírez ante la Corte
Suprema de Justicia en 1896. “Una comisión fullera, , restauradora de
crímenes, con sed de hazañas que agradaban a la parte oficial, y que
salió en busca de Parra por montañosos senderos, segura de hallar
presa de muchísimo valor. La comisión iba comandada por Luis
Arango, formaba parte del Batallón Hilachas, ¡hasta el nombre hace
armonía! Y la despachó Juan de Jesús Rengifo, alcalde del Líbano.

18. Colombia, Contraloría, Tolima, págs. 82-83.

198
Isidro Parra.
199
Este Rengifo fue antes dignísimo mayordomo de XX (plobubhm1nli
Manuel Casabianca), en su señorío de La Yuca; pasó a .... iiibm
Importante del Estado Mayor que aquel Jefe llevó a la Cosía cuando
lile a defendernos por ese lado, y hoy es Jefe Municipal de I baguó”’*.
El asesinato de Parra le dio al Líbano un santo liberal, y la (iurn.i
ilc los Mil Días, que estalló poco después, intensificó la politización
20. Un participante recordaba que el pueblo fue
de todos los liberales19
asaltado en cuarenta ocasiones durante la guerra2! En el siglo XX
parecía que toda disputa política significaba para el Líbano un
llamado a las armas, como lo demostraron las sangrientas elecciones
de 1915 y el "Asalto Echeverri” de 191222. Durante los años de
régimen conservador la militancia liberal se debía en parte al hecho
de que la trapacería electoral les quitaba el acceso a los empleos
políticos locales. La frustración liberal en el Líbano, como en muchas
otras partes, había adquirido para 1922 niveles peligrosos. En ese año
el partido liberal unificado se lanzó a una lucha por la presidencia que
enfrentó a su candidato, el general Benjamín Herrera, contra otro
general, conservador éste, Pedro Nel Ospina. A pesar de que Herrera
perdió por un considerable margen, en el Líbano sacó un 72% de la
votación2324 . Para consuelo de su derrota los libanenses confiaron en
que podrían, con toda seguridad, ganar las próximas elecciones al
concejo programadas para el mes de octubre del año siguiente.
Otro factor que contribuyó a disminuir el dolor de la derrota fue la
convocatoria que hizo el general Herrera de una convención nacional
liberal en Ibagué, un mes después de las elecciones. La convención
adoptó una plataforma que abogaba por la representación propor­
cional en las corporaciones políticas, y que hizo una vez más mención
de cuestiones políticas tradicionales como la abolición de los fueros
de la Iglesia y de los militares, y la reforma del Concordato^. Su

19. Augusto Ramírez Moreno, El libro, págs. 191-195.


20. En tanto que la estatua de Simón Bolívar dominó la plaza central de la
mayoría de ciudades y pueblos colombianos, los habitantes del Líbano
colocaron la bóveda de Isidro Parra en medio de la suya.
21. Luis Eduardo Gómez, Monografía, pág. 15. El doctor Gómez recibió esa
información del general Antonio María Echeverri.
22. Ver págs. 90-91, 99-100.
23. Ver Apéndice I. Históricamente, dos terceras partes de todos los libanen­
ses han votado por el partido liberal.
24. Se ha criticado el programa por carecer de más puntos a favor de la
reforma agraria, los sindicatos y otras cuestiones sociales. Relaciones de la
asamblea celebrada en Ibagué se encuentran en Felipe Paz y Armando Solano,

201
humillación en las urnas solamente sirvió para fortalecer la decisión
del liberalismo colombiano. Y al escoger a Ibagué como sitio para sil
convención, el partido parecía mirar hacia la tierra de Murillo Toro
como a un depósito de esperanza para el exitoso futuro.
En todo el Tolima se aguardaban con ansiedad las elecciones,
municipales del 15 de octubre de 1923. Mientras los liberales reflexió ,
naban sobre la necesidad de llevar a sus candidatos a los concejos dd
departamento, los conservadores se pusieron nerviosos ante la posi­
bilidad de su propia derrota. Haciendo alusión a las propuestas
liberales dirigidas a los obreros, el semanario católico El Carmen
advertía a los trabajadores que no escucharan a quienes les estaban
prometiendo un “mejoramiento desenfrenado”. Sueditorialista llegó
a sugerir que los liberales del Tolima “quieren fomentar en la católica
nación de Colombia el protestantismo y la masonería”, y recordó que
los masones “adoptaron al ídolo Baphomet, que tiene la pequeña
cabeza de una cabra”25. La retórica corrió como aguardiente durante
los meses de la campaña, y para el día de las elecciones los partidarios
de ambos bandos estaban listos a dar la batalla que pondría a prueba
el viejo orden municipal. Los liberales del Líbano se acercaron a la
plaza aquel 15 de octubre, confiados en que pronto iban a demostrar
su superioridad numérica. Había varias docenas de mesas ubicadas
en la plaza central, y detrás de cada una de ellas se sentaba uno de los
comisionados electorales conservadores con un manojo de papeles en
los que estaba la lista de las personas que podían depositar sus votos,
Una y otra vez los campesinos liberales se identificaban, y una y otra
vez eran rechazados con un sucinto “ya votó”, lo que indicaba que, o
bien un “doble” de Villahermosa, Casabianca, Herveo o Santa Isabel
había depositado un voto en su nombre, o bien las listas de votación
habían sido adulteradas antes de los comicios. Cuando se hizo cada
vez más notorio que los conservadores no tenían la intención de
perder las elecciones, los líderes liberales asediaron a los miembros
del Jurado Electoral para protestar por la farsa, pero sus palabras no
tuvieron ningún eco. Hacia mediados de la tarde una furiosa multitud
de liberales se tomó el costado sur de la plaza, mientras un grupo más
pequeño de conservadores, acompañados ■ por el párroco y varios*

Convención de Ibagué, 1922, Bogotá, Editorial Cromos, 1923; Gustavo


Rodríguez, Benjamín Herrera, págs. 253-257; Gerardo Molina, Las ideas
liberales en Colombia, 1915-1934, Bogotá: Tercer Mundo, 1974, págs. 83-88;
José Joaquín Guerra, Estudios históricos, III, Bogotá, Editorial Kelly, 1952,
págs. 17-18; Otto Morales Benítez, Muchedumbres y banderas, Bogotá, Edito­
rial Cromos, 1962, pág. 174.
25. E/ Carmen, 8 de septiembre de 1923.

202
milicias, se estacionó frente a ellos en el atrio de la iglesia. lira una
...... ble situación, de la que Líbano había sido testigo más de una
V?/. De pronto se oyeron disparos, la mayoría provenientes del
bando conservador, y los libanenses se dispersaron presas del pánico,
huios menos un liberal que, agitando una ruana llena de piedras por
-....... de su cabeza, cargó contra los godos. En la mitad de la plaza
mui bala le arrancó una parte de la oreja y, confundido, retrocedió,
lili esa confrontación violenta no murió nadie, pero resultaron heri­
dos liberales como Jorge Uribe Márquez, Julio Toro Gómez, Pedro
I huán Solano y Rubén Palacio Jaramillo. El Líbano justificó así, una
V®7 más, su título de La Ciudad Roja2627 .
28
El significado de este incidente en la fecha electoral de 1923 yacía
• n sus repercusiones inmediatas. Temiendo el estallido de más violen-
tia , el comandante de la policía, Ernesto Polanco, asumió el papel de
pacificador y sesionó primero con el alcalde y otros conservadores.
“Esta gente es imposible de controlar porque son una pandilla de
salvajes”, oyó que le decían. Luego se reunió con los liberales y al
lnial, conjuntamente, con los dos grupos. Después de varios días de
negociaciones, en las cuales tuvieron importantísimo papel los gene-
iales Eutimio Sandoval y Antonio María Echeverri, veteranos de la
Guerra de los Mil Días, se logró establecer en el Líbano un “pacto
político sobre elecciones”. Los liberales aceptaron reconocer un
status de permanente minoría en la administración municipal a cam­
bio de que los conservadores les garantizaran los juzgados, la direc­
ción de la cárcel, la secretaría del concejo y los puestos de tesorero
municipal y procurador de la ciudad. Los conservadores también
consintieron en poner en libertad a todos aquellos liberales encarcela­
dos por “crímenes contra la autoridad” el di} de los comicios28. El
“pacto político sobre elecciones” fue un compromiso que afectó la
parte más delicada de la vida municipal, y el hecho de que hubiera
podido redactarse y aprobarse, sirviendo para reducir la violencia
electoral durante el resto de la década, constituye un tributo a las
élites locales, que lograron superar una tradición política patológica.
No todas las energías municipales del Líbano se gastaron en bata­
llas políticas durante las primeras décadas del siglo. Para los liberales

26. Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”; entrevista con Alberto Gómez
Botero, Líbano, Tolima, 3 de marzo de 1971.
27. Citado del informe de Palanco en Tolima, Secretaría, Informe, 1924,
pág. 6.
28. El texto completo del pacto se encuentra en las págs. 53-54 de Tolima,
secretaría, Informe, 1924.

203
era igualmente importante el viejo sueño de Isidro Parra, de hacer de
la población un modelo de adelanto cultural para todo el departa­
mento. Durante 1917 se dio un paso en esa dirección, cuando el
ciudadano de Honda, Pedro A. López, instaló en el municipio el
primer generador eléctrico. Los ciudadanos saludaron ese evento con
música, discursos y fuegos artificiales. Un bardo local celebró la
ocasión en verso:
Llegó la electricidad
en cuerdas de fino alambre
y ya tiene la ciudad
buena luz y mucha arte;
por eso con claridad
a la luna le decimos
que se vaya pa otra parte29.
La electricidad despertó las esperanzas de que el otro gran obstácu­
lo al progreso, la falta de una carretera hacia el valle del río Magdale­
na —con sus ciudades, sus puertos y sus terminales de ferrocarril—,
podría ser superado. Un ciudadano se aprestó a realizar esa posibili­
dad en 1918, llevando un desmantelado automóvil, a lomo de muía,
hasta la cabecera. Marco Aurelio Peláez ensambló su vehículo en la
plaza central y lo puso en marcha dando bandazos por el poblado,
para diversión de algunos y sorpresa de otros. Pero la carretera
resultaba ser un proyecto infinitamente más ambicioso que la planta
eléctrica, y los años se alargaron a más de una década antes de que se
construyera. Al principio los liberales culparon a los conservadores
por la falta de progreso, pero llegó el año de 1930 y con él las
administraciones liberales, sin que la carretera se pudiera realizar. En
1934 un avión tuvo que aterrizar en el Líbano, lo que dio lugar a que
se lamentara de que el pueblo había entrado en la era del transporte
aéreo antes que en la del transporte motorizado por tierra. Y esta
irónica situación fue acrecentada por la larga espera de la gasolina,
traída a lomo de muía desde Armero, que tuvo que soportar el
avión30.

29. Eduardo Santa, Arrieros, pág. 137.


30. Después de dar vueltas al Líbano por unos quince minutos, y casi sin
combustible, el piloto hizo aterrizar su delicada nave en un potrero, ubicado
en forma providencial, al oeste de la cabecera. En seguida el capitán Cuéllar
Vargas y su copiloto, el capitán Cotrino, fueron detenidos por las autoridades
municipales, quienes ignoraban el procedimiento apropiado en casos de
aterrizajes de emergencia en la propiedad municipal. Eduardo Santa, Arrieros,
pág. 161.

204
Dos años más tarde, en 1936, Líbano inauguró su carretera que lo
unía con el mundo exterior, algo por lo cual tuvieron que esperar
quince años más Villahermosa, Santa Isabel, Anzoátegui, Casabian­
ca o Herveo-31. Al fin pudieron los camiones llegar a la población para
después llevar su magnífico café al Magdalena y al mundo. La
esperada carretera subrayó la forma un tanto caprichosa en que el
siglo XX llegó al Líbano. Marco Aurelio Peláez, ejemplificó ese hecho
mientras conducía su auto por las calles del poblado en 1918, antici­
pándose a la vía cuya realización aún demoraría dieciocho años. Fue
igualmente el caso de los niños del Líbano, asiduos concurrentes al
cine desde 1918, criados con una dieta de comedias de Charles
Chaplin y Harold Lloyd y de películas clásicas como “Capitán
Blood” y “Ben Hur”, pero que' se maravillaban incrédulos ante la
simple presencia de una avioneta obligada a aterrizar en sus lares a
mediados de 1934, acercándose con reverencia a tocar sus alas, sus
llantas y su maravillosa hélice. Podría también argumentarse que el
Líbano no estaba preparado para la llegada del siglo XX y para los
desafíos que esa época presentaba a las formas tradicionales de vida.
El zapatero Pedro Narváez, encarcelado, debió pensar así mientras
reflexionaba sobre el fracaso de su “Revolución bolchevique” de
192932. Los sucesos del año siguiente, cuando el regreso liberal al
ejercicio del poder fue recibido con actos de violencia en muchas
partes de Colombia, especialmente en Santander, Santander del Nor­
te y Boyacá, fueron suficientes para convencer a los más idealis­
tas que los perniciosos hábitos de pensamiento y acción política
continuaban ejerciendo entre los libanenses una gran influencia.
Después de que los liberales ganaron la presidencia en 1930, se
apresuraron a establecer su autoridad en todas las áreas de la admi­
nistración local. Muchos de los alcaldes nombrados después de esa
fecha eran liberales, y con las elecciones de octubre de 1931 el concejo
se llenó de miembros en su gran mayoría liberales. Los libanenses se
entusiasmaron con la idea de que el gobierno en Ibagué por fin había
dejado de sospechar de ellos y de oponerse a su progreso. “Fue
solamente ayer cuando la gente del Líbano supo que tenía un gobier­
no, un gobernador, un representante en la asamblea”, escribió el
editorialista del semanario libanen^.s^ .?^«í?va^¿z'o>z en 1931. A pesar de
que el editorialista planteaba sus observaciones en el contexto del
partidarismo liberal-conservador tradicional, sus palabras tenían
también implicaciones importantes relativas a la cuestión del regio-

31. Por ejemplo, no llegó la carretera a Villahermosa sino en 1957, y el camino


entre aquel pueblo y Líbano no se terminó sino en 1970.
32. Ver págs. 72-75.

205
206
Vigilancia de la carretera del Líbano, cerca 1930.
nalismo. El consagrado hábito de los políticos colombianos (|. n,.,,
rccer a sus copartidarios, y la tendencia de liberales y coiinci Ví.lmh
colonizar poblaciones y vecindarios en los que predominaban sus
copartidarios, estimularon el regionalismo y las tensiones locales l m
barrio podía verse favorecido al recibir una mayor participación <n
los dineros públicos, mientras otro habitado por “don nadies” polítL
eos podía carecer de asistencia departamental y nacional por años y
aun por décadas. Un periodista libanense hacía hincapié en las des­
tructivas consecuencias de esa práctica. “El regionalismo es tan
amargo en el Tolima y en la nación”, escribió, “que una región ignora
qué riquezas puede tener otra región. Por otra parte, la gente de la
cordillera sí sabe lo que quiere y desea que el Gobierno posea ese
mismo conocimiento de sus necesidades”33.
La felicidad por el ascenso de los liberales a la burocracia política
no era general. Los conservadores se quejaban de sus sufrimientos en
todos los corregimientos del municipio, y una ola de ultrajes relacio­
nados con las elecciones de 1933 puso de presente que algunos de sus
cargos estaban bien fundamentados. Hubo arrestos arbitrarios de
conservadores en Murillo, y homicidios en la calle principal de la
cabecera. Los altercados más graves tuvieron como escenario ese
perenne centro de recalcitrante resistencia conservadora, la vereda de
La Yuca. Allí los campesinos siempre se habían sentido tratados co­
mo parias, una imagen que nunca procuraron borrar. Por su parte,
los liberales jamás pudieron olvidar que había sido el entonces capa­
taz de la hacienda La Yuca el que asesinara al general Isidro Parra, y
que hasta 1930 los conservadores de la vereda habían recibido protec­
ción de sus amigos en los altos puestos. Sólo después de 1930 los libe­
rales del Líbano comenzaron a luchar por el establecimiento de un
puesto de policía en La Yuca, desde donde pudieran mantener la vere­
da bajo una estrecha vigilia. Los conservadores de todo el Tolima
condenaron la propuesta, yen febrero de 1933 reaccionaron furiosa­
mente al enterarse de que tres campesinos de La Yuca habían sido ase­
sinados cuando se dirigían a votar en Líbano. Los representantes
conservadores abandonaron la asamblea departamental, y nadie me­
nos que Laureano Gómez habló contra “la emboscada” y la “odiosa
escena de canibalismo” cometida cuando los cuerpos eran traslada­
dos hacia la cabecera34.
Un evento ridículo pero significativo tuvo lugar en el Líbano a
comienzos de 1934, suministrando pruebas irrefutables de que el

33. Renovación, 14 de noviembre de 1931.


34. Orientación, 25 de marzo de 1933; Laureano Gómez, Comentarios, págs.
30-81. Gómez se refería al incidente descrito arriba.

207
otrora humillado partido liberal podía imponer impunemente su
voluntad sobre el municipio. El conservador José del Carmen Parra
había recibido noticias de que el Directorio Nacional Conservador
era partidario de la abstención electoral, y de que ningún miembro
del parí ido debía participar en los próximos comicios presidenciales.
Pan a obedeció fielmente y se negó aservir como miembro del jurado
electoral, razón por la cual fue encarcelado. Su abrasiva indiferencia
irritó tanto a sus carceleros que éstos resolvieron introducir varios
cerdos dentro de la celda, diciéndole solícitamente
* que los animales le
ayudarían a soportar el frío de las noches libanenses^. Uno de los
más conocidos dirigentes del partido en el país, Augusto Ramírez
Moreno, supo del insulto y envió un comunicado al Directorio
Nacional de Bogotá solicitando su concurso para informar a todos
los conservadores que “las autoridades del Líbano están martirizan­
do al eminente Dr. Parra y amenazando su salud... al poner a gordos
cerdos a dormir junto a él”. Ramírez Moreno tituló su mensaje “El
régimen del cerdo”-6.
Durante los 16 años de Pax liberal, el Líbano continuó sus rápidos
progresos de años anteriores. Ningún otro municipio del Tolima
pudo ganarle ni en cantidad ni en calidad del café, y los libanenses
mantuvieron un notable nivel de realizaciones intelectuales. Entre la
época de su fundación y 1936 se publicaron no menos de 19 periódi­
cos, y entre 1936 y 1950 aparecieron otros nueve. Algunos eran*

35. Entrevista con José del Carmen Parra, el Líbano, Tolima, 4 de marzo de
1971; La Oposición, 18 de febrero de 1934.
36. Juan Saldarriaga, El régimen, págs. 115-117. No fue la primera vez que
Parra se enfrentó a la policía liberal. En una carta en la cual protestaba por el
nombramiento como jefe de policía del Líbano de un Aristides Durán en
noviembre de 1936, contó cómo seis años antes Durán impidió que pronuncia­
ra un discurso en Murillo. Llegaron Parra y los de su grupo precisamente
cuando se terminaba la conferencia liberal. Cuando Parra se levantó para
dirigirse a los conservadores, Durán le apuntó con una pistola en el pecho y le
ordenó callarse. Ya se había congregado allí-una turba que le habría linchado si
no se retiran apresuradamente Parra y su grupo. El Derecho, 14 de noviembre
de 1936. Hubo otro incidente peligroso en el año turbulento de 1930. Dos
notables liberales, Felipe Lleras Camargo y Rafael Parga Cortés, escaparon
por un pelo cuando los conservadores los atacaron durante una gira política
por el Líbano. El joven Parga, recién llegado de Inglaterra, donde vivió
muchos años, todavía no dominaba el idioma de su patria, y sus compañeros
repetían con gusto el consejo sólido aunque pomposo que le ofreció a Lleras en
aquel momento de alta tensión: “Francamente, Felipe, no veo la razón para
que procuremos el derramamiento de nuestra sangre”. Semana, 9deagostode
1952. “ “

208
semanarios de tamaño respetable, formato sofisticado y larga dura-
cíóit”, y todos ellos servían a un área metropolitana con una pobla­
ción no mayor de 10.000 personas a finales de 1946. El municipio
también tuvo su grupo coral popular, que hizo giras por el departa­
mento, un conjunto de cuerdas y hasta un capítulo de la Sociedad
para la prevención de la crueldad sobre los animales. Si el espíritu de
Isi^iro Parra hubiera rondado alrededor del Líbano durante aquella
edad de oro cultural, sin duda hubiera ' sonreído ante la lectura y
discusión de libros por parte de la élite literaria de la población. Las
ideas brincaban a la vida en el aire limpio y templado, y la inteligencia
se remontaba más allá de las montañas de la aldea. Esta liberación
espiritual ocurrió algunas veces a un costo trágico. El 24 de mayo de
1945 Raúl González Londoño, de 17 años de edad, se suicidó des­
pués de haberse sumergido en los escritos filosóficos de Federico
Nietzsche. Mientras agonizaba envenenado por la estricnina, el joven
escribió una larga y melancólica despedida a su mejor amigo, Eduar­
do Santa. Su carta fue publicada posteriormente en Unión Juvenil,
una revista literaria fundada y dirigida por ambos37 38.
La fama del Líbano como una bucólica Atenas de la Cordillera no
se extendió muy lejos hacia el campo que lo rodeaba. Las comodida­
des físicas no abundaban y el nivel general de vida era muy bajo. Los
corregimientos de Tierradentro y San Fernando no tenían servicio de
electricidad incluso al finalizar la década de 1940, y a ninguna de las
dos veredas podía llegarse sino a lomo de muía o a pie. Las miserables
condiciones de salud se reflejaban en las estadísticas de 1946. En
noviembre de ese año murieron cerca de cien niños en una epidemia
de sarampión y fiebre tifoidea39. La carencia de facilidades sanitarias
en las zonas rurales y el parasitismo intestinal en la población del
campo contribuyeron fuertemente a esa erupción endémica. Tampo­
co pudo el campesino gozar de las mismas facilidades culturales de la
cabecera. Su entretenimiento era de una clase más sencilla y algunas
veces más peligrosa. Uno de los pasatiempos favoritos, al menos
entre los espectadores, era el duelo espontáneo a machete. Cada
vereda del municipio tenía la relación de uno o más de estos duelos
dentro del cuerpo de su folklore, y los vecinos se excitaban con los

37. Se citan aquellos periódicos en Eduardo Santa, Arrieros, págs. 166-176.


38. Unión Juvenil, junio 1945;entreviitaconCarloticaGonzálezdeGómez, 10
de julio de 1974; entrevista con Daisyde Piñeros, 10 de julio de 1974; Eduardo
Santa, tí rrieros, págs. 175-176. CarloticaGonzález de Gómez es la hermana de
Raúl González. •
39. La Voz del Líbano, 14 de diciembre de 1946.

209
relatos golpc-a-golpc de esos sucesos espectaculares4°. A medida que
pasó el tiempo los duelos se hicieron menos frecuentes, pero de todos
modos siempre ocurrieron. El 10 de agosto de 1946, la prensa del
I.i baño registró el duelo a machete y escopeta que tuvo lugar entre
dos familias. Los Salinas y los Calderón se pelearon las veredas de
Paraguas y 'Papero, cerca de Santa Teresa, hasta cuando todos los
hombres comprometidos quedaron muertos o heridos4*.
Otro factor de la vida del campo fue el bandolerismo endémico,
particularmente en las tierras altas y poco pobladas. Dos tradiciona­
les refugios de los quebrantadores de la ley eran los altos de la
cordillera en el occidente y los cuchillos de San Jorge y Descabezada,
un nudo de empinadas y arborizadas montañas que formaban un
lindero natural entre Líbano y Lérida, en el oriente. Se hicieron
constantes solicitudes a los gobiernos local y departamental para que
se creara allí una fuerza rural de policía. Una racha de solicitudes se
presentaba cada vez que alguien caía asesinado por los bandidos.
Era poco menos que imposible capturar a los facinerosos porque
éstos transitaban por la cordillera, de un lado para otro, sin dificulta­
des. Durante un período de tres meses, en 1941, se registró la muerte
de seis campesinos por “maleantes de otros departamentos quienes...
uniéndose a algunos de nuestros propios ladrones, llevaban a término
sus siniestros planes’^2. La policía que registraba las veredas de
Salaneta y El Tesoro, en el corregimiento de Convenio, regresaron
con varios cuchillos, rifles y aun seis granadas de mano.
Disfrazarse de oficiales de la policía era un truco especialmente
eficaz utilizado por los criminales. Este recurso se hizo cada vez más
frecuente a medida que crecía la tensión política durante los años
cuarenta. Una razón por la cual los estafadores encontraban fácil
disfrazarse era la calidad inferior del personal adscrito a los diversos
cuerpos municipales. Muchos oficiales utilizaron la fuerza armada
cuando no era necesario, defecto agravado por la ignorancia y la
incompetencia de la mayor parte de ellos. Por supuesto, esto se debía
a la falta de entrenamiento y de profesionalismo. En 1942 la Policía
Nacional consiguió enviar al Líbano un grupo particularmente des­
preciable de agentes, que en un corto período de tiempo amenazaron
con apoderarse del municipio. Ciudadanos honrados eran detenidos
y golpeados por razones ínfimas o sin motivo. Los campesinos eran40 42
41

40. Uladislao Botero, fundador del pueblo de Santa Teresa, describió un


duelo parecido que se presentó en las calles del pueblo en 1920. Alberto Gómez
Botero, a quien se lo contó Botero, lo volvió a narrar al autor en 1971.
41. La Voz del Líbano, 10 de agosto de 1946.
42. La Voz del Líbano, 6 de septiembre de 1941.

210
víctimas de abusos y provocaciones, y algunos eran obligados a llevir
lina vida errante por el simple capricho de los oficiales. Quienquiera
que caminara en la noche por la calle era sometido a arreste/-’.
Hacia la década de 1940 comenzaron a agitarse en Bogotá unas
extrañas y nuevas corrientes políticas que enturbiaron las aguas de la
vida municipal. Primero vino la división del liberalismo en 1942, lo
que dio lugar a que algunos libanenses respaldaran al candidato
presidencial Alfonso López, mientras otros apoyaban al disidente
Carlos Arango Vélez. Antonio María Echeverri respaldó a este últi­
mo en su causa perdida, por lo cual el director lopista de La Voz del
Líbano, Leónidas Escobar, reprendió al anciano general en una carta
supuestamente escrita por un copartidario suyo de Tierradentro: “Lo
saludo con mucha amistía y cariño. Le deseando están gueno su
mcrce’ y sus niños esperando se recuerde de este su negro Sancho a
quien usted hace años lo nombró policía. Cuando fue hasta el Senao’
por la Virgen María siendo yo un pobre diablo con mujer y sin
rancho”44.
“El viejo Sancho” seguía razonando que López podría ayudar a los
pobres, y que su patrón también debía votar por él. No logró conven­
cer a Echeverri, sin embargo, y el general encabezó las huestes de
Arango Vélez en el municipio, obteniendo el 25% de los sufragios.
Un nuevo elemento perturbador en la vida municipal llegó con el
ataque conservador a Alfonso López en 1942. Cuando éste, finalmen­
te, fue desalojado de su cargo en 1945, los conservadores de toda la
cordillera supieron que había llegado el día de cobrar las cuentas.
Ambos bandos sabían que los tiempos difíciles se aproximaban, y
ambos reaccionaron, como era ya tradicional, armándose. Circula­
ron rumores de que a comienzos de 1945 un barco español había
surcado las aguas del río Magdalena entregando a lo largo de la ruta
cajas grandes, pesadas y rectangulares. Se supo que varias de esas
cajas fueron cargadas en camiones y luego llevadas a la cordillera
para distribuirlas entre personas desconocidas, y los funcionarios
liberales adelantaron pesquisas en Santa Isabel, Líbano, Villahermo­
sa, Casabianca y Herveo. Nunca las encontraron, pero los rumores
enervaron y aterrorizaron a la gente a medida que se acercaban las
elecciones de 194645.
Los liberales del Líbano se lanzaron al pánico a comienzos de 1946,
cuando el partido repartió sus votos y permitió que Ospina Pérez
ganara la presidencia. Anticipándose a la inevitable poda burocrática4345
44

43. Lv Voz del Líbano, 28 de febrero, 7 de marzo, 26 de septiembre de 1942.


44. La Voz del Líbano, 18 de marzo de 1942.
45. La Voz del Líbano, 14 de julio de 1945. '

211
advirtieron en su periódico local que el Líbano “era, es y continuará
siendo una ciudadela del liberalismo”, que “el liderazgo municipal
probablemente continuará en manos de los liberales” y que el nuevo
gobierno no debería ignorar la voluntad mayoritaria en sitios como el
Líbano46. Parecía, al comienzo, que Ospina hubiera escuchado esta
advertencia, porque hizo que el gobernador nombrara a un respetado
liberal de la localidad, Neftalí Larrate, para el puesto de alcalde. Sin
embargo, al cabo de un mes Larrate fue reemplazado por el conserva­
dor Benjamín Villegas, cambio éste que provocó gran excitación
entre los liberales, que enviaron en vano varias comisiones ante el
gobernador Melendro Serna para rogarle que cancelara el nombra­
miento. Villegas permaneció en el cargo pero prometió que, a pesar
de ser conservador, haría un buen trabajo. No obstante, envió corre­
gidores conservadores a Murillo y San Fernando, lo que dio ocasión a
que los liberales de estos corregimientos pronto se quejaran de actos
inamistosos por parte de los nuevos funcionarios47.
Afortunadamente, el nuevo alcalde no tardó en dar muestras de ser
un gobernante moderado, interesado únicamente en hacer el bien y
en mantener el partidismo en su mínima expresión. De hecho, Ville­
gas se entendió tan bien con los liberales que para fines de 1947 elogió
los logros del concejo, que estaba controlado por ellos. La dulzura y
la luz que irradiaba la administración municipal resultaban mucho
más impresionantes cuando se las comparaba con las condiciones
imperantes en los demás municipios de la cordillera. Las mayorías
conservadoras en los pueblos hermanos del Líbano castigaron a las
minorías liberales con un vigor que obligó al Gobierno a enviar
alcaldes militares a Anzoátegui, Santa Isabel, Villahermosa, Herveo
y Fresno apenas un año después de la posesión de Ospina Pérez.
Santa Isabel, con el peor expediente de violencia civil en años anterio­
res, comenzó a perder su población liberal a comienzos de 1948. “La
vida civil en Santa Isabel está destrozada”, escribió un liberal que
vivía allí, analizando la “mística de la represalia” que caracterizaba
por igual a liberales y conservadores48.
A partir de 1948 la tensión comenzó a crecer. Ni el alcalde Villegas
ni el concejo liberal fueron capaces de frenar la fiera oratoria emana­
da de la capital de la República y transmitida al Líbano a través de la
radio y los periódicos. El mismo día que Jorge Eliécer Gaitán realizó*

46. La Voz del Líbano, 13 de julio de 1946.


47. La Voz del Líbano, 5 de octubre, 26, de 1946.
48. La Voz del Líbano, 8 de noviembre de 1947; 3 de abril de 1948. Para más
detalle acerca de Santa Isabel, ver la Introducción.

212
su gigantesca marcha del silencio en Bogotá, un semanal• lo drl I Iba
no exaltó el malestar que reinaba publicando un extenso ailbül-
titulado “El barbarismo continúa”: “Cadáveres de chuJatlaant j|W •
rales sacrificados por la causa son ahora exhibidos en r.iiiipu y
aldeas, colgados de los árboles, mientras los buitres atraídos por la
putrificación se dan apetitosos manjares. Todo esto ante la cumpla
ccncia del señor gobernador del departamento. El presidente ( )spina
. Los liberales del Líbano se apropiaron d<-l
¿qué dirá a todas estas?”4950
grito de “asesinos” pronunciado por sus hermanos de otras pa i íes de
Colombia en contra de los conservadores.
Después del rompimiento de Gaitán con el gobierno de Unión
Nacional de Ospina Pérez, el primero de marzo de 1948, muchos
policías del Líbano renunciaron a sus puestos para dedicarse plena­
mente a las batallas del gaitanismo. Los liberales del municipio
escogieron sus delegados a la “Convención de Municipios” citada
para fines de abril, y tomaron las medidas preliminares para realizar
una eficaz resistencia civil a nivel local. Dos semanas antes del 9 de
abril, La Voz del Líbano publicó en primera página la terrible compo­
sición fotográfica del presidente Ospina con campesinos muertos a su
lado, que previamente había aparecido en el periódico gaitanista
Jornada, Debajo de la foto se leía: “El sábado 6 de marzo, mientras Su
Excelencia... bailaba en el Venado de Oro, delincuentes políticos de
Boyacá asesinaron y mutilaron al presidente del concejo de San
Cayetano, Pedro Ignacio Sarmiento; a su esposa, Blanca Rojas; a su
hija Saturnina, y a sus dos pequeños hijos”5°.
Como en muchos otros municipios liberales del departamento, los
líderes locales del Líbano se comportaron responsablemente el 9 de
abril, pero se comprometieron a pesar de todo. Una “junta cívica”,
que algunos tildaban de junta revolucionaria, se formó en la cabecera
y en cada uno de los cinco corregimientos. El alcalde Villegas fue
reemplazado por Neftalí Larrate. Ciudadanos liberales acompaña­
dos por la policía mantuvieron unidades de combate alrededor de la
población para protegerse contra algún ataque de los conservadores
de Santa Isabel y Villahermosa, y aconsejaron a los conservadores
libanenses que no se asomaran a la calle. Gracias a esta actuación
nadie murió, y se presentaron pocos daños a la propiedad. Algunos
días después llegaron tropas del ejército nacional desde Caldas, con
órdenes de reprimir la rebelión liberal. Conservadores atemorizados,
que habían huido por los caminos de la cordillera mientras la pobla­
ción aún estaba en plena turbulencia a causa de la muerte de o ¡ailiin,

49. La Voz del Líbano, 7 de febrero de 1948.,


50. La Voz del Líbano, 27 de marzo de 1948.

213
afirmaban que la sangre corría por las calles, que los liberales viola
ban a las mujeres conservadoras y que los habitantes del Líbano yda
Villahermosa se encontraban envueltos en una magna batalla. Du •
rante más de una semana el comandante del ejército proveniente de
Caldas mantuvo a la mayoría de los líderes liberales en la cárcel, j
sólo los puso en libertad cuando estuvo seguro de que la subversiór
había terminado51.
Durante el año que siguió a la muerte de Gaitán, el Gobierne
abandonó todo intento de complacer a la mayoría liberal del Líbano.
Nombró a conservadores para administrar los cinco corregimientos y
el gobernador militar no prestó ninguna atención a las quejas
liberales contra los alcaldes nombrados por él. Los campesinos con­
servadores se volvieron también más agresivos que nunca: mantenían
reuniones de autodefensa en la vereda de La Yuca y se juntaban con
sus copartidarios de Santa Isabel para efectuar labores no confesas.
Los liberales alegaron que el plan era lanzar un ataque coordinado
contra Murillo y San Fernando. Los miembros del clero unieron
fuerzas con los conservadores. En los meses difíciles de mediados de
1949 los sacerdotes comenzaron a denunciar a los liberales desde el
púlpito. Los campesinos liberales de Villahermosa trajeron a sus
niños al Líbano para ser bautizados, porque el párroco de su locali­
dad les negaba ese sacramento, y en Murillo numerosos liberales
escribieron al buen padre José Rubén Salazar rogándole que prohi­
biera a los curas Tello y Soto pronunciar sermones antiliberales. El
reverendo Soto era tan efectivo como orador que una vez, mientras
vociferaba un sermón incendiario en Murillo, la policía cerró todas
las cantinas del poblado para evitar disturbios52.
Antes de las elecciones de noviembre de 1949, los conservadores
arreciaron sus abusos contra los liberales. El directorio liberal local
denunció a personas que viajaban por el campo recogiendo las cédu­
las de los liberales con el pretexto de que no eran válidas para la
próxima elección presidencial. El 17 de septiembre y el 8 de octubre
dos conservadores notorios por su sectarismo fueron nombrados
inspector de policía en Convenio y corregidor de Tierradentro. Entre­
lazada con las maniobras políticas había una buena dosis de delin­
cuencia común en todo el municipio. Se rumoraba que “un extranje­
ro” había organizado un “ejército” de cien campesinos en la zona de
La Yuca; al norte, en la vía hacia Villahermosa, las haciendas libera­
les eran asaltadas, y en Murillo los ladrones organizados robaban a
conservadores y liberales por igual. Campesinos normalmente pacífi-*

51. ¿a Voz del Líbano, 24 de abril de 1948.


52. La VozdelLíbano, 3dejuliode 1948;23dejuliode 1949; lódeabrilde 1949.

214
eos fueron arrastrados por la exaltación de aquellos días, El hijo tld
conservador Oliverio Ordóñez, jornalero de la finca del liberal ('am­
po Elias González, tuvo un intercambio de palabras duras con su
capataz y sin fórmula de juicio le cruzó la cara con el machete y le
gritó: “Esto es para que estos rojos hijos de puta de Santa Teresa se
calienten’^.
Los libanenses no podían hacer mucho para detener las actividades
de aquellos individuos que operaban en una forma estrictamente
ilegal, pero, en cambio, sí pudieron resistir la violencia que desataron
contra el municipio los administradores políticos departamentales y
nacionales. Antes del 9 de noviembre de 1949, el concejo era su mejor
defensa. En julio, agosto y septiembre, destacados miembros del
concejo permanecieron en constante comunicación con el goberna­
dor Arciniegas, y cuando éste nombró como alcalde a un conservador
extremadamente impopular llamado Mamerto González, el concejo
convocó a la resistencia civil en todo el municipio. El presidente de la
corporación, en su telegrama al gobernador, justificó la reducción de
algunos sueldos y la abolición de algunos puestos normalmente bajo
el control del alcalde diciendo que “Mamerto González es bien
conocido aquí por sus trágicos antecedentes en relación con el libera­
lismo del municipio... haciendo de él un individuo totalmente inacep­
table como alcalde”. En julio el concejo también amenazó con anular
el contrato mediante el cual el Líbano ayudaba a subsidiar a la policía
municipal, a menos de que se elevara la calidad moral del personal de
ese cuerpo. En ambos casos el municipio logró defenderse contra el
gobierno central. El gobernador Arciniegas nombró como alcalde al
prominente liberal Luis Eduardo Gómez durante la primera semana
de agosto, y a comienzos de septiembre retiró al teniente Alzate,
comandante de la policía chulavita del Líbano. Alzate fue reemplaza­
do por un hombre más moderado53 54.
Una vez decretado el estado de sitio en noviembre de 1949, los
liberales del Líbano se colocaron a la defensiva. El concejo fue
disuelto, y un gobierno militar reemplazó al gobierno civil. A finales
de 1949 sólo pudieron hacer notar en las páginas de su periódico, tan
duramente censurado, que ellos entendían la necesidad de cerrar
algunos concejos abiertamente subversivos, pero añadían que “cuan­
do está hecho de gente responsable como el que nosotros tenemos en

53. La Voz del Líbano, 13 de agosto, 17; 10 de septiembre, 17,24; 8 de octubre,


11 de 1949. ~
54. Luis Eduardo Gómez rechazó el puesto y un abogado joven, oriundo de
Villahermosa, de nombre Eduardo Alzate, fue nombrado en su lugar.

215
Líbano, el concejo puede llevar a cabo mucha buena cosa... su
*reciente cierre es una tragedia”55.
Todos los libaneses, tanto liberales como conservadores, estaban
disgustados con el estado de cosas en el municipio, pero sabían que,
en comparación con las regiones vecinas, tenían mucho de qué estar
agradecidos. Un periódico captó el ánimo local en un editorial del 18
de marzo de 1950 titulado “Líbano, tierra de paz”: “Mientras las
pasiones políticas están atormentando 'a nuestros conciudadanos en
todas partes”, escribió su director, Leónidas Escobar, “y mientras el
duelo y la pena se generalizan, el Líbano continúa siendo una tierra
de paz y de trabajo, en donde no se han eclipsado aún los ciudadanos
virtuosos...’^6. El sentimiento de Escobar fue compartido por sus
lectores, ya que en muchos sitios cercanos se habían presentado
graves incidentes de violencia política durante más de tres años. Al
sur del Líbano, en Santa Isabel, las cosas continuaban tensas. Hacia
el norte, en Villahermosa, el colapso político se aceleraba. Un alcalde
militar tuvo que ser enviado allí en septiembre de 1947, y a comienzos
del año siguiente fueron dinamitadas las casas de varios líderes
liberales de la localidad. Poco antes de la elección presidencial de
1949 el municipio se inundó con el rumor de que rifles de alto calibre
estaban siendo distribuidos entre algunos conservadores. El zapatero
Luis Castillo fue nombrado alcalde el mes anterior a los comicios y,
según contaron los refugiados liberales que llegaron al Líbano, dicho
individuo comenzó una fiera persecución con la ayuda del jefe de la
policía, Víctor Cobo, y de un director conservador de apellido Espi-
da’7. Hacia 1950, aquellos liberales que habían huido hacia el Líbano

55. La Voz del Líbano, 10 de diciembre de 1949.


56. Entre los municipios colombianos el Líbano no era el único que tenía
buenos ciudadanos que pudieron resolver sus diferencias en beneficio de
todos. Paúl Oquist, en Violencia, conflict, andpolitics, pág. 381, describe cómo
la élite política de Aguadas, Caldas, al otro lado de la cordillera, organizaba
ceremonias anuales de “lealtad mutua” durante los años de la Violencia,
precisamente para fortalecer la resistencia municipal contra aquel fenómeno.
Aguadas es, sin embargo, un municipio conservador en un departamento
mayoritariamente conservador. Sus ceremonias de lealtad mutua eran, en
efecto, una promesa de tres cuartos de la población conservadora a la minoría
liberal para que ésta no tuviera que arriesgar la vida, ni emigrar, ni establecer
bandas de guerrilleros, etc. Cuán distinto era Aguadas, de Santa Isabel
—también conservadora— en el Tolima; cuán trágico era Líbano, donde los
mejores esfuerzos de la él i te municipal fueron derrotados por acontecimientos
que los frustraron y al fin negaron.
57. La Voz del Líbano, 11 y 22 de octubre de 1949.

216
desde las áreas adyacentes, predominantemente conservadoras, po­
dían estar de acuerdo con que su nuevo hogar era “una tierra de paz’’.
Era algo milagroso que en la Colombia de 1950 —país que vivía
bajo estado de sitio y el azote cada vez más duro de la Violencia—
existieran aún algunos sitios como Líbano, donde se gozaba de
relativa tranquilidad. Incluso después que toda la cordillera del Toli­
ma cayera en la anarquía, sólo el municipio de Isidro Parra mantenía
un cierto grado de responsabilidad gubernamental. Durante 1950 y
1951, fuertes alcaldes militares condujeron una exitosa y permanente
batalla contra los cuatreros, ios facinerosos, los liberales y conserva­
dores inclinados a la violencia y contra toda suerte de actividades
ilegales. El teniente coronel Ramón Peñaranda Yáñez, a quien los
liberales apodaban Coronel Peligro, mantuvo al municipio bajo una
autoridad draconiana a lo largo de los meses de su mandato. Entre las
operaciones militares de Peñaranda y la fuerte presión del liderazgo
local se pudo, en cierta forma, controlar la violencia creciente. Luego,
en febrero de 1951, un funcionario del gobierno de Laureano Gómez
tomó una decisión que encaminó al Líbano hacia la ruina: ordenó el
retiro del Coronel Peligro y de sus tropas del ejército regular, en la
aparente esperanza de que la policía nacional y unos cuerpos recien­
temente organizados bajo el nombre de Policía Rural pudieran man­
tener el orden58. Los liberales declararon más tarde que esa acción
formaba parte de un complot conservador para lanzar al municipio a
la Violencia y postrarlo ante la dictadura de Gómez. La teoría de la
conspiración es uno de los muchos cargos expost/acto comunes en el
estudio de la Violencia, y tiene que ser tomada con cierto escepticis­
mo. Pero hay una parte de ella que sí es absolutamente cierta: el retiro
de las tropas del ejército debilitó de tal manera al Líbano que las
fuerzas del orden ya no pudieron detener la carrera hacia la
Violencia.
En los primeros meses de 1951 se presentó una nueva forma de
criminalidad en las sufridas tierras altas alrededor de Murillo. Foras­
teros poderosamente armados cruzaron las montañas desde Caldas y
esparcieron el pánico con amenazas de muerte a todos aquellos que se
negaran a huir. Esto fue lo que tuvieron que hacer numerosos campe­
sinos de la región durante el curso del año, dejando que los forajidos

58. Cuando se anunció la retirada; se oyó este comentario de un libanense.


“Lástima que no retiraran la policía. Si me dejaran en paz yo respetaría la ley”.
El gobernador de entonces, Octavio Laserna, dijo que se encontraban tropas
en el Líbano “por lo menos hasta diciembre de 1951”. Aunque bien pudiera
haber soldados y oficiales en el municipio, no existía ninguna instalación
permanente allí.

217
saquearan sus humildes estancias59. Algunos liberales obligados a
salir de sus hogares encontraron asilo en el oriente del Líbano, donde
pudieron unirse con otros refugiados para formar unidades de “auto­
defensa" o, como las llamaban las autoridades, guerrillas.
Durante las dos primeras semanas de julio, toda la cordillera del
norte se encontraba en estado de permanente agitación. Informes de
asesinatos llegaban en cantidades desde el campo, grandes cuadrillas
de hombres en armas vagaban por las montañas cometiendo horren­
dos crímenes, y los ciudadanos obedientes de la ley trataban por
todos los medios posibles de mantenerse cerca desús hogares6°. El 14
de julio Antonio Almansa, una persona bien conocida en la cabecera
como alcohólico y militante liberal, estaba en una cantina tomando
trago con varios compañeros. De pronto Almansa se tornó violento
—algunos dijeron que había atacado con cuchillo a un
conservador—, fue arrestado y, mientras estaba en la cárcel, aporrea­
do en forma mortal. El jefe de la seguridad, Pablo E. Casafranco,
informó a la familia de Almansa que éste había muerto de “una
uremia aguda", pero pronto la verdad fue conocida por los liberales
de todo el municipio. Muchos acompañaron el desfile mortuorio de
Almansa hasta las afueras de la ciudad, para su entierro en el cemen •
terio municipal, y quienes presenciaron esa dolorosa procesión se
dieron cuenta de un detalle ominoso: siguiendo al cortejo iban dos
camiones cargados de policía. Poco menos de quince minutos des­
pués, el estallido de disparos procedentes del cementerio les informó
a los libanenses que la Violencia había hecho por fin su aparición
entre ellos61.
La policía declaró más tarde que los liberales tenían el plan de
atacar sus cuarteles después del entierro. Aunque nunca pudo pro­
barse, los liberales acusaron a la policía de haber colocado a uno de
sus propios hombres en medio de los dolientes. Cuando el grupo se
acercaba al cementerio, alguien que posteriormente nunca pudo ser
identificado comenzó una arenga contra el gobierno conservador y
sus paniagudos chulavitas. Hubo cruce de insultos, la policía abrió

59. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 96-97.


60. Tribunado. ¡bagué, 1-15 de julio de 1951, da a entender que la vida civil se
había venido abajo en los campos del norte del Tolima, en particular en las
regiones del Líbano y Santa Isabel.
61. Hay desacuerdo sobre la fecha en que Almansa atacó al alcalde: si ocurrió
el 16 de julio o unos días antes. Germán Guzmán, La Violencia,, parte
descriptiva, págs. 96-97, y Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”. También
Tribuna, 28 de julio de 1951; entrevista con Alberto Gómez Botero, 4 de marzo
de 1971.

218
fuego y siete libaneses cayeron. Hugo Forero Parra y Juan Sar nlPuto
perdieron la vida al instante, y varios otros resultaron grnv.m.
heridos, aunque entre ellos no se contaba ningún policía0’.
Las noticias sobre la matanza en el cementerio se cspaon ion
rápidamente por el municipio, repetidas por campesinos furibundos,
que se encontraban en los caminos de Convenio, Tierradentro, Sania
Teresa y las demás veredas liberales del Líbano. La vida se había
hecho más tormentosa en el oriente del municipio desde cuando los
refugiados de la violencia económica en las tierras altas de Murillo
comenzaron a llegar a principios del año, portando escopetas, pisto­
las y viejos rifles Gras que no habían sido disparados con cólera desde
la Guerra de los Mil Días. Para las guerrillas recién formadas del
Líbano, el fusilamiento de sus compatriotas era equivalente a una
declaración de guerra por parte de la policía chulavita. De repente les
había llegado su hora a todos los godos, fueran ellos policías o
sencillos campesinos. Cuatro días después del incidente del cemente­
rio, entre cuarenta y cincuenta guerrilleros atacaron y aniquilaron
una patrulla de cinco agentes al sur de Santa Teresa. Civiles conserva­
dores comenzaron a caer en emboscadas al oriente del municipio, en
lo que parecía ser el inicio de la venganza por los sacrificados en el
cementerio. Menos de un mes más tarde se informó de la muerte de 17
conservadores en varias partes del municipio. La policía era incapaz
de hacer contacto con las guerrillas excepto bajo condiciones impues­
tas por éstas. El comandante de la fuerza rural, Ernesto Cardona
Arias, describió la imposible situación a que hacían frente sus hom­
bres. Contó de una patrulla que viajaba hacia una choza arriba de
Convenio, en donde fueron arrestados tres hombres y dos mujeres
acusados de ayudar a las guerrillas. A su regreso las tropas se toparon
con otro destacamento enviado a buscarlos y continuaron la marcha
hacia Convenio con los prisioneros, dejando que la segunda patrulla
reconociera el campo en busca de señales de actividad guerrillera. De
repente cayeron sobre ellos unos cuarenta o cincuenta hombres
armados arrinconando a la policía en una casa de hacienda donde
fueron muertos varios agentes. Una semana más tarde, cuando una
fuerza mayor y mejor organizada del ejército y la policía barrió el
área entre Convenio y San Fernando, no encontró absolutamente
nada. Las guerrillas liberales habían escapado por el cerro de San
Jorge al municipio de Lérida62 63.
62. Luis Eduardo Gómez, “El Líbano”.
63. Tribuna, 26 de julio, 7 de agosto de 1951. Tribuna, 12 de agosto de 1951,
publicó los nombres de los conservadores asesinados en el Líbano durante el
mes anterior, y añadió que la guerrilla, a quien se creía responsable de sus
muertes seguía sus depredaciones en Lérida.

219
Mientras tanto, en la cabecera todo estaba en confusión. Los
liberales del Líbano se encontraron con que las autoridades munici­
pales y algunos lideres eclesiásticos les echaban la culpa de lo ocurri­
do en el cementerio. Los familiares de Hugo Forero y Juan Sarmiento
no lograron que el párroco los enterrara según el rito católico, y dos
prominentes liberales que le pidieron al obispo de Zipaquirá, monse­
ñor Buenaventura Jáuregui, que intercediera por ellos, fueron recha­
zados de inmediato. El alcalde Jesús Rengifo Reina habló a sus
conciudadanos desde el balcón de la casa cural, el 20 de julio, con
estas palabras: “Libanenses: si ustedes no cesan de atacar a las autori­
dades legítimamente constituidas y a los representantes del doctor
Laureano Gómez, todo lo que ustedes pueden esperar es la prisión, el
exilio, la persecución, el encarcelamiento y la pérdida de sus
propiedades”64.
Entre la masacre del cementerio y las consiguientes represalias por
parte de las guerrillas liberales, los miembros de la élite política del
Líbano trataron de restaurar, en alguna medida, la paz que disfruta­
ba el municipio. No obstante, en la primera semana de agosto,
cuando el secretario de gobierno del Tolima, Daniel Valencia, viajó
hasta la cabecera para una reunión con los dirigentes liberales y
conservadores, encontró los almacenes cerrados y las calles desiertas.
La otrora abierta y próspera comunidad tenía el aspecto de.una
población fantasma. Líbano había perdido su impulso; su espíritu de*

64. La fuente en que se encuentran estos comentarios del alcalde Rengifo es un


manuscrito sin publicar perteneciente a los herederos del doctor Luis Eduardo
Gómez. Los dos que viajaron a Zipaquirá eran Gómez y Evelio González
Botero. Gómez, aunque testigo presencial de muchos de los sucesos narrados
aquí, no los observaba desinteresadamente. Tampoco era desinteresado el
alcalde Jesús Rengifo, quien renunció a su cargo unos veinte días después de
los supuestos comentarios que hizo desde el balcón de la casa cural. En su
último pronunciamiento oficial culpó a los bandidos del Líbano, quienes,
decía, eran organizados por forasteros del Valle de Cauca, y así buscó la
manera de excusarse a sí mismo de alguna responsabilidad en el triste suceso
del cementerio. En efecto, llegó a felicitarse a sí mismo ya su asistente, Abel de
la J. Guifo, por haber dado la orden a la policía de disparar contra los liberales.
En su relación final de la situación en el Líbano, citó los nombres de catorce
conservadores y seis liberales muertos en el municipio desde el tiroteo en el
cementerio, y dio la cifra de veintiséis casas quemadas. Dijo también que desde
la primera semana de agosto había vuelto la tranquilidad al pueblo y que las
familias que huyeron del campo habían empezado a volver a sus casas. Alabó
al padre Rubén Salazar y al jefe conservador Eusebio Barrero y Barrero por
haber defendido a los liberales que vivían en las afueras de la cabecera.
Tribuna, 12 de agosto de 1951.

220
cohesión y de comunidad estaba destrozado; y su eupaiithil país
ponerse al frente del departamento en el terreno económico y, mi m al
quedó destruida por la Violencia. El resultado de las consulta. ikl
señor secretario con los liberales y los conservadores del Líbano lm
un pacto conjunto de paz que condenaba “el bandolerismo’’ y pi<®
metía a los seguidores de cada partido en el campo plena protección
. Los participantes en “la conferencia de paz” tenían las
de la ley6566
67
mejores intenciones y lo que todo el mundo deseaba más ferviente­
mente era la paz, pero no pudieron hacer nada para detener lo que
estaba sucediendo en las zonas rurales. Las guerrillas vagaban libre­
mente por toda la región, amedrentando a indefensos agricultores y
colocándole trampas a la policía en cada oportunidad. Alrededor de
Murillo, la Violencia fue especialmente aguda durante el lapso final
de 1951. Un oficial del ejército, estacionado en el municipio por
aquella época, observó los cuerpos de no menos de cincuenta campe­
sinos traídos al corregimiento durante los últimos meses de ese año66.
La guerrilla agudizó su terrorismo a comienzos de 1952. Su truco
predilecto era tomar rehenes conservadores, asesinarlos y realizar
emboscadas con los cuerpos de los muertos en los caminos que
conducían a Convenio y Tierradentro. Cuando la policía se presenta­
ba para recoger los cadáveres y explorar el campo vecino, los violen­
tos atacaban. La vida era tan insegura que la gente de todas las
condiciones comenzó a emigrar a otros municipios. Aquellos conser­
vadores tan arriesgados que se querían quedar empezaron a recibir
circulares en que se les advertía que serían eliminados por guerrillas
de Mesopotamia, una región entre la cabecera y San Fernando67.
El foco de la actividad guerrillera era el oriente del Líbano, área
casi totalmente liberal y salpicada de cientos de fincas cafeteras, en las
que el fresco follaje proveía escondite para los merodeadores arma­
dos. En el extremo norte de esta comarca cruzaba una polvorienta
carretera que unía al Líbano con el valle del Río Magdalena a unos
cuarenta kilómetros de distancia. A todo lo largo de la ruta había
escarpadas montañas y, de tanto en tanto, chozas rústicas que servían
de puestos de aprovisionamiento para cientos de familias campesinas
que habitaban las granjas cafeteras. Al oriente y un poco al norte de la
cabecera estaba la vereda de Campoalegre, y unos once kilómetros
más allá el corregimiento de Convenio. Ambos caseríos eran frecuen-

65. Semana, 11 de agosto de 1951.


66. La carta dirigida por el oficial a Luis Eduardo Gómez está incluida en “El
Líbano”, el manuscrito sin publicar de éste.
67. Entrevista con Luis Eduardo Gómez, 3 de marzo de 1971; El Siglo, 27 de
abril de 1952. •

221
lodos por las guerrillas liberales que recorrían Tierradentro, Santa
Teresa y San Peinando. Hacia marzo de 1952 la situación se había
turnado insoportable, y al final del mes los líderes de la localidad
tomaron la irrevocable decisión de pedir refuerzos adicionales de
policía para una operación contra las guerrillas que actuaban en un
deshabitado nudo de montañas conocido como LaTigrera. El gober­
nador Francisco González atendió feliz la solicitud de castigar a las
guerrillas liberales, y el miércoles 2 de abril llegó al Líbano con el
comandante de la policía nacional, general Galeano, el teniente
comandante Villamizar y un invitado especial, Enrique Urdaneta
Ilolguín, hijo del presidente en ejercicio, Roberto Urdaneta Arbe-
láe//’8. Sus hombres iniciaron el jueves una cautelosa barrida de todo
el territorio, llamada eufemísticamente “de pacificación”. El día
anterior a su regreso a Ibagué el gobernador llevó al joven Urdaneta a
un sitio ventajoso, al occidente del poblado, con el objeto de permitir­
le una vista panorámica del teatro de las operaciones militares. Para
los liberales intransigentes, ese corto paseo tuvo el sabor de una
excursión caballeresca con el ánimo de mirar cómo los cazadores
profesionales perseguían a su presa humana69.
Para el final de ese viernes la pacificación de las guerrillas liberales
parecía estar en plena marcha, y el gobernador González y su comiti­
va se alistaron para partir temprano a la mañana siguiente. Pero
mientras los visitantes hacían sus maletas, las guerrillas estaban
preparándoles una desagradable sorpresa. Habían conocido el mo­
mento en que el gobernador tenía intenciones de abandonar el pue­
blo, y se movilizaron rápidamente a un sitio sobre la carretera por la
cual el funcionario tenía que pasar forzosamente. Doce kilómetros al
nor-oriente del Líbano, en un lugar llamado Portugal, prepararon
una emboscada de proporciones formidables. Al amanecer estaban
listos para caer sobre los odiados hombres a quienes culparon de sus
acciones fuera de la ley. Poco después de las 7 de la mañana se avistó
la caravana oficial. A la cabeza iba un campero seguido del auto del
gobernador, de un camión que transportaba cinco soldados y de
algunos otros vehículos no oficiales llenos de estudiantes de colegio.
Con perfecta precisión estalló una carga explosiva provocando un
deslizamiento de tierra que bloqueó la carretera. Solamente pudo
escapar el campero. En cosa de segundos el auto fue acribillado desde*

6K. El Siglo, 6 de abril de 1952. Roberto Urdaneta había desempeñado el cargo


de presidente encargado desde octubre de 1951 cuando, por razones de salud,
Laureano Gómez se vio obligado a renunciar.
69. Ijii revista personal con Mario Me¡ía Arango, Medellín, 27 de marzo de
1971.

222
lo «Ito, y el camión encontró la misma suerte. Los pocos m ihhidi.- . que
lio murieron en el sitio fueron despedazados a macheteu lo Impul- Ih
dii. Se salvaron únicamente los estudiantes. Los vehículo, qu. l^
liimsportaban volvieron en gran confusión para informar del iiialiguo
destino que había caído sobre la delegación del gobierno7".
Cuando todo retornó a la calma los atacantes bajaron al camino
para revisar los resultados de su maniobra y para recoger armas y
municiones de los soldados sacrificados. Sólo un detalle dañó la casi
perfecta emboscada. Las guerrillas no encontraron dentro del carro
del gobernador sino mujeres y niños gravemente heridos y a tres
hbanenses mucrtos, dos de eHos conservadores y d otro nberah E|
gobernador González, el hijo del presidente en ejercicio y el conduc­
tor del campero que encabezaba la marcha estaban en ese momento
balando apresuradamente por la cordillera. Después de detenerse en
Armero para dar la alerta a Bogotá, González y el resto de su
comitiva salieron hacia Ibagué, y desde allí solicitaron que el Gobier­
no Nacional enviara todos los refuerzos necesarios para “exterminar
H los bandidos del Líbano”?1.
Veinticuatro horas después del ataque en Portugal, una gran parte
del municipio estaba rodeada por las tropas enviadas por el Ministe­
rio de Gobierno, con órdenes de avanzar sobre las guerrillas y de
matar o capturar a todo el que se resistiera. Durante más de una
semana las fuerzas del ejército y la policía se abrieron paso a través de
los montes y los valles del oriente del Líbano, reduciendo lentamente
lodo foco de resistencia liberal. A medida que iban avanzando reco­
lectaban un variado surtido de fusiles, incluidos muchos de fabrica­
ción casera. A pesar de que estaban pobremente armados, los campe­
sinos pelearon hasta el último hombre y la última mujer. En muchos
casos no había otra alternativa que morir sin resistir, porque los
soldados disparaban primero y hacían las preguntas después. La
resistencia ante el avance de la tropa fue tan furiosa en La Tigrera que
al cabo de tres días de combate todo lo que se encontró con vida fue a
dos criaturas aterrorizadas70 72. El mayor Galeano, quien dirigió el
71
grupo de policía en la “Batalla del Líbano”, resumió la actitud de sus

70. El Siglo, 6 de abril de 1952.


71. El Siglo, 6 de abril de 1952. No fue posible que las noticias salieran del
Líbano, pues los guerrilleros cortaron la línea telegráfica entre el Líbano y
Armero.
72. Tribuna. 11 de septiembre de 1954, contiene un artículo sobre esta fase de la
operación en Líbano. También tiene una fotogradía de los huérfanos que,
irónicamente, fueron adoptados por la policía del Tolima y criados en la sede-
principal de la policía en Ibagué.

223
hombres en términos que fácilmente hubieran podido ser pronuncia­
dos durante los más sangrientos meses de la Guerra de los Mil Días:
“Nosotros tenemos que acabar con ellos a cualquier precio. Si ellos
prefieren morir, es cosa suya. En cuanto a nosotros, de todos modos
seremos incansables en nuestro programa de pacificación’^.
La invasión del Líbano por fuerzas gubernamentales en 1952 fue
calificada como el peor desastre sufrido por el municipio, y como el
mayor catalizador para el rompimiento de las estructuras tradiciona­
les que por tanto tiempo le habían dado estabilidad a la sociedad
agraria. En el avance de la tropa murieron unos 1.500 libanenses, o sea
un 3.5% de la población total. Se estima que cerca de mil casas de
hacienda fueron destruidas, equivalentes a un 20% de todos los
edificios de habitación ubicados por fuera de la cabecera. Un destaca­
mento de fuerzas del ejército y la policía barrió a lo largo de una línea
que se extendía desde Murillo, en el occidente, hasta el Cuchillo
Descabezado en el oriente, destruyendo absolutamente todo lo que
pudiera sostener a las guerrillas. Otros elementos de la fuerza guber­
namental avanzaron hacia el sitio desde Santa Isabel y Lérida, y de
esta manera estrecharon el nudo que temporalmente estranguló a las
guerrillas del Líbano y desfiguró al municipio. Los campesinos eran
fusilados con el más leve pretexto, las casas quemadas y destruidas las
cosechas y los alimentos. La presunción básica consistía en que todo
agricultor era un bandido, o por lo menos un bandido potencial, y
como tal había que tratarlo. La contienda no se entendió como una
lucha entre colombianos sino como una batalla entre las fuerzas del
orden y un populacho subversivo y quizás comunista. Miembros del
ejército admitieron más tarde que su filosofía de montar ofensivas, en
gran escala, contra los campesinos pobremente armados había sido
totalmente equivocada, tanto en su concepción como en su ejecución,

73. El Siglo, 7 de abril de 1952.


74. Como es común en cifras de esta naturaleza, hay gran variación en las
estimaciones. Estas representan el punto medio —o sea un compromiso
prudente— de los datos en existencia. El ejército colombiano dio como 250 el
número de guerrilleros que murieron en el ataque, mientras los liberales
estiman que fueron muertas entre 6.000 y 8.000 personas, en su mayoría civiles.
El autor pone el número de muertos en 1.500, lo que está de acuerdo con
Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, pp. 95-96, y Carlos Lleras,
De La República, p. 401. Saúl Pineda, en Tribuna, 10 de marzo de 1960,
mantiene que 7.000 libanenses murieron durante dos días de operaciones
militares. Los datos sobre vivienda vienen de Colombia, DAÑE, XIIIcenso
nacional de edificios y viviendas, 1964, Bogotá Departamento Administrativo
Nacional de Estadística, 1970, pág. 99.

224
pero era ésta una toma de conciencia que llegaba muy mid< pata
poder salvar al Líbano75.
Fuera de la ruina del municipio, fue muy poco el beneiaio d U
sangrienta represión de abril de 1952. Por el contrario, para cn-.iili
había vuelto una verdad de a puño que la Violencia creaba bandid.• • • y
guerrillas, y no al contrario. El ataque al gobernador González y a
Urdaneta Holguín fue ciertamente un acto de violencia, pero también
lo fue la campaña de exterminación masiva de bandidos que lo siguió.
En este sentido el Gobierno colombiano lanzó una sentencia de
muerte contra centenares de personas que vivían en el municipio.
Una fotografía tomada en la vereda conservadora de Alto El Toro,
apenas dos kilómetros al norte de Portugal, comprueba esa verdad.
Muestra a 22 campesinos de la región, todos degollados por las
guerrillas liberales76. En 1953 más de mil huérfanos vivían en la
cabecera o en sus alrededores, y decenas de mujeres, viudas a causa de
la memorable campaña contra las guerrillas, se ocupaban pobremen­
te como prostitutas en grandes zonas de tolerancia77. Quizás el hecho
más amargo era que nada podía hacerse por el Líbano. Los campesi­
nos masacrados, las vagabundas guerrilleras, las prostitutas y los
huérfanos iban a ser características permanentes de la vida municipal
durante muchos años más.

75. Entrevista personal con un oficial del ejército colombiano.


76. Juan Manuel Saldarriaga Betancur, De Caín a Pilatus, o lo que el cielo no
perdonó, Medellín, Testis Fidelis, 1955, pág. 144.
77. Semana, 12 de octubre de 1953.

225
CAPITULO VII
SE AHONDA LA TRAGEDIA TOLIMENSE

Héctor Echeverri Cárdenas, un hombre de 31 años de edad, estaba


sentado frente a su escritorio en la noche del 11 de julio de 1953. El
personal de su oficina se había ido algunas horas antes, dejándolo
solo y trabajando en el editorial del próximo número de su periódico,
Tribuna. Las calles de Ibagué se hacían más silenciosas a medida que
las horas transcurrían, y ahora sólo se escuchaban sonidos mudos
desde afuera. Por primera vez desde cuando Echeverri fundara su
diario tres años atrás, Colombia parecía tranquila. Laureano Gómez
había sido depuesto y conducido al exilio por un golpe militar enca­
bezado por el teniente general Gustavo Rojas Pinilla. Liberales como
Echeverri saludaron con entusiasmo la caída de Gómez, reiterando la
frase del himno nacional que dice: “Cesó la horrible noche”. En sus
primeras semanas de gobierno el nuevo presidente cum dictador
había respondido al regocijo popular con firmes seguridades de que
su “gobierno de las Fuerzas Armadas” se esforzaría por curar las
heridas que la lucha partidista infligiera al cuerpo político.
De repente, Echeverri despertó de sus meditaciones: en la oscura
oficina, desde alguna parte, oyó el ruido de unos pasos y vislumbró
algo entre las sombras. Al instante aparecieron delante de él cuatro
hombres con ojos oscuros e inexpresivos, que portaban revólveres en
sus costados, escondidos bajos ruanas haraposas. Al principio el
joven director del periódico no supo que decir. ¿Y qué podía decir? Ya
habían tratado de matarlo otras dos veces. Esos hombres eran indu­
dablemente “pájaros” enviados para eliminar al locuaz y franco

226
7 Ec revertí Cárdenas con los miembros de la dirección de Tribuna, cerca de 1956.
liberal, y esta noche no iban a fallar. ¿Cómo iban a fallar si lo
aventajaban en número y podían matarlo a quemarropa?
Mient ras estopensaba, a Echeverri Cárdenas debió parecerle iróni­
co que mientras la larga noche de Colombia terminaba, la suya
estuviera apenas comenzando. Pero de pronto uno de los hombres
habló: “Yo soy 7¡berio Borja, de Rovira”, dijo, “y he venido a pedirle
ayuda”'.
Así comenzó una larga discusión que se prolongó toda la noche, y
que terminó con el entendimiento de que Echeverri Cárdenas serviría
como intermediario entre el ejército y las guerrillas liberales de
Rovira. Era una incongruente escena representada aquella noche en
Ibagué, pero una escena que se repetía con variaciones menores a
todo lo largo de Colombia, cuando otras guerrillas se apresuraron a
aprovechar la amnistía ofrecida por el nuevo gobierno. Junto con
Tiberio Borja, Comandante Córdoba, estaban sus subalternos Andrés
Espinosa, Coronel Nariño; Leónidas Borja, Teniente Tranquilo, y
Jaime Borja, Sargento Cariño. Contaron que habían pasado cerca de
cuatro años en las montañas, persiguiendo y siendo perseguidos por
la policía laureanista. Vino luego el 13 de junio y la caída de Gómez.
Al día siguiente, aviones de la fuerza aérea aparecieron en el cielo y en
lugar de lanzar bombas, como en el pasado, arrojaron copias de El
Tiempo, El Espectador y otros diarios liberales que informaban sobre
el golpe. Al final de la semana regresaron para lanzar miles de
boletines que prometían amnistía para todas las guerrillas, sin tener
en cuenta sus simpatías políticas, que quisieran regresar a sus ocupa­
ciones pacíficas. Casi inmediatamente, las guerrillas liberales acepta­
ron la oferta de amnistía. Para ellas el ejército era la mejor garantía
posible de la paz, una creencia compartida por muchos liberales y
efusivamente afirmada por uno de ellos en el entusiasmo producido
por el golpe de Rojas Pinilla:

Una y muchas veces el Ejército Nacional, por su patriotismo


bolivariano y por su alto concepto de la disciplina, ha sido la
única solución de nuestras contiendas políticas internas con
proporciones de exterminio... Afortunadamente las Fuerzas
Militares tenían respaldo absoluto e irrestricto de las grandes
mayorías políticas del país, y de todas las masas, inclusive del
movimiento guerrillero nacional que sólo confiaba en las Fuer-

1. Semana, 7 de septiembre de 1953; Germán Guzmán, La Violencia, parte


descriptiva, pág. 142; entrevista con Flor María Segura de Echeverri, 11 de
abril de 1971.

228
zas Militares y estaban librando conscientemente lu Inclín que
ellas debían coronar2.

Las guerrillas comunistas en el sur del Tolima intentaron (IcIciic-


las entregas liberales. El 26 de junio tuvieron una reunión general en
la cual denunciaron a Rojas Pinilla como “el más vil delincuente del
país en el poder, como resultado de la masacre en la Casa Liberal de
Cali en 1949, cuando era comandante del ejército de esa área”, y
advirtieron que “no se debe creer en las falsas promesas de la propa­
ganda arrojada desde los aviones por la dictadura”3. Pero las entre­
gas no lograron ser detenidas, y el movimiento guerrillero en el
Tolima se desintegró. Como lo dijera más tarde Tiro Fijo, un teniente
del líder comunista Charro Negro, “la lucha popular armada no fue
derrotada por la lucha armada, sino por la política”4. Gerardo
l.oayza, caudillo liberal de Rioblanco y alguna vez colaborador del
( 'harro Negro, se negó a respaldar la posición comunista y se convir­
tió en el primer guerrillero tolimense que hizo la paz con el Gobierno.
Su gran contingente entregó las armas a finales de julio5. Siguieron
sus huellas 700 guerrilleros de Rovira. Tiberio Borja y el coronel
César Cuéllar Velandia, gobernador militar del Tolima, escogieron el
lunes 3 de agosto como la fecha de entrega. Ese día, a las 9 de la
mañana, el nuevo Buick del gobernador salió del Palacio del Mango,
en 1 bagué, para un viaje de dos horas hacia el sur. Viajaban con él su
secretario de gobierno, coronel Ernesto Velosa, y varios miembros de
lu prensa. Al llegar a Rovira se les presentó una escena increíble. Allí,
en la plaza central, ordenados en improvisadas filas, estaban 308
hombres en armas, la mayoría de ellos llevando uniformes irregulares
y andrajosos. Los saludos y las conversaciones se entrelazaron con
toques de fino humor. El gobernador pronunció luego un patriótico

2. Fidel Blandón Berrío (Ernesto León Herrera), Lo que el cielo no perdona,


págs. 291,294. Blandón escribió su novela histórica sobre la Violencia en el sur
de Antioquia durante las entregas. Era Blandón un sacerdote liberal quien
culpó a los administradores políticos departamentales de haber usado policía
chulavita, para fomentar la Violencia contra los liberales.
3. Manuel Marulanda, Cuadernos, pág. 103. El trozo es de “La dictadura
militar en Colombia, un nuevo complot reaccionario contra el pueblo”, un
volante mimeografiado que se distribuyó por todo el sur del Tolima después
(c| 26 de jumo de E^53. E1 documento está impreso en las págs 102-I95 de
t .nademos.
4 . Manuel Marulanda, Cuadernos, pág. 76. Seconocíaa CAarro Ar^ropor <1m
nombres: Fermín Charry Rincón y Jacobo Frías Alape.
|( Tribuna, 23 de julio de 1953.

2 29
discurso y se elevaron vivas al nuevo Presidente, a las fuerzas milita­
res y a los miembros de la asamblea departamental. Por fin, después
de más de tres miserables años de vida en las montañas, 308 campesi­
nos entregaron armas en la plaza de Rovira y regresaron a sus fincas
arruinadas6.
Durante los tres meses siguientes continuaron las entregas. La
guerrilla de Rovira estaba compuesta por dos grupos, uno al mando
de Tiberio Borja y otro, de igual tamaño, encabezado por David
Cantillo Agudelo, El Triunfante. La banda de Cantillo entregó sus
armas más o menos al mismo tiempo que Borja, y sus locuaces
integrantes, evidentemente contentos de sentirse en paz de nuevo,
autorizaron extensos reportajes en los cuales describían la vida du­
rante la Violencia de 1949-537. Hacia mediados de agosto, aproxima­
damente mil guerrilleros se habían entregado en los municipios orien­
tales de Prado y Dolores, y otros 205 anunciaron su intención de
hacerlo en el Líbano89. Durante septiembre la atención nacional se
volvió hacia los Llanos Orientales, donde, en una serie de entregas
dramáticas y altamente publicitadas, se rindieron cerca de 3.500
combatientes'7. Los rebeldes del Tolima continuaron rindiéndose a lo
largo de octubre y noviembre. Quinientos hombres más entregaron
sus armas en Rioblanco. En El Limón, Hermógenes Vargas, El
Vencedor, y 192 campesinos que lo acompañaban se entregaron el 19
de octubre, y cuatro días más tarde hizo lo mismo Luis María Oviedo,
Mariachi, junto con 148 seguidores suyos. En el mes de noviembre
otro millar de amotinados depuso sus fusiles en Ataco y Dolores. Una
de las más grandes rendiciones ocurrió al final de octubre, en la
región de Sumapaz, a pocos kilómetros de la frontera tolimense con
Cundinamarca. Allí, el comunista Juan de la Cruz Varela y sus 1.200

6. La mejor descripción de esta ceremonia se encuenta en Semana, 7 de


septiembre de 1953.
7. Las entrevistas aparecen en Tribuna, 5-8deagostode 1953, y las acompañan
numerosas fotos.
8. Tribuna, 6, 13, 20 de agosto de 1953.
9. Hay abundante documentación sobre lasentregas que tuvieron lugar en los
Llanos Orientales. Corresponsales de Tribuna estuvieron presentes durante
varias de las ceremonias y volvieron con reportajes y fotografías que fueron
publicados en la edición del 28 de septiembre. Véase también: Diario del
Tolima,, 18 de septiembre de 1953; Eduardo Franco, Las guerrillas, págs.
314-329; Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 142-157. La
cifra de 3.500 viene del conteo hecho por el general Duarte Blum, citado en
Robert Dix, Colombia, pág. 316.

230
guerrilleros se acogieron a la paz con el Gobierno1°. Su miiega, §iu
embargo, al parecer no fue genuina, porque pronto coim-izHioii a
armarse de nuevo.
El presidente Rojas no desperdició su tiempo en ascguimli al
pueblo colombiano que tenía la intención de detener la Violcm m
Menos de un mes después de tomar la presidencia intentó despolili/m
la policía nacional, removiendo varias de sus divisiones de la jurisdic­
ción del Ministerio de Gobierno y colocándolas bajo el cuidado del
Ministerio de Defensa. Se hizo mucha publicidad de las actividades
de una nueva agencia gubernamental denominada Oficina Nacional
de Rehabilitación y Socorro, que se instauró para ayudar a los
refugiados a regresar a sus tierras. Se publicaron fotos con busos
cargados de campesinos que retornaban a sus fincas abandonadas, o
con gente que avanzaba cuidadosamente por los caminos cargando
colchones, baúles y niños en brazos. Las cifras publicadas por la
oficina de rehabilitación mostraban que más de 32.000 personas
volvieron a sus casas entre los meses de junio y noviembre de 1953, y
unos 5.000 individuos adicionales volvieron con la ayuda del ejérci­
to'1. En el Tolima el secretario de Gobierno, Velosa Peña, ordenó que
los alcaldes de cada municipio levantaran un “censo de exiliados” y
lo entregaran al gobierno departamental para que éste lo utilizara en
dar ayuda. Al terminar el año se levantó la censura de prensa, y para
finales de noviembre más de 1.600 prisioneros políticos habían sido
liberados de las cárceles nacionales12.
El 8 de diciembre Rojas Pinilla viajó a Ibagué, en donde fue
escuchado por una enorme multitud de tolimenses entusiastas. En su
discurso comenzó reflexionando sobre el “incansable azote” de la
Violencia, que reemplazó la alegre música del departamento por
“gritos angustiosos de amigos que caían víctimas de los ardides de los
I raidores”. Llamó a la Violencia “la más tremenda orgía de sangre en
la historia de la nación”, y les recordó a sus oyentes que también
debían buscar “el desarme espiritual” si querían que las semillas de la
paz germinaran y crecieran. Rojas Terminó su discurso con una nota
de optimismo:

Espero que el próximo año nos encuentre unidos bajo la som­


bra del tricolor nacional, sin más barreras [entre nosotros]...

10. Tribuna, 15,20, 24, 31 de octubre; 17, 18 de noviembre de 1953.


11. Diario de Colombia, 3 denoviembrede 1953. Fotografías de los refugiados
que volvían se encuentran en Colombia, Presidencia, 6 meses de gobierno, pág.
293. ■ .
12. Tribuna, 24 de julio; 30 de octubre; 26 de noviembre de 1953.

231
Que ahora en adelante marchemos confundidos... lejos de las
luchas políticas y de clases estériles y anticristianas, olvidando
las equivocaciones y tragedias del pasado, que tan sólo debe­
mos recordar para que los conceptos de patria y de buen
gobierno no sean envilecidos por las debilidades y flaquezas
humanas^.

Su alocución de Ibagué fue una de las últimas que hiciera Rojas


durante la primera, eufórica etapa de su mandato. Posiblemente por
esa razón era de tono más serio que muchos de los otros discursos que
pronunció en las grandes ciudades de Colombia entre los meses de
julio y diciembre de 1953. En ella trató extensamente el tema de la
Violencia, porque mientras el mismo Rojas hablaba, el Tolima seguía
amparando a violentos aún no regenerados como Charro Negro y
Tiro Fijo en el sur, y a fuerzas abiertamente anti-gobiernistas en el
extremo oriente. El destacamento oriental lo dirigía el impenitente
Juan de la Cruz Varela, viejo gaitanista, liberal y socialista que
últimamente había instalado sus cuarteles en la región de Sumapaz,
en el extremo sur de Cundinamarca, un área escarpada y poco
poblada, contigua al oriente tolimense. El mensaje ibaguereño cons­
tituyó un documento político interesante porque reflejó la preocupa­
ción creciente del dictador en cuanto a su legitimidad en un sistema
históricamente democrático. Ya para 1953 se estaba haciendo claro
que Rojas Pinilla no tenía la intención de recibir órdenes de ninguno
de los partidos políticos, y que más bien confiaba en que los colom­
bianos se alzarían por encima del partidismo y le ayudarían a crear
una nación virtuosa e influenciada por los principios cristianos y
“bolivarianos”u.
La retórica de Rojas y sus inclinaciones naturales lo iban condu­
ciendo a la creación de un gobierno autoritario, basado en principios
populistas, corporativos y nacionalistas no muy distintos a los del
sistema de Perón, en vigor en ese momento en Argentina15. De ahí

13. Colombia, Presidencia, 6 meses, págs. 218-221.


14. Ver Robert Dix, Colombia, pág. 117, para una exégesis del significado que
dio Rojas a los principios “cristianos y bolivarianos” a los cuales hizo
repetidas referencias después de junio 13, 1953.
15. Todos los pronunciamientos, tanto como las acciones de Rojas, indican
esto. Por ejemplo, a principios de marzo de 1954 empezó a cortejar al pueblo
con promesas de defender sus intereses; más tarde las cumplió al establecer el
Secretariado Nacional de Asistencia Social, SENDAS, acción muy parecida
a la de Juan Perón, quien nombró a su esposa Eva directora de la muy adine-

232
que su ruego fuera para que los tolimenses, y los colombianos imbuí,
“se olvidaran” de los errores del pasado partidarismo y lo Nj^uipi ah a
él, “con marcial gallardía”, hacia un futuro de su personal inntnilai
tur^16.
Aunque era lógico que Rojas Pinilla hiciera énfasis en la concilia­
ción nacional y en el olvido de los errores pasados, ni los tolimenses
podían despojarse de su partidarismo ni las élites políticas de Bogotá
podían olvidar que el dictador les había cerrado sus canales tradicio­
nales de ascenso y de poder. Cuando se hizo evidente que Rojas no se
dejaría controlar, éste se convirtió en el jefe de una “contra-élite”
cuya presencia era cada vez más odiosa a los ojos de una gran
constatación de intereses. La amenaza que Rojas Pinilla representaba
para la clase dirigente colombiana trascendía la política y abarcaba
toda la sociedad, ya que estaba en la naturaleza misma de la cultura
colombiana el que la política, la economía, la “alta cultura” y aun la
jerarquía eclesiástica actuaran inextricablemente unidas en una den­
sa e infinitamente compleja telaraña de relaciones humanas^. No es
sorprendente que mientras derrochaban elocuencia para respaldar al
hombre que había vencido a Laureano Gómez, los líderes de la
política nacional esperaran fervientemente el retorno al sistema polí­
tico tradicional. El expresidente Alfonso López Pumarejo se hizo eco
de esa esperanza, en marzo de 1954, cuando elogió el anuncio hecho
por Rojas Pinilla de que se convocaría una asamblea constituyente
para reformar la Constitución nacional. “Me entusiasma la idea de
que se reúna una Asamblea Constituyente con pzrliclaación paritaria
de nuestras dos grandes colectividades políticas”, dijo López en una
entrevista concedida a El Tiempo:

ruda Fundación de Asistencia Social Argentina. Véase Semana, 8 de marzo


de 1954, por un informe sobre un discurso temprano, dirigido por Rojas a las
gentes oprimidas, y Robert Dix, Colombia, págs. 118-119, para comentarios
«obre similitudes del rojismo con el peronismo.
16. Colombia, Presidencia, 6 meses, pág. 221.
17. Esta enlazadura histórica formaba parte de la herencia cultural que data
de la fundación hispánica de Colombia a mediados del siglo XVI. Desde
entonces ha sido la perdición de reformadores y ha engendrado una serie de
obras analíticas con títulos tales como Alfonso Torres Meló, ¿Qué es la
oligarquía colombiana?, Bogotá; Editorial Caribe, 1966; Antonio García,
( 'olombia: Esquema de una república señorial, Bogotá, Ediciones Cruz del Sur,
1977; J. Emilio Valderrama, El sistema, ¿para qué? Bogotá, Editorial Revista
Colombiana, 1967; José Fernando Ocampo, Dominio de clase en la ciudad
colombiana Bogotá, Editorial la Oveja Negra, 1972.

233
La concordia entre conservadores y liberales, la normalidad
constitucional, la paz pública común de la hora presente...
excluye y condena todo aplazamiento. Para sentirnos nueva­
mente al amparo de un régimen de derecho, que no sea el
derecho de gentes, me parece preciso buscar activamente, hasta
encontrarlos, bases de convivencia política que muevan a nues­
tros partidos a elevar el desarrollo de sus actividades al nivel
superior en que ellos admiten que deben mantener sus obliga­
ciones con la nación18.

Estas palabras no fueron del agrado de Rojas Pinilla, quien tampo­


co se sintió reconfortado al saber que los liberales se habían puesto en
contacto con su más alto colaborador conservador, Mariano Ospina
Pérez, para sugerirle que los dos partidos buscaran activamente el
consenso. Rojas reaccionó ante la incipiente oposición aumentando
su vigilancia sobre los liberales, especialmente cuando supo que éstos
lo sospechaban de convocar la asamblea constituyente en beneficio
propio. Prohibió airadamente que algunos liberales recorrieran el
país hablando de sus sospechas sobre las intenciones del dicitac^^h^tr18
19.
Luego, en junio de 1954, se presentó el primer error serio del
régimen de Rojas. El día 8, un funcionario de la Universidad Nacio­
nal solicitó la presencia de fuerzas de la policía para disolver una
manifestación estudiantil en los predios universitarios. Hubo gritos y
lanzamiento de piedras y, finalmente, la policía disparó sobre un
grupo de estudiantes y dio muerte a uno de ellos, Uriel Gutiérrez. Al
día siguiente miles de compañeros suyos desfilaron por el centro de
Bogotá en protesta por el asesinato y marcharon hacia el palacio
presidencial. Cuando los manifestantes llegaron al sitio en donde
años atrás había sido ultimado Jorge Eliécer Gaitán, en la Avenida
Jiménez de Quesada con carrera séptima, encontraron el camino
obstruido por soldados del Batallón Colombia, cuyos hombres esta­
ban próximos a ser enviados a pelear en Corea. La policía, a la que
normalmente se le hubiera confiado la tarea de manejar la situación,
fue acuartelada para evitar antagonismos mayores con los estudian­
tes. Ante la imposibilidad de continuar la marcha, los universitarios
se sentaron en la vía, cantaron estrofas del Himno Nacional y gritaron
consignas contra el Gobierno. La confrontación se volvió de repente
mortal cuando un subteniente de apellido Burgos cruzó palabras con
un estudiante. Los dos se fueron a las manos y un segundo estudiante
trató de ayudar a su compañero. En ese instante el pelotón abrió

18. El 'Tiempo, 25 de marzo de 1954.


19. Richard Weinert, “Political Modernization”, págs. 84-85.

234
luego y pocos segundos más tarde la calle quedó cubierta de jóvenes
muertos y heridos. Media hora después ocurrió otro incidente trági­
co, cuando algunos soldados dispararon contra un estudiante desar­
mado que se resistía a ser arrestado. El número de víctimas se elevó a
once. Treinta personas fueron heridas, incluidos siete soldados lesio­
nados por balas de rebote2o.
‘‘Las matanzas de junio”, como muchos se refirieron a estos inci­
dentes, escandalizaron y descorazonaron a los colombianos. El en­
cuentro sangriento entre estudiantes y soldados se asemejaba horri­
blemente a otros actos de violencia ocurridos durante gobiernos
civiles anteriores. Algunos colombianos concluyeron a regañadientes
que quizás Rojas Pinilla tampoco tenía la solución a los problemas
nacionales. Para otros los sucesos de junio se convirtieron en el punto
de partida de una primera oposición concertada contra la dictadura.
('orno lo dijera escuetamente Gabriel Cano, fundador de El Especta­
dor: “El recuerdo de los martirizados nos obliga a pelear por los
vivos...”. Todo esto subrayaba el hecho de que, en cuanto a la
Violencia, Rojas Pinilla se enfrentaba a varios problemas insolubles.
El general fue visto inicialmente como una alternativa al sistema
tradicional de gobierno que se había vuelto impracticable, y se había
pensado que, como representante de unas fuerzas militares histórica­
mente apolíticas, pondría coto al cáncer de la Violencia que estaba
consumiendo muchas regiones del país. Las entregas espontáneas de
miles de guerrilleros, especialmente en los Llanos Orientales, justifi­
caron al principio esta esperanza, pero las entregas fueron más un
acto de fe por parte de unos hombres ansiosos de paz que el resultado
de un acuerdo cierto entre conservadores y liberales. Tampoco se
rindieron todos los violentos. Muchos definitivamente criminales y
unos pocos que, como Charro Negro, abrigaban objetivos políticos
no tradicionales, siguieron luchando. En resumen, se concluye que la
administración Rojas Pinilla le proporcionó a Colombia un placebo
para su cáncer, pero uno en verdad muy pobremente disfrazado. En
su calidad militar, Rojas no pudo resolver el malestar puramente
político que era, en realidad, la raíz afincada de la Violencia. Tampo­
co le fue posible convencer a los colombianos de que él era el paladín
apolítico que proclamaba ser. Educado en una familia conservadora
boyacense, encontró a sus más firmes colaboradores políticos dentro
del partido de Mariano Ospina Rodríguez y Miguel Antonio Caro. A20

20. Esta relación viene de Luis E. Agudelo Ramírez y Rafael Montoya y


Montoya, Los guerrilleros intelectuales, Medellín, Editorial Bcdout, 1957,
págs. 17-21. Angel de Dios Arbeláez y Guillermo Hernández Muñoz, los
soldados que mataron a Jaime Pacheco Mora, fueron procesados más tarde en
consejo de guerra y condenados.

235
ningún liberal se le podía olvidar que Rojas se negó a proteger la Casa
Liberal de Cali, ni tampoco que mantenía muy buenas relaciones
personales con algunos de los mismos pájaros que habían perpetrado
la masacre de la capital del Valle. Once estudiantes muertos en las ca­
lles de Bogotá, víctimas de las balas de la policía y del ejército, eran la
evidencia de que Rojas Pinilla no podía traer la paz que había
prometido.
Los asesinatos de 1954 no sorprendieron a los colombianos, que
habían sido testigos de un ominoso resurgimiento de la Violencia
durante los primeros meses que siguieron al ascenso de Rojas al
poder. Unicamente los Llanos Orientales permanecieron en calma a
partir de las dramáticas entregas de mediados de 1953. Rojas mismo
contribuyó al recrudecimiento de la lucha en el Valle al liberar de las
prisiones departamentales a numerosos violentos con su programa de
amnistía de diciembre de 1953. Entre ellos estaba León María Loza­
no, El Cóndor. Antes de su arresto Lozano había sido uno de los más
notorios pájaros del Valle. Conocido y hasta protegido del nuevo
presidente, según dicen algunos, este asesino a sangre fría fue libera­
do de nuevo en el departamento, donde añadió nuevas víctimas a su
extenso catálogo de crímenes. Para el año 1957 el Valle rivalizó con
Tolima y Caldas como las regiones de Colombia más azotadas por la
Violencia21. Cundinamarca, Boyacá, Cauca, Santander, Norte de
Santander y Antioquia también fueron víctimas de ella durante el
gobierno de Rojas Pinilla, pero ninguno, a excepción del Tolima,
sufrió más duramente que el rico departamento de Caldas. Allí los
enfrentamientos crecieron en forma aterradora entre 1954 y 1958,
enardeciéndose o palideciendo al ritmo de la cosecha del grano, dos
veces al año. El robo de valiosas cargas de café constituía un compo­
nente importante de la Violencia tardía en zonas agrícolas como
Caldas22. "
En el Tolima, el regreso inesperado de miles de guerrilleros a sus
fincas abandonadas durante cuatro o más años significó nuevas
tensiones económicas para una sociedad local ya muy traumatizada.
Muchos encontraron a personas extrañas viviendo en sus tierras, y en
algunos casos éstas habían sido vendidas en ausencia de sus verdade­
ros dueños. El sur y el oriente del Tolima fueron gravemente afecta­
dos por tales ventas. Al comenzar la época de las entregas se hizo

21. Germán Guzmán, La Violencia, I, pp. 165-169; James Daniel, Rural


Violencia, pág. 88; Russell Ramsey, The modera Violencia, pág. 313.
22. Rafael Parga Cortés hizo énfasis en esto en conversaciones con el autor.
Señaló que los violentos utilizaron aviones, incluso para transportar café*
robado.

236
presión para obtener la nulificación de las ventas de tieiui ivaluadas
en áreas de conflicto2324, pero no se alzaron voces en dcl'rnsn de los
indígenas de Ortega y Chaparral, cuyas propiedades Ii.iIhuu mIh
■ '■icenadas por los blancos desde los primeros años de la Viole n.ia
I os indios sufrieron más que ningún otro grupo tolimense el desoí
den incesante de los años 1950-1953, cuando los blancos incscrupulo
sos, liberales y conservadores, a veces contrataban vzo/e/íZP.r para que
los explotaran. Sus casas fueron quemadas y su gente asesinada en
Ortega, aún mientras el gobernador Cuéllar Velandia aceptaba la
entrega de Tiberio Borja, en Rovira24.
El sur del Tolima se convirtió en el paraíso de los forajidos luego
que las entregas rompieran la organización guerrillera en aquella
legión. Algunos campesinos que se armaron por necesidad, en 1949,
llegaron a gustar de la vida en el monte y rehusaron abandonarla
cuando les fue ofrecida la oportunidad de hacerlo en 1953. Se unieron
con otros de inclinaciones semejantes y formaron las cuadrillas que
asolaron a Rovira, Ortega, Natagaima y Purificación. La tierra era
rica y muy poblada. El café y el ganado estaban al alcance de la mano,
y los miembros del partido enemigo nunca se encontraban lejos
cuando a los bandoleros les diera la gana de robar, violar o matar.
I hio de los Borja, de Rovira, era uno de estos. Arsenio Borja, Santan­
der. se hizo tan experto en el arte de la Violencia que incluso el mismo
('hispas, el más pavoroso de todos los violentos de Colombia, se
acordaba de él con pasmo:

No puedo olvidar sus famosas hazañas pues todo lo que cogía


por delante lo acababa, pues él nos decía y hacía ver que el
enemigo lo componían los godos, los policías y el ejército y los
que llamaba él “chulos godos malparidos”, había que acabar­
los; y como en realidad era tan valiente y peleador de verdad,
unos por miedo y otros porque la necesidad se imponía, y en
otros casos por ser admirador de tan famoso jefe, no se quedaban
atrás en las comisiones que llevaban a cabo, y que como nos
defendía nos traía ropa y nos daba lo que en la mayoría de las
veces le pedíamos o necesitábamos, pues como nada le costaba
ir y matar y robar godos, todo nos lo facilitaba.

Santander no regresó a la monótona vida del agricultor en agosto


de 1953. Así lo contó Chispas:

23. Tribuna, 31 de julio de 1953.


24. Tribuna, 3 de agosto de 1953.

23 7
Arsenio continuó haciendo males por donde quiera que pasa­
ba, iba terminando con todo lo que encontraba, sobre todo
tratándose de policías, ejército, godos y pájaros; “es un consue­
lo y gran alivio darles como matando culebras”, lo decía con
tanto gusto que se saboreaba como cuando hablaba de una
buena comida. Pues yo no sé, pero era que con todo lo malo y
condenado que era, no se le podía desconocer su simpatía y
gracia con que hacía las cosas con tanto valor.
Fueron tantos los crímenes, asesinatos, robos, incendios y actos
tan espantosos que cometió Santander o Arsenio, que ya los
mismos hermanos que eran hombres en verdad buenos, como
para salvar su apellido querían hacer de cuenta que era una
maleza que había que acabarla y hasta pensaron que matándo­
lo les agradecerían para limpiar el mundo de gente de esa clase,
pues era tal su espíritu del mal que lo acompañaba, que él no se
contentaba con ver el muerto, sino que hasta le abría hartos
agujeros y decía que era para que se le saliera bien la vida a ese
condenado godo. Y no solamente era que mataba, sino que se
volvió dañadísimo para robar ganado, muías y lo que a su paso
salía, y cuando menos a machete y puñaladas saciaba las ga-
nas25.

La violencia política tradicional aumentó en el Tolima durante


1954. A partir de julio del año anterior las reformadas guerrillas
estaban alertas a las maquinaciones de los grupos armados de conser­
vadores, frecuentemente dirigidos por la policía, que se comprome­
tieron a limpiar al Tolima de la “chusma liberal”. Llamándose a sí
mismos patriotas o contrachusma, estos grupos operaban desde algu­
nas veredas conservadoras de Rovira y San Antonio. La cautela de
los exguerrilleros se transformó en resistencia activa después de la
muerte de David Cantillo, Triunfante, en circunstancias que no pu­
dieron ser explicadas satisfactoriamente. Cantillo, un antiguo guerri­
llero de mucho prestigio, fue abatido cuando asesoraba a una unidad
del ejército que seguía los pasos de los bandoleros en las tierras altas
de Rovira. Sus amigos, entre ellos Leónidas Borja, Teniente Tranqui­
lo, Teófilo Rojas, Chispas. y Jesús María Oviedo, Mariachi, concluye­
ron que había sido asesinado por oficiales, que parecían decididos a
eliminar a todos los antiguos guerrilleros, a pesar de las garantías
ofrecidas bajo los acuerdos de amnistía. Antes que esperar pasiva­
mente a que los emboscaran y los mataran, muchos excombatientes25

25. Germán Guzmán; La Violencia, I, pp. 186-187. La misma ent^re^v^ist^a se


encuentra en Tribuna, 19 de julio de 1958. No se sabe si los hermanos mataron a
Arsenio Borja o si murió por culpa de otros.

238
liberales abandonaron sus parcelas y regresaron a sus anligiuih guarí=
das26. Los ataques a la policía aumentaron, por lo tanto, de intrnr-M
ayuda. A comienzos de noviembre, un ejemplo especialmente mi|uu
tmile de la Violencia recrudecida se presentó cuando una cumli illa d<
guerrillas liberales atravesó la cordillera hacia Caldas y asalló fi
l>< dilación de Génova, matando a un gran número de conservadme-, y
tobando provisiones antes de escapar hacia el sur del Tolima27,
Hacia finales de 1954 el espectro del comunismo, una vez mas,
airastró al Gobierno a una intensa actividad. Se conocieron informes
dr que las guerrillas aumentaban en el oriente, bajo el dominio de
luán de la Cruz Varela. Fuerzas irregulares en el oriente del Tolima
comenzaron a hacer alarde de su poderío, jactándose de tener mas
armas que el ejército. El hecho de que Varela admitiera que era
■•oeialista hacía que sus acciones les ocasionaran una particular preo­
cupación a Rojas Pinilla y a su “gobierno de las Fuerzas Armadas’’.
Curante los últimos años muchos oficiales del ejército colombiano
habían pasado cierto tiempo en Corea, peleando contra los comunis­
tas, y a su regreso fueron incluidos en las unidades de combate del
ejercito. El número de veteranos de Corea que prestaban sus servicios
cu el país se engrosó después del 25 de noviembre de 1954, cuando los
últimos 3.200 hombres del Batallón Colombia retornaron a su pa-
tria28.
El ejército intensificó su vigilancia en el oriente del Tolima a
comienzos de 1955. Ya había identificado a bien conocidos líderes
campesinos para detenerlos, y llevaba a cabo incursiones en las
veredas sospechosas de amparar a los socialistas. Un ataque a una
leria parroquial de Mercadilla, Villarrica, permitió atrapar al exgue-
iiillero y socialista de viejo cuño Isauro Yosa, Líster, al igual que a
c cí ros líderes menos importantes. Sumapaz noera una región para ser
lomada a la ligera, algo que se hizo penosamente evidente a finales de
marzo de 1955, cuando 500 guerrilleros de Villarrica por poco liqui­
dan a toda una compañía del ejército que estaba patrullando el
municipio. El irritado Rojas Pinilla se puso en acción: el 4 de abril de
1955 decretó el oriente del Tolima y el sur-occidente de Cundinamar-

26. El Tiempo, 2 de marzo de 1959; Germán Guzmán, La Violencia, I, pp.


178-188; James Daniel, Rural Violence, pág. 87.
27. José Nieto, La batalla, pág. 247.
28. El Batallón Colombia es examinado en Russell Ramsey, The Colombina
Hattalion. Véase también: Russell Ramsey, Guerrilleros, pág. 236. Violeme
pág. 308.

2 19
ca como “zona de operaciones militares”, y comenzó a preparar mi
ofensiva29.
Los colombianos sensatos se desesperaron ante la nueva concen-
(ración de fuerzas militares en el Tolima. Desde cuando llegara al
poder dos años antes, Rojas Pinilla le había dicho repetidamente al
pueblo que la paz era inminente, y ahora estaba anunciando que la
ilegalidad había alcanzado proporciones de crisis en una extensa
comarca a unos cien kilómetros de la capital. Bajo el temor de que las
operaciones pudieran significar la muerte para centenares de civiles
atrapados en la zona, los líderes de la Dirección Nacional Liberal l<-
enviaron una respetuosa y larga carta a Rojas Pinilla, pidiéndole
reexaminar la naturaleza de la actividad guerrillera en Sumapaz.
Pisando con mucha cautela, primero aplaudieron al Presidente poi
haber tratado con firmeza los problemas de orden público en el
Tolima y Cundinamarca, y le recordaron la histórica oposición de su
partido al comunismo, a “toda influencia perniciosa y a la infiltra­
ción de doctrinas extranjeras en el territorio nacional”. Luego obser­
varon que, durante muchos años, los campesinos de Sumapaz habían
luchado por la posesión de la tierra; que su beligerancia era de vieja
data y que estaba arraigada en factores políticos, sociales y económi­
cos. En tales circunstancias, advertían, sería azaroso suponer que la
pacificación verdadera puede alcanzarse a través de la acción militar
únicamente. Esa era una táctica que había sido empleada muchos
años antes por Laureano Gómez cuando, convencido de que los
guerrilleros eran comunistas y bandidos, había impulsado la “pacifi­
cación” de los Llanos Orientales hasta “extremos execrables”. Sin
embargo, después de la amnistía, la vida regresó pronto a la normali­
dad en los Llanos, sin una señal de comunismo o de bandolerismo.
Los liberales le rogaban a Rojas Pinilla que no cometiera el mismo
error, y terminaban por declarar su oposición a cualquier acción en
gran escala del ejército en Sumapaz:

Nos inquieta que a pretexto de política anticomunista pueda


llegar a realizarse una drástica represión de las bandas levanta­
das en el oriente del Tolima. El partido liberal es anticomunista.
De ello da fe toda su historia. Pero entiende de que la lucha
contra el comunismo no requiere la eliminación física de los
comunistas ni justifique la aplicación de tratamientos que no

29. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 166-169; Russell


Ramsey, Guerrilleros, pág. 239.

240
estén autorizados por las leyes y admitidos por pnmipios d h
civilización cristiana3031
.

I )os semanas más tarde, el 13 de mayo, Rojas Pinilla inloimo ¡i Ion


lil" i iiles que, durante los meses de actividad en Sumapaz, el e|ci.rn>
habla obtenido evidencias incontrovertibles de actividad comunista,
mi predecesor en el cargo no poseía tales pruebas en el caso de Ion
I huios Orientales, y sólo había inventado la cuestión del comunismo
puno “un pretexto para reducir los Llanos a sangre y fuego, sin
ninguna otra consideración por la legalidad o la simple humanidad”.
Además, escribió el Presidente, los guerrilleros de Sumapaz siempre
habían rechazado sus ruegos para que volvieran a la vida pacífica, y
iqilicó la renuencia de aquéllos en términos económicos: “Existen
allí estrechamente vinculados a la violencia y planes comunistas y
abrigan ambiciones inconfesables para el fácil enriquecimiento de
quienes buscan apoderarse de la valiosa cosecha de café, obligando a
sus dueños legítimos a dejarla abandonada y buscando el apoyo de
los campesinos ingenuos con la engañosa promesa de que si los
s-mudaban en sus propósitos tendrían buena parte en el botín de la
depredación”. Después de mostrar los que él consideraba “aspectos
■ tigañosos” de la argumentación liberal, Rojas entró en lo crucial de
sus propios argumentos e hizo una declaración clásica de anticomu­
nismo propia de la Guerra Fría:

Si por otro lado examinamos el tema de la intervención comu­


nista en Colombia, tendremos que por lo menos [admitir que]
es ingenuo suponer que dentro de las actuales condiciones
políticas del mundo, el enemigo haya olvidado los campos de
América, en donde la civilización cristiana y occidental tiene
erigidos sus baluartes y se encuentra la nación que por sus
capacidades y efectivos es el más decisivo obstáculo para su
esclavizante predominio. Y sería candoroso esperar que por
misteriosas consideraciones filantrópicas, el comunismo exclu­
yera a Colombia de sus planes revolucionarios. Al peligro
general, hábilmente escondido, se añade la indefectible tenden­
cia comunista de aprovechar las situaciones conflictivas v fo­
mentar problemas para ocultar su implacable propósito de­
disociar para dominad

30. Colombia, Cancillería, “El Excelentísimo señor Presidente de la Repúbli­


ca da respuesta a la carta que le dirigió la Dirección Nacional Liberal",
Noticias de Colombia, Serie III, no. 2, 14 de junio de 1955, págs , K 11
31. Colombia, Cancillería, “El Excelentísimo”, págs. 1-7.

24!
El intercambio de documentos entre Rojas Pinilla y los miembros
de la Dirección Nacional Liberal sirvió para subrayar la difícil situa­
ción de los campesinos liberales en Sumapaz. Históricamente habían
combatido por la tierra y por su partido, por lo general bajo la
conducción de comunistas locales, bien conocidos a nivel nacional,
como Isa uro Yosa y Juan de la Cruz Varela. El apuro de los tiempos y
la incapacidad de Rojas Pinilla para mirar su lucha sino en términos
globales los condenó a presentar una batalla desesperada y al final
desastrosa.
Durante los meses de abril y mayo de 1955 el ejército comenzó a
estrechar el cerco en torno a Sumapaz. Los campesinos que no
estaban en armas fueron obligados a bandonar sus fincas, y por miles
se volcaron hacia los pueblos ubicados fuera de la zona de combate.
Los aviones sobrevolaron ciertas veredas, bombardeando las concen­
traciones del enemigo, lo que hizo crecer el flujo de refugiados. La
ansiedad popular y el muy extendido deseo de recibir información
con respecto a la campaña indujeron a Rojas Pinilla a permitir que su
comandante en Sumapaz, coronel Hernando Forero Gómez, explica­
ra públicamente por qué el ejército estaba empeñado en tan drástica
acción:

Los dirigentes comunistas empezaron a organizarse fuertemen­


te para esto, casi inmediatamente después del 13 de junio. La
entrega de las armas fue un engaño, una estrategia para distraer
al Gobierno y aprovechar nuestro patriotismo para preparar el
ataque. La llamada rendición a las Fuerzas Armadas fue una
entrega desleal y ficticia, de dos fusiles inservibles y unas cuan­
tas escopetas viejas. Con base en los antiguos guerrilleros de la
llamada “época de la violencia”, quienes en un ochenta por
ciento están ahora alzados en armas contra el Gobierno, se han
organizado los asesinatos de campesinos, la destrucción de la
región y la intranquilidad del Tolima y del país. Los comunistas
pueden considerarse como los directores de las guerrillas, pero
los antiguos bandoleros son el núcleo central y los autores
directos de los crímenes.
Después de esa falsa rendición, en todas estas regiones se
quedaron incrustados los autores de los delitos. Hemos com­
probado que la absoluta mayoría de quienes aparecen como
vecinos de Villarrica y Cunday, no tenían fincas antes de la
Violencia, y las tomaron después de haber dado muerte a sus
legítimos propietarios. De esa manera se establecieron para
llevar a cabo el plan central, que comenzó con el sistemático
exterminio de los conservadores, que se viene adelantando
desde hace año y medio. Tan pronto terminaron con ellos,

242
empezaron con los liberales que no les daban contribución o
apoyo. Y así, de grado o por fuerza, obligaron a casi todos los
hombres hábiles de la región a participar en las guerrillas, con
dinero o personalmente. Este aspecto sólo ha formado parte de
un plan mucho más grande y de más entidad32.

A comienzos de junio el ejército había preparado su acción para


acabar con las guerrillas de Sumapaz. Seis batallones rodearon el
área y Rojas Pinilla mismo dirigió la larga y costosa operación desde
su casa de vacaciones en Melgar. Las guerrillas pasaron primero a la
ofensiva, atacando con dos mil hombres las posiciones del ejército
cerca de Villarrica, pero no eran rival para una fuerza militar más
grande y mejor equipada. Sufriendo y a la vez infligiendo altas
pérdidas, los guerrilleros se retiraron paulatinamente desde el Tolima
hacia Cundinamarca y el alto Sumapaz. El ejército los persiguió sin
descanso entre los valles arborizados y laberínticos de la zona orien­
tal selvática de la cordillera, y continuó patrullando durante muchos
meses para asegurarse de que no se iban a reagrupar32 33.
Muchos colombianos eran escépticos de que Rojas necesitara lan­
zar su poderoso asalto contra Sumapaz. La imagen de los soldados
atacando a campesinos andrajosos con aviones de reacción bombar­
deros y tanques les pareció un ejercicio fútil y aun obsceno. En lo más
álgido de la pelea la revista Semana comentó melancólicamente que
“algo muy hondo, algo cuya verdadera naturaleza escapa al entendi­
miento del país, debe estar detrás de esta increíble e inútil acción”34.
Era una crítica no muy velada a Rojas y a su intento brutal y simplista
de resolver un problema complejo.
Como ocurrió siempre en la Violencia, quienes estaban menos
capacitados para defenderse fueron los que más sufrieron. Una cam­
pesina del oriente del Tolima refirió su percepción de los eventos que
llevaron a las luchas de Sumapaz. Primero, habló de la primera etapa
de la Violencia: “Empezaron a correr bolas de que un contingente de
‘chulos’ venía de Rionegro, vereda que está situada entre Dolores y
Prado. Con tanto rumor alarmista, las gentes resolvimos refugiarnos
en las montañas del café... A poco arrimó hasta nuestro escondite el
Cabo Tunjo, un hombre macho y sin miedo, que había comandado
guerrillas por allí en el sur del Tolima’’.
“Como los ‘chulos’ eran tan sanguinarios y los conservadores
andaban con ellos, la cosa se puso así: liberal que cogían lo mataban y

32. José Nieto, La batalla, pág. 249.


33. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 161-162.
34. Semana, 13 de junio de 1955.

243
godo que se cogía, pues se mataba. Al fin lo que pasó fue que
resultamos matándonos todos los campesinos unos con otros...”.
“Pues entonces, como Tunjo no tenía la sangre livianita, yo vi que
apegaban un toro en un botalón y amarraban a un conservador en
otro. Así amarrado machetaban al conservador y después mataban al
toro y eso se lo hacían ver a los niños para que aprendieran desde
chiquitos que así se mataba a los godos. Claro que eso lo hacían con
esos llamados pájaros y con esos que formaban la contraguerrilla...”.
“Claro que en nuestra organización, primero estaban los niños.
Pero morían de desnutrición, de pura hambre. Mi hija Gloria, de tres
años, murió porque no tenía ni yo ni nadie, un pedacito de panela.
Murieron muchos niños, lira que pasábamos días enteros sin probar
bocado. Me acuerdo que en un lugar del monte pasamos dos meses y
murieron cien (100) niños y 15 ancianos. Lo sé, porque a mí me
tocaba llevar la lista”-". .
Al comenzar 1955 sus amigos informaron a la señora y a su marido
sobre la campaña pendiente por parte del ejército: “Nosotros cogi­
mos otra vez para las montañas del café. Pero, bien adentro, por el
río Cabrera arriba. Y nos cncaletamos. Cuando vemos que llegan
montones de gentes que venían de Villarrica, muriéndose de hambre,
enfermos, desnudos, porque con esas avionetas, con esas bombas, no
los dejaban en paz... Lo que querían era matarnos a todos, dizque
porque éramos comunistas. Al que no mataban, si lo llegaban a
coger, lo mandaban para < 'unday al campo de concentración y de allí
lo sacaban y lo asesinaban”16.
“A muchos de los nuestros los mataron. Se hicieran matar por
defendernos... La tropa lo quemaba todo; tumbaba a machete los
cafetales, los platanales, los yucales y cuanto produjera comesti­
bles...”.
“De siete hijos apenas me quedaban tres. Los otros cuatro queda­
ron en los montes”37.
Los guerrilleros y los civiles que huían de la “zona de operaciones
militares” esparcieron su miseria en las montañas de Sumapaz, y a

35. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 170-172.


36. No se sabe mucho del campo de concentración ubicado en Cunday, pues la
zona de operaciones militares estaba cerrada al público y el gobierno de Rojas
Pinilla no quiso divulgar su existencia. Sin embargo, de él se hace mención en
varias fuentes secundarias, y los liberalesqucdirigieron a Rojas Pinilla la carta
de la cual se han sacado las citas arriba transcritas, hicieron referencia a “la
muerte de prisioneros bajo custodia de las autoridades”. El campo, “donde la
ejecución sumaria de presos de varias tendencias políticas se llevó a cabo”, es
tema también de Partido Comunista, Treinta años, pág. 121.
37. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 171-172.

244
dondequiera que iban creaban un nuevo tipo de refugiado: el campe­
sino sobre cuya tierra se libraba la batalla. Adriana Pácz, viuda de
Miguel Moreno, describió la situación que ella y su marido enfrenta­
ron a mediados de 1955:

...En junio de este año o sea 1955 oímos decir que venía del
Tolima Juan Varela con gente armada y entonces todos los
vecinos comenzaron a salir en huida y mi esposo no quiso que
nos saliéramos al principio porque no creía; al fin cuando ya vio
que estábamos prácticamente solos en la vereda, aceptó aban­
donar la finca y cuando nos dirigíamos hacia Nazaret en un
punto El Páramo nos vimos rodeados por una tropa pequeña
de gente armada y sus familias que pertenecían a la gente de
Juan Varela. Nos devolvieron por el mismo páramo arriba y
llegamos a un punto llamado El Plan de las Vegas, allí había
como 4.000 personas y otro tanto de animales; entre las perso­
nas estaban incluidas hombres, mujeres y niños... Nosotros
queremos que nos ayuden a [conseguir] la desocupación de
nuestras tierras que están ocupadas por gentes del Tolima y
llevadas por Varela.

La declaración de Luis Eduardo Romero, otro campesino expulsa­


do de su tierra, en parte dice así:

Hasta 1955 trabajaba yo en El Alto de Sumapaz; vereda El


Duda, perteneciente al municipio de Bogotá. Yo tenía una finca
allá donde cultivaba maíz, arveja, arracacha, habas y fríjol, y
papa; tenía además nueve reses y cuatro bestias caballares;
tenía en total aproximadamente 150 hectáreas de mi propiedad;
tenía además marranos y gallinas y ayudado en parte con
“poramberos” o amigos a quienes yo les daba las semillas y
alimentación y el producto se distribuía en compañía. Pero
sucedió que en 1955 tuvimos noticias que en Villarrica había
unas gentes revolucionarias que se habían levantado en armas y
que venían hacia Cabrera, invadiendo esta región y llegando
hasta El Alto de Sumapaz; allí invadieron toda esa región y nos
vimos obligados a abandonarla38.

38. Alonso Moneada Abello, Un aspecto de la Violencia Bogotá, Italgraf


Ltda., 1963, págs. 275,285; 328-329. La primera declaración la hizo Adriana
Páez de Moreno en las oficinas del Servicio de Inteligencia Colombiana, 2 de
septiembre de 1958. La segunda era de Luis Eduardo Romero Contreras, 1 de
septiembre de 1958.

245
Mientras el ejército sacaba a los campesinos armados del oriente
del Tolima hacia el páramo de Sumapaz, destruyendo sus campos, la
Violencia medraba por doquier en el departamento. Al igual que en
1949, la culpa estaba en los encuentros entre campesinos liberales y
policías poco disciplinados conservadores. Las fuerzas del orden
también contribuyeron al caos en otros aspectos. Ansiosos de elimi­
nar aquellas personas que consideraban responsables deja Violencia
en marcha, pagaban pájaros para que les dieran cacería. El goberna­
dor César Cuéllar ofreció una inapreciable perspectiva del problema
en un comunicado enviado a su superior, el coronel Luis E. Ordóñez,
el 6 de septiembre de 1955. En él se quejaba de que sus actividades
estaban siendo frustradas por miembros del Servicio de Inteligencia
Colombiano (S1C), que prevenían a los pájaros, en su mayoría foras­
teros venidos del Valle del Cauca, cuando el Gobierno iba a iniciar
una acción contra ellos. “Yo le ruego a usted muy atentamente”,
escribió Cuéllar, “enviarme a dos agentes del SIC para que me
ayuden en mi investigación [de este asunto] que dada su gravedad,
constituye una seria amenaza a la paz en esta sección de la nación”3940
.
Como para fundamentar su petición, se habían presentado dos nue­
vos ataques contra Héctor Echeverri Cárdenas, el director de Tribu­
na. Fueron ellos el tercero y cuarto atentados contra su vida, y, como
en 1952, los desafortunados asesinos tuvieron que conformarse con
matar al corresponsal del periódico en Rovira4°.
Rojas Pinilla estaba desesperado cuando se dirigió a los tolimenses
el 10 de septiembre con ocasión de una feria agropecuaria en Armero.
El dictador parecía estar conviniendo con que los sucesos ocurridos
en el Tolima se debían más a los odios políticos tradicionales que al
comunismo. Rojas habló lúgubremente sobre la necesidad de alzarse
por encima de partidarismos estériles:

Con angustia patriótica el gobierno de las Fuerzas Armadas


invita a todos los hombres y mujeres tolimenses que teman a
Dios, y amen a su patria chica, a engrosar el frente nacional
que, por encima de los partidos, anhela salvar vidas y haciendas
y conservar para todos los colombianos las tradiciones de Paz,
Justicia y Libertad... quiero reiterar mi llamamiento a las nue­
vas generaciones del país para que aporten a la vida de relación
de los partidos un criterio nacionalista que supere las razones
del egoísmo destructor y se esfuercen con mente serena y volun-

39. De un comunicado militar citado por Germán Guzmán, La Violencia,


parte descriptiva, pág. 164.
40. Tribuna, 12,26 de julio; 11 de septiembre de 1955.

246
dad tenaz por curar la nación colombiana de las taras que por
tanto tiempo han obstruido su recto cauce de progrese^1.

Rojas sabía, muy seguramente, que sus oyentes no aceptarían de


inmediato su elevado desafío, y por eso terminó su discurso afirman­
do que su gobierno prefería realizar buenas obras para el pueblo que
escuchar sus “eternas recriminaciones” y su interminable discusión
acerca de “grandes odios” y “pequeñas rencillas”. “No es que el
Gobierno quiera abolir las doctrinas [políticas], o extinguir la justa
inquietud espiritual causada por las ideas”, dijo quejumbrosamente:
“es sencillamente que el Gobierno está tratando de re-dirigir esta
innata y exagerada preocupación de los colombianos por la política
hacia canales de pensamiento y acción más propicios para el progreso
nacional”42.
En su discurso de Armero, Rojas admitió, a su manera, que había
sido incapaz de gobernar a Colombia, y sabía cuál era la causa de su
fracaso: la política. Habiendo enajenado a la totalidad del estableci­
miento político, hasta el punto de cerrar el preponderante periódico
liberal El Tiempo, el dictador se vio limitado a pronunciar discursos
contra los partidos tradicionales en provincia. Era ésta una forma
inefectiva y aun ignominiosa de responder a las crecientes críticas que
circulaban contra su gobierno.
La Violencia en el Tolima se volvió cada vez peor en vista de la
debilitación de la posición de Rojas Pinilla. La gente del departamen­
to no sentía ningúna afinidad especial hacia el dictador, especialmen­
te después de que sus tropas sumieran a la región de Sumapaz en el
desastre. Rojas Pinilla, por otra parte, consideraba al Tolima una
espina en su costado, y la atención que le dispensaba era agresiva­
mente militar, como lo atestiguaban las hordas de refugiados que
huían de las áreas de Violencia. Un titular que expresaba la desespe­
ración tolimense frente a la interminable campaña militar decía:
“Ambalema pide que no se manden más exiliados de la zona de
guerra del Tolima”4J. Siendo el gobierno central incapaz de resolver
los problemas sin apelar al lenguaje del fusil, los ciudadanos del
Tolima se refugiaron en sus propios recursos, así fueran insignifican­
tes. La Iglesia era un constante proveedor de ayuda y de consuelo
para millares de personas arrancadas de sus hogares. Un importante
cronista de la época, sacerdote él mismo, habló del “trabajo magná-

41. Colombia, Cancillería, “El gobierno nacional y los partidos políticos”,


Noticias de Colombia, Serie III, No. 8,20 de septiembre de 1955, págs. 2-3.
42. Colombia, Cancillería, “El Gobierno Nacional”, pág. 3.
43. Tribuna, 30 de octubre de 1955.

247
nimo, silencioso, virtualmente desconocido” de muchos párrocos
que se sacrificaron para promover varias obras de caridad con un
pequeño respaldo monetario. Pobres en recursos financieros pero
“millonarios en buena voluntad”, fue lo que el padre Germán Guz­
mán escribió acerca de sus colegas, los sacerdotes del Tolima y de
muchos otros lugares44. El gobierno departamental estaba tan escaso
de dinero para ayudar a los ciudadanos desplazados, como lo estaba
la Iglesia, pero tenía una opción no permitida para esta última: podía,
a la hora de la necesidad, buscar dinero en el vicio. Todas las
ganancias de la lotería departamental entregadas a la Beneficen­
cia del Tolima, una organización de caridad administrada por Floro
Saavedra. Bajo el cuidado de Saavedra, director de un periódico
rabiosamente anti-liberal, El Derecho, durante los decenios de 1930 y
1940 la Beneficencia había prosperado. Durante la última fase de la
Violencia los refugiados se presentaban directamente a esta oficina,
donde recibían atención médica y ayuda para reublcaese45.
La poderosa Federación Nacional de Cafeteros se unió a quienes
buscaban una solución para la Violencia. Durante 1956 esta entidad
comenzó a indagar a sus miembros, que vivían en zonas de conflicto,
para escuchar sus sugerencias con respecto a la terminación de la
contienda, y los resultados de sus averiguaciones fueron más tarde
enviados a las autoridades depaetamentales46. Al mismo tiempo, el
gobierno del Tolima organizaba sus propios programas para contro­
lar la Violencia. Uno de los más importantes lo puso en práctica el
recién nombrado gobernador militar, coronel Alfonso Guzmán Ace-
vedo. Con aparente sinceridad, el coronel Guzmán propuso “una liga
de autodefensa del campesino” para protección de sus intereses, y
esto en un departamento donde ya había entre siete mil y diez mil
hombres en armas, todos ellos peleando para defender sus intereses
en la forma como los entendían47. Las guerrillas liberales en el sur del

44. Germán Guzmán, La Violencia, II, pág. 435.


45. Véase el largo informe de Saavedra sobre la Beneficencia del Tolima en
Anuario estadístico histórico-geográfico de los municipios del Tolima, 1962,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1962, págs. 33-66.
46. Tribuna, 12 de octubre de 1956.
47. Tribuna, lo. de diciembre de 1956. Según varios estimados, había entre
7.000 y 10.000 guerrilleros en el Tolima en ese entonces. Véase: Germán
Guzmán, La Violencia, II, pág. 422; Tribuna, 6 de julio de 1956. Es posible que
las fuerzas armadas, ansiosas de lograr cualquier éxito en el Tolima, se
hubieran engañado hasta el punto de creer que no quedaban allí sino unos
pocos violentos. Cinco días después de la propuesta ingenua del coronel
Guzmán, el general Navas Pardo anunció que sólo unos trescientos “bandi-

248
Tolima, de hecho, habían creado su propio gobierno militar mucho
antes de que llegara la ingenua sugerencia de Guzmán Acevcdo. Uno
de los grupos más grandes, llamado “El Movimiento Liberal Nacio­
nal Revolucionario del Sur del Tolima”, dirigido por Leopoldo
García (General Peligro), operaba bajo una estricta jerarquía de
generales, coroneles y oficiales subalternos. A fines de 1956 sus
miembros formularon una complicada serie de leyes bajo las cuales
irían a “gobernar” su área de operaciones. Su deseo de controlar la
Violencia en el Tolima era evidente en una carta enviada a Teófilo
Rojas (Chispas), que tenía entonces 22 años de edad, en diciembre de
1956. En dicha carta Luis María Oviedo (Mariachi) ofrecía asilo a
Chispas a cambio de que éste le diera la oportunidad de “juzgar” al
joven violento. El objetivo del propuesto “juicio” era determinar
cuáles, de los 168 asesinatos achacados a Rojas durante 1956, habían
sido realmente cometidos por él8.
Ciudadanos individuales intensificaron sus esfuerzos por reducir la
Violencia a principios de 1957. Un conocido médico, Daniel de la
Pava, entró en negociaciones con Chispas durante el mes de marzo y
arregló con él una entrevista a media noche en una zona residencial de
Ibagué. De la Pava, posiblemente, había sido motivado para este
peligroso encuentro por una carta pastoral del obispo de Ibagué,
monseñor Rodríguez, que protestaba por la muerte violenta de tres­
cientos tolimenses durante los tres últimos meses de 1956; Chispas y
su cuadrilla estaban acusados de noventa de ellas49. La reunión entre
el médico y el violento no se realizó como estaba planeado. De la Pava
fue asesinado y Chispas huyó de la escena para continuar aterrorizan­
do las zonas rurales. Entre esta época y finales de mayo fue acusado
de 58 asesinatos más en el sector sur-central del Tolima.
A mediados de marzo Rafael Parga Cortés sostuvo una reunión
con miembros del “movimiento revolucionario” del General Peligro
bajo circunstancias mucho más propicias. Durante varios meses los
guerrilleros liberales y los campesinos no combatientes habían eleva­
do peticiones al Gobierno implorando por la paz en el sur del Tolima.
Parga aceptó actuar como su intermediario y en el día señalado partió

dos, guerrilleros, pájaros, chusmeros o cualquier otro nombre que se les quiera
dar se quedan, y la mayoría de ellos vienen de otras partes. No son tolimenses".
48. El “proceso”, en realidad una entrevista, ocurrió unos dieciocho meses
más tarde. Tribuna, 19, 20 de julio de 1958. Se encuentra una relación de Ion
lugares y las fechas de los asesinatos atribuidos a Chispas entre 1955 y 1961 en
(iermán Guzmán, La Violencia, II, págs. 341-343.
49. Tribuna, 30dediciembrede 1956;GermánGuzmán,La Violencia, II, págs.
341-342.

249
de Chaparral en un viaje agotador a lomo de muía, de 16 horas de
duración, hasta Herrera, una vereda muy distante en el azotade
municipio de Rioblanco. Su encuentro con los sufridos campesino.’'
fue el primero de varios otros realizados por representantes del
gobierno departamental, encuentros que culminaron en un “cabildo
abierto” que hizo época a finales de ese mes. Los guerrilleros saluda­
ron cordialmente a los representantes de Rojas Pinilla y se compro­
metieron a respaldar al Gobierno si éste cesaba la guerra contra ellos y
los ayudaba a remediar la miseria del pueblo. Habían pasado muchos
años sin escuelas adecuadas, sin hospitales, sin caminos y sin otras
comodidades de la vida civilizada. El persistente Echeverri Cárdenas
estaba allí tomando fotografías que irían a aparecer más tarde en la
edición de Tribuna del 11 de abril. El mismo se hizo retratar rodeado
por varios líderes legendarios: Leopoldo García (General Peligro),
Aristóbulo Gómez (General Santander), Luis Carlos Hernández (Ca­
pitán Tarzán), José Giraldo (Capitán Pimienta), José Antonio Parra
(Revolución), José García (Terror), hermano de Leopoldo García, y
Pablo E. García (Mirús). Olimpio Ochoa (Bernal) estaba en represen­
tación del General Mariachi, quien no había podido asistir a la
conferencia. Los cuarteles generales de Mariachi se encontraban en el
Cañón de Co.cora, a 18 horas a lomo de muía, en la parte norte del
municipio de Rovira, la misma base de operaciones utilizada por
Chispas.
Una serie de entrevistas aparecidas en el periódico revelaron a los
muy temidos guerrilleros como campesinos sencillos, tímidos y anal­
fabetos. El General Peligro tenía solamente 32 años de edad y era
propietario.de una finca de 200 hectáreas. “Nosotros peleábamos
porque nos obligaban a hacerlo”, dijo, y pidió que el gobernador
Guzmán Acevedo visitara a Herrera para que viera con sus propios
ojos que Peligro y sus hombres estaban manteniendo su promesa de
parar la lucha. El General Santander era un liberal de cincuenta años,
en cuya cara marcada llevaba el testimonio de las batallas que había
librado contra los guerrilleros comunistas en la guerra por la hegemo­
nía en el sur del Tolima. Se jactaba de que sus “limpios” casi que
habían sacado a “los comunes” de Isauro Yosa (Líster) fuera del
departamento, y deseaba que el ejército tuviera buena suerte en su
programa de pacificiación, ya que la paz le haría posible regresar a su
propia finca50. El Capitán Pimienta, el Capitán Tarzán y el Teniente
Marín eran campesinos de edad madura, profundamente cansados de
luchar, y habían optado por el “cabildo abierto”, el mecanismo más

50. Santander equivocadamente identfficó a Yosa como europeo, Elsocialista


colombiano se llamaba Líster por Enrique Líster, un líder de la guerrilla
comunista de la guerra civil española.

250
directo del gobierno hispano tradicional, como su propio foro pina
anunciar que ya era tiempo de ponerle fin a la Violencia.
Uno de los hombres entrevistados por Echeverri Cárdenas parcela
estar terriblemente fuera de sitio entre los recios liberales de Herrera,
lira un maestro de escuela, conservador, de nombre Silvestre Bermú
Triana, a quien llamaban Capitán Mediavida por la mutilación de que
había sido víctima en los inicios de la Violencia. El 9 de abril de 1948
una muchedumbre liberal en Prado le había cortado su mano izquier­
da y golpeado tan duramente que por poco acaba con él. Más tarde,
en Herrera, se ganó el respeto del General Peligro por su inteligencia y
buena voluntad para pelear contra las fuerzas del Gobierno y contra
los comunistas. Al igual que los otros, Silvestre Bermú deseaba la paz
y ansiaba ver el día en que liberales y conservadores pudieran vivir
juntos en aemonía5l.
Un mes después de las reuniones en Herrera, el 10 de mayo de 1957,
Rojas Pinilla fue derrocado por sus propios generales y por una
coalición de grupos urbanos que incluía estudiantes, sindicatos, sa­
cerdotes, gremios económicos y líderes de los partidos políticos
tradicionales. Los colombianos que habitaban en las zonas urbanas
recibieron con júbilo la noticia y realizaron manifestaciones calleje­
ras en varias ciudades. En Cali, nido principal de los pájaros, ciudada­
nos vengativos les dieron cacería y eliminaron a catorce de los más
conocidos asesinos a sueldo52. La reacción en las zonas rurales como
el Tolima fue más moderada. Las gentes de allí sabían que no era su
miseria la que había provocado la caída de Rojas y, de hecho, la
Violencia continuó azotándolas inmiseeicordemente. Asesinos sicó­
patas como Chispas se paseaban por los campos a voluntad, y los
pájaros acechaban en pueblos y ciudades. Sólo durante el mes de
mayo Chispas y su cuadrilla fueron acusados del asesinato de otros 51
campesinos dentro de Rovira y en sus alrededores. Y la buena suerte
abandonó a Héctor Echeverri Cárdenas el 14 de julio. Un pájaro, más
tarde identificado como un antiguo policía llamado Joselín Vargas
Guatama, lo asesinó cerca de las oficinas de Tribuna ante los horrori­
zados ojos de su pequeño hijo53.
Fue más en un tono de esperanza que de alivio que la gente del
Tolima saludó al nuevo gobierno. La junta de cinco generales, presi­
dida por Gabriel París, anunció que Laureano Gómez y Alberto*

51. Tribuna, 16 de marzo; 11 de abril de 1957.


52. Luis Agudelo, Los guerrilleros, págs. 303-305.
53. Antonio Cacua, Historia delperiodismo, pág-llC,Tribuna. 2),24demuyo
de 1958; Germán Guzmán, La Violencia, II, págs. 341-342.

251
Lleras Camargo habían elaborado un acuerdo mediante el cual los
dos partidos tradicionales formarían un “Frente Nacional” para
compartir el poder y hacerse cargo del gobierno a partir del 7 de
agosto de 1958. Todo lo que los generales pedían era una aprobación
popular del plan en un plebiscito nacional que se fijó para el primero
de diciembre de 1957. Cuando llegó el día señalado el pueblo del
Tolima dio al Frente Nacional su abrumadora aprobación. Mientras
Rojas Pin illa bufaba de cólera y dijo que los ignorantes pensaban que
ibana votar por algún “Señor plebiscito”, el 81% de los tolimenses
capacitados para sufragar participaron en las elecciones, comparado
con el 68.5% a nivel nacional. En el otrora próspero municipio del
Líbano cada votante se dirigió hacia las urnas para depositar un
astronómico 97% de votos de confianza, o quizás de implorante
optimismo, en el nuevo acuerdo político54. Tolima había dicho.
Ahora le tocaba al gobierno nacional para demostrar que esta con­
fianza no había sido inmerecida.

54. Verapéndice IV para cifras sobre la participación electoral tolimense en el


plebiscito. A nivel nacional4.169.299aprobaronelarreglopoíítico,206.864se
opusieron a él, 20.738 votaron en blanco y 194 depositaron votos nulos. José de
Jesús López y López e Hilda Isabel Guevara de López, El plebiscito de 1957y la
alternación de los partidos políticos en la presidencia de la República, Bogotá,
Editorial Carvajal, 1966, pág. 70.

252
CAPITULO VIII
MAS QUE UNA SOLUCION POLITICA

Mayo de 1958 fue un mes de contrastes en el Tolima. Comenzó con


una nota de optimismo, y aun de euforia, cuando un 73% de los
votantes registró una mayoría de 67% a favor del candidato del
f rente Nacional, Alberto Lleras Camargo12. La ordenada contienda
anunciaba el regreso al gobierno civil el 7 de agosto, y con él la
esperanza de que el rampante desorden que afligía al departamento se
vería disminuido. No obstante, la Violencia se recrudeció en el Toli­
ma con más furia que nunca. El índice departamental de asesinatos
por cada 100.000 habitantes permaneció en 212 durante los siete
primeros meses del año, lo que quería decir que un promedio de 162
tolimenses había muerto a manos de los violentos cada mes2. El
mismo día de la elección de Lleras los bandoleros atacaron el munici­
pio de Alvarado y asesinaron a 27 campesinos. En ese instante, pero
mucho más al sur, en el corregimiento de Casa Verde, Ataco, Jesús
María Oviedo, Mariachi, trataba en vano de disuadir a Teófilo Rojas

1. Los votos restantes se depositaron por Jorge Ley va, conservador disklcnie,
quien ganó el 20% de los votos nacionales.
2. Se basan estas cifras en un informe oficial que colocó en 1132 los muertos
de los primeros nueve meses de 1958. El informe, que volvió a publica r / 'ribuna,
8 de octubre de 1958, indica que hubo una disminución del 50% en muer tes
atribulas a la ’Viotencia entre agosto y septiembm. En ¡iqud aitones hi
población del Tolima era de 800.000 habitantes, aproximadamente.

253
Varón para que dejara de cortar más vidas. El tenebroso Chispas no
prestó atención y en el término de cuatro meses añadió otros 41
nombres a su larga lista de homicidios3. Nueve días después de las
elecciones los vecinos del Líbano presentaron una petición al Gobier­
no para construir un puesto militar en su municipio, “a causa del
horrible genocidio que se está cometiendo allí”4. Hacia finales del
mes la administración departamental confesó su impotencia ante la
crisis y afirmó que el Tolima estaba en bancarrota. “El Tolima pide
que sus problemas sean resueltos”, rezaba un titular de primera
página dirigido al Gobierno en Bogotá. El artículo acompañante
detallaba el caos fiscal, inducido por la Violencia, que hacía necesario
varios préstamos bancarios para proveer los servicios públicos más
rudimentarios5.
La junta militar encargada de conducir los destinos de Colombia
hasta cuando el presidente electo, Alberto Lleras, tomara posesión,
estaba muy al tanto del problema en el Tolima. Cada mes tenía el
desagradable oficio de estudiar los informes de las patrullas del
ejército y de la policía que habían sido emboscadas o exterminadas
por los violentos, y el 27 de mayo nombró una “Comisión Nacional
para Investigar las Causas de la Violencia”, compuesta por siete
personas, entre las cuales había dos generales, dos académicos, un
político y dos sacerdotes. Uno de estos últimos, el padre Germán
Guzmán Campos, había presenciado muchas escenas de la Violencia,
ya que se había desempeñado como párroco del Líbano durante
varios años6. El trabajo de una comisión investigadora había sido
raras veces más importante que el desarrollado por el padre Guzmán
y sus colegas, ya que enfocó un fenómeno que parecía crecer de
manera cada vez más insenata a medida que el tiempo pasaba. En un
período de cuatro días, a comienzos de junio, murieron de 15 a 38
campesinos en Natagaima; otros 20 fueron liquidados en Dolores;
y luego vino el asesinato del político conservador Carlos Lis y de su
escolta de siete militares en Prado. Cientos de familias huían del

3. Tribuna, 19 y 20 de julio de 1958; Germán Guzmán, la Violencia, parte


descriptiva, págs. 407-408. La conversación entre Mariachi y Chispas fue
transcrita por Mariachi y emitida por Tribuna. Más tarde se publicó en el
estudio de la Violencia realizado por Germán Guzmán.
4. Luis Eduardo Gómez, El Líbano.
5. Tribuna, 23 de mayo de 1958.
6. Los otros miembros eran el padre Fabio Martínez, Otto Morales Benítez,
Absalón Fernández de Soto, Augusto Ramírez Moreno, el general Ernesto
Caicedo López y el general Hernando Mora Angueira.

254
oriente del Tolima, y el municipio de Alpujarra quedó aislado lem-
poralmente del resto del departamento por bandas errantes de la-
cinerosos. En diferentes sitios del Tolima se informó de otros doce
casos de criminalidad en esos mismos días7, y más tarde en el mes, un
bus que viajaba entre Rovira e Ibagué fue asaltado y todos sus
pasajeros cayeron muertos o heridos. Chispas y su cuadrilla fueron
acusados de este ataque, y pronto salieron doscientos soldados a
perseguirlos, inútilmente8.
Para pocos colombianos constituyó una sorpresa que el presidente
I.leras Camargo, en su discurso inaugural del 7 de agosto, afirmara
que la Violencia era su gran preocupación y la prioridad máxima de
su gobierno. Lleras se refirió al tema con lucidez característica:

Y, ante todo, correspondería examinar cuál debe ser nuestro


comportamiento ante la perturbación del orden público por los
fenómenos constantes de violencia. Me anticipo a declarar que
no creo que vayan a desaparecer súbitamente y que el país debe
prepararse para una intensa campaña de pacificación, de dura­
ción imprevisible. El estado de inseguridad viene, cuando me­
nos, de hace diez años, con alteraciones favorables fugaces, con
incrementos tremendos en algunas épocas, y sin que hasta
ahora se le haya encontrado un tratamiento eficaz. No es
aventurado afirmar que el fracaso de la gestión pacificadora
reside en gran parte en el ánimo con que los colombianos todos,
pueblo y gobernantes, nos hemos aproximado al primer gran
desastre de nuestro tiempo... Ante el brote salvaje de la violen­
cia hemos debido orientar, desde el primer momento, todos los
recursos, fuerzas, capacidad y energías a conjurar el peligro de
su . recurrencia, o el más grave, de su aclimatación... Por eso
declaro ante el Congreso que mientras no se haya restablecido
totalmente el orden y reducido la violencia, el Gobierno no
tendrá prioridad para ninguna otra preocupación, ni va a dejar
descansar al pueblo con su reclamación impaciente de apoyo,
solidaridad y cooperación en tan imperiosa tarea de seguridad
social9.

7. Los bandidos que mataron a Carlos Lis lo hicieron con el fin de apoderarse
de las armas de su escolta. Entrevista con Parga Cortés; Tribuna, lOde junio de
1958.
8. Tribuna, 24 de junio de 1958.
9. Alberto Lleras Camargo, Sus mejores páginas Bogotá, Compañía (¡ihiico-
lombiana de Editores, 1959, págs. 222,225.

255
La obra inmediata del presidente Lleras Camargo correspondió a
estas palabras. No sólo procedió al fortalecimiento mesurado pero
efectivo de los puestos militares en las zonas azotadas por la violencia
en el Tolima, en Caldas y en el Valle, sino que les dio a todos los
tolimenses motivos para creer que el Presidente estaba especialmente
interesado en ayudarlos. Uno de sus primeros actos oficiales fue
nombrar a uno de los tolimenses más distinguidos, Darío Echandía,
gobernador del departamento. Lleras declaró que ese nombramiento
era “lo mejor que el Gobierno Nacional puede ofrecerle al Tolima”, y
agregó de manera inquietante que a lo mejor Echandía representaba
la última oportunidad para el Tolima “de escapar de la brutal pesadi­
lla que ha venido destruyendo las vidas y el tesoro de todos los
habitantes del departamento”1°. El título que dio Echandía a su
primer discurso como gobernador fue “La Restauración de la Paz en
el Tolima”, revelando con ello que entendía los sentimientos de su
pueblo. No contenía el discurso mención alguna a la subversión
comunista, ni admoniciones acerca de que los tolimenses tenían que
respetar a las autoridades legítimamente constituidas, ni condena­
ción de almas perdidas como Chispas, Desquite o Sangrenegra. De
hecho, la alocución hizo poca mención de la Violencia y se concentró
en cambio en el desastroso efecto que tenía sobre la vida pública el
corrosivo partidismo tradicional, y en el papel que debía cumplir el
Frente Nacional para despolitizar a Colombia. “La empresa de la
pacificación”, dijo Echandía, “requiere la eliminación de viejos pre­
juicios, el olvido de odios sectarios”. El simple partidismo y el
corrupto espíritu del fraude y del favoritismo habían llevado a los
ciudadanos ordinarios a considerar a los servidores públicos “como
si fueran militantes de una tribu bárbara que logró, por la violencia,
la conquista de un territorio hostil, y cuyo oficio consistiera en
mantener a los conquistados, a toda costa, bajo el dominio del
vencedor”. Echandía aseguró a los tolimenses que, como represen­
tante del pacto bipartidista, él se preocuparía por ponerle término a
los viejos abusos:

Esto significa que no serán aptos para participar en la adminis­


tración pública quienes piensen que el país está dividido en
buenos y malos y que esa división coincide exactamente con la
división de los ciudadanos en dos partidos políticos; quienes
crean que el hecho de afiliarse a una de estas agrupaciones da
título a un ciudadano para alegar privilegios o prioridades

10. Darío Echandía, Humanismo y técnica Bogotá, Editorial Kelly, 1969,


págs. 281,182.

256
respecto de los que pertenecen a la otra; quienes pretendan
servirse de un cargo público para adquirir prosélitos o elect otes
mediante halagos o amenazas con los instrumentos del poder;
quienes carezcan de espíritu de justicia y equidad, que Icn
permita aplicar la ley, sin discriminaciones, a todos los gober­
nados; en suma, a aquellos que no sean lo suficientemente
ecuánimes o de voluntad lo bastante fuerte para no prevaricar
por favorecer a un partido u hostilizar al otro.

Hacia el final de su discurso, Echandía se refirió a la Violencia


llamándola “una especie de tremendo círculo vicioso: la violencia
causa la miseria y ésta estimula o favorece el crimen”1 ', pero no culpó
de ella a los gobernados sino a los gobernantes. En cierto sentido, el
viejo liberal de Chaparral había celebrado un rito de expiación
política para el pueblo del Tolima. En seguida vendría el exorcismo
del demonio de la Violencia.
Como en los primeros meses de la presidencia de Rojas Piniila,
hubo una explosión inicial de entusiasmo con el nuevo régimen y una
baja significativa de los niveles de Violencia en todo el departamento.
Las muertes . intencionales en el Tolima descendieron a 80 durante
agosto y septiembre, la mitad de lo que habían sido en cada uno de los
siete meses anteriores, y a comienzos de agosto se presentó un perío­
do de 72 horas durante el cual los violentos no cobraron ninguna
vida. Tribuna llamó la atención sobre esta circunstancia feliz en un
titular que decía: “¡Tres días de paz en el Tolima!’’12. Contribuyendo
en forma significativa a los bajos niveles de criminalidad fue el
programa de amnistía, que otorgaba a los gobernadores y a ciertos
oficiales del ejército libertad para ofrecerles especiales alicientes a los
guerrilleros. Entre ellos estaba la promesa de protección oficial a los
violentos reformados que quisieran ayudar a las fuerzas militares a
capturar a los transgresores de la leyB. Dos de los más conocidos
guerrilleros del Tolima, Leopoldo García y Jesús María Oviedo,
Peligro y Mariachi, aprovecharon el ofrecimiento, y otros les siguie­
ron. Incluso Teodoro Tacumá, el guerrillero conservador e indio
coyaima de Velú, Natagaima, entró en negociaciones con el ejército.
De extremada importancia en las entregas de 1958 fue el hecho de que
las guerrillas comenzaran a convenir pactos entre ellas mismas tanto
como con el Gobierno Nacional. Los combatientes liberales y conser­
vadores del sur del Tolima firmaron una serie de “pactos de paz”

11. Darío Echandía, Humanismo, págs. 267,271,173. .


12. Tribuna, 12 de agosto de 1958.
13. Russell Ramsey, Guerrilleros, págs. 357-358.

257
entre finales de agosto y comienzos de septiembre de 1958. Lo>
miembros de la “Comisión Nacional para Investigar las Causas de la
Violencia” presenciaron una de tales negociaciones, en Casa Verde.
Ataco, el 4 de septiembre. Escucharon a exguerrilleros condenar la
Violencia y tornarse elocuentes sobre los goces de la paz. Luego, dos
días más tarde, se supo que las guerrillas de Charro Negro habían
acordado deponer sus armas. Oficiales del sur del Tolima recibieron
una declaración escrita en este sentido, firmada por Manuel Maru-
landa Vélez, Ciro Castaño, Isaías Pardo, Jorge Arboleda y Guillermo
Suárez. Por alguna razón no explicada, Charro Negro no firmó el
documento^.
Charro Negro, el comunista, no fue el único violento que rechazó la
amnistía ofrecida por el Frente Nacional. De hecho, las entregas de
1958 fueron meramente el comienzo del fin de la Violencia en el
Tolima, porque sólo cobijaron a aquellos guerrilleros que se conside­
raban a sí mismos liberales o conservadores. Charro Negro, sus
hombres y miles de violentos del Tolima y de muchas otras partes no
entraban dentro de tales categorías. El Apéndice II suministra una
plataforma empírica en respaldo de las generalizaciones hechas con
respecto a la transformación de la Violencia antes y después de la
formación del Frente Nacional. Durante el gobierno del general
Rojas Pinilla el conflicto se hizo más intenso en ricas zonas cafeteras
como el Tolima, Caldas y el Valle, que en sitios de mayor tradición de
violencia política como los Llanos Orientales, Boyacá y Santander
del Norte. Esto significa que los factores económicos estaban desem­
peñando un papel aún más determinante en la Violencia durante la
fase de 1953/54 a 1958, y que la “despolitización” fue apenas el
primer paso para detener el derramamiento de sangre. En el siguiente
cuadro, basado en datos recogidos por el ejécito colombiano, se
sugiere hasta qué punto la zona central de Colombia cafetera era el
centro focal de la Violencia a fines de los años cincuenta y comienzos
de los sesenta:

14. Tribuna, 3,4,6,13deseptiembrede 1958.LoscomunistasdeGaitaniaenel


sur de Ataco trataban de ganar tiempo. Nunca pensaban rendirse al ejército,
como quedó comprobado por sucesos subsecuentes.

258
Cuadro II

Violentos en Colombia cerca de 1960IS

Cuadrillas
periódicamente Cuadrillas
Cuadrillas activas activas comunistas
Departamento Número Miembros Número Miembros Número M iembros

Tolima 6 98 15 1.613 3 217

('undinamarca 2 46 4 70 7 655

('a Idas 9 57 4 27 — —
Valle 5 67 5 252 2 20

('auca 6 40 — — — —

Antioquia 9 73 5 39 — —
ñoyacá 3 25 1 50 2 10

Santander 3 65 1 11 1 10

Estos datos revelan que para 1960 había una preponderancia de


“cuadrillas comunistas” sobre aquellas denominadas “cuadrillas ac­
tivas”. Los comunistas confesaban su oposición al gobierno del
Frente Nacional y alimentaban esperanzas de que pudieran derrocar­
lo. Los 35 grupos “periódicamente activos” estaban compuestos
principalmente por oportunistas que operaban para conseguir ga­
nancias económicas. En la mayoría de los casos las “cuadrillas acti­
vas” eran remanentes de antiguos grupos liberales y conservadores
cuyos miembros se habían brutalizado tanto, y tenían tantos enemi­
gos, que sencillamente no podían regresar a la paz. Entre estos grupos
se encontraban las cuadrillas de Chispas, Desquite y Sangrenegra,
sobre las cuales se hablará más adelante. Por último, la no existencia
de cuadrillas en grandes áreas de temprana Violencia política como
Santander del Norte y los Llanos Orientales, y el número reducido de
violentos en Santander y en Boyacá, es algo que debe tenerse en
cuenta.
La Violencia del Tolima se mantuvo sobre cuatro pies a comienzos
del Frente Nacional. El primer pie fue formado por guerrilleros
conservadores y liberales que luchaban en defensa de sus vidas y de
sus propiedades; el segundo, y el más pequeño de todos, por unidades

15. Russell Ramsey, Guerrilleros, pág. 278. A los datos suministrados por el
ejército Ramsey agregó otros que salieron de sus propias investigaciones,

259
comunistas que peleaban lo que podría llamarse la batalla de las
metas políticas “no tradicionales”, y el tercero y el cuarto por bandi­
dos y sicópatas engendrados durante los años de trastorno.
A causa de la rápida despolitización de la Violencia tradicional
después de 1958, y debido al hecho de que las guerrillas comunistas
no parecían constituir una amenaza inminente para la estabilidad
nacional, el nuevo Gobierno resolvió concentrar sus esfuerzos en la
destrucción de aquellos componentes criminales y sicópatas de la
Violencia16. Las razones para esta decisión fueron especialmente
evidentes en el Tolima, punto focal de la Violencia homicida y casual
que se presentó entre 1958 y 1965. A partir de 1958, este tipo de
criminalidad llegó a límites inimaginables de anarquía. Bellacos loca­
les y de fuera del departamento aprovecharon el desorden para
saquear a voluntad a los campesinos. Con frecuencia organizaban
ataques durante la época de las cosechas cafeteras del Tolima, entre
marzo y mayo y entre septiembre y noviembre. La naturaleza periódi­
ca de dicha Violencia y el anonimato de quienes la perpetraban la
hizo imposible de prevenir y difícil de perseguir. Un ejemplo dicientc
y especialmente brutal de esta última etapa del conflicto sucedió en
un brumoso páramo llamado Alto El Oso, en el municipio del
Líbano.
En la mañana del 18 de octubre de 1959, tres hombres se sentaron
alrededor de un fuego de cocina elevado en la rústica casa de una
hacienda localizada no lejos de la quebrada El Oso. Charlaban
tranquilamente, tomando tinto y contemplando a María de Novoa,
ocupada en la preparación del desayuno. Virgelina Cortés, de 12 años
de edad, le ayudaba a su cuñada María en la preparación del caldo,
las arepas y el chocolate caliente para sus pequeños hermanos Gusta­
vo y Pedro, de cuatro y dos años, respectivamente. Si no hubiera sido
domingo, y si los dueños de la casa, Ignacio Cortés y su esposa, no
hubieran salido el día anterior para Murillo, las cosas hubieran sido
muy diferentes en la finca, llamada Corrales. El cuñado de Ignacio y
los dos agregados habrían tenido que salir horas antes a recoger el
ganado, antes de que el sol quemara la bruma del páramo. Ellos, y el
propio Ignacio Cortés, estarían ya lejos de la casa, quizás lo bastante
lejos para haber escapado a la matanza que se acercaba silenciosa­
mente.
Sin aviso previo la puerta de la cocina se abrió y quince campesinos
armados irrumpieron en el cuarto. Muchos de ellos portaban gruesos

16. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 394-401, juzgó


que habría 1.704 violentos comunistas en Colombia al iniciarse el Frente
Nacional, una cifra inflada.

260
lazos con los cuales ataron rápidamente las manos de los hombres y
los arrastraron fuera de la cocina, a otra de las habitaciones de In
casa, donde los machetearon a muerte. Las mujeres y los niños no
fueron amarrados, aunque esto tal vez hubiera resultado mejor para
la pequeña Virgelina. Esta parecía haber luchado porque su cuerpo
mostraba heridas mayores que las otras víctimas: nueve machetazos y
una herida de bala. María de Novoa fue degollada, Gustavo Cortés
recibió cinco machetazos mortales y su pequeño hermano pereció
apuñaleado. Todo pasó tan rápida y silenciosamente que nadie en la
I 'i nca vecina de Matías Alarcón pudo sospechar que su propio destino
final estaba cerca.
Mediante un plan previamente arreglado, los quince hombres se
abrieron camino con cautela hacia la casa de Alarcón, que estaba en
la parte alta del monte situado detrás de la finca de Corrales. Allí
mataron a cinco personas. Jaime y Julio Parra, dos hermanos que
habían llegado desde Armenia para buscar unas muías robadas,
fueron acribillados a tiros, y el jornalero Martín Castillo murió a
golpes de machete. Una criatura de 18 meses llamada Berta Lucinda
Rodríguez fue decapitada, y a su madre, Ana Olivia Rodríguez, la
violaron y luego la decapitaron. La nota encontrada junto a su
cadáver decía:

El Fantasma no dejará de actuar mientras los cachiporros no


dejen de matar godos; mientras tanto todo conservador que
asesinen, El Fantasma lo vengará tarde o temprano en cualquier
parte del país.
Su amigo,
El Fantasma'1

Una vez cumplido su trabajo, los bandidos se premiaron robando


cuanto encontraron de valor en las fincas de Pedro Cortés y Matías
Alarcón: ganado, animales de carga, herramientas, armas, arreos,
medicinas veterinarias, elementos de cocina y ropa de cama. Luego se
dirigieron al oriente, haciendo una pausa en la vereda La Esperanza
para saquear una casa desocupada de propiedad de Rubén Cortés"1.
Al igual que el fenómeno del cual formaban parte, las matanzas de
Alto El Oso son explicables, aunque no menos horribles, cuando se

17. Tribuna,, 14 de febrero de 1961.


18. Esta reseña de los asesinatos ocurridos en Alto El Oso viene de una
descripción larga del proceso jurídico de las personas acusadas del crimen,
uiblicada en Tribuna, 14, 18 de enero de 1961.

261
las entrelaza en su contexto histórico de tiempo y de lugar. El hombre
que dirigía los asaltos era José Vicente Yate Gómez, antiguo agente
de la policía de Santa Isabel, a quien se le conocía como El cabo Yate.
Trabajaba para dos comerciantes en Santa Isabel, Leónidas Millán
Espitia y Miguel Antonio Arévalo, ambos padres de familias más o
menos prósperas. Tres meses antes del asalto del Fantasma en Alto El
Oso, el Cabo Yate y sus hombres habían estado operando con una
cuadrilla de bandidos conservadores que pillaba en Santa Isabel yen
los municipios circundantes. Entre los crímenes atribuidos a esa
banda, que en ocasiones llegó a contar con cien hombres, estaba el
robo de ganado en Anzoátegui, el asesinato de liberales y el robo de
café en Santa Isabel, la masacre de quince liberales en la hacienda
cafetera de Malabar, Venadillo, y el hostigamiento a los propietarios
liberales a todo lo largo de las tierras altas de Santa Isabel. Tan
intensa y extendida fue su acción criminal que hacia finales de agosto
de 1959 todas las familias liberales de la vereda El Páramo habían
tenido que abandonar sus tierras, dejando atrás 35 fincas que cubrían
más de siete mil hectáreas19.
El incidente de Alto El Oso era apenas uno en el catálogo de
atrocidades cometidas por una sola cuadrilla identificable y con
claras motivaciones económicas. Sin embargo, había en todo esto
mucho más que el simple deseo de robar las miserables posesiones de
unos cuantos campesinos, o de forzar a éstos a abandonar sus parce­
las. Ninguno de los doce individuos asesinados era dueño de la tierra
que trabajaba, y su misma pobreza hacía del robo un motivo poco
persuasivo para un crimen de esa magnitud. ¿Qué fue entonces lo que
causó el espantoso conjunto de hechos del 18 de octubre de 1959? En
buena parte la respuesta está en la nota encontrada sobre el cadáver
de Ana Rodríguez: El Fantasma no descansará mientras los cachipo-
rros no dejen de matar godos”. Efectivamente, la venganza era el
motivo. Apenas un día antes gentes no identificadas habían asaltado
la finca de José Buriticá, ubicada en el mismo corregimiento de
Murillo. José e Isaura Buriticá, sus hijos, hijas y nietos —todos
conservadores— murieron en el ataque20. Los muertos sumaron doce
personas y, con la lógica brutal de la Violencia colombiana, doce
liberales debían responder por ese crimen. Alto El Oso era un oscuro
tribunal de tierras altas; El Fantasma, a su vez, actuaba como juez,
jurado y verdugo, y Ana Rodríguez, su hija y diez personas más eran
víctimas de una circunstancia de la que no podían escapar, y que
tampoco podían controlar.19 20

19. Tribuna, agosto 1-25; septiembre 1-8,1959.


20. Ver Apéndice III, octubre 1959.

262
Hay algo que distinguió el caso de Alto el Oso de episodios
anteriores de la Violencia. El Cabo Yate y sus compinches pagaron
por sus crímenes, pero no antes de que dispusieran de otras 28 vidas
en el municipio de Anzoátegui dos meses más tarde. A Yate Gómez se
le siguió la pista con la ayuda de un campesino conservador que
recibió una recompensa de diez mil pesos por sus esfuerzos, El
violento cayó en mayo de 1961, durante un tiroteo con tropas del
ejército en el corregimiento de Murillo. Con él murió también Ale­
jandro Espitia21.
Los cómplices de Yate Gómez fueron sometidos a juicio un año
después por las matanzas en Murillo y en Anzoátegui. Leónidas
Millán Espitia y Miguel Arévalo, autores intelectuales de ambos
crímenes, recibieron la máxima pena permisible bajo la ley colom­
biana, 24 años de cárcel. Seis miembros de la cuadrilla fueron senten­
ciados a la máxima pena por asesinato, a cinco se les decretó 17 años
por homicidio, y los otros fueron sentenciados a tres o menos años
por cargos más livianos. Al cerrarse el caso de Alto El Oso, se habían
impuesto en total 269 años de prisión22.
El destino de Yate Gómez y de sus secuaces era algo cada vez más
común en el Tolima después de que el gobierno civil regresara al
poder en agosto de 1958, y especialmente después de junio de 1959,
cuando expiró la amnistía y comenzó en serio la cacería de los
violentos. Las cuadrillas y sus líderes eran perseguidos tenazmente
por el ejército y la policía, y numerosos pájaros fueron arrestados,
juzgados y enviados a la cárcel.23. A medida que declinó el número de
violentos activos resultó más fácil para el ejército obtener informa­
ción sobre las guerrillas que todavía existían, y señalar su ubicación
aproximada en un momento determinado. A través de mejores fuen­
tes de información se hizo posible establecer que solamente quedaban
seis cuadrillas activas en el Tolima alrededor de 196024.
En agosto de ese año el ejército colombiano publicó un perfil del
violento promedio que lo mostraba como un campesino analfabeta
entre los 18 y 20 años de edad, huérfano, que había presenciado el*

21. Archivo de José del Carmen Parra; Tribuna, 20 de mayo; 8 de junio de


1960. Espitia era primo del hombre condenado después de haber ordenado que
Yate acabara con las doce vidas en Alto El Oso.
22. La mayoría de los integrantes de la pandilla eran campesinos de Santa
Isabel.
23. Tribuna, septiembre 1959, publicó información sobre los procesos y
condenas de varios pájaros en Ibagué.
24. Ver Cuadro II. Es probable que la guerrilla de Yate Gómez se clasilicara
como “pasiva” en el Cuadro II.

263
abuso o la muerte de miembros de su familia y que ya no contaba con
ningún tipo de lazos familiares. Al interrogar a los violentos se puso
en evidencia que éstos no experimentaban ningún sentimiento de
culpabilidad por.sus crímenes, y que frecuentemente habían tortura­
do a sus víctimas antes de matarlas. Experimentaban un cierto senti­
do de valor acrecentado y de realización ejecutando esos actos, y
sentían alivio al mutilar los cuerpos de sus víctimas2526 27
.
En razón de que los ciudadanos en regiones dominadas por los
violentos temían represalias por su cooperación con las autoridades,
el ejercito se vio en la necesidad de desarrollar cada vez más sofistica­
das técnicas para desarticular a las cuadrillas2fi. Este fue especialmen­
te el caso de los militares que buscaban ponerle fin a la carrera de
Chispas, el más famoso de todos los bandoleros de ese entonces.
En 1959 Chispas intentó sacarle ventaja a la amnistía ofrecida por
Alberto Lleras y regresó a la finca de su familia en la vereda de La
Esperanza, Rovira. Pero el pasado pesaba demasiado sobre él. Las
autoridades lo acusaban de haber cometido 555 asesinatos, la mayo­
ría contra conservadores de Rovira. Después de un corto período de
tiempo tomó de nuevo las armas, explicándolo de esta manera:

Lo que pasa es que los conservadores están incómodos con mi


estadía en la región y propalan chismes buscando que se me
persiga y se me declare guerra sin cuartel; y si esto llegare a
ocurrir no puedo quedarme cruzado de brazos para que me
asesinen; el instinto de conservación me obliga a defenderme.
Hago constar que quiero trabajar y ser un ciudadano pacífico y
honrado y que por ningún motivo seré quien le ponga proble­
mas a su gobierne^7.

25. Víctor A. Delgado, “El delito sexual y la Violencia”, Revista de las Fuerzas
Armadas, I (agosto 1960), 609-613. A algunos violentos les gustaba hacer que
sus víctimas consumieran partes de sus propios cuerpos antes de matarlos.
Germán Guzmán, La Violencia, I, págs. 226-229, describe varios “cortes” que
hacían los violentos en los cadáveres de sus víctimas. Tenían nombres como
corte de franela, corte de corbata, corte de mico, corte francés, corte de orejay
corte de salpicón.
26. Una fascinante narración autobiográfica escrita por un soldado que
integró una pandilla de violentos con el fin de sabotearla está en Evelio
Buitrago Salazar, Zarpazo; otra cara de la Violencia; memorias de un suboficial
del ejército colombiano, Bogotá, Imprenta del Ejército, 1968. Las memorias de
Buitrago contienen secciones exageradas, pero logran comunicar cómo era la
Violencia posterior.
27. Germán Guzmán, La Violencia, I, pág. 192.

264
265
Chispas y algunos miembros de su cuadrilla.
El 14 de abril de 1959 Chispas escribió una quejumbrosa carta a un
amigo, probablemente el padre Germán Guzmán, miembro de la
“Comisión Nacional para Investigar las Causas de la Violencia’’, en
la cual decía: “Le cuento que el ejército me está persiguiendo mucho.
En todo caso hable con esa gente, que no me persigan. Yo hace veinte
días que estoy en la finca escondido y mi ambición es trabajar si me
dejan; en lodo caso mándeme una razón porque estoy muy aburrido
de estar escondido; lo que yo quiero es trabajar y vivir en paz”. Un
mes después, el día de Corpus Christi, la policía se acercó hasta la
casa de Chispas y disparó contra ella. En ese momento sólo estaba allí
su esposa encinta, así que el bandolero pudo huir una vez más a las
montañas y encabezar una cuadrilla que pronto reunió a 65 de los
más peligrosos violentos nunca antes vistos en el Tolima. Hombres
jóvenes como Triunfo, Kairús y en ocasiones Desquite se convirtieron
en el azote de todo el territorio central del depaetamento28.
Después de reconstituir su cuadrilla, Chispas empezó a sentir una
intensa presión, en dos formas diferentes: la primera fue aplicada por
reformadores como el padre Guzmán, que veía en el joven bandolero
el símbolo vivo de la culpabilidad compartida por la Violencia. Para
ellos Chispas era “el más activo de esa generación condenada a la
criminalidad por nuestros dos partidos tradicionales... El sistema lo
hizo y lo formó”29. Chispas era una víctima de las circunstancias, pero
también gozaba de notoriedad internacional como genocida. Cuan­
do escribió una carta acusando al Gobierno de susituación, ElTiempo
no vaciló en publicarla, y cuando los corresponsales de la prensa
extranjera visitaban a Colombia para estudiar la Violencia trataban
de consultarle a él como si fuera una autoridad en la materia. Uno de
tales periodistas, una atractiva finlandesa llamada Helina Rautava-
rra, logró entrevistar a ('hispas y se hizo tomar una foto abrazándose
con él, para el desconcierto de las autoridades colombianas, que lo
habían perseguido durante años3®
La segunda clase de presión aplicada contra Chispas era de natura­
leza militar. Cada vez que él y su banda mataban a un conservador, se
veían obligados a huir del escenario perseguidos de cerca por un
pelotón o incluso una compañía de tropas especialmente entrenadas,

28. Germán Guzmán, La Violencia, I, págs. 192-193.


29. La Nueva Prensa, 8 de febrero de 1963, y citado en Germán Guzmán, la
Violencia, parte descriptiva, pág. 408.
30. Alonso Moneada, Un aspecto, pág. 226, contiene la foto. La carta de
Chispas publicada en El Tiempo, 15 de septiembre de 1962, fue dirigida de
hecho a la reina de belleza Olga Botero.

266
venidas de los cuarteles de la Sexta Brigada en Ibagué. Por último,
después de segar treinta vidas en 1961, Chispas abandonó elTolimn y
mc estableció en el sur de Caldas, cerca de Calarcá, una población
«obre la carretera principal que une a Ibagué con Armenia. Escogió el
mu r de Caldas como su nueva base de operaciones a causa de sus
grandes riquezas naturales y sus excelentes carreteras y porque los
comerciantes de la región estaban siempre dispuestos a aceptar mer­
cancías robadas por los bandoleros a cambio de provisiones. Las vías
de comunicación daban una fácil movilidad, nunca vista en Rovira.
( Jna vez acomodado en su nuevo teatro de operaciones, Chispas no le
temía sino a la Octava Brigada acantonada en Armenia. Las autori­
dades civiles, temerosas de recibir represalias por parte de la cuadri­
lla, ni siquiera trataban de aprehenderlo, y su inacción encajaba
plenamente con el mal funcionamiento del aparato judicial en todas
lus áreas de violencia. En donde los jueces y los jefes de la policía no
podían ser intimados, una simple entrega de dinero era muchas veces
suficiente para asegurar la impunidad3'.Chispas, obviamente, no
estaba sufriendo los acostumbrados rigores de una existencia ilegal
en 1962, porque parecía bien alimentado, limpio y feliz mientras
abrazaba a la rolliza finlandesa Helina Rautavarra a finales de ese
año3132.

31. La cuestión de la corrupción del sistema legal constituye un capítulo


aparte en la historia de la Violencia. Está repleta la literatura de los años
cincuentas y sesentas de condenaciones de jueces y comisarios de policía que
liberaban rutinariamente a los violentos por miedo o por sobornos. Durante
los años examinados aquí, la prensa departamental del Tolima contenía
muchos a rtículos como la serie que apareció en Tribuna bajo el tí tulo “Como se
ríen de la justicia en el Tolima” (mayo 2-13, 1959). Alonso Moneada, Un
aspecto, págs. 35-44, cita evidencia documental interesante relacionada con
fallas del sistema judicial en zonas de violencia, e incluye información sobre un
incidente notorio de pagos ilícitos que ocurrió en Fresno, Tolima, en 1959
(pág. 39). En un estudio más reciente, Jaime Arocha, La Violencia págs.
126-135, detalla el proceso por el cual el sistema de justicia colombiano llegó a
corromperse en aquella región de Caldas frecuentada por Chispasen 1961.
Estudios monográficos del problema: Jorge Enrique Gutiérrez Anzola, Vio­
lencia y justicia, Bogotá, Tercer Mundo, 1962, y Eduardo Umaña Luna, /•.’/
ambiente penal de la Violencia, factores socio-jurídicos de la impunidad, Bogot á,
Tercer Mundo, 1962. '
32. Jaime Arocha, La Violencia, págs. 175-177, describe la facilidad de
Chispas para utilizar la red de carreteras. También habla del nexo estrecho
entre violentos y comerciantes en el sur de Caldas. Anota que los pequeños
capitalistas de la rica zona cafetera se aprovecharon de Chispasen rn aumentar
al máximo su dominio sobre la clase obrera, las haciendas, fincas y cafetales”.
Esto parece contradecir estudios donde se sostiene que la Violencia era en

267
A principios de enero de 1963 un agricultor del municipio di
Calarcá se acercó a las autoridades con información sobre el famost
criminal. Conforme a su relato, Chispas quería tomar a la hija de
hombre como su concubina, y lo había amenazado con la muerte s .
no colaboraba. Eso, además de la oferta vigente de una larga recom­
pensa por informaciones sobre Chispas, llevó al campesino a actuar.
Una vez convencido de que su información no lo conduciría a una
trampa, el ejército perfeccionó un sistema de señales para indicai
cuándo debía apostarse la emboscada. Una piedra dejada en las
raíces de un gran árbol, cerca de la carretera Ibagué-Armenia, signifi­
caba que Chispas estaba fuera de la región; una hoja seca de plátano
quería decir que estaba en el área y una hoja verde de plátano
indicaba que inmediatamente debía recogerse nueva información. El
20 de enero corrió la voz de que a Chispas se le había visto bajándose
de un automóvil en la carretera Ibagué-Armenia. Al día siguiente una
hoja seca de plátano fue dejada en las raíces del árbol. Durante la
noche del día 21 cuatro pequeñas patrullas del ejército tomaron
posiciones en los caminos claves del área. Los soldados permanecie­
ron emboscados todo el día 22, cada uno de ellos con un rifle de alto
calibre, mientras miraron aprensivamente en busca de señales de su
presa. A las 5 de la tarde del 23 de enero Chispas salió de un cafetal a
alguna distancia arriba por una trocha, y cautelosamente avanzó
cincuenta metros hacia los soldados escondidos. Luego hizo una
pausa, emitió una señal y un hombre y una mujer salieron de la
maleza. Avanzaron lentamente mientras los soldados esperaban,
apenas respirando. Cuando el pequeño grupo llegó a un determinado
sitio un tirador de infantería hizo fuego. Chispas murió antes de que
pudiera usar la carabina que portaba; a sus desarmados compañeros
se les permitió huir. El informe final del ejército sobre Teófilo Rojas
Varón era un sucinto resumen de los eventos conducentes a su
muerte, y una lista, año tras año, de los crímenes que se le atribuían:
“Computados en total nueve años”, decía el informe, “529 muertos,
81 heridos, 2 desaparecidos y 4 secuestrados”33.
Muerto el Príncipe de los Violentos, la atención se orientó de nuevo
hacia el Tolima, esta vez hacia el municipio del Líbano. Alrededor de*
1960 una hueste de notorios bandidos sanguinarios se movía por las
montañas del Líbano esparciendo destrucción sobre toda la parte

realidad “una revolución social frustrada”, y personas como Chispas revolu­


cionarios en potencia. Algo más acerca del debate sobre la naturaleza de la
Violencia se encuentra en el capítulo X.
33. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, pág. 406; Cromos. 18 ib
octubre de 1965; Russell Ramsey, Guerrilleros, págs. 309-310.

268
norte del Tolima, tanto en el llano como en la cordillera. Algunos
hombres llevaban apodos tan terribles como sus propios hechos:
Almanegra, Sangrenegra, Desquite. Otros, como Tarzán y Pedro Hrin-
tvs, ambos libanenses, no eran menos feroces.
Miguel VUlarraga, Almanegra, encabezaba una pequeña cuadrilla
rn el Líbano mucho antes de que la mayoría de los otros facinerosos
cnt rara a este municipio. Cuando fue dado de baja en 1960, Sangrene­
gra asumió el liderazgo de su banda, en la cual también estaban
William Aranguren, Desquite y Lombana Noé, Tarzán. Sangrenegra
era un típico producto de la Violencia. Arrancado de su hogar en El
Cairo, Valle, como consecuencia de una pelea en la que mató al hijo
de un prominente conservador, lanzó una terrible amenaza contra
lodos los conservadores: “Algún día regresaré para vengarme”. San­
grenegra era un extraño nudo de contradicciones: nunca fumaba ni
lomaba, y se comportaba en forma agradable con sus compañeros de
cuadrilla, un modelo verdadero de hidalguía. No obstante, se dejaba
lliev^r en una ciega furia homicida al enfrentarse a los conservadores.
Una historia muy relatada cuenta que cuando Sangrenegra y sus
cincuenta muchachos cayeron sobre la finca de una desventurada
familia conservadora, la banda reunió a todas sus víctimas y las
decapitó una por una. Luego, no satisfecha con esto, reunió a todos
los animales de la finca en un corral y los decapitó a todos también.
Tal episodio ocurrió en un período de seis meses, durante 1962, en
que la cuadrilla asesinó a 120 personas. Aunque no tenía escrúpulos
para cortarle la cabeza a un godo, así fuera un niño de brazos,
Sangrenegra nunca pudo ser acusado de atacar sólo a gentes indefen­
sas. Una vez, mientras acampaba en alguna parte del alto páramo del
Líbano, escribió el siguiente desafío a los soldados de la Sexta Briga­
da apostados en Murillo:

Caravineros de Murillo: los saluda su amigo Sangrenegra quien


los solicita el 21 al 25 de octubre en la cuchilla de Requintaderos
para un ensayo; llebense unos . 150 compañeros a ver si charla­
mos; los espero para probar su valor aber que tan guapos son
porque parece que ustedes pueden es en el pueblo; los espero;
no bayan a mostrar el miedo ni la cobardía. Adios chulos
pájaros, se despide su serbidor y amigo Sangre negra. Viva la
unión Roja y el M.R.L. (Movimiento Revolucionario 1 .ibera!) y
las campañas que a echo. Los espero del 21 al 25, o asemos unos
cortesitos mañana domingo en esa región34.
34. Las fuentes en las cuales se basa el mensaje de Sangrenegra son el archivo
de José del Carmen Parra; Germán Guzmán, La Violencia, parledrseripciva,
págs. 408-415; Cromos, 18 de octubre de 1965.

269
Es posible que Sangrenegra fuera valiente, pero también era pru­
dente. No se encontró con los carabineros de Murillo en la Cuchilla
de Requintaderos, sino que escogió más bien un sitio llamado el
Taburete para sorprenderlos. Sangrenegra, Desquite, Tarzán y un
centenar de otros violentos de todo Líbano unieron fuerzas para
matar a doce soldados y dos civiles propietarios del camión en que
viajaban.
El hombre que planeó y coordinó el ataque de El Taburete fue
William Aranguren, hijo de campesinos de clase media alta de Rovi-
ra. Desquite afirmaba que había tenido que volverse bandolero a
mediados de los años cincuenta, después de que un conservador diera
muerte a su padre, disparándole a través de la ventana de su casa.
Comenzó su carrera en los alrededores de su patria chica, en Rovira, y
ganó notoriedad en 1957 como miembro de una pandilla que embos­
có a un camión de propiedad de la Compañía Colombiana de Ta­
baco, acribilló a sus cuatro ocupantes y se apropió del valor de la
nómina que transportaban, unos veinte mil pesos. Pronto la banda
fue aprehendida, acusada formalmente y llevada a juicio. El relato
periodístico del proceso traía una foto de Desquite desnudo desde la
cintura y atado con cadenas a un árbol junto con sus ocho secuaces.
Su abogado argüyó que Aranguren había caído en manos de dañinos
compañeros y que obviamente no podía ser un bandido ya que su
familia poseía fincas valoradas en 180.000 pesos. Mencionaba ade­
más el reciente asesinato de su padre haciendo hincapié en el hecho de
que desde entonces Desquite había sufrido periódicos ataques de
locura. El defendido fue absuelto con otros dos de sus hombres35.
A pesar de que Desquite era tan diestro como otro cualquiera en
sacrificar familias enteras de conservadores, su verdadera fortaleza
estaba en emboscar automotores. Su primera acción violenta fue una
emboscada, y antes de abandonar Rovira colaboró con Chispas en
varios asaltos a buses. A comienzos de 1962, poco después del ataque
a El Taburete, él y su cuadrilla detuvieron cinco buses en la carretera
Líbano-Murillo, robaron a todos los pasajeros y mataron a tres de
ellos. Todos los incidentes previos, sin embargo, parecían ser meros
ensayos de atrocidades aún más tenebrosas. El 5 de agosto de 1963

35. Tribuna informó sobre el proceso en sus ediciones de abril 14,16,22 de


1957. Los comentarios de Aranguren sobre por qué llegó a ser violento se los
hizo a un joven liberal libanense, Mario Mejía Arango. Mejía entrevistó a
Desquite en Coralito, no muy lejos de la cabecera del Líbano, en septiembre de
1963. Es muy posible que Desquite hablara con Mejía con el fin de atemperar su
conciencia a raíz de una atrocidad cometida en Caldas el mes anterior.
Entrevista personal con Mario Mejía Arango, Medellín, 27 de marzo de 1971, (

270
detuvo un bus entre las poblaciones de La Italia y Marquetalia, cu
Caldas, y ultimó a todos sus cuarenta pasajeros.
Afortunadamente, éste fue uno de los últimos crímenes de Dcsqui-
le. En marzo de 1964, él y una amiga suya estaban escondidos en una
choza en las montañas de Lérida, no lejos de la frontera de este
municipio con el Líbano. Un joven campesino apareció de repente y,
ni parecer ignorante de la identidad del bandido, accedió a ir al
poblado a comprar unas pilas para el radio portátil de Desquite. Pero
el adolescente se dirigió de inmediato a las autoridades para infor­
marles de su hallazgo, y al cabo de algunas horas el ejército tenía
n aleada la cabaña. La escena que vino después fue cruel pero explica­
ble a la luz de los eventos de El Taburete y de todo lo que había
ocurrido antes. Se permitió primero que la compañera de Desquite
encapara. Luego los soldados comenzaron a insultarlo y a gritar que
miaba al borde de la muerte, a describir exactamente, con sarcástica
alegría, cómo lo iban a acabar y cómo tendría que morirapedacitos,
lentamente, sin la menor oportunidad de defenderse. Lo eliminarían
como se extermina un animal peligroso, y en forma tal que ninguno
de los militares correría el menor riesgo. Luego arrojaron granadas
de mano hacia la choza, hasta que volaron tanto a ésta como a su
ocupante. El ejército llamó después a un helicóptero que durante los
siguientes días transportó el cadáver de Desquite por todas las veredas
del Líbano y municipios circundantes, y miles de campesinos llegaron
ti ver el rostro sin vida de uno de los más famosos violentos, y para
escuchar de los soldados la descripción de cómo lo de El Taburete
había sido vengado36.
La muerte de Desquite, en marzo de 1964, ocurrió un año después
de la de Pedro Brincos, y sólo dos meses antes de la de Sangrenegra.
Irónicamente, fue uno de sus propios hermanos quien condujo a la
policía hacia el facineroso que, con excepción de Chispas, había
matado a más conciudadanos suyos que ningún ot^7.
La Violencia sólo se mantenía sobre su último pie al comenzar la
década de 1960. Estando los bandidos y los sicópatas en camino de
extinción, y buena parte de la controversia entre liberales y conserva­
dores terminada, era por fin, el momento de afrontar el problema de
las cuadrillas comunistas. Por varias razones el Gobierno no les había
dado alta prioridad al iniciarse las operaciones contraguerrilleras. El
grupo de Juan de la Cruz Varela nunca se recuperó del golpe que
recibió en 1955, y el refugio de Víctor Merchán, cerca de Violó, en la

36. Entrevistas personales con Alberto GómezBoteroy Mario Mcjía; Alberto


(iómez vio el cadáver cuando fue exhibido en el Líbano.
37. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, pág. 409.

271
Tumbas de Desquite y sus seguidores.

272
IDna cafetera del suroccidente de Cundinamarca, era ante todo una
(Cooperativa campesina de autodefensa cuyos miembros poco se preo­
cupaban por hacer prosebtismo38. Las fuerzas de Charro Negro en e1
Itui' del Tolima permanecían enclaustradas en una lucha a muerte
contra tos mtemos guerriHeros bberatos con que ^bton combatklo
’tlcsde el comienzo de la Violencia. Después de 1958 el ejército colom­
bino Negó a apoyar a Leopotoo García y a Jeste María ^todo para
conservar sus guerrillas, porque mantenían embotellados a Charro
Negro y a sus hombres. ¡El programa de amnistía del Frente Nacio­
nal, sin duda alguna, era bien flexible!
La lucha interguerrillera aumentó notablemente en el sur del Toli-
lUi durante 1960, cambiando la naturaleza de las cosas allí. El 11 de
Inero Charro Negro le ordenó a sus tenientes Francisco Rojas, Kiko
Un pariente de Chispas), Arquímedes Carvajal y Eliécer Triana que
p^in^tt^^^^n en los cuarteles de Mariachi en Planadas y se robaran una
Uinc^alladora. Cuando el comandante liberal supo del robo mandó a
res de sus hombres a recuperar el arma, pero no sólo fallaron en su
ntcnto sino que fueron detenidos por una patrulla de Charro Negro,
levados a los cuarteles comunistas de Gaitania y ejecutados. Enfure-
ido, Mariachi urdió su venganza. Una mañana temprano, a media­
dos de 1960, tres seguidores suyos llegaron a Gaitania y pidieron una
fntrevista con Charro Negro. Dijeron que el gobernador del Huila les
liiilka sohcitado su ayuda para mvestigar una cuadriha de cuatreros
que actuaba en el área, y que ellos querían consultar con los comunis­
tas sobre el asunto. Charro Negro salió a saludarlos y al instante cayó
jnuerto. En la confusión consecuente sus asesinos escaparon9.
I El asesinato de Charro Negro fue la señal para una movilización
'general de las guerrillas liberales y comunistas en el sur del Tolima, y
durante varias semanas se desarrolló una intensa lucha en las frondo­
sas montañas de la región. La batalla hubiera podido continuar
indefinidamente de no haberse desequilibrado la balanza del poder

'38. Desde la década de 1920, la élite comunista encabezada por Merchán


Coinrolaba la vida municipal de Viotá. Ya inmunes a los odios políticos
tradicionales, los campesinos de Viotá resistían con facilidad a la Violencia.
Un estudiante de la región escribió que “cuando el Gobierno mandó una
expedición armada a los valles durante el período de represión, los hombres de
Viotá —todos armados y movilizados— le tendieron una emboscada y
mataron a todos los invasores. De allí en adelante el Gobierno les dejó en paz".
E.J. Hobsbawn, “The Anatomy of Violence”, New Society, No. 28, 11 de
abril de 1963, pág. 17. Ver también: Richard Gbtt, Guerrilla Movcments in
Latín América, New York, Doubleday, 1972, págs. 231-232.
39. Alk^isso Moneada, Un aspecoo, págs. 3543355 , Germán Guzmán , La
Violencia, parte descriptiva,, págs. 418-419.

273
Jesús María Oviedo. Mariachi, v algunos amibos. Planadas. Tnlima 1960
275
pon la muerte de Charro Negro. El éxito de Mariachi al eliminar a su
Viejo rival condujo a un rompimiento entre él y Leopoldo (¡arela,
lsto, junto con una creciente acumulación de quejas ante las autori­
dades acerca de que Mariachi estaba sacando ventaja de su condición
de protegido, llevó al ejército a unirse con García (General Peligro)
para atacar a Mariachi, lo que obligó a este último a retirarse de la
Vida activa de la guerrilla40. De mayor importancia fue el ascenso de
Manuel Mardanda Ve^ Tiro Fijo, a1 liderazgo de tos combatientes
comunistas después de la muerte de Charro Negro. Tiro Fijo era
mucho más ambicioso que Charro Negro, y estaba aferrado a la idea
de utilizar el sur del Tolima como andamiaje para una revolución a
escala nacional y al estilo del victorioso movimiento en Cuba, en cuya
conducción se desempeñaba Fidel Castro. Tiro Fijo y su colega Ciro
Castaño, líder del enclave comunista vecino de Río Chiquito, Cauca,
eran estudiosos de la revolución cubana y tenían libre acceso a las
últimas obras teóricas de los tácticos del castrismo, tales como la
Guerra de Guerrillas, de Ernesto Ché Guevara41.
En 1961, Tiro Fijo comenzó a referirse al territorio bajo su control
con el nombre de Marquetalia, y pronto los grandes periódicos de
Bogotá empezaron a escribir sobre la “república independiente’’ de
los comunistas de Marquetalia en el Tolima42. Esto produjo en las
mentes de Alberto Lleras Camargo y sus generales, visiones de un
barbudo Tiro Fijo entrando victoriosamente a Bogotá a la cabeza de
una milicia campesina, y los llevó a tomar acción. El ejército lanzó un
utaque sorpresivo sobre Marquetalia en enero de 1962, confiando en
poder capturar o matar a los comunistas. Tiro Fijo y cuarenta de sus
seguidores recibieron a tiempo la noticia y lograron escapar. La
“Primera Campaña de Marquetalia” falló en su objetivo principal,
pero condujo al establecimiento de puestos militares en Gaitania y
Plandas43.
Mientras el ejército se veía envuelto en su primer intento concerta­
do para capturar a Tiro Fijo, también estaba desarrollando una estra-

40. Este escenario de los hechos está sugerido por una serie de artículos
publicada en Tribuna entre el 7 de julio y el 14 de agosto de 1960, donde se
describe la cacería de Mariachi por Peligro y el ejército. En el volumen 11 de su
estudio La Violencia en Colombia, Germán Guzmán indica que Mariachi llegó
a ser un guerrillero inactivo entre 1960 y 1963.
41. Alonso Moneada, Un aspecto, pág. 361.
42. Las “repúblicas independientes” principales eran Marquetalia, Rio Chi­
quito y Urabá.
43. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 68,419; Russell
Ramsey, “The modern Violence”, págs. 415-416.

277
tegia más elaborada para romper el asedio comunista sobre Marque *1
talia. Conocido como el “Plan Lazo”, y dirigido por el mayor general
Alberto Ruiz Novoa, el programa de cinco fases fue iniciado pop
unidades del ejército en mayo de 1962. Vino primero una preparación
de dos años para el ataque. Se distribuyó copiosa propaganda antico®
munista en la región y se elaboraron estudios cartográficos de todo e|
sur del Tolima. Asesores norteamericanos contribuyeron con sumi­
nistros militares e información basada en sus conocimientos de hi
guerra de guerrillas practicada por Ho Chi Minh y Vo Nguyen Giap,
A principios de 1964 toda Colombia estaba al tanto de que so
aproximaba la invasión de Marquetalia, y el país entero esperaba con
tensión ver si el elusivo Tiro Fijo al fin podría ser capturado. El diario
conservador La República esperaba con deleite la caída de “los agita *.
dores comunistas” que “se han dedicado a crear confusión en zonaM'
todavía dominadas por los bandidos”. Voz Proletaria, el periódico
del partido comunista, sugería oscuramente que “vamos a ver cuAIc*
fuerzas son capaces de oponerse a la estrategia militar conspirada
contra Colombia por el gobierno norteamericano”4445 . El padre Gu/
46
mán, por entonces un activista político, hizo lo que pudo para detener
la fase militar del “Plan Lazo”. Junto con su colega el padre Camila
Torres, el sociólogo Orlando Fals Borda y otras personalidades, so
dirigió en una carta al ministro de Guerra, general Gabriel Rebéiz,
solicitando que el ejército le permitiera realizar un estudio socioeco­
nómico de Marquetalia antes de que se tomara una determinación
final. El general Rebéiz agradeció su oferta pero la rechazó con
evasivas, y los preparativos para la invasión continuaron5. ¡j
El 13 de mayo de 1964, sitios sospechosos de ser los baluartes de In
guerrilla en Marquetalia fueron bombardeados y ametrallados desde
aviones y puestos de artillería pesada. Unidades de la infantería y de
la policía cercaron rápidamente el terreno y rodearon a las guerrillas,
mientras que algunos pelotones de soldados penetraron en los case­
ríos de la montaña en busca de los comunistas. A pesar de sun
esfuerzos, el ejército una vez más dejó esca para Tiro Fijo, quien huyó
del Tolima para continuar su lucha en las selvas inhóspitas del
Caquetá46. Ostensiblemente, el “Plan Lazo” falló en su objetivo de
exterminar las guerrillas comunistas. Un año más tarde el general
Rebéiz prevenía a sus compatriotas contra “el grave problema de Iu

44. La República, 9 de abril de 1964; Voz Proletaria, 20 de abril de 1964


45. Las cartasse encuentran en Germán Guzmán,La Violencia, partedescriptb
va, págs. 420-422.
46. Tiro Fijo da su concepto sobre el “Plan Lazo” en Cuadernos de campaña.

278
subversión”, y quienes simpatizaban con las guerrillas criticaban al
I hibierno por perseguir a muchos campesinos que sencillamente pc-
Iitaban por sus derechos. En abril de 1965 los intelectuales franceses
hain Paúl Sartre, Simone de Beauvoir, Régis Debray y otros publica-
nni una condena a las autoridades colombianas, acusándolas de
“viidiiamizar” al país con armas y estrategias suministradas por los
hulados Unidos47. No obstante, para los tolimenses el debate sólo
Imilla un interés académico. El cuarto pie de la Violencia en su
departamento se había roto y, por primera vez en quince años, el
hdiina y demás zonas de Violencia estaban libres de guerrillas48.
M uchos colombianos se quejaron de que el “Plan Lazo” había sido
un gasto inútil de dinero —183 millones de pesos, para ser exactos—,
e hicieron notar que había sacrificado a tantos civiles inocentes como
guerrilleros comunistas. El ejército contestó que la “república inde­
pendiente” de Marquetalia nunca volvería a establecerse y pudo
demostrar la veracidad de ese argumento señalando una programa­
ción de mejoras sociales de amplio alcance en la región, en especial la
construcción de una carretera hacia Planadas y Gaitania, la cual, una
Vez terminada, haría de esos puestos fronterizos, por primera vez,
UUii parte real del Tolima49.

Para 1965 la Violencia en el Tolima, y en casi toda Colombia, había


llegado a su fin. Más allá de las fronteras departamentales, en los
i ■ lívidos políticos y académicos, los colombianos y otras personas
debatían las causas de lo que fue tal vez el más dramático episodio de
hi historia del país. La mayoría de los tolimenses se ocupaban tanto
de la reconstrucción de su vida que no podía gastar mucho tiempo
calculando sus pérdidas, pero al menos se hizo un intento de valorar
el número de muertos y cuánta propiedad había sido destruida en el
departamento. Poco después de la caída de Rojas el secretario de
Agricultura del Tolima creó una comisión para que adelantara un
juludio sobre la Violencia. Este análisis, que se publicó en 1958, en el
gpogeo del conflicto, cuando aún faltaba cerca de una década para

47. Germán Guzmán, La Violencia, parte descriptiva, págs. 443-444.


48. En palabras de Russell W. Ramsey, el estudioso más esmerado del aspecto
milli^ar de la Violencia, “a principios de 1965 era difícil localizar 5(X) violentos
en todas las zonas rurales de la nación”. Russell Ramsey, Guerrilleros, pág.
-118.
49. El programa del ejército, llamado Acción Cívica Militar, se trata detenida­
mente en el Canítulo IX. Ver también: James Daniel, Rural Violente. pág. 129.

279
que terminara, mostraba una triste imagen de ruina y desolación.
Daba la cuenta de 16.000 muertos, más de 40.000 propiedades agríco­
las abandonadas —43% de todas las fincas del Tolima— y 34.300
hogares consumidos por el fuego5°. El informe fastidió a algunos
funcionarios del Gobierno y pronto fue retirado de la circulación,
posiblemente porque los estimativos que contenía parecían demasia­
do altos y poco dignos de crédito. No obstante, posteriores cálculos
para el departamento, basados en un estudio de la totalidad del
período de la Violencia, estuvieron de acuerdo con aquellos estimati­
vos. En un trabajo publicado veinte años más tarde se calculó que en
el Tolima habían muerto 36.000 personas, que 54.900 propiedades
agrícolas se habían perdido, y que una tercera parte de la población
del departamento había cambiado su lugar habitual de residencia en
razón de la Violencia51.
Debido quizás a su condición de fenómeno único en su género, la
mayoría de los análisis académicos de la Violencia ha concentrado
sus esfuerzos en entender qué era y por qué surgió. Cuando los
estudiosos del fenómeno han tratado de juzgar su impacto en Colom­
bia y en su pueblo, se han inclinado a emplear el macroanálisis para
entender hasta qué punto la Violencia influyó sobre la migración,
votación, lealtad partidista y cosas por el estilo. Si bien es cierto que
estudios de esta naturaleza son útiles y necesarios, por lo general han
sido hechos a expensas del microanálisis a través del cual hubieran
podido contestarse preguntas como éstas: ¿Dónde ocurrió la Violen­
cia? ¿A quiénes mataban: campesinos pobres o ricos, hombres o
mujeres? ¿Murieron más liberales que conservadores? ¿Hasta qué
punto se relacionaba el color político de las víctimas con la estructura
política del municipio donde vivían? ¿La tasa del aumento de la
población permaneció estable o bajó como resultado de la Violencia
en un área determinada? En donde se presentó la emigración de áreas
de Violencia, ¿fue ésta permanente o provisional? ¿Quienes huyeron
de la Violencia regresaron cuando la paz se restauró? ¿Quienes regre­
saron eran propietarios de tierra o trabajadores agrícolas? ¿Los
sistemas tradicionales de control social fueron alterados por la Vio­
lencia? En tal caso, ¿hubo un crecimiento de la conciencia de clases en
el pueblo, el cual se registrara, quizás, en forma de una mayor
votación a favor de los partidos no tradicionales? Las respuestas a
estas preguntas son importantes tanto en llegar a un mejor entendi­
miento de los efectos que tuvo la Violencia sobre quienes se vieron*

50. Tolima, secretaría de Agricultura, La Violencia en el Tolima, Ibagué,


Imprenta Departamental, 1958, págs. 11-14.
51. PaulOquist, Violencia, conflicto, págs. 322-323.

280
más directamente involucrados en ella, que en captar la naturaleza de
los colombianos mismos. Afortunadamente, las respuestas se en­
cuentran en los datos sobre la violencia en el Líbano, uno de los pocos
municipios colombianos para el cual se han venido compilando datos
empíricos de la Violencia.
Una de las valiosas colecciones de datos relacionados con la Vio­
lencia en Líbano es el registro de mortalidad que llevó José del
Carmen Parra, durante largo tiempo médico legal del municipio y
también uno de sus líderes conservadores. Parra guardó cuidadosos
registros de las muertes durante los años de la Violencia en el Líbano
“quince años de tortura y horror”, como él los llamó52. Conoció la
Violencia y sus víctimas porque, a partir de 1950, efectuó las autop­
sias de muchas personas a quienes él mismo había ayudado a nacer53.
Los estimativos de Parra colocan el número de libanenses muertos por
la Violencia entre 2.000 y 2.500, entre una población total de cerca de
50.000 personas en esa época. Las cifras de mortalidad entre 1957 y
1964, presentadas en el cuadro III y en el Apéndice III, revelan que el
promedio de muertes intencionales en el Líbano, sobre una población
de 100.000 habitantes, fue astronómico: 151, elevándose a 252 en
1959, o sea, un 54% más alto que la mayor tasa anual de muertes
violentas registradas por departamento alguno en la historia de la
Violencia54.
Los datos de Parra también revelan que la Violencia mantuvo su
color político tradicional aun después de los inicios del Frente Nacio­
nal. Un análisis de la afiliación política de las personas muertas en el
Líbano entre 1957 y 1964 muestra que dos terceras partes eran
conservadoras, y esto en un municipio donde constituían una tercera
parte de la población. En otras palabras, los violentos del Líbano
mataron a los conservadores con una frecuencia cuatro veces más
alta que la de los liberales55. De ahí se puede deducir que, en los
municipios donde predominaban los liberales, los conservadores
corrían más riesgos de caer víctimas de la Violencia, y viceversa.
Otras características de las víctimas de la Violencia surgen de las
cifras de Parra: el sexo, la edad, la ocupación y la ubicación de las
víctimas. Un abrumador número de víctimas eran campesinos adul­

52. José del Carmen Parra a James D. Henderson, 16 de marzo de 1971.


53. El archivo de José del Carmen Parra contiene siete cuadernos en que hizo
una enumeración de las autopsias practicadas en el Líbano entre septiembre
14 de 1949, y 31 de marzo de 1954.
54. Se considera que índices de 30 en 100.000 son excepcionalmente altos.
55. Esta aproximación se basa en datos presentados en el Apéndice III.

281
tos, la mayoría de origen y condición humildes, caídos en las zona
rurales del municipio. Solamente 47 personas, de las quinientas
aproximadamente, que murieron entre 1957 y 1964, eran mujeres, 14
mayoría de las cuales sucumbió en asesinatos masivos como el dí
Alto El Oso, en 1959. La lista de Parra también revela la dinámica dq
acción y reacción que fue tan importante en el desenvolvimiento de la
Violencia. Repetidas veces un asesinato era la venganza de otro
como se vio en el sacrificio de 12 miembros de la familia Buriticá en ld
vereda de Murillo, el 17 de octubre de 1959, y en la exterminación da
12 campesinos liberales en Alto El Oso, en la misma vereda, un día
más tarde.
Una gran destrucción de la propiedad acompañó a la Violencia en
el Líbano. Después de julio de 1951 la producción agrícola declinó, sd
cerraron los negocios y el capital humano y monetario huyó. Luego
de ocupar, durante dos décadas, el primer lugar en la lista de produc­
tores de impuestos del Tolima, el Líbano cayó al cuarto puesto y, pon
añadidura, sufrió la indignidad de ver que su vecino Armero, ubicada
en el protegido valle del río Magdalena, aumentaba en prosperidad a
medida que las bodegas y los molinos cafeteros fueron trasladados da
la cordillera azotada por la Violencia. De cuatro molinos cafeteros|
cuatro fundiciones de hierro y otras plantas y fábricas que existían eri
c1 Líbano en 1950, sólo quedaba un pequeño mohno de trigo al
finalizar la década. Centenares de casas fueron quemadas, y muchaí
fincas abandonadas. La productividad de la tierra bajó drásticamen­
te y sumergió al Líbano en el décimo puesto entre los 37 municipio!
productores del café en el Tolima, en términos de rendimiento po
hectárea56.
Una de tas tendenctas más sorprendentes que muestran tos dato!
sobre el Líbano es la de que, a pesar de su extremada y prolongad^
Violencia, ni la tasa de crecimiento de la población disminuyó er
forma perceptible ni se presentó una drástica caída de la población!
rural. La población del municipio aumentó notablemente dura^
todo e1 pertodo de ta Violercta, ^M964, más que duplicando e¡
índice de aumento de los trece años precedentes. Durante el misma
pertodo ta urbamzacton de1 munta^o soto se mcrementó en un 6%57j*57

56. Entrevea con Ltas Eduardo Gcimez; Roterto Pmeda G|raldo, EHmpactA
de la violencia en el Tolima: El caso del Líbano (Bogotá: Universidad Nacional,
Departamento de Sociología, 1960), pág. 25; Tolima, secretaría de Agricultui
ra, La Violencia, págs. 20-21; Colombia, D ANE, Lafuerza del trabajo en la zond
cafetera, pág. 209.
57. Colombia, DAÑE, La fuerza del trabajo en la zona cafetera, pág. 27)
Colombia, DAÑE, “Monografía del Líbano”, estudio no publicado, DANEj
Bogotá, 1971, pág. 9.

282
losé del Carmen Parra y Luis Eduardo Gómez, ceica 196.5.

283
Este es un hecho sorprendente dado el peligro que corría la vida en
el campo durante los años en que Desquite, Tarzán, Sangrenegra y sus
cuadrillas se movían a sus anchas por la región. También parece
contradecir la conclusión de un estudio de tres barrios de invasión en
la cabecera, que se llevó a cabo en 1960. El sociólogo Roberto Pineda
Giraldo notó una migración permanente del campo hacia la cabecera
durante los años de la Violencia. Fundamentó su estudio en entrevis­
tas con personas que vivían en esos barrios, muchas de las cuales le*
dijeron que la Violencia las había obligado a refugiarse en la ciudad.
Lo que el estudio de Pineda no reveló fue que muchos de los entrevis­
tados regresaron al campo una vez pasado el peligro, y que aquellas
personas con quienes conversó no eran una muestra realmente repre­
sentativa de la población rural, sino más bien una parte inherente­
mente transitoria de ella. Los invasores, en un 70.5%, no poseían la
tierra que trabajaban antes de que la Violencia los lanzara a la ciudad.
De ahí se puede concluir que en un municipio donde el 60% de los
campesinos sí poseía la tierra en la que trabajaba, una gran propor­
ción de la población rural del Líbano prefiría los riesgos de la vida del
campo a una miserable existencia en un barrio de invasión:58
Esa Violencia sanguinaria y destructiva por otra parte, no dejaba
de tener sus características positivas. Hay un consenso general acerca
de que libró a la gente común del dominio de los gamonales, ya que
muchos huyeron del campo dejando a los arrendatarios más libertad
para tomar sus propias decisiones que en décadas anteriores. Se
supone que una de las consecuencias de la dispersión de los gamo­
nales fue una mayor autonomía y horizontes más amplios dentro del
sector más pobre de la población. No obstante, las lealtades tradicio­
nales siguieron siendo fuertes. Es instructivo que en las candentes
elecciones presidenciales de 1930 y 1974, la lealtad política de los
libanenses cambió muy poco, como se aprecia en el Apéndice V. .
Se han hecho considerables esfuerzos por mostrar que la Violencia'
trajo consigo a una mayor conciencia de clase entre los campesinos
colombianos. De acuerdo con esta teoría, lúcidamente expuesta por
el clérigo y sociólogo Camilo Torres en 1963, los campesinos que se
convirtieron en guerrilleros por razones de autodefensa desarrolla­
ron una “solidaridad de grupo’’ que podría llegar a transformar la

58. Roberto Pineda, El impacto; Colombia, DAÑE, “Monografía del Líba­


no”, Cuadro 13.4.1. Otros han concluido lo mismo. Véase: William McGrce-
vey, Causas de la migración interna en Colombia, Berkeley, California, Center
for Latin American Studies, Institute of International Studies, University oí'
California, Rcprint No. 301, 1968, págs. 212-213.

284
Sociedad colombiana59. Camilo Torres creía tan firmemente en el
potencial revolucionario de estos nuevos campesinos con conciencia
de clase que dio su vida en el empeño de movilizarlos6061
. Sin embargo,
sus tesis no parecen aplicables en el caso del Líbano. Allí, la amplia
dispersión de la propiedad privada y la persistencia de las lealtades
políticas tradicionales, se mantuvieron más fuertes que la tendencia a
m “solidaridad de grupo” que Camdo Torres creyó oteervar en el
norte y el sur del Tolima durante los primeros años del decenio de
1960. Aun en los enclaves comunistas de Viotá y Sumapaz, los
modelos tradicionales tendieron a reafirmarse. A pesar de que, ini­
cialmente, estos enclaves se organizaron al estilo comunal, asumieron
lina estructura jerárquica de liderazgo y regresaron paulatinamente
ni sistema de propiedad privada6’. La persistencia de estas formas
tradicionales dentro de las “repúblicas independientes” colombianas
es de gran interés, y merece un estudio más profundo del que puede
darse aquí.
La Violencia en el Líbano fue extremadamente difusa, mucho más
que en el sur y en el oriente del Tolima. Después de la formación de
pequeños grupos de autodefensa a comienzos de los años cincuenta, y
de la consiguiente represalia militar contra el municipio en abril de
1952, la Violencia se volvió una mezcla brutalizante de venganza,
criminalidad y partidismo político. La carencia de objetivos y la
desorganización de la Violencia en el Líbano explican el hecho de que
sóIo se registrara un descenso muy pequeño en el derramamiento de
sangre cuando Rojas Pinilla derrocó el gobierno de Laureano Gó­
mez, a mediados de 1953. Después de una corta luna de miel en la cual
otras regiones del departamento vieron una considerable disminu­
ción de la Violencia, la contienda en el Líbano alcanzó nuevas
alturas. Fue durante el último período de los años cincuenta y a
comienzos de los sesenta cuando el Líbano experimentó sus más
crudos niveles de criminalidad, como lo revela el siguiente cuadro:

59. Camilo Torres, “La Violencia y los cambios socio-culturales”, págs.


94-152.
60. Camilo Torres se unió al ELN de Fabio Vásquez y fue asesinado en una
escaramuza contra las tropas del ejército, en febrero de 1966.
61. Orlando Fals Borda, “Violenceand theBreak-upofTíadition^pág. 198.

285
Cuadro III

Tasa de homicidios por cada cien mil habitantes62

Año Colombia Tolima Líbano

1957 41.1 115.6 130.0

1958 51.8 133.7 172.0

1959 40.1 100.7 252.0

1960 34.0 62.8 120.0

1961 — — 86.0

1962 — — 174.0

1963 — — 120.0

El pueblo del Líbano fue abatido por quince años de anarquía,


desorden y tumulto, como lo fue todo el Tolima. El optimismo y la
confianza de tiempos anteriores se convirtieron en angustia y terror
cuando la Violencia cundió por el campo, y las cosas sólo comenza­
ron a cambiar con la formación del Frente Nacional. El entendimien­
to liberal-conservador eliminó la causa más antigua de la Violencia:
las antipatías políticas tradicionales.
Para el año 1958 la Violencia era mucho más compleja que diez
años atrás, y para acabar definitivamente con ella se necesitaba
mucho más que una solución política. Esta solución final le exigió al
Gobierno otros seis años de vigorosa y aun salvaje persecución contra
los violentos criminales, y luego contra las guerrillas comunistas de
Tiro Fijo. Pero a mediados de los años sesenta los tolimenses podían
hacer otra vez una pausa durante su rutina diaria, saborear la belleza
de su tierra y sentir el orgullo de estar en el Tolima, y de ser tolimense.

62. Datos a nivel nacional y departamental son de Colombia, Cinco años,


Anexo I. Las cifras del Líbano se basan en aquella porción del archivo Parra
que se ha incluido como Apéndice III. La población del Líbano entre 1957 y
1963 se aproximó a 50.000. En 1951 había 42.980 libanenses, yen 1964,54.574
según Colombia, DAÑE, XIII censo, pág. 74.

286
CAPITULO IX
REPERCUSIONES

Parecía como si los tolimenses quisieran confundir a los ocasiona­


les visitantes de su departamento en los años inmediatamente poste­
riores a la Violencia. Un viajero de la carretera congestionada que va
de oriente a occidente del Tolima observaba con satisfacción los
campos de algodón y caña de azúcar que se extendían a cada lado del
camino. Los aviones de fumigación se podían ver circulando en el
límpido aire del llano, símbolos palpables del progreso, enmarcados
por la perfecta cumbre del Nevado del Tolima. Viajar hacia el sur,
desde Honda, era igualmente alentador. La piña, la caña de azúcar y
el ajonjolí crecían exuberantes en surcos bien irrigados, y el ganado
pastaba en los cercados potreros de las haciendas. Sin embargo, el
llano de las haciendas altamente mecanizadas e irrigadas contaba
solamente una parte de la historia del Tolima en los primeros años de
la década de 1960. La suave ondulación de su terreno ofrecía poco
abrigo a los violentos y hacía posible el desplazamiento rápido de la
policía cuando se presentaban problemas. La Violencia no había
tenido ocasión de prosperar en el llano, y, por lo tanto, para hacerse a
una idea clara de lo que aquélla significó para el Tolima y saber cómo
el departamento se recuperó en los años posteriores, es necesario
mirar hacia la cordillera. Fue allí donde cayó con toda su crudeza el
peso de la Violencia.
Su costo económico era obvio para quienquiera que se encaramara
a la cordillera a comienzos de los años sesenta. Ni uno sólo de los
municipios de tierra templada tenía algo diferente de una intransiia-

287
ble carretera sin pavimentar para comunicarse con el valle, y ésta, con
frecuencia, estaba cerrada por derrumbes durante la época de lluvias.
Una buena parte de las veredas era accesible únicamente a lomo de
muía, y muchas partes del sur del Tolima no eran aptas para ninguna
clase de vehículos de rueda. Los años de lucha habían traído fuertes
bajas en la productividad agrícola, como lo testimoniaban las fincas
con sus campos invadidos por la maleza y sus descuidados cafetos. A
los cultivadores del grano los golpeó especialmente duro la Violencia.
Un pequeño propietario del martirizado Tolima oriental vio su cose­
cha descender de 56 cargas en 1954 a solo quince cargas en 1959, y
finalmente a seis cargas en 1961 *. Su historia era típica en casi toda la
región. Cerca de la tercera parte de los campesinos de Cunday estaba
mal nutrida, y una tercera parte sufría de tuberculosis. Las tasas de
mortalidad eran mucho más altas que lo normal. No se podían
encontrar sino muy pocas personas que hubieran alcanzado los
cincuenta años de edad, porque los demás habían sucumbido en los
rigores de los años anteriores2.
A mediados del decenio de 1960, cuando la Violencia ya se estaba
volviendo una cosa del pasado en muchas partes de Colombia, el
Gobierno Nacional mandó al campo una variedad de programas
destinados a elevar el nivel de vida de los campesinos. En antiguas
áreas de Violencia estaba la Acción Cívica Militar, un programa del
ejército dirigido a integrar regiones aisladas a la vida del país. En
cuanto al Tolima, esto significaba unir a Marquetalia con el resto del
departamento mediante una carretera que pasara por Planadas y
Gaitania. Cuando esta carretera estuvo terminada, a finales de los
sesenta, los campesinos del lejano sur del Tolima tuvieron acceso a
Neiva por la vía del sur, y a Ibagué por la vía del norte.
Un segundo aspecto de la Acción Cívica Militar fue su programa de
bienestar social. El ejército mejoró la sanidad, instaló generadores
eléctricos, construyó escuelas y aun se interesó por iniciar campañas
de educación para adultos. Se enviaron soldados a las áreas rurales,
con papel y lápiz y otros implementos de instrucción, para enseñar a
encanecidos campesinos que hacía poco habían peleado junto a
líderes como Mariachi y General Peligro. En sitios donde sólo unos
años antes los soldados no se atrevían a entrar, el pueblo fue testigo
de un espectáculo incongruente: reclutas de 17 años de edad, agarran­
do nerviosamente sus fusiles M-l, intentaban enseñar las “primeras

1. Víctor Bonilla, “Tolima 1, biografía del primer proyecto de la reforma


agraria colombiana”, Tierra, Bogotá, Tercer Mundo, septiembre 1966, pág.
16.
2. Víctor Bonilla, “Tolima 1”, pág. 16.

288
letras” a campesinos igualmente nerviosos. Se puede discutir In efec­
tividad de este método de enseñanza, pero era infinitamente preferi­
ble a todo lo que había ocurrido en el pasado3.
Uno de los actos iniciales del Gobierno Nacional en el campo fue el
lanzamiento de un programa de auto-ayuda llamado Acción Comu­
nal. A través de éste los campesinos debían integrar juntas donde
quiera que vivieran, y con la ayuda de organizadores pagados por el
Gobierno, a quienes se conocía con el nombre de “promotores”,
realizar un trabajo comunal para mejorar sus veredas. Una vez que la
junta alcanzaba su personería jurídica podía solicitar préstamos al
Gobierno y tomar a su cargo determinadas obras cívicas. Construc­
ción de escuelas, instalación de generadores eléctricos, mejora de los
sistemas de acueducto y alcantarillado fueron todos proyectos típicos
llevados a cabo por juntas de Acción Comunal. Para 1970 ya existían
más de cuatrocientas juntas en el Tolima —15.000 a nivel nacional—
y todas estaban laborando, al menos en teoría, con la meta de abolir
el paternalismo y despolitizar a la población por medio del trabajo
comunal3 456.
La forma como los tolimenses recibieron estas juntas de Acción
Comunal fue diversa. A comienzos de los sesenta las aceptaron como
parte de un impulso del Gobierno para reducir las tensiones políticas y
así aminorar la Violencia. En el sur del Tolima la gente construyó
cooperativamente casas para hospedar a los soldados que los iban a
proteger de los violentos Con el tiempo los campesinos se volvieron
escépticos sobre los programas de Acción Comunal, y una mayoría
empezó a mirarlos cínicamente como una prueba de que el Gobierno
quería economizar dinero a costa del pueblo7. Para darle colorido a
esta tibia aceptación de la Acción Comunal estaba el propio espíritu
de independencia de los tolimenses, fortalecido a lo largo de los años
de saber que nada o muy poco viniera en su ayuda desde ningún nivel

3. Colombia, Ministerio de Guerra, De la violencia a la paz, Manizales;


Imprenta Departamental, 1965, págs. 69-97.
4. Reza Rezazadeh, “Local Government and National Development in
Colombia: A Study of Law in Action”, tesis doctoral no publicada, University
of Wisconsin, Madison, 1973, pág. 284.
5. Humberto Triana y Antorveza, La acción comunal en Colombia: resultados
de una evaluación en 107 municipios, Bogotá, Imprenta Nacional, 1970, pág. 16.
6. Matthew David Edel, “The Colombian Community Action Program; un
Economic Evaluation”, tesis doctoral no publicada, Yale University, 196>8,
págs. 106-108.
7. Humberto Triana, La acción comunal, pág. 35.

289
del Gobierno. No existía tampoco una tradición de trabajo comunal
entre los tolimenses. Todo lo cual explica la evaluación que de la
Acción Comunal hiciera un pequeño agricultor de Chaparral: “Yo
no he podido entender eso, quizá sea cosa para los muchachos, a mí
me gusta la política pero de liberales y conservadores, no eso de que
hay tantas ahora...
En 1968 se hizo claro que el 52% de los tolimenses interrogados
creía que la Acción Comunal beneficiaba únicamente a unos pocos,
o a ninguno de ellos. Los políticos locales se habían apoderado
gradualmente de la dirección de las juntas, volviendo, por lo tanto, a
establecer en su seno el sistema de dominación jerárquica de élites que'
la misma organización había prometido abolir. No era por ello
sorprendente que el pueblo del Tolima tuviera una participación tan
baja en la Acción Comunal comparada con la de otros colombianos,
a excepción del vecino Caldas8 910
. De las 457 juntas del Tolima, sólo 152
eran el resultado de la acción cooperativa de los mismos campesinos.
Todas las demás habían sido fundadas por los “promotores” del
Gobierno, por sacerdotes o por trabajadores de los Cuerpos de Paz
norteamericanos”’.
Junto con la Acción Comunal el Gobierno introdujo la tan anun­
ciada reforma agraria, que se inauguró oficialmente en 1961. Esta
reforma, larga y apasionadamente debatida por los congresistas y
conocida con el nombre de Ley 135, fue aprobada en medio de
crecientes temores de que, en caso de ser rechazada, se produciría en
el país una revolución al estilo cubano11. La legislación creó lo que se
elogió como “un intenso y profundo programa de redistribución de
tierras”, que sería dirigido por una poderosa y nueva agencia del
Estado denominada Instituto Colombiano de la Reforma Agraria
(INCORA). El INCORA fue constituido debidamente, y al parecer
inició sus operaciones con poderes ilimitados para expropiar tierras
pobremente explotadas y para adjudicarlas entre los campesinos sin
tierra. Cuando los equipos de expertos llegaron a las áreas rurales

8. Colombia, DAÑE, La fuerza del trabajo, pág. 152.


9. Ronald L. Hart, “The Coiombian Action Comunal Program”, págs.
305-333.
10. Matthew Edel, “The Coiombian Community Action Program”, pág. 73.
11. En julio de 1960 el senador conservador Diego Tovar Concha dijo: “No
quiero ser profeta de ruina: pero si el próximo Congreso no logra producir una
reforma agraria se vuelve inevitable la revolución”. Se encuentra este trozo en
Albert Hirschman, Journeys TowardProgress, pág. 193. Las páginas 192-213
del estudio proporcionan un resumen del proceso que siguió el proyecto de ley.

290
señaladas para la reforma, la excitación de los agricultores se elevó a
un estado de fiebre.
En el oriente del Tolima se inició el primer programa del INCOR A.
Se llamó “Tolima 1”, e incluía diversas zonas desoladas como ('un-
day, Icononzo y Villarrica. Las haciendas expropiadas en esta prime­
ra fase de la reforma llevaban nombres conocidos por los tolimenses:
Escocia, Canadá, Guatimbol, Varsovia y muchos otros. Todas eran
viejas estancias donde latifundistas y arrendatarios habían batallado
en los años treinta, y el ejército y los guerrilleros en los cincuenta. Los
equipos de salud enviados a “Tolima 1” en 1962 se aterraron de las
infrahumanas condiciones que encontraron allí. El hambre asolaba
las montañas y una serie de enfermedades endémicas afectaba se­
riamente al pueblo. Los hombres adultos, en promedio, medían 1.65
metros y pesaban 54 kilos, y las mujeres sólo llegaban a 1.4 metros y
50 kilos. La desnutrición desempeñaba un papel determinante en los
altos niveles de mortalidad infantil. Se habían presentado algunas
pocas invasiones de tierra en latifundios abandonados, pero éstas se
debían más a un deseo de sobrevivir que a la ambición de poseer una
parcela. Solamente un diez por ciento de la tierra era de propiedad de
quienes vivían en ella, y el desempleo comprendía a cerca de la mitad
de la fuerza de trabajo *2.
Durante cuatro años los técnicos del INCORA trabajaron en el
valle del río Cunday, construyendo escuelas y centros de salud,
mejorando carreteras, estableciendo cooperativas y, lo que era más
importante, ayudando a redistribuir la tierra. Hicieron de “Tolima
1” la vitrina de la reforma agraria en Colombia, y en el proceso
establecieron a unas 600 familias campesinas en más de diez mil
hectáreas que antes poseían 31 hacendados12 13.
El proyecto Cunday fue seguido de otros cinco en el departamento.
Aunque no tan ambiciosas como “Tolima 1”, las demás parcelacio­
nes del INCORA beneficiaron a los campesinos que se acogieron a
ellas. Títulos para cerca de cinco mil fincas fueron concedidos en el
Tolima durante los primeros ocho años de funcionamiento del IN­
CORA, y las propiedades adjudicadas tenían en promedio entre
quince y veinte hectáreas cada una14. Estas cifras, cuando se las
compara con el resto de Colombia, sugieren que los campesinos sin
tierra del Tolima recibieron un tratamiento favorable por parte del
INCORA. A pesar de representar solamente un cinco por ciento de la
población nacional, los tolimenses recibieron cerca del veinte por

12. Víctor Bonilla, “Tolima 1”, págs. 14-16.


13. Víctor Bonilla, “Tolima 1”, págs. 52-61.
14. Colombia, DAÑE, Decimotrece censo nacional, págs. 159-160.

291
ciento de todos los títulos que otorgaron las parcelaciones. Quizás fue
ésta la forma como el Gobierno reconoció que los campesinos del
Tolima habían sufrido más que en ningún otro departamento.
Cuando la década de los sesenta tocó a su fin, se hizo claro que la
reforma agraria del INCORA, al igual que los programas de Acción
Comunal, prometía más de lo que finalmente entregaba. Con la
aprobación de la ley 135 los 90 mil agricultores sin tierra del Tolima
tenían razón en esperar que pronto podrían convertirse en propieta­
rios de sus parcelas. Pero la distribución de las haciendas expropiadas
avanzaba con penosa lentitud, y hacia mediados de 1969 se habían
concedido únicamente 1.115 títulos. Otros 3.759 tolimenses recibie­
ron documentos de propiedad, pero se trataba de parcelas que ellos
habían ocupado desde mucho tiempo atrás como invasores^. Ade­
más, no existía ninguna garantía de que la tierra entregada a tales
colonos fuera de suficientes calidad y cantidad para proporcionarles
un nivel de vida decente, un hecho que se proclamó estruendosamen­
te en 1967, cuando un periódico informó que el 40% de tales tierras en
el Guamo, Prado, Suárez, Purificación y Chicoral estaba abandona­
da^. El INCORA tampoco intentó resolver el problema de que el
4.2% de los propietarios poseía el 57.7% de la tierra arable en el
departamento. Sólo un 4.5% de las adquisiciones del INCORA pro­
venía de la expropiación o de la compra de grandes posesiones. El
restante 95.5% se adquirió de terrenos baldíos que nadie quería.
Estos terrenos estaban demasiado lejos de las rutas de transporte o
tenían suelos tan pobres que eran de dudoso valor para los agriculto-
res1?. La inequívoca conclusión a que llegaron los tolimenses fue la de
que las ejecuciones del INCORA no habían sido especialmente fructí­
feras. De acuerdo con algunas fuentes, menos del 1% de los colom­
bianos fue beneficiado por el INCORA durante sus primeros ocho
años de existencia, y únicamente un 3.4% de la tierra del país fue
afectado por la refoi^^ía18.
Si la reforma agraria resultó inferior a las expectativas durante sus
primeros ocho años, el Frente Nacional se mantuvo fiel a las esperan­
zas inmediatas de la gente durante sus primeros diez. Formado para15 18
17
16

15. Colombia, DAÑE, Debate agrario, documentos, Bogotá, DAÑE, 1970,


pág. 159.
16. El Tiempo, octubre 5, 1967.
17. Colombia, DAÑE, Debate agrario, págs. 151-163.
18. Kenneth A. Switzer: “The Role of Peasant Organizations in Agrarian
Reform: A Case Study of the Coiombian National Association of Peasant
Governmental Services Users”, tesis doctoral no publicada, University of
Denver, 1975, pág. 61.

292
restablecer el viejo ordenamiento político con base en el biparlidix-
mo, la reducción de la tensión política y el fin de la Violencia, su éxito
liic incondicional. Pero el precio pagado por la despolitización lúe
también bastante alto. El enfriamiento de los'“odios hereditarios”
llevó a una abstención electoral sin precedentes y a un crecimiento en
el número de colombianos inclinados a juzgar sin pasión la naturale­
za y la conducta de su gobierno. Lo que los votantes percibían era un
sistema controlado por los mismos dirigentes, cuyos errores previos
habían hecho posible la Violencia, y cuya incapacidad para resolver
los ingentes problemas nacionales hacía la existencia diaria cada vez
más difícil para el ciudadano ordinario. Las insípidas realizaciones
del INCORA perjudicaron los intereses únicamente de los campesi­
nos pobres, pero la inflación persistente, que pasó al 10%, durante los
años sesenta —uno de los índices más altós de América—, hirió a
todos^.
Hablando a nombre de una mayoría de quienes se oponían al
Frente Nacional estaba un nuevo partido político llamado Alianza
Nacional Popular, ANAPO, dirigido por nadie menos que el viejo
dictador Gustavo Rojas Pinilla. A raíz de su enjuiciamiento, en 1958,
por supuestas fechorías en el desempeño de su cargo, y como produc­
to de su rehabilitación política algunos años más tarde, Rojas edificó
un considerable caudal de seguidores atacando a los “oligarcas” del
Frente Nacional y prometiendo aliviar la inflación y las demás enfer­
medades socioeconómicas cuando llegara a la presidencia. En sus
discursos de campaña mantenía en alto una panela y aseguraba a los
anapistas que, una vez elegido, el básico alimento volvería a tener el
precio de la década anterio^0. Una amorfa coalición de indigentes
urbanos, élites políticas menores, conservadores inconformes, secto­
res de la clase media y unos cuantos izquierdistas se reunió alrededor
del anciano general, quien por poco gana la presidencia en 197021.
La ANAPO nunca tuvo tanto éxito en el Tolima como en otros
sitios de Colombia, a pesar de que en 1970 conquistó un substancial

19. El promedio de aquella inflación llegó a 12.9% durante el período


1961-1965, y a 10.2% durante el período 1966-1970. El promedio de la
inflación colombiana llegó al 15% anual entre 1970 y 1974. Latin América,
Vol. IX, No. 21, 30 de mayo de 1975.
20. Robert Dix, Colombia, pág. 282.
21. Algunos sostienen que Rojas ganó una mayoría de la votación popular.
Un penetrante análisis retrospectivo de ANAPO en el contexto de la moder­
nización colombiana está en Robert H. Dix, “The Developmental Signilican-
ce of the Rise in Populism in Colombia”, Houston, Program of Development
Studies, Rice University, abril 1974.

293
39% del voto popular. El análisis de la votación departamental en lai
elecciones de aquel año dice mucho acerca de la política tolimense en
el período posterior a la Violencia. Indicativo del poder urbano y
obrero de la ANAPO, y del muy extendido descontento con el Frente
Nacional, era el hecho de que Rojas triunfara en las capitales departa­
mentales y en municipios tradicionalmente liberales e izquierdistas
como Ambalema y Honda22. En otros sitios Rojas ganó, o por poco
ganó, en 21 municipios, la mayoría de ellos de votación históricamen­
te conservadora, que dividieron su voto entre Rojas y el candidato del
Frente Nacional, Misael Pastrana Borrero.
A pesar de la demostración de fortaleza anapista en el Tolima, ui
análisis de los votos emitidos en 1970 muestra una lealtad continuad,
de los tolimenses con sus partidos tradicionales. Un 55% de lo;
votantes sencillamente se abstuvo de participar en la contienda, er
parte porque el partido liberal no había presentado candidato ya qui
en representación del Frente Nacional actuaba el conservador Misae
Pastrana Borrero. Hubo también dos candidatos menores, pero erar
también conservadores. El mismo Rojas Pinilla tenía sus orígenes er
el partido conservador, y por lo tanto era inaceptable para los más
intransigentes liberales del Tolima. Cuatro años más tarde, cuando se
reanudó la competencia de los partidos, más del 70% de los tolimen­
ses votó. El candidato liberal acumuló el 72% de los sufragios; el
candidato de la ANAPO el 6%2\
Los modelos de votación en municipios de tradición conservadora
también dejaron ver que los sentimientos políticos en el Tolima no
habían sido alterados substancialmente ni por la ANAPO ni por la
Violencia. Por ejemplo, Alpujarra dividió sus votos entre Betancur y
Rojas en 1970, pero le dio al candidato de la ANAPO únicamente el
ocho por ciento de sus votos cuatro años más tarde, cuando se
presentaron candidatos liberales y conservadores claramente diferen­
ciados en el certamen electoral. Alpujarra regresó a su modelo de
votación histórico en 1974, otorgándole el 88% de sus votos a Alvaro
Gómez, hijo de Laureano Gómez.
Un factor que influyó en la votación de 1970 fue el odio que sentían
muchos tolimenses hacia Rojas. Los electores en municipios fuerte­
mente liberales como Villarrica, Icononzo, Ataco, Rioblanco y Cha­
parral sufragaron en su abrumadora mayoría por el candidato del

22. La votación municipal en la elección presidencial de 1970, tanto como la


votación en las campañas electorales de 1930 y 1974, se encuentran en el
Apéndice V.
23. Ver Apéndice V.

294
Frente ^cionaU Pascana2425 . Su voto fue al mismo tiempo contra d
hombre que los había perseguido como comunistas en los cincuenta,
y en respaldo al arreglo político con el cual se puso fin a la Violencia.
Tan pronto como el Frente Nacional conjuró, al menos provisio­
nalmente, la amenaza de la Anapo, se levantó en el país un nuevo
movimiento de masas que puso a prueba la solidez del sistema
bipartidista. Durante el mes de febrero de 1971, entre 17 mil y 20 mil
campesinos comenzaron a invadir grandes haciendas en partes aleja­
das de la nación, y los tolimenses estuvieron prominentemente en­
vueltos en estas invasiones. Unos dos mil agricultores pobres del
departamento se apoderaron de valiosas tierras en el llano, a lo largo
de los ríos Saldaña y Magdalena, en los municipios de Natagaima,
('oyaima, Purificación, Guamo y Espinal. Periodistas de El Espec­
tador presenciaron una invasión cerca de la vereda de Velú, Natagai­
ma. Los días domingo y lunes unos seiscientos campesinos se movili­
zaron hacia tres zonas, separadas por una distancia de dos
k i lómetros. Protegidos por la oscuridad construyeron algunas chozas
primitivas y se dedicaron a labrar y plantar la tierra abandonada.
Más tarde colgaron banderas blancas y nacionales en las ventanas de
las chozas, y se sentaron a escuchar las noticias de la radio que
hablaban sobre ellos. En la tarde del lunes 26 de febrero apareció un
jeep de la alcaldía transportando funcionarios municipales que incre­
paron furiosamente a los campesinos y a los reporteros de los diarios
que los estaban entrevistando. “¿No pueden ustedes ver que lo que
están haciendo es malo?’’, preguntó uno de los funcionarios a los
agricultores, agregando: “Esta no es una forma de ganarse la vida;
ustedes pueden hacerlo de otra manera”. Después de unos veinticinco
minutos aparecieron tres camiones cargados de policías fuertemente
armados que se distribuyeron alrededor del campo. Claramente su­
perados en número, los invasores no ofrecieron resistencia. Con
apreciable disgusto procedieron a recoger sus mezquinas pertenen­
cias y abandonar el sitio, repicándoles en el oído la promesa de los
funcionarios de que “habría una solución”25.
Entrevistas con varios de los invasores de Natagaima revelaron que
todos eran hombres casados y sin medios para mantener en forma
adecuada a sus familias. Descontentos con el ritmo tan lento de la
distribución de tierras, eran, no obstante, optimistas en cuanto a que
sus invasiones obligarían al INCORA a redoblar sus esfuerzos en be­
neficio de los campesinos. Hubo algo en lo cual estuvieron en total

24. Rojas recibió 1.569 de los 12.577 votos depositados en aquellos munici­
pios. Pastrana recibió 9.025. Se registraron 1.271 votos en blanco.
25. El Espectador, febrero 21, 1971.

295
acuerdo: bajo ninguna circunstancia utilizarían la violencia para
sacar adelante sus propósitos. Al ser preguntados sobre este aspecto
por los periodistas, “todos, casi en coro, y durante dos minutos
explicaron que ellos no querían correr el riesgo de usar la
violencia’^.
Las invasiones agrarias de 1971 ilustraban el miedo de los campesi­
nos hacia la Violencia, así como su manifiesta creencia de que el
INCOR A sí había hecho algo por otras gentes de su misma condición
y que podría, eventualmente, llegar a hacer algo por ellos también.
Así, los campesinos del Tolima corroboraron la tesis de que cuando
un gobierno es lo suficientemente fuerte para iniciar, incluso, una
modesta reforma agraria, ésta “inmunizará” a la población rural
contra el impulso de luchar por una redistribución revolucionaria de
la tierra^.
Los campesinos pusieron en marcha sus invasiones de 1971 bajo la
égida de su propia organización de agricultores. La Asociación Na­
cional de Usuarios Campesinos, ANUC, agrupaba a cerca de un mi­
llón de miembros y actuaba como un grupo de presión bastante efec­
tivo para ellos. A raíz de las invasiones, muchos propietarios hasta
entonces renuentes a venderle al INCORA sus tierras subutilizadas
entraron en negociaciones con el Instituto. En diciembre de ese año
se modificó a marchas forzosas la Ley 135 de 1961, para apresurarel
proceso de redistribución26 . Los pequeños agricultores cafeteros del
2829
27
Tolima, que antes recibían únicamente el 6% de los préstamos de la
Caja Agraria, a partir de las invasiones de 1971 comenzaron a recibir
cerca del 20% de tales préstamos2’.
Un rasgo característico de la ANUC era el de ser una organización
creada para los campesinos, más bien que formada por ellos. Las
asociaciones de usuarios habían sido el “invento genial” del presiden­
te Carlos Lleras Restrepo, quien propuso su constitución en 1967,
como un medio a través del cual los usuarios de servicios del Gobier­
no podrían actuar colectivamente para incrementar sus niveles de

26. El Espectador, febrero 21, 1971.


27. Samuel P. Huntington, Political Order in Changing Societies, New Ha-
ven, Yale University Press, 1968, págs. 375-376.
28. Colombia, DAÑE, “Colombia, Reforma agraria e instituciones: resulta­
dos políticos”, Boletín mensual de estadística, No. 242, 1971, págs. 152-153.
29. Colombia, DAÑE, La fuerza del trabajo, pág. 122. La Caja de Crédito
Agrario, Industrial y Minero es una de las fuentes de crédito más grandes en
Colombia.

296
vida30. En sólo cuatro años la ANUC alcanzó más del millón de
miembros, lo que significaba que Lleras Restrepo había juzgado
correctamente el temperamento de la Colombia rural. Y lo que es más
Importante, su éxito era una prueba de que las masas colombianas,
tilín las más pobres y menos sofisticadas, eran capaces de actuar en
concierto para lograr sus propósitos.
Los tolimenses eran una heterogénea población de un millón de
almas a finales de la década de 1970, y más o menos la mitad de ellos
habitaban en centros urbanos o en comunidades que albergaban un
mínimo de 1.500 personas. La población urbana del departamento
tenía diversidad de ocupaciones: en un 27% estaba formada por
asalariados que trabajaban en fábricas, transportes y ocupaciones
asimiladas de obreros, y en un 30% desempeñaba tareas profesiona­
les31. Números apreciables de tolimenses urbanos trabajaban para
lina de las 37 agencias gubernamentales descentralizadas, y casi todos
los obreros y profesionales eran miembros de una variedad de gre­
mios y asociaciones de diversa índole32. Algunas, como los sindica­
tos, eran particulares, y llegaban a un total de 59 en 196 033. Todos
estos grupos de intereses cumplieron un papel funcional para facili­
tarle al ciudadano promedio una forma de ejercer presión sobre el
Gobierno. También llenaron el vacío dejado por la merma de la
lealtad popular al partido político y al patrono, concediendo a sus
miembros un sentido de lugar en una sociedad cada vez más compleja
c impersonal.
Los tolimenses rurales no eran menos dados a utilizar gremios y
asociaciones que sus contrapartes urbanos. La ANUC era sólo de las
varias organizaciones destinadas a mejorar la vida rural a través de
programas de préstamos, asistencia técnica y presiones políticas. El
más destacado de tales grupos era la semioficial Federación Nacional
de Cafeteros, cuyas
* fitas estaban abtartas a cualqmer cotamNano que
poseyera cuando menos dos hectáreas de tierra y produjera un míni­
mo de 355 kilos de café anualmente. Dicha asociación no sólo comer­
cializaba el café sino que extendía crédito, operaba cooperativas,
proporcionaba asistencia técnica y se preocupaba por la higiene y la
educación rurales. En algunas partes de Colombia los programas

30. Colombia, Ministerio de Agricultura, Organización campesina, Bogotá,


Imprenta Nacional, 1967, págs. 127-132.
31. Colombia, DAÑE, Decimotrece censo, págs. 78-86.
32. Hans Jurgen Patz, El desarrollo socioeconómico en Colombia, Bilbao,
Ediciones Deusto, 1968, págs. 70-75.
33. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico del Tolima, Ibagué, Imprenta
Departamental, 1966, pág. 201.

297
sociales de la Federación eran tan efectivos que el Gobierno Nacional
dejó que la entidad se encargara de proyectos de desarrollo como la
construcción de caminos y escuelas34.
Aunque compleja, la estructura interna de poder de la Federación
Nacional de Cafeteros es bastante tradicional. Es decir, no hay nada
de democrático en la toma de decisiones de esta gigantesca asocia­
ción. Su junta directiva ha sido históricamente una corporación
cerrada de los mayores poseedores de tierra y de otras élites, que
gobiernan sin contar con el consejo y el consentimiento de los miem­
bros rasos. Así, sus agentes realizan durante el año miles de visitas a
los caficultores en departamentos como el Tolima, pero por lo gene­
ral van sólo porque se les ha ordenado que vayan y no por solicitud de
los agricultores. Donde sea posible, estos agentes hacen uso de las
instituciones sociales tradicionales para ayüdar a los campesinos en
su trabajo, y han alcanzado un éxito moderado con los “grupos de
amistad”, asociaciones de autoayuda basadas en la forma tradicional
de los convites35.
El Tolima era una sociedad dinámica y bulliciosa a finales de los
años setenta. Las viejas verdades acerca de la miseria rural se hicieron
menos creíbles en extensas zonas de la cordillera, a medida que la
bonanza cafetera de mediados de década sacó a muchos campesinos
de su condición de marginados. Al mismo tiempo, un sector conside­
rable de la población marginal abandonó el departamento en busca
de una vida mejor en Bogotá y otras ciudades. De 1960 a 1970 el
Tolima fue testigo de una notable reducción en el porcentaje de sus
agricultores minifundistas, lo que dio lugar a que agencias como el
Banco Cafetero y la Caja Agraria incrementaran sus programas de
crédito en un esfuerzo por mantenerlos fuera de los ya sobrepoblados
centros urbanos36. Estos préstamos representaban un intento concer­
tado del Gobierno para mejorar la calidad de la vida rural. Se
percibió claramente que el retoñar de los tugurios en las grandes
urbes y los bajos niveles de la vida en el campo estaban estrechamente

34. Richard L. Smith, “Los cafeteros: Social and Economic Development in


a Colombian Coffee Municipality”, tesis doctoral no publicada, University
of Oregon, 1974, pág. 162.
35. Ronald Hart, “The Colombian Acción Comunal Program”, págs. 105­
107.
36. Entre 1960 y 1970 el Tolima perdió más población por la emigración que
cualquier otro departamento. La relación entre la disminución de la pobla­
ción y el aumento de préstamos gubernamentales se trata en El Tiempo, enero
30 febrero 1, 1971, y en Ramiro Cardona, ed., Las migraciones internas,
Bogotá, Asociación Colombiana de Facultades de Medicina, 1970, pág. 66.

298
ligados. El analfabetismo sobrepasó el 60% entre la población loli-
incnsc de las zonas agrarias, y las tasas de natalidad se mantuvieron
bastante altas^.
Durante los quince años posteriores a la Violencia el Tolima
cambió, ciertamente, aunque en algunos momentos parecía que tanto
la gente como la tierra se negaran de manera obstinada a dejar de ser
lo que siempre habían sido. En cierto sentido, esta mezcla entre lo
nuevo y lo viejo se volvió palpable en las montañas del municipio del
Líbano.
La carretera al Líbano, a finales del decenio de 1970, era bien
distinta a la de tiempo atrás. No solamente estaba pavimentada hasta
Convenio, sino que se instalaron en los sitios críticos tuberías de
concreto para el drenaje de la vía, lo que hizo que los derrumbes ya no
cerraran el paso con la frecuencia de años anteriores. Más allá de
('onvenio, donde aún no había llegado la pavimentación, una capa de
roca de greda traída desde el valle contribuía a que la marcha transcu­
rriera en forma milagrosamente suave, al menos de acuerdo con las
normas previas. Otras víctimas del progreso fueron las secciones
llenas de precipicios del viejo camino, abandonado a comienzos de
los años setenta, cuando se trazaron nuevos y menos peligrosos
tramos de carretera. Los viajeros ya no tenían que cruzar el estrecho
desfiladero en donde los violentos alguna vez trataron de emboscar y
asesinar al hijo del presidente de la nación, atrayendo una tremenda
venganza sobre los campesinos del Líbano.
También desapareció la maleza que cubría muchas de las laderas a
lo largo de la vía. Los fabulosos precios del fino café libanense
impulsaron a los dueños de tierras a plantar semilleros en todas
partes. Las faldas de las montañas quedaron desguarnecidas de
árboles improductivos remplazados por fila tras fila de caturra que
surgió sobre las colinas y las cumbres hasta abarcar lejanas distan­
cias. Incluso, los más pobres libanenses tenían un aspecto próspero
debido a sus nuevos pantalones, zapatos, ruana y machete. Represen­
taban en forma viva la teoría económica, según la cual la abundancia
para la élite puede producir algunas gotas de bienestar para el pobre,
a pesar de que se rumoraba que algo de la recién encontrada riqueza
venía de la siembra subrepticia de esa otra privilegiada cosecha
colombiana: la marihuana.
Aparecieron señales de modesto progreso en la propia cabecera.
Las casas dél barrio Jaramillo, iniciadas por los refugiados de la
Violencia a principios de los años cincuenta, fueron mejoradas hasta
que del antiguo tugurio de pobres invasores surgió un vecindario de
37. E1 índice de nataiidad toiimense fue 3.4% , Colombia, Instituto Colom­
biano Agropecuario, Información básica, págs. 19, 32.

299
clase media. Medio kilómetro más adelante, al norte de la calle
principal del Líbano, funcionó alguna vez un orfanato manejado por
la Iglesia para muchachas víctimas de la Violencia. Cuando de allí
salieron las últimas huérfanas, a mediados de la década de 1970, el
gobierno departamental compró la casa para usarla como colegio.
Con mucho, la estructura más impresionante de la población era el
nuevo hospital de cuatro pisos. Comenzado durante el régimen de
Rojas Pinilla, esperó por cerca de veinte años, para ser terminado poi
fin en 1974. Fue inaugurado al año siguiente, convirtiéndose en un
monumento a los años que la ciudadanía del Líbano gastó en intensos
cabildeos políticos. Fundamental para levantar fondos con destino
al hospital fue el dirigente liberal Alfonso Jaramillo, él mismo
médico. Jaramillo recibió su recompensa en 1978, cuando el presi­
dente Julio César Turbay lo llamó a desempeñar el Ministerio de
Salud. Tanto el hospital como el Ministerio fueron recompensas, en
cierto sentido, para el municipio entero, cuyo pueblo había votado
fielmente durante más de un siglo por el partido liberal.
Más allá del hospital aún había otras señales de que el Líbano
podría estar recuperando su vitalidad de años anteriores. En un área
de dos cuadras se levantaban una nueva bodega construida por la
Federación Nacional de Cafeteros, un edificio para Telecom y, apro­
piadamente, un nuevo banco. De manera curiosa, la plaza central era
la que menos había cambiado, a pesar de que los congestionados
cafés, los bares, los surtidos almacenes y los peatones la hacían
aparecer bien distinta de la melancólica plaza que era en 1950. En la
esquina nor-occidental de ella se levantaba la iglesia, mostrando
señales de que su construcción, por largo tiempo suspendida, había
vuelto a ser recomenzada. Por dentro, su nave había sido decorada
con mármol, madera tallada y, en el exterior, sus dos campanarios
lucían una nueva superficie rosada y verde que contrastaba desigual­
mente con el pesado rojo de abajo, aún no terminado.
En el centro geométrico de la plaza, bajo majestuosos y viejos
árboles, la cripta blanca y cuadrada del fundador del Líbano, Isidro
Parra, todavía le recordaba sus orígenes a la gente del pueblo. Parra
murió seguro, con su fe liberal del siglo XIX, de que el Líbano algún
día encabezaría al Tolima en cultura, industria y virtudes cívicas. Su
visión inspiró a todos aquellos que lo siguieron y los ayudó a soste­
nerse durante los largos años en que la lucha fratricida amenazó con
destruir todo lo que allí había sido creado. El Líbano se recuperó
finalmente de la Violencia, esa perversa pero explicable secuela de la
tradición política nacional. Si las recientes señales de prosperidad
municipal son verdaderos augurios de lo que vendrá, entonces el
pueblo de Isidro Parra cumplirá con el grandioso sueño de su funda­
dor.

300
CAPITULO X

EL TOLIMA Y LA VIOLENCIA: UNA EVALUACION

En dos premisas se fundamenta este estudio. La primera es simple­


mente que la Violencia en Colombia fue demasiado compleja y
prolongada como para que pueda estudiarse por completo en una
sola monografía. Por esta razón se adoptó en el presente estudio un
enfoque regional, a fin de simplificar un fenómeno amorfo. La
segunda premisa, más bien implícita, es que la mayoría de los autores
que han escrito sobre este tema no han logrado hasta ahora, quizás
por su excesiva dependencia de esquemas estructurales, explicar
claramente qué fue la Violencia y por qué tuvo lugar. Esta falla radica
más en la naturaleza misma de la metodología hoy imperante en las
ciencias sociales, que en errores de omisión por parte de los escritores
en cuestión. Las obras más recientes en el campo de la historia se han
visto dominadas por la búsqueda de marcos teóricos que hagan posi­
ble el estudio riguroso de los datos históricos. Aunque este enfoque
conduzca a construir un edificio de imponente diseño en su conjunto,
se torna meramente incidental la información concreta que sostiene
los cimientos. Se nos deja con una visión espléndida del paradigma,
pero con muy poca información acerca de los datos empíricos que le
dan significado. Dicho en otras palabras, la mayoría de quienes han
analizado la Violencia parten de perspectivas ideológicas o metodo­
lógicas definidas, sean o no expuestas en forma “estructuralista”, que
les dan una coloración altamente subjetiva a sus conclusiones. Han
escrito como liberales, conservadores o marxistas, o han visto la
Violencia desde la perspectiva de la modernización social, la depen­

301
dencia económica o alguna otra ordenación, explícita o implícita, de
los datos de la experiencia humanad La utilidad de tales aproxima­
ciones paradigmáticas a la historia colombiana no puede negarse,
pero éstas tampoco pueden, y por lo general no pretenden servir
como explicaciones exhaustivas del objeto de investigación. ,
Quien redactó estas líneas no ha rechazado la noción de que unn
debe buscar modelos de comportamiento que puedan ser verificados
empíricamente, y que debemos considerar tal evidencia en la forma
como ella se relaciona con los marcos teóricos. No obstante, un
argumento fundamental de este estudio es que la Violencia sólo
puede ser entendida en el contexto amplio de la cultura y la historia de
Colombia. Aconteció en un sitio y en un momento determinados, y
surgió de una intrincada mezcla de factores condicionantes e impon­
derables que provocó los quince años de disturbios. En las páginas
precedentes se ha hecho un intento de captar la singularidad de la
Violencia, y al mismo tiempo descubrir patrones culturales amplia­
mente aplicables dentro de ella y que le sirven de fundamento12. Se
podría argumentar que esto implica la búsqueda de paradigmas, lo
que sin duda es cierto. Más de la mitad del estudio se ha empleado en
explorar las instituciones sociales y políticas que el autor considera
parte integral de la Violencia. Pero tales paradigmas están vistos
como estructuras cargadas de valores que se sobreponen y se compe­
netran las unas con las otras, haciendo que la sociedad y la historia
que se estudian sean únicas. Se presenta Colombia como una cultura
distinta, pero cuyos componentes pueden ser examinados empírica­
mente, y hasta cierto punto independientemente el uno del otro. Este
enfoque metodológico es semejante al empleado para estudiar hue­
llas digitales. Los arcos y verticilos que caracterizan todas las huellas
digitales son examinados a fin de establecer la singularidad de cada
huella.

1. En la introducción a este estudio se habla de los exponentes de los


enfoques conservador, liberal y marxista sobre la etiología de la Violencia.
Richard Weinert, en “Violencia in Pre-Modern Societies”, ha examinado la
Violencia desde el punto de vista de la modernización; Jaime Arocha, en “La
Violencia”, desde el de la dependencia, y Joseph Monahan, en “Social
Structure”, desde el de la alienación.
2. La palabra “patrón” está empleada aquí en la misma forma en que la
utilizan muchos historiadores, en particular aquellos de la escuela francesa
de los Annales. Esto es, como “patrones de larga duración (y) grupos
asociados de actividades que cambian sus relaciones mutuas, pero lentamen­
te”. Este trozo se ha tomado de la discusión de Samuel Kinser sobre la
palabra “estructura” tal como la utilizaba Fernand Braudel. Véase: Samuel
Kinser, “Analiste Paradigm: The Geohistorical Structure of Fernand Brau­
del”, The American Historical Review, 86: 1, febrero 1981, 80-86.

302
Como en el resto de América Latina, en Colombia se desarrolló
lina sociedad jerárquica y poco igualitaria, orientada por las doctri­
nas de la Iglesia Católica. En cuanto a la política, la Iglesia enseñaba
que los ciudadanos de un Estado cristiano debían subordinar su interés
privado al bien público, respetar a sus superiores jerárquicos y honrar
al rey como al depositario de la virtud social y de la autoridad34.Las
relaciones sociales cambiaron muy poco cuando Colombia cortó sus
lazos de dependencia con España a comienzos del siglo XIX, pero los
asuntos políticos se sumergieron en el caos. Carentes de un poderoso
símbolo de unidad política, los colombianos empezaron a pelear
entre ellos mismos hasta mediados del siglo XIX, cuando lograron
crear símbolos duales de legitimidad política en los antagónicos
partidos liberal y conservador. El catalizador para la formación del
primero fue la ideología del liberalismo europeo, mientras los miem­
bros de la élite política que valoraban los caminos tradicionales,
particularmente la estrecha colaboración entre la Iglesia y el Estado,
formaron el segundo. Amigos, parientes, adherentes y simpatizantes
seguían a cada bando4. Al poco tiempo, efectivamente, todos los
colombianos llegaron a definir sus intereses y sus ideales en términos
partidistas, y a medida que transcurrieron los años la ideología de
cada partido adquirió la calidad de una verdad revelada, y los pro­
nunciamientos de uno u otro grupo se volvieron declaraciones meta­
fóricas de principios que merecían defenderse hasta la muerte5.
Sin embargo, aunque los dos partidos separaron a los colombia­
nos, unificaron al país. Esta función integracionista de ambas colecti­
vidades explica en parte su durabilidad en el tiempo y su importancia
durante la Violencia. De un lado, los partidos ayudaron a los colom­
bianos a superar su huraño regionalismo. “Gracias a este [partida-
rismo] hemos mantenido la unidad nacional en un extenso territorio

3. Dos exposiciones excelentes de los orígenes políticos de América Latina


son Richard M. Morse, “The Heritage of Latin América”, y Glen Dealy,
“The Tradition of Monistic Democracy in Latin América”. Las dos se
encuentran en Howard J. Wiarda, ed., Politics and Social Change in Latin
América, The Distinct Tradition, Amherst, University of Massachusetts Press,
1974, págs. 25-103.
4. El proceso por el cual los colombianos seleccionan su filiación política
provee un tema de continua discusión entre los colombianistas. Véase págs.
49-61, arriba. Una excelente discusión reciente se encuentra en Hclen I )epar,
RedAgainst Blue, The LiberalParty in Colombian Politics, 1863-1899, Univer­
sity, of Alabama, The University of Alabama Press, 1981, págs. 1-59.
5. Para comentarios sobre el aspecto metafórico de la ideología política, ver
Clifford Geerts, “Ideology as a Cultural System”, en ¡deology and Diseon-
tent, ed. David E. Apter, New York, The Free Press, 1964, págs. 47-76.

303
que por más de un siglo de existencia independiente no disfrutó de un
enlace claro entre sus regiones más apartadas, que ellos establecieron
por sentimientos políticos”, escribió Rafael Azula Barrera en 19566.
Azula destacó la paradoja de querer crear la unidad nacional por
medio del partidismo político, aunque no era menos paradójico que
los dos partidos sirvieran para minimizar las luchas sociales de
naturaleza política no tradicional, especialmente los conflictos de
clase. Esto se debía a que tanto el partido liberal como el partido
conservador eran de estructura multiclasista y jerárquica y a que
funcionaban por medio de redes clientelistas que unificaban los
intereses de las distintas clases sociales. En este sentido repetían la
estructura de la sociedad colombiana tradicional7. Un elemento adi­
cional en el papel unificador de los partidos era su impresionante
capacidad para asimilar nuevas ideologías políticas, hasta el punto de
que los líderes de terceros partidos se encontraban de pronto sin
programas, sin banderas e incluso sin seguidores.
Estos fueron los modelos y las estructuras principales que sustenta­
ron la Violencia. Colombia era una nación intensamente politizada y
dominada por los venerables partidos liberal y conservador. La
compleja función que desempeñaron los convertía en mucho más que
simples vehículos de participación política. Estructuralmente inte­
grados a la realidad social del país, sirvieron para cohesionar a un
Estado geográficamente diverso y al mismo tiempo polarizaron a la
ciudadanía. Y como bandas ideológicas que alegaban representar
filosofías y modos de vida distintos, desempeñaron un papel psicoso-
cial de dimensiones significativas.
El poder político cambió de manos en Colombia tres veces entre la
formación de los partidos, en 18-49, y la ruptura del sistema biparti­
dista un siglo después. El primer cambio ocurrió en 1886, cuando los
conservadores llegaron a la presidencia y se dedicaron a fortalecer el
gobierno central y a restablecer estrechos lazos entre la Iglesia y eJ
Estado. Luego, en 1930, los liberales regresaron de su larga perma­
nencia en el destierro político e intentaron deshacer lo que sus rivales
habían hecho en los 44 años precedentes. El momento era propicio
para el cambio, y durante los siguientes 16 años, un turbulento
período denominado la “República Liberal”, el partido de López y
Gaitán supo aprovechar el ascenso de las fuerzas que pugnaban por
6. Rafael Azula, De la revolución, pág. 12.
7. Los ensayos de Morse y Dealy arriba mencionados contienen información
que conduce a la comprensión de los orígenes inigualitarios de la sociedad
colombiana; ver también Frederick B. Pide, “The Social Matrix of the
Andean Past”, en The United States and the Andean Republics, Cambridge,
Harvard University Press, 1977, págs. 24-46.

304
la modernización social del país. Aunque incapaz de conjurar la
división que hizo posible el retorno del conservatismo en 1946, el
partido liberal era el grupo político más grande y dinámico en aquella
época. Los conservadores reaccionaron cautelosamente ante el creci­
miento del liberalismo y se dieron cuenta de que la modernización
social permitía a sus oponentes apelar con algún éxito a nuevos
grupos —obreros sindicalizados, populistas y aun socialistas— para
engrosar y revitalizar sus filas8. Parecía probable que los liberales
continuaran dominando la vida nacional en el cercano futuro, y los
conservadores decidieron presionar hasta el máximo cuando la divi­
sión del bando contrario les permitió regresar al poder en 1946.
Confiados en que su caída había sido sólo un accidente, los liberales
siguieron apoyándose en su ventaja numérica, aun en la derrota. La
paranoia conservadora, unida a la torpeza liberal, colocaron al sis­
tema político colombiano bajo tal tensión que éste sufrió un colapso
en 1949, el año en que los liberales intentaron derrocar a sus oposito­
res por medio de artimañas parlamentarias. La Violencia resultante
de esta ruptura institucional ha sido comparada con la Guerra de los
Mil días9, aunque en realidad fue mucho peor. Tuvo una duración
seis veces mayor, cobró el doble de vidas y, lo que es más importante,
careció de dirección. Mientras que las élites colombianas dirigieron a
sus tropas durante la Guerra de los Mil Días, los campesinos colom­
bianos que cayeron durante la Violencia sostenían una batalla solita­
ria contra la anarquía. Así es que la Violencia surgió del fracaso del
complejo sistema político que había ordenado la vida civil colom­
biana durante cien años.
La Violencia no comenzó a finales de 1949. Existía ya para ese
entonces y llegó a generalizarse en la mayor parte de Colombia a raíz
del colapso, en el curso de ese año, del sistema de gobierno tradicio­
nal. A comienzos de 1946 había lucha, es evidente, entre conservado­
res y liberales en Santander y en Santander del Norte, desde donde se
extendió a otras regiones, ganando ímpetu después del asesinato de
Gaitán, en 1948, y de nuevo en 1949, cuando fracasaron algunos
débiles intentos de acomodamiento bipartidista. La Violencia fue
definida en sus particularidades de acuerdo con las regiones y locali­
dades azotadas por ella. En efecto, varias zonas del país ni siquiera
8. Charles W. Anderson describe el proceso por el cual son reconciliados los
“contendores del poder” por los regímenes políticos dominantes. Su ensayo
tiene mucho que ver con la política colombiana en el siglo XX. Ver su ensayo
“Toward a Theory of Latin American Politics”, en PoliticsandSocial ( '¡auge
in Latin América, The Distinct Tradition, ed. Howard J. Wiarda, Amhcrst,
University of Massachusetts Press, 1974, págs. 249-265.
9. Charles W. Bergquist, Café y conflicto, pág. 5.

305
fueron afectadas seriamente, y en este aspecto las regiones más
notables eran la costa norte y el departamento de Nariño.
Para explicar la casi ausencia de Violencia a lo largo del Litoral
Atlántico y, en un grado menor, en el sur-occidente de Colombia, es
necesario tener en cuenta una variedad de factores. Dichas regiones
estaban física y psicológicamente distantes del centro político colom­
biano. Una expresión de esa distancia psicológica se refleja en las
novelas de Gabriel García Márquez. El novelista sugiere que los
costeños percibían a los habitantes del interior como gente severa y
rígida, una estirpe ajena a los habitantes de la costa alegre y bulli­
ciosa. Los cachacos menospreciaban a sus compatriotas del norte
expresando con frecuencia sus críticas en términos raciales. Los
costeños resistieron la intensa politización de aquellos años gracias,
en parte, a su visión más amplia y más cosmopolita del mundo, y por
consiguiente estaban menos inclinados a darles demasiada importan­
cia a los rótulos políticos. Se entiende fácilmente cómo las élites
costeñas, conservadoras y liberales, fueron capaces de unirse para
minimizar la Violencia en su región, a pesar de la ruptura política a
nivel nacional: mientras la Violencia surgía en otros departamentos,
los líderes costeños supieron emplear sus fuerzas armadas de manera
que no fueran consideradas por la gente como sectarias tropas de
choque10.
El departamento de Nariño padeció alguna Violencia entre 1946 y
1949, pero muy poca después de este período. También aquí factores
psicológicos y físicos parecen explicar por qué las élites locales pudie­
ron mantener el derramamiento de sangre a niveles bajos en compa­
ración con otras partes. Intensamente indígenas en su carácter racial,
con un acento bastante diferente al del resto de los colombianos, lo
“indios” de Pasto eran y continúan siendo el objeto de “chistes
pastusos” que los muestran como provincianos ingenuos. Estas dife­
rencias, reales y aparentes, entre la gente de Nariño y la del interior,
pueden explicar en parte los niveles reducidos de Violencia en el
lejano sur-occidente colombiano.
Nariño y la Costa Atlántica eran las únicas regiones de Colombia
inmunes a la Violencia en gran escala. Las demás, altamente politiza­
das por cien años de conflictos partidistas recurrentes, reaccionaron
ante la decisión liberal, tomada en 1949, de resistir al Gobierno, y la
violencia que ya existía en Santander, Santander del Norte y Boyacá
pasó fácilmente a los Llanos Orientales, donde se mantuvo hasta la
caída de Laureano Gómez, en 1953. Otras guerrillas liberales se
organizaron simultáneamente para oponerse a la policía controlada
por los conservadores en Tolima, Huila, Cauca, Valle y Antioquia, y,
10. Pau 1 Oquist , Violencia, conflicto, pág, 314.

306
cuando el golpe militar del general Rojas Pinilla derrocó al régimen
laureanista, la mayor parte de Colombia se encontraba en plena
Violencia.
Después de la caída de Laureano Gómez los motivos económicos
comenzaron a suplantar a los políticos como motores principales de
la Violencia. Complicando más el asunto fue la existencia de varios
centenares de violentos, demasiado jóvenes para haber conocido otra
vida distinta a la del delincuente, y quienes, por lo tanto, estaban ya
tan lesionados por su experiencia que no tenían posibilidades de deja r
las armas. También se encontraban, entre los millares de violentos
que vagaban por el interior de Colombia, varios cientos de auténticos
revolucionarios sociales cuyo plan era derrocar el régimen militar que
sucedió a Laureano Gómez y, después de 1957, el gobierno burgués
del Frente Nacional. Esta era la compleja Violencia de los años
1953-1965. ‘
El Frente Nacional, al institucionalizar la cooperación de los dos
partidos, cumplió su principal función: la de despolitizar la Violen­
cia. Cuando las élites conservadoras y liberales de nuevo acomodadas
en la cima de sus pirámides partidistas, volvieron a dirigir la Nación
en la misma forma en que la habían dirigido en el pasado, la Violencia
perdió su razón de ser y su fuerza motriz. Sin embargo, el derrama­
miento de sangre no cesó sencillamente con el pacto bipartidista. La
Violencia ya había trascendido desde mucho antes su dinámica ini­
cial, y se había convertido en algo bastante más complejo que la
persecución de civiles liberales por funcionarios conservadores secta­
rios y por una policía homicida. Como un todo de muchas partes, el
conflicto no podía terminar sino a través de una acción coordinada y
tenaz adelantada por el establecimiento militar del país, respaldado y
asistido por una población civil profundamente cansada de la Violen­
cia. Lentamente, en un lapso de ocho años —cerca de la mitad del
período de la Violencia en Colombia—, se puso término a la lucha. El
ejército colombiano y las fuerzas de la policía persiguieron y mataron
a los violentos más peligrosos, sacaron a los revolucionarios sociales
de sus viejos reductos y restablecieron gradualmente el orden público
en las antiguas zonas de Violencia.
Por medio de este esquema la Violencia se ve necesariamente como
un fenómeno de regiones y de distintas fases cronológicas. La inci­
piente Violencia de 1946-1949 estuvo restringida a Santander, San­
tander del Norte y Boyacá. En su primera fase, 1949-1953, se extendió
a toda Colombia y sólo quedaron por fuera la Costa Atlántica y el
departamento de Nariño. Durante los años de 1953 a 1957 su foco se
trasladó a la cordillera cafetera del centro del país, aunque continuó
en otras partes y sólo concluyó en los Llanos Orientales. Entonces
empezó el uso creciente de la Violencia como pretexto para el robo de

307
cosechas cafeteras y de ricas tierras de siembra después de 1953!l. La
parte central de Colombia, los departamentos de Antioquia, Caldas,
Valle, Huila y Tolima —particularmente este último—, fueron testi­
gos del prolongado desenlace de la Violencia.
Debido a su terreno montañoso, su carácter rural y su población
mayoritariamente mestiza, el Tolima era un microcosmos de Co­
lombia. Su ubicación central, no alejada de la capital de la nación,
lo sometió a todos los precipitantes políticos externos de la Violen­
cia que emanaba de Bogotá a finales de los años cuarenta. Al exa­
minar la historia de esta pequeña provincia del país, geográficamen­
te coherente, la Violencia podía ser entendida como parte explicable
de una mayor cultura política. Limitando el campo de investigación
se eliminaba también el problema de delinear un fenómeno tan com­
plejo como la Violencia a medida que se desenvolvía en cada región
colombiana.
Aun en el Tolima, donde la Violencia fue más ardua, había sitios
poco afectados por la lucha. Zonas urbanas como Ibagué, y otras
regiones bien pobladas que gozaban de facilidades de transporte y de
terrenos planos, tendían a verse libres de la Violencia, entre otras
' razones porque las bases del ejército y los cuarteles de la policía se
encontraban en tales sitios. De igual forma, las fuerzas antiguerrille­
ras podían ser desplegadas rápidamente a lo largo del valle del río
Magdalena, donde la falta de abrigo para los violentos y la existencia
de una adecuada red de carreteras y caminos los volvía especialmente
vulnerables. De igual importancia fue la habilidad de los líderes
locales para mantener la coherencia política tanto a nivel del munici­
pio como del barrio. Las medidas para alcanzar esta continuidad
fueron muy variadas, pero cuando las élites de cada municipio conse­
guían evitar el partidismo desgarrador, también estaban en capaci­
dad de asegurar que la Violencia fuera esporádica en sus áreas. Por lo
tanto, puede decirse que la historia, la ubicación, el color político y
hasta cierto punto el carácter económico de cada región del Tolima se
combinaban para determinar la intensidad y duración de la Violen­
cia. En aquellos lugares donde la historia local había sido una amarga
batalla liberal-conservadora, como en Santa Isabel y en Rovira, la
Violencia casi siempre apareció anterior a 1949, el año de su
comienzo en otros lugares del departamento. Por el contrario, donde­
quiera que existía un grado de aproximación entre las élites locales,

11. Una monografía íecient^e donde se examinan detenidamente las motiva­


ciones económicas como causa de la Violencia posterior se encuentra en
Jaime Arocha, La Violencia en el Quindío, determinantes ecológicos y econó­
micos del homicidio en un municipio caficultor, Bogotá, Tercer Mundo, 1979.

308
como en el Líbano, el impacto de la Violencia logró ser mitigado o,
por lo menos retardado.
La percepción del municipio por parte del Estado era también un
factor de importancia. Durante la primera fase, -1949-1953, por e jem-
plo, los grandes y prósperos municipios liberales del Líbano y Chapa­
rral eran vistos como potencialmente subversivos por la hegemonía
conservadora en el departamento y, por lo tanto, estaban vigilados
muy de cerca. El rigor de la vigilancia provocó una reacción popular
que a su vez produjo guerrillas y, por último, serios extremos de
Violencia en cada sitio. Durante la segunda fase del conflicto 1953­
1957, las poblaciones orientales de Cunday y Villarrica fueron singu­
larizadas por el Gobierno como áreas de subversión comunista. Estas
zonas, y la región adjunta de Sumapaz, en Cundinamarca, fueron
sometidas a operaciones que cobraron una dolorosa cuota de vidas y
propiedades.
Las más desamparadas de todas las regiones tolimenses eran las
más escasamente pobladas y las más remotas, que se caracterizaban
por su gran mayoría liberal. La ausencia total de carreteras en esos
lugares, más notoriamente en el sur y en el oriente del Tolima,
permitió que los violentos se movieran con facilidad y a la vez causó
muchas dificultades a los militares. En tales sitios, la lucha se man­
tuvo hasta bien entrada la década de 1960.
La Violencia en Colombia fue un combate prolongado y san­
griento que ocurrió entre 1945 y 1965, aproximadamente, y que
obtuvo su fuerza motriz de la desintegración del Gobierno Nacional
en 1949. En esta definición va implícitamente un comentario sobre las
principales teorías causales que se comentaron al comienzo de este
estudio. El conflicto se debió más a un funcionamiento institucional
defectuoso que a una protesta popular de naturalev.a clasista. Esto
explica la Violencia y el hecho de que sólo terminara después que
Colombia regresó al viejo orden político^. La Violencia fue entonces
una fuerza conservadora en la historia nacional, que produjo entre
los colombianos una fuerte reacción en contra de las visiones apoca­
lípticas del cambio social, lo que explica en parte por qué continuaron
votando a favor de los dos partidos tradicionales^. Fuera del reto

12. En palabras de Alexander Wilde, “Conversations”, pág. 67: "Al fin y ni


cabo el mejor argumento para enfatizar que las instituciones políticas (más
que las clases o las ideologías) explican el colapso de 1949, es la manera como
se volvió a restablecer la democracia en 1958... La democracia murió como
había vivido, al estilo oligárquico, y así volvió a levantarse otra vez".
13. Rodrigo Losada sostiene que los colombianos apoyaron el Frente Nacio­
nal no sólo porque lo percibieron como un mecanismo para poner fin a la
Violencia, sino también porque la participación electoral no disminuyó

309
populista y más que todo urbano del general Rojas Pinilla, a fines de
los sesenta y principios de los setenta, los colombianos siguieron
despreciando a los partidos políticos que les ofrecían alternativas
distintas.
Esto no significa que la sociedad colombiana no sufriera ningún
cambio durante los años de la Violencia, ni que la actitud popular
hacia los partidos conservador y liberal permaneciera igual que antes.
Nada podría estar más alejado de la verdad. Durante el curso de la
Violencia, Colombia dejó de ser una nación predominantemente
rural y se convirtió en un país predominantemente urbano. La Vio­
lencia apresuró la urbanización pero no fue la causa principal de la
migración a las ciudades. La tasa de crecimiento de la población se
elevó a niveles formidables, la modernización multifacética incre­
mentó la conciencia colectiva e hizo más evidentes las inequidades
sociales. Mientras tanto los colombianos se dieron cuenta del nexo
entre sus lealtades políticas tradicionales y la Violencia. Sabían que la
culpa por el derramamiento de sangre no podía ser colocada a la
puerta de una sola persona o grupo social, y que los responsables eran
los beneficiarios de un sistema político controlado por dos partidos
monolíticos e intensamente .competitivos. La Violencia le propor­
cionó un golpe mortal a la incondicional lealtad hacia los dos parti­
dos tradicionales.
El significado a largo plazo de la Violencia en Colombia está a
juicio del espectador. Si uno acepta la afirmación de que ella debilitó
la mística de los partidos y permitió un ataque más directo contra las
enfermedades sociales del país, entonces la Violencia puede ser vista
como algo que al menos tuvo un resultado benéfico. Pero si uno cree
que únicamente a través de la revolución puede Colombia alcanzar
un mejoramiento auténtico de la vida nacional, entonces la Violencia
conservatizante tiene que ser juzgada como negativa en todos sus
aspectos.

Desde la Violencia, la historia del Tolima ha sido un proceso de


continua recuperación de los efectos de la lucha y de acelerada
modernización social. La apertura de municipios antes aislados al
tráfico de vehículos, la electrificación rural, la expansión concomi-

perceptiblemente durante los 16 años que duró el . pacto bipartidista. Véase su


“Electoral Participation”, en Albert R. Berry, Ronald G. Hellman, Mauricio
Solaún, eds. Politics of Compromise, Coalition Government in Colombia, New
Brunswick, New Jersey, Transaction Books, 1980, págs. 87-103.

310
tante de la radio y la televisión, la proliferación de agencias guberna­
mentales y de asociaciones semiautónomas como la Federación
Nacional de Cafeteros, todos estos factores, en suma, hicieron dei
departamento un sitio bastante diferente de lo que fue antes de la
Violencia.
Tales cambios, y la perspectiva más amplia y más cosmopolita que
ellos suscitaron, han vuelto poco probable la repetición de un con­
flicto social siquiera remotamente parecido a la Violencia en la
Colombia rural. Los años de 1945 a 1965 permanecen como un triste
recuerdo de un momento de la historia en que los viejos hábitos de
pensamiento y de acción asumieron proporciones patológicas. Sin
embargo, a pesar de su singularidad y su carácter esencialmente
negativo, la Violencia no puede ser descartada con ligereza como algo
exótico y de poca utilidad para entender al pueblo y al país que la
experimentaron. Adoptar tal actitud en el preciso momento en que
estamos en los albores de entender la Violencia, lo que ella fue, cómo
y por qué surgió, sería un desatino de proporciones mayores. Y
descartar un fenómeno de semejante magnitud como nacido del error
de algunos pocos líderes nacionales equivale a despojarlo de su
realidad humana, reduciendo a todos aquellos que lo sufrieron a
simples autómatas.
La Violencia y sus consecuencias, o su falta de consecuencias,
ahondan nuestra comprensión de la política colombiana. Los largos
años de tormenta no alteraron sustancialmente el escenario político,
y los colombianos siguieron votando por candidatos conservadores y
liberales aún después de la terminación del Frente Liberal. Su aver­
sión a buscar nuevas soluciones políticas para los problemas naciona­
les destaca la necesidad de un nuevo examen sobre la validez de la
política tradicional. Se presentan varios nuevos enfoques para el
estudio de este viejo tema, como, por ejemplo, aquel que lleva en
dirección a la historia económica. Se ha esbozado la hipótesis de que
el extenso cultivo del café y su exportación entre los años 1880 y 1930
ayudaron a fortalecer el sistema político. Según esta teoría, tanto los
grandes como los pequeños cultivadores del.café “respaldaban plena­
mente la ideología política liberal, el conservatismo social y las
políticas económicas partidarias de la exportación”, que entonces
dominaban la política colombiana^. Si éste era efectivamente el caso
anterior a 1930, la teoría ayudaría a explicar sin duda la persistencia
de la política tradicional en amplias zonas de la Colombia rural a
partir de 1930. Un estudio del comportamiento electoral de munici­
pios cafeteros previamente seleccionados, y su análisis en relación

14. Charles Bergquist, Café, pág' 306.

311
con la estructura social rural, podrían suministrar muchos datos
útiles.
Otro tema digno de consideración es el del papel funcional que
desempeñaron los partidos en habilitar a los colombianos para opo­
nerse a los gobiernos autoritarios. Mientras que países alguna vez
vistos como políticamente más avanzados están perdiendo todos los
vestigios de representación popular, la habilidad de Colombia para
mantener un sistema al menos nominalmente democrático adquiere
una renovada significación15. Si bien es cierto que los partidos tradi­
cionales son únicos en algunos aspectos —podría llamárseles incluso
“protopartidos”—, también es innegable que ellos han servido con­
sistentemente como vehículos de masiva participación política.
Nunca fue esto más claro que durante la época de la Violencia. Los
liberales se negaron a aceptar que habían perdido su representación
política entre 1949 y 1957. Sólo cuando el partido liberal fue rehabili­
tado como vehículo de expresión política pudo la mayoría del pueblo
colombiano aceptar al Gobierno como legítimo, y solamente enton­
ces fue posible tratar exitosamente la Violencia.
Otro campo de investigación es el de las ideas políticas en la
Colombia posterior a la Violencia. Que “las ideas tienen consecuen­
cias” es un artículo de fe dondequiera que los activistas intentan
cambiar las relaciones de poder mediante la diseminación de una
visión política determinada. Por esta razón parece curioso que se le
haya prestado tan poca atención seria a la ideología del conserva-
tismo y del liberalismo colombianos desde 195715 16. Esta negligencia
quizás se explica por la creencia, muy extendida entre los científicos
sociales, de que la ideología es a la vez algo formulado y expresado
por la élite política y aceptado pasivamente por las masas. Sin pro­
fundizar en el debate, debe por lo menos observarse que el proceso
por medio del cual los seres humanos llegan a creer en lo que creen, es
algo muy complejo y riesgoso de generalizar. Sea suficiente repetir
que hoy en día hay un nuevo espíritu crítico en la política colom­
biana, aunque los votantes continúan depositando sus papeletas por
los partidos tradicionales y rechazando a los de oposición aun des­
pués de concluido el Frente Nacional, en 1974. Esto sugiere que los

15. Un intento reciente de explicar este movimiento hacia el Gobierno no


representativo en Latinoamérica está en David Collier, ed., The New Authori-
tarianism in Latin América, Princeton, Princeton University Press, 1979. El
análisis de sistemas no autoritarios, tales como el colombiano, no figura
prominentemente en el volumen.
16. Un tomo en que se trazan las ideas liberales en Colombia hasta 1958 lo
escribió Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia de 1953 a la
iniciación del Frente Nacional, Bogotá, Tercer Mundo, 1977.

312
colombianos todavía encuentran algo de valor en los viejos pin ' lidos,
y que se hace necesario determinar hasta qué punto este respaldo
progresivo es una función de los principios conservadores y liln-idcs
que las dos colectividades tradicionales dicen representar17.
Todavía queda mucho por explotar en el campo de la historia
política colombiana, y mucho más por aprender de ella. Es obvio que
los partidos tradicionales, aunque menos arraigados en la mentalidad
popular, aún conservan un sitio de importancia en el escenario
político. Es igualmente evidente que la Violencia cumplió un papel
determinante en la conformación de las actitudes políticas de la
Nación.
A medida que se desarrolle el estudio de la historia política de
Colombia y de América Latina, con nuevos y más sofisticados méto­
dos, técnicas y enfoques, el proceso de la Violencia y su impacto serán
mejor entendidos. Esto hará que, a través de estudios comparativos,
podamos ampliar nuestra comprensión de los procesos políticos en
otras áreas del Tercer Mundo18. Si la presente investigación, realizada
en un bello rincón de Colombia llamado Tolima, aporta algo en este
sentido, tanto mejor.

17. Kalman H. Silvert se refirió, aunque en forma indirecta, al tema cuando


advirtió que el rechazo total de un sistema de creencias porque falló en
algunos momentos, implica privarse de lo mejor que tal sistema nos pueda
ofrecer. El abandono de términos como “democracia” y “libertades civiles"
porque pueden disfrazar el autoritarismo político y la explotación económi­
ca, escribió Silvert, es el arbitrario “rechazo de lo mejor del siglo de las luces y
del liberalismo clásico”, y con ello “el campo teórico para la libertad”. Ver
Silvert, “In Search of Theoretical Room for Freedom”, Essays in Undersian-
ding Latin América, Philadelphia, Institute for the Study of Human Issues,
1977, págs. 55-66, especialmente pág. 58.
18. Una discusión excelente de los enfoques innovadores sobre el estudio de
la historia latinoamericana está en Peter H. Smith, “Political History in the
1980s.: A View from Latin América”, ponencia sin publicar presentada ante
la Asociación Americana de Historiadores, Washington, D.C., Dic. de 1980.

313
Apéndice I

Lista parcial de votación liberal y conservadora en el Líbano,


Santa Isabel y Villahermosa, 1922-1949*

Líbano Villahermosa Santa Isabel


Elección Cons. Lib. Cons. Lib. Cons. Lib.

a
1922 (Presidencial) 1.312 3.524 588 180 __
1930 (Presidencial) 1.(047 2.524 881 491 1.108 235
1937 (Concejos) absten 972 410 absten. 765 362r
1941 (Congreso) 451 1.588 521 260 23 607</
1941 (Concejos) 655 2.075 871 784 905 939'
1942 (Presidencial) 1.170 3.686 879 237 900 793a
1943 (Asambleas departamentales) 527 1.990 577 337 453 283*
1943 (Concejos) 661 1.868 873 1.087 862 933a
1945 (Congreso) 413 2.268 690 399 473 671'
1946 (Presidencial) 1.786 5.223 1.185 907 961 896a
1947 (Asambleas departamentales) 1674 4.889 1.140 869 870 1.031*
1947 (Concejos) 1.345 4.806 1.181 absten. 895 1.051'
1949 (Concejos; Asambleas depar­
tamentales; Congreso) 1.629 5.738 1386 976 1.057 1.101™
1949 (Presidencial) 1.654 absten. 1.651 absten. l199 absten"

* Entre junio de 1930 y junio de 1949 hubo veintiocho contiendas electorales en


Colombia, o sea 1.47 elecciones por año. Ver Semana, 4 de junio de 1949.

FUENTES:
a. El Nuevo Tiempo, Bogotá, febrero 13, 1922, a febrero 28.
b. El Tiempo, febrero 12, 1930.
c. El Derecho, octubre 9, 1937.
d. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, 1940, pág. 44.
e. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, 1941, pág. 227.
f. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, 1941, pág. 228.
g. El Derecho, marzo 27, 1943.
h. El Derecho, octubre 14, 1943.
i. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, 1944, págs. 182-183.
j-1. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, 1949, págs. 332-334.
m-n. Tolima, Contraloría, Anuario estadístico, 1949, págs. 382-385.

314
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Homicidios en los departamentos e intendencias, 1946-1960 (por 100.000)

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Fuente: Colombia, Ministerio de Justicia, Cinco años, anexo, pág. 41.


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315
Apéndice III
Muertes tusadas por la violencia en el Líbano, ToHma - Enero 1957 a novfembre 1963*

TOTAL .......
00

HOMBRES
HOMBRES

HOMBRES
HOMBRES
HOMBRES

HOMBRES
LU

MUJERES
MUJERES

MUJERES
MUJERES

MUJERES
MUJERES

MUJERES

TOTAL
TOTAL

TOTAL
TOTAL
OQ

I tqtal
s <
H
o O
X H
1957 1958 1959 1960 1961 1962 1963
ENERO 14 - 14 2 - 2 6 - 6 3 - 3 6 4 10 1 - 1 3 - 3

FEBRERO 14 2 16 4 - 5 6 - 6 3 - 3 6 - 6 7 - 7
5 3 8

MARZO 8 8 5 - 5 6 - 6 5 3 8 3 1 4 - 1 'l 7 1 8
ABRIL 4 4 9 - 9 6 - 6 1 6 15 - 15 2 - 2
1 1 5

MAYO 5 5 14 - 14 9 - 9 12 2 14 1 1 2 5 1 6 1 - 1
JUNIO 1 1 7 2 - 2 2 - 2 6 - 7 8 - 8
- 7 9 - 9
JULIO 2 2 14 I 15 9 - 9 6 - 6 1 - 1 4 - 4 5 2 7
AGOSTO - - 5 - 5 12 1 13 5 1 6 2 1 3 9 2 11 8 - 8
SEPTIEMBRE 4 4 4 1 5 8 1 9 1 - 1 1 - 1 17 4 21 3 - 3
OCTUBRE 4 1 5 6 - 6 18 10 28 9 - 9 2 - 2 12 - 12 5 2 7
NOVIEMBRE 2 - 2 9 - 9 2 1 3 1 - 1 1 - 1 1 - 1 1 - 1
DICIEMBRE 5 - 5 6 - 6 16 6 22 6 - 6 3 - 3 3 - 3 - - -

TOTAL 63 3 66 85 2 87 107 19 126 53 7 60 32 11 43 80 8 88 50 5 55

AÑO 66 87 126 60 43 88 55

TOTAL HOMBRES : 470 89.52%


TOTAL MUJERES : 55 10.48%

TOTAL : 525 100%

* Archivo de José del Carmen Parra, Líbano, Tolima.

Ocupación de las víctimas

OCUPACION No. %
Campesinos 455 86.67
Soldados 28 5.33
Bandoleros 19 3.62
Policías 10 1.91
Negociantes 5 0.95

316
Choferes 4 0.76
Domestic. 2 0.38
Hacendados 1 0.19
Empleados 1 0.19
525 100.00

Número de crímenes atribuidos a:


AUTORES No. %
Desconocidos 445 84.76
Desquite 50 9.52
Tarzán 13 2.48
Ejército 11 2.10
Sangrenegra 3 0.57
Policía 3 0.57
525 100.00

317
Apéndice IV

Votación tolimense en el Plebiscito de 1957; votación por municipio


en las elecciones presidenciales de 1958

Plebiscito del lo. de diciembre de 1957

% Votación Número de votantes

Colombia 68.5% 4'397.090°


Tolima 80.96 *
257.913

Elecciones presidenciales del 4 de mayo de 1958

Municipio tolimense Candidato del Frente Nacional Candtóato de ta oposfctón

Ibagué 82.96% 17.03%c


Alpujarra 2.37 97.62
Alvarado 83.58 16.41
Ambalema 99.58 .41
Anzoátegui 33.19 66.80
Armero 100.00 —
Ataco 78.20 21.79
Cajamarca 82.54 17.37
Carmen de Apicalá 81.85 18.08
Casabianca 3.74 96.18
Chaparral 90.08 9.89
Coello 91.29 8.70
Coyaima 93.89 5.91
Cunday 26.64 73.32
Dolores 100.00 —
Espinal 58.32 41.60
Falán 82.07 17.92
Flandes 96.74 3.23
Fresno 74.51 25.45
Guamo 45.80 54.05
Herveo - 56.45 43.54
Honda 99.75 .21
Icononzo 95.86 4.13
Lérida 100.00 —
Líbano 85.84 14.11
Mariquita 91.97 7.97
Melgar 65.72 34.27
Natagaima 84.49 15.50
Ortega 59.85 40.14
Piedras 99.41 .52
Prado 86.34 13.65
Purificación 51.35 48.23

318
Rioblanco 100.00 —
Roncesvalles 99.67 .32
R o vira 10.96 89.22
San Antonio .78 99.21
San Luis 44.86 54.88
Santa Isabel 13.88 86.10
Suárez 28.48 71.51
Valle de San Juan 26.91 73.08
Venadillo 83.27 16.47
Villahermosa 20.79 79.10
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319
320
Votación municipal en el Tolima en las elecciones presidenciales de
1930, 1970a, 1 9 7 /

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Dolores 19 81 533 54 37 1.465 3 89 7 3.540


Espinal 65 35 2.619 31 49 11.801 46 41 11 14.833
Falán _ _ _ 81 17 2.167 14 83 2 3.647
Flandes 50 50 221 33 55 3.174 13 73 11 4.630
Fresno 54 46 1.953 38 47 3.893 54 40 5 5.693
Guamo 84 16 2.335 32 45 7.890 57 27 15 8.506
Herveo _ _ _ 38 42 2.568 78 9 13 3.104
Honda 13 87 1.702 44 52 4.792 9 80 7 7.045
Icononzo 10 90 1.389 83 12 1.824 8 70 — 3.725
Lérida 12 88 583 49 48 905 7 90 — 2.685

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tamental, 1940.
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partamental, 1941.
_________ Contraloría . Anuario ostadístioo, 4'44,Ibagué. Impremíi I .topar
tamental, 1944.
__________ Contraloría . Antaño ostadostioo, 11^‘^l0, ¡[bagu, . Impremíi Pepai
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_________ €0^^003 i Antaño ostadóstico rístañrs-grográfir() de bos mnri-
cípíoo del Tolimti, 4156, Ibagué, Imprenta Departamental, 1957.
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cipíos del Trlíma, 4162, Ibagué, Imprenta Departamental, 196,2.
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Departamental, 1966.
__________ Gcesto eel Tolima. bbguué . Imprenra Deparramenía .
_________ . Gobernación. Meníaje del gTbernaaor t t aoamb1ea, 1*918,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1918.
________ . Gobernación. Menstje del goberntaor t lt aoamb1t,a, 4123,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1923.
_________ . Gobernación. Menaje del gTberntdTr t lt tstmblet, 4129,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1924.
_________ . Gobernación. Menaje del goberntdor t lt totmblet. 4125,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1925.
_________ . Gobernación. Menaje del gTberntdTr t lt aoamb1da, 4127,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1927.
_________ . Gobernación. Menotje del goberntdor t lt t.ítmblet, ¡134,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1931.
_________ Gobernaiión. Mensaje delTobrrnadoe a la a.tambteo. 4146,1946,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1946.
________ . Gobernación. Menstje del gobjrntdTr t lt títmb1jt, 414R,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1948.
_________ . Gobernación. Menítje del gTberntdTr t lt tstmbltt¡, 4141,
Ibagué, Imprenta Departamental, 1949.
-------------- Líbmo . MnniíPpieje. ‘Pl^^^oodel Líbmo, área ur^aa , 1K74’ \
El Líbano, Tolima, Archivo municipal.
_________ Secreíarí a e. Agricultura. La Vioteccia no el Tolima, banuué,
Imprenta Departamental, 1958.
__________ Secretaría del Gobierno. Infame del secrettrT de Gobierno,
4142, Ibagué, Imprenta Departamental, 1912.
------------- - Secretaria del Gobierno. Infame de! íecrettriT de Gobiemo.
4146, Ibagué, Imprenta Departamental, 1916.
__________ Secretaría del Gobierno. Infame del íecrettrío de Gobierno.
4122, Ibagué, Imprenta Departamental, 1922.
__________ Secretaría del Gobierno. Infame del íecrettriT de Gobierno,
4124, Ibagué, Imprenta Departamental, 1924.

.3.33
---------------Secretaría del Gobierno. Informe del secretario de Gobierno,
1928, IOagué, Impcrrea Departamental, 1928.
_________ . Secretaría del Gobierno. Infoomr drl srcortaoio dr GoOirono,
1931, IOagué, Imprenta Departamental, 1931.
------------- - Secretaría del GnOierrn. Infromr drl srccrtacf dr GrOironf,
1932, IOagué, Imprenta Departamental, 1932.
______ _— . Secretaría del GnOiernn. Infromr drl srcortaoif dr GrOironr,
1934, IOagué, Imprenta Departamental, 1934.
__________ Secretaría Sc l Gobicrno . nnfcrmodelrccretafore fobicnno,
1936, IOagué, Imprenta Departamental, 1936.
__________ Secretaría del GnOiernn. Infromr drl secoetaoir dr GfOieonf,
1937, IOagué, Imprenta Departamental, 1937.
__________ Secretaría del GnOiernn. Infromr drl srcortaoir dr GrOirono,
1946, IOagué, Imprenta Departamental, 1947.
__________Secretaría Sc l Gobicrno. nnformo cieO rcoretario re GObienoo,
1949, IOagué, Imprenta Departamental, 1949.

V. DIARIOS Y REVISTAS

Crnmns. Bngntá.
Diaoio drl Trlima. IOagué.
Eco drl Nrotr. Hnnda, Tnlima.
El Cacmen. IOagué.
El Coonista. IOagué.
El Mundo. IOagué.
El Nurvr Tirmpr. Bngntá.
El País. Manizalrs, Caldas.
El Siglr. Bngntá.
El Tirmpr. Bngntá.
El Trlima. IOagué.
La Coodieldoa. LíOann, Tnlima.
La Impr‘enta. AmOalema, Tnlima.
La Oposícíói. IOagué.
La RrpúOlica. Bngntá.
La Voz drl LíOanr. LíOann, Tnlima.
La Voz drl Trlima. Guamn, Tnlima.
Thr Nrw Yrok Timrs. Nrw Ynrk.
Rrnrvación. LíOann, Tnlima.
Srmana. Bngntá.
ToiOuna. IOagué.
Unión Juvrnil. LíOann, Tnlima.
Voz Porlrtana. Bogntá.

VI. ENTREVISTAS

Gómez B^rro, AlOecen. Líbano,4dr marzn de 1971 ;9dragnstn de 1973; 11


de julin dr 1974.

334
Gómez, Luis Eduardo. Líbano, 3, 5 y 16 de marzo de 1971; 10 de agosto t|p
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González de Gómez, Carlota. Líbano, 10 de julio de 1971; 9 de agosto do
1973; 11 de julio de 1974.
Jaramillo Uribe, Jaime. Bogotá, 15 de julio de 1968.
Laserna Villegas, Octavio. Bogotá, 28 de marzo de 1971.
Mejía Arango, Mario. Medellín, 27 de marzo de 1971.
Parga Cortés, Rafael. Ibagué, 24 y 25 de marzo de 1971.
Parra José del Carmen. Líbano, 4 de marzo de 1971; 9 de agosto de 1973.
Piñeros, Daisy de. Líbano, 10 de julio de 1974.
Santa, Eduardo. Bogotá, 13 de febrero de 1971; 2 de agosto de 1973; 12 de
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VIII. ARCHIVOS

Líbano, Tolima, Colombia. Archivo de José del Carmen Parra.

336
INDICE ONOMASTICO

NACIONALES Caicedo, Daniel, 15


Caicedo, Domingo, 50,52,53,57,59
Angel, Augusto, 15 Caicedo, Luis, 52, 57
Aragón, Víctor, 15 Cano, María, 90, 91, 92
Arango, Luis, 199 Cárdenas Acosta, Pablo E., 46 (n)
Arango Cano, Jesús, 43 Cárdenas, Leónidas, 76
Arango Vélez, Carlos, 211 Casabianca, Abel, 88
Arciniegas, Germán, 13, 14, 175 (n) Casabianca, Manuel, 33, 64, 197,
Arenas, Pedro Manuel, 137, 150 201
Arocha, Jaime, 267 (n) Castrillón Arboleda, Diego, 99 (n)
Aya, Maximiliano, 102 Castro, Julio, 190
Azula, Rafael, 14, 108 (n), 118, 135 Cortés, Enrique, 63
(n), 136, 144 (n), 149 (n), 152 (n) Cuéllar Vargas, Enrique, 164 (n),
170 (n), 189
Bolívar, Vicente, 50 Chaparro Galán, Jaime, 186 (n)
Bonilla, Ricardo, 126, 127 Charri, Secundino, 85
Botero, Uladislao, 76, 196, 210 Chaux, Francisco José, 103 (n)
Buenahora, Gonzalo, 127 (n)
Bustamante, Arturo, 128 De Mena Loyola, Gaspar, 44
Blanco, Luis M., 138 De Piñeros, Daisy, 209 (n)
Blandón, Fidel, 15 De Roux, José Ignacio, 103 (n)
De La Vega, José, 116
Cacua Prada, Alberto, 117 (n), 251 Díaz, Eran, 90
(n)
Canal Ramírez, Gonzalo, 148 (n), Echeverri, Antonio Marín, 76, 78,
149 (n), 153 (n), 167 (n) 196,201 (n), 211

337
Echeverri, Juan B., 94, 95 254,260,264,266,268 (n), 269 (n),
Echeverri, Nicolás, 191 271 (n), 273 (n), 277 (n), 278, 279
Echeverri Cárdenas, Héctor, 185, (n)
226, 228 Groot, José Manuel, 46 (n) ■
Escobar, Leónidas, 128
Estrada, Joaquín, 167 (n) Hernández de Alba, Guillermo, 50,
52
Fals Borda, Orlando, 12 (n), 16, 18, Herrera, Hernando, 156, 158, 159,
21, 55, 103 (n), 278, 285 160
Ferreira, Antonio, 76, 78 Herrera, Luis Francisco, 138
Fonnegra Sierra, Guillermo, 119 (n),
165, 169 (n), 171, 174, 175, 177 Isaac, Jorge, 81
Franco Isaza, Eduardo, 159,175 (n),
184 (n) , Jaramillo, Mauricio, 147 (n)
Jaramillo Uribe, Jaime, 22, 46 (n)
Gaitán, Gloria, 102 (n), 103 (n) Jijón y Cacamaño, J., 42 (n)
Gaitán, Jorge Eliécer, 14, 25, 127, Jiménez, Gustavo, 171
131 (n), 133, 134, 139, 140, 142,
145, 146, 148, 149, 152, 153, 154, Largacha, Juan E. 110, 111
155, 159, 161, 162, 163, 165, 167, Laserna Villegas, Octavio, 94 (n),
212, 213, 214 150, 152 (n), 183, 217
Galán, José Antonio, 46 Lemaitre, Eduardo, 77 (n)
Galindo, Aníbal, 59, 60, 67, 68 León Herrera, Ernesto, 229 (n)
Galindo, Tadeo, 59, 60 León Helguera, J., 56 (n)
Galvis Gómez, Carlos, 108 (n) Loaiza, Gerardo, 183
García, Antonio, 14, 118 López, Pedro A., 63, 106, 204
García Márquez, Gabriel, 15, 306 López de Galarza, Andrés, 42
García Samudio, Nicolás, 72 (n) López de Mesa, Luis, 13, 22,23,177
Giraldo, Alberto, 191 Lozano, Juan de Dios, 79, 81
Gómez, Luis Eduardo, 62 (n), 85 (n), Lozano Torrijos, Fabio, 79, 81, 82,
86 (n), 94 (n), 155 (n), 193 (n), 194 83, 84
(n), 195 (n), 197 (n), 201 (n), 203,
Lleras Camargo, Felipe, 208 (n)
215, 218 (n), 219 (n), 220 (n), 221
(n), 254 (n), 282 (n) Mamatoco, 119
González, Luis V., 81, 82 Manrique, Ramón, 151 (n)
González, Mercedes, 194 Marín Vanegas, Darío, 17
González, Miguel Angel, 18 Martínez, Luis, 69 (n), 71 (n)
González de Gómez, Carlotica, 209 Martínez Santamaría, Hernando, 71
(n) (n)
Guerra, José Joaquín, 48 (n), 202 Martínez Silva, Carlos, 71 (n)
Gutiérrez, Marco '1^^ HÓ, 111 Mendoza Neira, Plinio, 131, 150
Gutiérrez, Rufino, 33 (n) Molina, Felipe Antonio, 56 (n)
Guzmán Campos, Germán, 12 (n), Monsalve, Diego, 32 (n), 88 (n), 101,
15, 16, 17, 18, 21, 22, 26, 36 (n), 196 (n)
138 (n), 142 (n), 152 (n), 160 (n), Montalvo, José Antonio, 144
175 (n), 186 (n), 190 (n), 218 (n), Montaña Cuéllar, Diego, 90 (n)
224 (n), 228 (n), 230 (n), 236 (n),
238 (n), 239 (n), 240 (n), 243 (n), Narváez, Pedro, 91,92, 94, 95 (n)
244 (n), 246 (n), 248 (n), 251 (n), Negro Castillo, 151

338
Negro Marín, 70 Restrepo, Antonio José, 112, 11.1,
Nieto, José, 167 (n), 184 (n) 114
.Nieto, Remigio, 181 Restrepo, Vicente, 44 (n)
Nieto Arteta, Luis Eduardo, 54 (n), Reyes, Cantalicio, 70
58 (n), 63 (n), 101 (n) Reyes Daza, Vicente, 101
Nieto Rojas, José María, 14, 90 (n) Rico, Miguel, 128
Niño, Alberto, 133 (n), 146 (n) Rocha, Antonio, 77
Núñez, Rafael, 64, 68, 107 Rocha Castilla, Cesáreo, 42 (n), 43
(n)
Ortega Ricaurte, Enrique, 41-43 Rodríguez, Gustavo Humberto, 174
Osorio Lizarazo, J. A., 120 (n), 131 (n), 202
(n) Rodríguez Freyle, Juan, 44 (n)
Ospina, Eduardo, 179 (n) Rojas, Gregorio, 144
Ospina, Joaquín, 81 (n) Rojas, Joba, 36
Ospina, Luis, 120 (n) Rojas, Obdulia, 36
Ospina Ortiz, Jaime, 56 (n) Romero Aguirre, Alfonso, 169
Ospina Vásquez, Luis, 63 (n) Rubio, Bemardino, 149

Saavedra, Floro, 115, 149


Pareja, Carlos H., 190 (n)
Parga Cortés, Rafael, 113, 152 (n), Sabogal, Elias, 131 (n)
Sáenz, Marco, 94
154, 155, 156, 159, 180, 181, 208
Salazar (usurero), 149
Parra, Isidro, 60, 62, 70 (n), 76,191,
Salazar Ferro, 171
193, 194, 195, 199, 201, 204, 207,
Salazar García, Gustavo, 17
209,217, 300 Saldarriaga Betancur, Juan Manuel,
Paz, Felipe, 201 (n)
115 (n), 169 (n), 171 (n)
Pereira Pardo, Roberto, 172
Samper, José María, 88
Perico Ramírez, Mario H., 72 (n)
Samper, Miguel, 58, 63
Pineda Giraldo, Roberto, 282 (n),
Sánchez, José Gonzalo, 99, 182
284 Sánchez, ^nza^ 91 (nh 92 (n), 94
Pineda López, Francisco, 101 (n\ 95 (n)
Pombo, Manuel, 193
Pombo, Miguel Antonio, 48 Santa, Eduardo, L^, 70 (n^ 71 (n),B5
Porras, Aristomeno, 179 (n),94(n),193(n),194(n), I95(n),
Posada, Francisco, 22 204 (n), 209
Pumarejo, Rosario, 106 ¡Sandovat 76, 77, 81, 2°3
Socarrás, Francisco José, 22
Quijano, Aníbal, 76 Sojo, José Raimundo, 87 (n)
Quijano Wallis, José María, 55 (n) Soto del Corral, Jorge, 171
Quintero, Jaime, 120 (n) Solano, Armando, 201
Quintín Lame, Manuel, 90, 98, 99,
160 Tafur, Francisco, 75
Quiñones Olarte, Hernán, 136 Terán, Oscar, 116 (n), 164 (n)
Timonte, Eutiquio, 99, 182
Ramírez, Enrique, 199 Toro, Ana, 60
Ramírez, Francisco Eladio, 170 Toro Gómez, Julio, 203
Ramírez, Pedro María, 153, 156 (n) Torres, Nicolás, 156
Ramírez, Sendoya, Pedro, 41 Torres Btm^lo, (lerrnán, b* 8, 14‘9,
Rengifo, Juan de Jesús, 199-201 151
339
Torres, Durán, Delfín, 136, 137 Baltasar, Don (cacique), 43
Torres Galindo, Manuel, 81 Betancur Cuartas, Belisario, 294
Torres Giraldo, Ignacio, 90 (n), 92 Bolívar, Simón, 47,50,53,54,55,57,
Torres Restrepo, Camilo, 18,20,21, 58, 67, 184, 201
278, 284, 285 Builes, Miguel Angel, 167
Burgos (subteniente), 234
Umaña Luna, Eduardo, 12 (n), 16,
18, 267 (n) Caballero Calderón, Eduardo, 15
Urdaneta, Holguín, Enrique, 222, Caicedo Espinoza, Rafael, 151 (n),
223, 225 156
Uribe Giraldo, Rosalba, 92 Calarcá (cacique), 43
Uribe Márquez, Jorge, 160, 203 Cárdenas (gobernador), 81
Uribe Márquez, Tomás, 92, 182 Caro, José Eusebio, 55, 56
Urrutia, Miguel M. 89 (n), 90 (n), 94 Casabianca (general), 79
(n) Castilla (representante), 171
Caro, Miguel A., 107
Vanegas, Carlos, 135, 136 Combeima (cacique), 43 (n)
Vargas, Pedro Fermín, 101 Cuéllar Velandia, (gobernador), 237
Varón, Tulio, 69
Varón Pérez, Eugenio, 150, 151 (n) Duarte Blum (general), 230 (n)
Velasco, Hugo A., 118, 142 (n), 170
(n) Echandía, Darío, 150,167,171,173,
Velásquez, Atilio, 121 (n), 133 (n) 174, 175, 256, 257
Velásquez, Nicanor, 111, 112
Vélez Machado, Alirio, 15 Forero (comandante), 172
Veliz, Claudio, 21
Vezga, José María, 59, 60 Gaitán Mahecha, Bernardo, 22
Vieda, Luis, 190 Gallego (diputado), 82, 84
Villa veces, Jorge, 175 (n) Gómez, Laureano, 13, 21, 37, 115,
116, 117, 118, 119, 120, 121, 127,
Williamson, Alberto, 101 132, 134, 136, 139, 140, 142, 148,
Williamson, Luis, 101 163, 164, 165, 167, 168, 169, 170,
Williamson, Ricardo, 101 171, 172, 174, 176, 181, 182, 183,
184, 207, 217, 220, 222 (n), 226,
Yepes, Luis Felipe, 155 228, 233, 240, 251, 285, 294, 306,
Yepes, Juan B., 113 307
Gómez Hurtado, Alvaro, 167 (n),
Zambrano, Humberto, 111, 112 171, 294
Zapata Isaza, Gilberto, 184 (n), 189 Gordillo (mayor), 130
(n) Guzmán (capitán), 145
Zuleta Angel, Eduardo, 106 (n) Grimaldo (mayor), 146

Herrera, Benjamín, 74, 201


AUTORIDADES Liévano Aguirre, Indalecio, 49 (n)
López, José Hilario, 193
Abadía Méndez, Miguel, 102 López Michelsen, Alfonso, 119
Alzate (teniente), 215 López Pumarejo, Alfonso, 105,106,
Arciniegas (gobernador), 215 107, 108, 109, 116, 118, 119, 120,

340
121, 132, 163, 175 (n), 189, 201, Perdomo, Ismael, 33, 36, K9, 197
233, 304
Lozano Agudelo, (gobernador), 114 Ramírez Moreno, Augusto, 115, 116
(n) (n), 165 (n), 201 (n), 208, 254 (n)
Lozano y Lozano, Carlos, 156, 175 Rebéiz Pizarro, Gabriel, 278
(n) Restrepo, Carlos E., 73, 74, 75, 76,
79, 81, 82, 83, 86, 104.
Lleras Camargo, Alberto, 116, 119, Reyes, Rafael, 71, 72, 73, 75
120, 121, 122, 142, 252, 253, 254, Rodríguez, Amadeo, 171
255, 256, 264 Rojas Pinilla, Gustavo, 19, 25, 38,
Lleras Restrepo, Carlos, 14, 109, 172 (n), 226, 228, 229, 231, 232,
150, 163, 164, 167, 171, 172 (n), 233, 234, 235, 236, 239, 240, 241,
173, 174, 175 (n), 182, 184, 188, 242, 243, 244, 246, 247, 250, 251,
189, 224 (n), 296, 297 252, 258, 279, 285, 293, 294, 295
(n), 300, 307, 310
Márquez, José Ignacio, 53, 59 Ruiz Novoa, Alberto, 17, 278
Molina, Gerardo, 54 (n), 74 (n) 75
(n), 202, 312, (n) Sandoval (general), 85
Montalvo (ministro), 148 Santander, Francisco de Paula, 53,
Morales Benítez, Otto, 202, 254 (n) 54, 59, 60, 67
Mosquera, Tomás Cipriano, 56 (n), Santos, Eduardo, 117, 149, 163,175
60, 194 (n)
Murillo Toro, Manuel, 55, 59, 60, Soto (cura), 214
202
Nariño, Antonio, 50, 67 Tello (cura), 214
Turbay, Gabriel, 127
Obando, José María, 59 Turbay, Julio César, 174, 300
Olaya Herrera, Enrique, 74,95,108,
109, 115, 131, 146 Urdaneta Arbeláez, Roberto, 14,
Ordóñez (congresista), 138 137, 184, 189, 222
Ospina, Pedro Nel, 201 Uribe (coronel), 82, 83
Ospina Pérez, Mariano, 13, 34, 35 Uribe Uribe, Rafael, 68, 74
(n), 127, 128, 130, 132, 133, 135,
136, 137, 139, 140, 142, 145, 146, Valencia, Guillermo, 116
147, 148, 149, 150, 154, 155, 156, Valencia, Guillermo León, 148
159, 162, 163, 164, 167, 168, 169, Valencia Tovar, Alvaro, 15, 21
170, 171, 173, 174, 175, 184,211, Villamizar (teniente comandante),
212, 213, 234 222
Ospina Rodríguez, Mariano, 55,235 Villegas, Silvio, 117

Zalamea Borda, Jorge, 149


París, Gabriel, 251
Zaldúa, Francisco J., 58
París Lozano, Gonzalo, 32 (n), 69
(n), 70 (n), 135, 143, 145,146,147,
148, 149, 150, 154 VIOLENTOS Y
Parra, José del Carmen, 94 (n), 208, GUERRILLEROS
281, 282, 286 (n)
Pastrana Borrero, Misael, 151 (n), Aranguren, William. Desquite, 20,
294, 295 256, 266, 269,270, 271,284

341
Bermú-Triana, Silvestre. Capitán Rojas, Francisco. Kiko, 273
Mediavida, 251 Rojas Varón, Teófilo. Chispas, 20,
Borja, Arsenio. Santander, 180,237, 180, 182, 237, 238, 249, 250, 251,
238 253, 254, 255, 256, 259, 264, 266,
Borja, Jaime. Sargento Cariño. 180 267, 268, 270, 271
Borja, Leónidas. Teniente Tranquilo.
180, 228, 238 Salcedo, Guadalupe, 188
Borja, Tiberio. Córdoba, 180, 238, Sangrenegra, 20, 256, 259,269,270,
229, 230, 237 271, 284

Cabo Tunjo, 243, 244 Teniente Marín, 250


Cabo Víctor, 216
Cantillo, David. Triunfante, 180, Varela, Juan de la Cruz, 183, 189,
230, 238, 266 232, 239, 242, 243, 244, 271
Vargas, Hermógenes. El Vencedor,
El Fantasma, 261, 262 230
Vásquez, Castaño, Fabio, 285
García, José. Terror, 250 Villarraga, Miguel. Almanegra, 269
García, Leopoldo. General Peligro,
183, 249, 250, 251, 257, 277, 288 Yate Gómez, José Vicente. El Cabo
García, Pablo E. Mirús, 250 Yate, 262, 263
Giraldo, José. Capitán Pimienta, 250 Yosa, Isauro. Líster, 239, 242, 250
Gómez, Aristóbulo. Capitán San­
tander, 250
FAMILIAS
Hernández, Luis Carlos. Capitán
Tarzán, 250 Buriticá, 282

Kairús, 266 Caicedo, 52, 53, 57


Calderón, 210
Loayza, Gerardo, 229
Lombana, Noé. Tarzán, 269, 270, Echeverri, 83, 84, 85, 191
284 Espítia, 216 1
Lozano, León M. El Cóndor, 236
Jaramillo, 191
Marulanda Vélez, Manuel. Tirofijo,
40,183 (n),229,232,277,278,286 Londoño, 191

Ochoa, Olimpo E. Mirús, 250 Mejía, 191


Oviedo, Jesús María. Mariachi, 230,
238, 249, 253, 257, 273, 277, 288 Pabón,102

Parra, José Antonio. Revolución, Salinas, 210


250 Sandoval, 83 >..
Pedro Brincos, 269, 271 Santana, 76 _ <
Prías Alape, Jacobo. Charro Negro, ••
183, 229, 232, 235, 258, 273, 277 Vargas, 101 r-.,

342
EXTRANJEROS Gott, Richard, 273 (n)
Guevara, Ernesto. El 277
Abel, Christopher, 72 (n), 89 (n) Graham, Richard, 12 (n)
Anderson, Charles W., 305 (n)
Angée, Desideré, 193, 194 Hagen, Everett, 22
Hart, Ronald Lee, 20, 290 (n), 298
Belalcázar, Sebastián, 41, 42 r (H)
Bergquist, Charles W., 69 (n), 305 [Hegel, 39
(n),311(n) Hellman, Ronald G., 310 (n)
Bonaparte, Napoleón, 47, 50 Henderson, James David, 281 (n)
Bushnell, David, 54 (n), 108 (n) Hirschman, Albert O., 103 (n), 290
Braudel, Femad, 302 (n) (n)
Broderick, Walter, J., 21 Hitler, Alfred, 117
Hobsbawn, E. J., 19, 20, 273 (n)
Castaño, Ciro, 277 Huntington, Samuel P, 296
Castro, Fidel, 277
Collier, David, 312 (n) Jiménez de Quesada, Gonzalo, 42
Costa, Pinto L. A., 19 Jurgen, Hans, 297
Cunningham, Graham R. B., 42
Kalman H., Silvert, 313 (n)
Chaplin, Charles, 205 Kinser, Samuel, 302 (n)
Churchill, Winston, 165
Lenin, Vladimir, 92
Daloz, 67 León XIII, 89
Daniel, James M., 164 (n), 175 (n),
236 (n), 239 (n), 279 (n) Lloyd, Harold, 205
Davis, Robert H., 56 (n)
De Borja, Juan, 43 Martz, John D., 14
De Beavoir, Simone, 279 Marx, Carlos, 39
Dealy, Glen, 303 (n), 304 (n) Milton, 67
Deas, Malcolm, 95 (n) Monnsen, 40
Debray, Régis, 279 Monahan, Joseph William, 20, 302
Delpar, Helen, 68 (n) (n)
Dealy, Glen, 48 (n) Morse, Richard M., 303 (n), 304 (n)
Díaz, Porfirio, 73 Mussolini, Benito, 140
Dix, Robert H., 22, 108 (n), 230 (n), Mutis, José Celestino, 101
232 (n), 233 (n), 293 (n) McArthur, Douglas, 165
McCarthy, Joseph, 165
McGreevey, William Paúl, 91 (n),
Federmann, Nicolás, 42 284 (n)
Fernando VII, 47
Fluharty, Vernon Lee, 14,88(n), 120 Nietzsche, Federico, 209
(n) Nerón, 148
Frank, Waldo, 13
Friede, Juan, 98 (n) Oquist, Paúl H., 12 (n), 23, 177,216,
280 (n), 306
Gibson, William M., 107
Gilhodes, Pierre, 20 Parsons, James J., 32 (n), 65 (n), 195
Goff, James E., 152 (n) (n)

343
Payne, James, 23, 117 (n) Solaúm, Mauricio, 310 (n)
Perón, Juan D., 232 Sucre, Antonio José, 59
Pollock, John, 23 Schmidt, Steffen W., 24, 84 (n)
Smith, Peter H„ 12 (n), 313 (n)
Ramsey, Russell W., 12 (n), 15, 27, Smith, Richard, 298 (n)
108 (n), 139 (n), 144 (n), 160 (n), Switzer, Kenneth A., 292 (n)
167 (n), 175 (n), 239 (n), 240 (n),
257 (n), 259 (n), 268 (n), 277 (n), Thomas, Lately, 165 (n)
279 (n)

Rezazadeh, Reza, 289 (n) Vo Nguyen Giap, 278


Rimbaud, 13
Rippy J. Fred, 92 (n) Weber, 39
Russell, Bertrand, 13 Weinart, Richar, 164 (n)
Weinert, Richard S., 20, 21,22,234,
Safford, Frank, 12 (n), 57 (n), 62 (n) 302
Sartre, Jean Paúl, 279 Wilde, Alexander, 23, 309 (n)

344
INDICE GEOGRAFICO

CONTINENTES Y PAISES España, 42,46,4'7,50,101,155,167,


303
Estados Unidos, 14, 88, 89,165,279
América, 47, 49, 293 Europa, 63, 68
América del Norte, 63, 68
América Latina, 313 Francia, 67
Argentina, 68, 232
Inglaterra, 181 (n), 208
Brasil, 136 Italia, 140

Colombia, 12, 13, 16, 18, 23, 24, 25, México, 68, 73
33,37,38,52 (n), 53,54,56,57,64,
67,68,69,70,71,73,74,75,84,86, Nueva Granada, 42, 43, 46, 47, 48,
87,88,89,92,94,96,99,101,108, 50, 53, 54, 57, 62
116, 117, 118, 120, 121, 122, 124
(n), 127 (n), 128, 130, 132, 134, Panamá, 88
137, 139, 140, 144, 146, 150, 155, Perú, 59
161, 164, 165, 167, 168, 169, 170,
171, 175 (n), 176, 177, 182, 183, Vaticano, 119
184,185 (n), 199,202,217,224 (n), Venezuela, 139, 144
228, 232, 235, 241, 247, 258, 278,
279, 280, 288, 291, 293, 297, 301,
302, 303, 304, 305, 306, 307, 308, DEPARTAMENTOS
309, 310, 311, 312, 313
Corea, 239 Antioquia, 30, 50, 57, 60, 62,65,69
Cuba, 277 72,73,181,184,191,236,306,308

345
Atlántico, 72 133, 134, 135, 142, 143, 144, 146,
147, 149, 150, 151, 153, 154, 155,
Bolívar, 184 156, 157, 158, 159, 160, 161, 162,
Boyacá,15,27,35,116,130,132,135 172, 177, 178, 179, 180, 181, 183,
(n), 138, 142, 143, 145, 158, 163, 184, 185, 186, 188, 189, 190, 193,
171, 177, 179, 181, 199, 205, 208, 194, 195, 196, 202, 207, 208, 216
213, 236, 258, 259, 306, 307 (n), 217, 218 (n), 220, 229, 230,
232, 236, 237, 238, 239, 240, 242,
Caquetá, 278 243, 245, 246, 247, 248, 249, 251,
Caldas, 72, 94, 163, 181, 191, 214, 252, 253, 254, 255, 256, 257, 258,
216, 217, 236, 239, 256, 258, 267, 259, 260, 263, 267, 268, 269, 273,
268, 269, 290, 308 277, 278, 279, 280, 282, 285, 286,
Cauca, 90, 148, 236, 277 287, 288, 289, 290, 291, 292, 294,
Cundinamarca, 30, 44, 57, 64, 101, 296, 298, 299, 300, 306, 308, 310,
116, 117, 134, 135 (n), 181, 183, 313.
184, 230, 236, 239, 240, 243, 373,
309 Valle del Cauca, 15, 30, 31, 41, 72,
94,116,133,135(n), 139,172,191,
Huila, 72, 125, 181, 273, 306, 308 220, 236, 246, 269, 306, 308
Llanos Orientales, 15,18,26,70 (n),
161, 174, 176, 181, 184, 230, 235,
240, 241, 258, 259, 306, 307
CIUDAD Y MUNICIPIOS
Magdalena, 71
Aguadas, 216
Nariño, 72, 120, 159, 306, 307 Alpujarra, 125, 181 (n), 294
Norte de Santander, 26, 116, 130, Alvarado, 70, 156, 253
135 (n), 144, 148, 158, 159, 161, Ambalema, 58, 63, 64, 76, 89, 90,
177, 184, 205, 236, 258, 259, 305, 247, 294
306, 307 Ansermanuevo, 172 (n)
Anzoátegui, 31 (n), 35,36,65,73,97,
Quindío, 30, 191 123, 142, 143, 173, 212, 262, 263
Armenia, 267, 268
Risaralda, 191 Armero, 34, 76, 123, 124, 151, 152,
153, 154, 156, 204, 223, 246, 247,
Santander, 27, 64, 94, 116, 130,131, 282
135 (n), 137, 138, 148, 158, 159, Ataco, 123, 125, 185, 230, 253, 288,
161, 177, 179, 184, 205, 236, 259, 294
305, 306, 307
Bogotá, 12 (n), 14,27,30,31,34,42,
Tolima, 11,12,15,18,26,27,30,31, 44,46,50,58,60,64,67,71,82,83,
32, 33, 34,37,38,39,40,42,43,44, 86,87,91, 101,105,118,119,121,
46,47,48,49,50,52 (n), 53,57,58, 122, 124 (n), 125, 131, 132, 134,
60,62,63,64,65,66,69,71,72,73, 135, 136, 137, 142, 144, 145, 146,
75,76,77,81,82,83,86,87,88,90, 148, 150, 152
91,95,96,97,98,99,101,102,103, Bogotá, 160,162,163,165.167,172,
106, 107, 108, 110, 115, 122, 123, 173, 176, 178, 179, 181, 182, 184,
124, 125, 126, 127, 128, 130, 132, 185, 188, 194, 199,211,213,223,

346
233, 234, 236, 245, 254, 277, 298, Ibagué, 30, 33,34,36.42,41.44.5H,
308 59, 72, 73, 75, 83,87, KM. M(l, 106,
Buenaventura, (puerto), 44 108, 110, 111, 112, 114, 115, 12(1,
123, 124, 128, 146, 147, 150. |5|
Cabrera, 245 Ibagué, 160, 172, 173, 178, 181, 181,
Caima, 70 185, 186, 188, 199, 201, 202, 205,
Cajamarca, 31 218 (n), 222, 223, 226, 229. 21|,
Calarcá, 267, 268 232, 249, 255, 267, 268, 288. .108
Cali 133,136,137,172,229,236,251 Icononzo, 101, 102, 103 (n), 104,
Capitanejo, 131 125, 291, 294
Casabianca, 65, 202, 205, 211
Coello, 59, 90 Lérida, 210, 219, 224, 271
Coyaima, 91, 99, 186, 295 Líbano, 11, 33,35, 37,38,58,60,65,
Cunday, 101, 102, 104, 106 (n), 160, 73, 83, 86, 87, 91, 92, 94. 95, 97,
242, 244, 309 106, 108, 112, 114, 124, 144. 151,
154, 155, 173, 186, 190, 191, |9I,
194, 195, 196, 197, 199, 201, 201,
Chaparral, 58, 60, 73, 81, 107, 108, 204, 205, 207, 208, 209, 210. 212,
124, 151, 185, 237, 250, 257, 290, 213, 214, 215, 216, 218. 219, 220,
294, 309 221, 222, 223, 224, 225. 230. 252,
Chicoral, 292 254, 260, 269, 270, 271, 281, 282,
Chulavita, 35 284, 285, 286, 299, 300, 309
Londres, 106
Doima, 69, 90
Dolores, 178, 180, 181 (n), 182,243, Manizales, 31, 65, 125
254 Mariquita, 44, 46, 48, 59, 90, 151
Medellín, 59, 168, 270 (n)
La Dorada, 90 Melgar, 101, 243
«A •••• Moniquirá, 138
El Cairo, 269
Natagaima, 99, 237, 254, 257, 295
El Limón, 230 Nazaret,245
Espinal, 125, 172, 295 Neiva, 42, 44, 46, 48, 57. 72, 73, 87,
Falán, 186 288
Flandes, 125 Nueva York, 106, 149
Fresno, 31, 143, 155, 158, 212, 267
(n) Ortega, 91, 186, 237

Gachetá, 117, 171 Pasto, 306


Girardot, 30, 87 Piedras, 90, 181
Guaca, 131 Piedecuesta, 131
Guamo, 73, 125, 160, 292, 295 Purificación, 233, 292, 295
Prado, 230, 243, 251, 254, 292
Herveo, 31, 65, 73, 111, 125, 202,
205, 211, 212 Riochiquito, 277
Honda, 30, 31,41,42,43,44,46,58, Rioblanco, 31. 229, 230, 250, 294
59, 67, 79, 81,87, 89,90,106,110, Riomanso, 182
124, 125, 154, 156, 204, 287,294 Roma, 89, 148

347
Roncesvalles, 31, 178 Riomanso, 179
Rovira, 36, 151, 178, 179, 180, 181,
185, 188, 228, 229, 230, 237, 238, Sabana de Bogotá, 42
246, 250, 251, 255, 264, 267, 270, Saldaña, 143
308 Sumapaz, 102, 104, 183, 230, 232,
285, 309
Saboyá, 130
Salamina, 32, 59, 65 Taburete, 270, 271
San Antonio, 31 (n), 238
San Luis, 57
San Cayetano, 213
Santa Isabel, 11, 12, 13, 32, 33, 34, VEREDAS Y POBLACIONES
35,36,37,38,65,97,110,111,112,
114, 115, 123, 142, 144, 145, 147, Alto El Toro, 225
152, 196, 197, 202, 205, 211, 212,
213, 214, 216, 218 (n), 224, 262, Campo Alegre, 221
308 Casa Verde, 253, 258
Santa Fe de Bogotá, 43, 48 Casas Viejas, 191, 193, 197
Suárez, 292 Convenio, 78,196,210,214,219,299

Venadillo, 90, 181, 262 El Bosque, 197


Villahermosa, 31 (n), 65, 111, 128, El Duda, 245
154, 155, 196, 197, 202, 205, 211, El Sirpe, 197
212,213,214,216 El Tesoro, 210
Villarrica, 101, 189, 190, 239, 243, El Topacio, 186
244, 245, 291, 294, 309
Viotá, 107, 183, 271, 273 (n), 285 Gaitania, 258 (n), 273, 277,279,288

Zipaquirá, 220 La Esperanza, 264


La Polka, 197
La Tigrera, 222, 223
PROVINCIAS, REGIONES
Y SITIOS Marquetalia, 271, 277, 278, 279
Murillo, 37, 85,94,97,114,197,199,
Cauca, 44 207, 212, 214, 217, 219, 221, 269,
Cuchilla del Tambo, 50 270, 282
Cuchilla Descabezado, 224
Paraguas, 210
El plan de Las Vegas, 245 Pavas, 114, 155
Planada, 273, 277, 279, 288
Gran Tolima, 22, 41,43,49, 50, 57, Primavera, 114, 155, 197
65, 72
Quebradanegra, 114, 197, 202
Monte Frío, 69
Mesopotamia, 221 Río Negro, 243

Panamá, 59 Sabaneta, 210


Paso del Quindío, 42 San Fernando, 85, 145, 196, 209,
Portugal, 222, 223, 225 212, 214, 219, 221, 222

348
San José de Indias, 99, 101 FINCAS Y HACIENDAS
San Pablo, 189, 190
Santa Teresa, 76, 85, 196, 199, 210, Balsara, 105 (n)
215, 219, 222

Tierradentro, 78, 196, 211,214, 219 Canadá, 101, 104, 105 (n), 29
Castilla, 105 (n)
Velú, 99, 257, 295 Colón, 145
Contreras, 52, 57
Corrales, 260, 261
ACCIDENTES, COSTAS,
QUEBRADAS Y RIOS El Tesoro, 78, 196, 210
Escocia, 101, 105 (n), 291
Cordillera Central, 30,32,36,41,42,
65, 191 Guamitos, 104
Cordillera Occidental, 65 Guatimbo, 102, 104, 105 (n), 291
Cordillera Oriental, 30, 41, 42, 65
Costa Atlántica, 41, 87, 92, 306 La Argentina, 196
Costa del Pacífico, 30, 31, 44 La Guaira, 196
La Laja, 154
Nevado del Huila, 181 La Magdalena, 105 (n)
Nevado de Santa Isabel, 32 La Moca, 195
Nevado del Ruiz, 191, 193 La Yuca, 33,36, 37,97,197,2)1,207,
Nevado del Tolima, 287 214

Páramo Alto El Oso, 282 Malabar, 262

Quebrada El Piojo, 150 Quebradagrande, 105 (n)


Quebrada La Mansa, 70
Salamina, 59
Río Alvarado, 70 Saldaña, 50, 52
Río Cauca, 42, 65 San Francisco, 102. 104
Río Cabrera, 244 San Luis, 106 (n)
Río Cunday, 190 Santa Inés, 104, 105 (n)
Río Lagunilla, 152 Siberia, 105 (n)
Río Magdalena, 41, 62, 67, 73, 87,
108, 125, 180, 193, 204, 205, 211, Uribe, 105 (n)
221, 282, 295
Río Saldaña, 98, 125, 295 Varsovia, 291

349
Entre los estudios históricos sobre la época
de la Violencia en Colombia, que se han desa­
rrollado notablemente en el curso de los últi­
mos cinco años, este libro tiene la particulari­
dad de que analiza las impllcaciones del fenó­
meno desde una perspectiva local, regional y
nacional al mismo tiempo. El autor investigó de
manera pormenorizada la situación del munici­
pio de Santa Isabel, al norte del Tolima, y par­
tiendo de este enfoque registró los sucesos
ocurridos en el departamento y en el resto del
país.
James D. Henderson es profesor asistente de
historia en la Universidad de Gramling, Estados
Unidos, en donde enseña desde 1972. Entre
1966 y 1968 trabajó como voluntario de los
Cuerpos de Paz en Colombia. En 1978 publicó
su primer libro, Ten Notable Women of Latín
América, y en la actualidad está preparando
una extensa biografía sobre Laureano Gómez.

ISBN 84-89209-31-6

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